Editoriales

miércoles, 28 de diciembre de 2011

José Pancorvo: Boinas Rojas a Jerusalén, 2ª Edición

ANTE DIOS NUNCA SERÁS
UN HÉROE ANÓNIMO

Adoremos a Dios heroicamente,
adoremos a Dios sempiterno,
adoremos a Dios Creador, Redentor y Juez,

adoremos a Dios en sus obras supremas,
adoremos a Dios en su obra maestra la Madre de Dios,
adoremos a Dios en la Iglesia y sus Jerarquías legítimas,

adoremos a Dios en la Cristiandad y sus Dinastías legítimas,
adoremos al Dios de los Boinas Rojas en su Jerusalén celeste,
adoremos al Dios de los Ejércitos en sus ejércitos,

adoremos a Dios con adoración cada vez más heroica,
adoremos a Dios hasta el Santo Sepulcro,
adoremos a Dios hasta aterrorizar al infierno.

ENCIÉNDETE O ESCÓNDETE

Enciéndete, España santa,
del entusiasmo carlista
en olas de juventudes
inmensas e intempestivas.
Enciéndete, España joven,
que el milenio te ilumina
con un sol de mil claveles
que te da vino de vida.

Enciéndete, España Judit, los claveles;
Escóndete, España Holofernes, si puedes.

Escóndete, España vieja,
moribunda apodrecida,
y por loca y rebelada
bebe el vino de la ira.
Escóndete, España bruta,
vieja bruja confundida,
huye si puedes, no a Francia,
que no serás recibida.

Escóndete, España Holofernes, si puedes
enciéndete, España Judit, los claveles.

COELESTIS URBS IERUSALEM

El Cielo es una Católica Jerusalén.
Sea la Tierra una Jerusalén Católica.

Sea una Jerusalén la Tierra.
Siete veces trompetas reproducen el día
de las nueve salidas a la paz más divina.
Son las trompetas de los carlistas.
La Tierra sea Jerusalén.
El orbe se atormenta pero saetas vuelan
de voces en florestas bajo fuertes banderas.
Son boinas rojas que recién llegan.
Sea la Tierra Jerusalén.
Ni el fuego nos detiene bajo el trueno de Dios,
nuestras banderas vuelan en la centella atroz.
Somos carlistas, ya Dios triunfó.
La Tierra sea Jerusalén.

El Cielo es una Católica Jerusalén.
Sea la Tierra una Jerusalén Católica.

ASPIRACIONES PARA DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
( Mt XXIV; Apoc XIX y XX)


Majestad Divina de Cristo, arróbanos
Espada de Cristo, alúmbranos
Capa roja de Cristo, guíanos
Vara de hierro de Cristo, comándanos
Vino de la Santísima ira de Cristo, aliméntanos
Oh Jesús Dios Fuerte, llámanos
entre tus filas, alístanos
no permitas que nos separemos de Ti
al enemigo malo, abísmalo
de toda superficialidad y flojedad, cúranos
y a toda hora, únenos
a tus ejércitos del cielo y de la tierra
por los siglos de los siglos, aménJosé Pancorvo. Boinas Rojas a Jerusalén, Poesía carlista del siglo XXI. Itinerarios, Madrid 2011, 21x14 cm. 80 páginas. ISBN 978-84-936787-8-4 (2ª edición-1ª edición Lima 2008)

domingo, 25 de diciembre de 2011

La tentación del "comunitarismo" ante el caos social

El giro postmoderno también ha tenido su impacto en el pensamiento clásico. Y al mismo responde lo que se ha dado llamar, con expresión procedente de los Estados Unidos, el "comunitarismo" . No es de estrañar, para empezar, que se haya producido precisamente allí el alumbramiento de tal movimiento de ideas y acciones. Pues, como acabamos de ver, es en su seno donde se ha fraguado la particular relación entre sociedad civil y política que ha conducido a la "hegemonía liberal". Esto se explica, desde luego, por el contexto particular en que nacieron los Estados Unidos, casi como encarnación histórica de un "contrato social" que mientras en el viejo mundo no podía por definición sino resultar ahistórico, allí por lo contrario, precedido por un singular "pluralismo", iba a ser funcional a la creación de un cuerpo político, originando un "federalismo" bien distinto de la práctica del "principio federativo" medieval, pero también del luego exportado a Europa, que luego se perpetuaría. Pero también, desde otro ángulo, por el también contexto particular de la tradición intelectual anglosajona, empirista y pragmática. En cierto sentido, pues, puede decirse que los Estados Unidos nacen ya desembarazados de la existencia de la "Cristiandad", así como que no ha dejado de gravitar en ellos la tensión entre la Ilustración a la francesa o a la alemana (les Lumières o Aufklärung) y la inglesa (Enlightment).

Ambos aspectos están presentes, a no dudarlo, en la toma de posición comunitarista, que si critica el liberalismo lo hace desde dentro: en puridad el primero es una suerte de relativismo teñido de historicismo y sociologísmo, pero -a diferencia del segundo- no individual sino colectivo. Su antropología, deudora de una metafísica, o más bien de una ausencia de ella, por lo menos en su significado para el realismo clásico, rechaza cualquier universalidad, y resulta incompatible por lo mismo con la razón y la ley naturales. Y no en el sentido de distinguir entre una racionalidad o un derecho natural racionalistas (dogmáticos) frente a otros clásicos (problemáticos), aquellos idealistas mientras que éstos radicados en la historia, sino directamente en el de disolución de la racionalidad y la justicia como realidades con una dimensión universal.

Sin embargo, de un lado, la batalla sostenida contra el liberalismo individualista, así -de otro- la disgregación progresiva y acelerada de las sociedades occidentales, ha conducido a muchos que se reclaman fieles al pensamiento clásico a caer en la tentación. Una tentación que se concreta en la renuncia a la verdadera comunidad política, plenaria o -según otra terminología no exenta tampoco de riesgos- "perfecta", y que se contenta con la yuxtaposición de comunidades, irreductibles, que simplemente aspiran a ser reconocidas. Ya no es, siquiera, la sociedad civil autorregulada e independiente de la política, sino la disolución de la idea de la comunidad de los hombres, con sus eternas tensiones entre identidad y comunicación, consensus y sobre-ti, sustituida por el repliegue sobre una identidad hipertrofiada y en que las opciones dejan de ser humanas para ser ideológicas, y por lo mismo, en el fondo irracionales. Es no sólo la deserción de la política, sino también de la sociedad. Y de la nación. Al tiempo que es la clausura sobre el yo y los que le son iguales, cuando la radicalidad de la convivencia, que brota de todos los estrados de la personalidad, procede precisamente de las diferencias entre los hombres.

Claro que puede entenderse la reacción comunitarista dentro de la dinámica de la modernidad tardía, decadente y reactiva al mismo tiempo respecto del paradigma moderno, hipermoderna finalmente. Más aún, como hemos dicho, en el universo mental "americano". Las citas de Aristóteles y su acogida por cierto catolicismo, en general llamado "tradicionalista", no deben sin embargo engañarnos. El comunitarismo ensambla confusamente materiales en parte contradictorios entre sí, pero que convergen en una suerte de fideísmo gnóstico.

Estamos, pues, bien lejos del pensamiento clásico y católico.

Miguel Ayuso. El Estado en su laberinto. Las transformaciones de la política contemporánea

lunes, 12 de diciembre de 2011

El Carlismo y la Latinidad.

Frédéric Mistral. Poeta provenzal, defensor del catolicismo y la tradición contra el liberalismo y la modernidad. Difusor de la latinidad.

La desvirtuación hasta lo obsceno del concepto de Latinidad, especialmente por su clara connotación antihispánica en el término Latinoamérica, ha hecho que los orígenes estrictos del término y de la corriente cultural que lo animó hayan quedado absolutamente ensombrecidos. Sin embargo la idea de la latinidad representó una respuesta tradicional al orden anglosajón y al pangermanismo, un último pálpito de la vanguardia de la romanidad frente al barbarismo europeo y como tal fue acogida por el Carlismo.

Fue Frédréric Mistral, poeta provenzal en lengua occitana, quien propuso el término y ánimo las reuniones latinas de Montpellier. Tiene en su origen un fundamento puramente cultural, el acercamiento de las diversas lenguas y culturas latinas de la que nació la propuesta de confederación política. Sin embargo los impulsores originales (los felibres) se mantuvieron muy al margen de esa pretensión de hacer de la latinidad una ideología política(1). A Mistral se le debe el renacimiento de la cultura occitana, fuertemente influenciado por los escritores catalanes de la Renaixença, a los que muy pronto empezó a tratar. Muchos huían del régimen liberal isabelino que en ocasiones aplicó una incipiente represión contra el uso de la lengua catalana y se instalaron en la Provenza. Mistral visita Cataluña, participa en los Jocs Florals y se empapa del ambiente tradicional y católico que inspiraba sin fisura alguna de esas primeras reuniones. El provenzalismo de Mistral no se inscribía en un nacionalismo cainita (en que no obstante acabaría degenerando con el tiempo cierto sector del catalanismo) sino en la profunda concepción orgánica de la civilización, análoga postura a la de los primeros catalanistas. Pese la génesis jacobina de la Francia de su tiempo Mistral se comprometió con el gobierno de facto (como también hicieron los carlistas cuando la política internacional española estaba en juego, como en los casos de las guerras de Marruecos, Cuba y Filipinas) durante la guerra franco-prusiana, en la que veía el gran enfrentamiento entre la latinidad y el pangermanismo. Por eso su concepto iba más allá de lo estrictamente estatal y apelaba a la unidad de la latinidad, nunca con vistas a formar un único Estado, sino como ámbito cultural, histórico y civilización de las lenguas y culturas romances, sin perjuicio de los otros importantes y diversos aportes culturales que acabarían conformando esos pueblos. Mistral se inscribió dentro de las ideas políticas de otro provenzal ilustre: Charles Maurras, que en su Action Française defendía una Francia tradicional, muy apartada del nacionalismo jacobino y liberal que de hecho suponía la liquidación de la verdadera Francia(2). Precisamente en la AF existía un importante componente contrario al pangermanismo que redundó en la afirmación de la Latinidad como contraposición al expansionismo alemán.

Estos antecedentes resultan de por si suficientemente valiosos para enjuiciar la ortodoxia original del concepto de Latinidad como la unión de los pueblos de “raza” (entendida no como pura biología sino en un sentido de estirpes históricas) y cultura latina. Enunciación que en España fue acogida casi en solitario por el Carlismo. Así queda de manifiesto en el Testamento Político de SMC Carlos, el más castizo de nuestros Reyes:

Aunque España ha sido el culto de mi vida, no quise ni pude olvidar que mi nacimiento me imponía deberes hacia Francia, cuna de mi familia. Por eso allí mantuve intactos los derechos que como Jefe y Primogénito de mi Casa me corresponden. Encargo a mis sucesores que no los abandonen, como protesta del derecho y en interés de aquella extraviada cuanto noble nación, al mismo tiempo que de la idea latina, que espero llamada a retoñar en siglos posteriores.

Con el tiempo el término acabó cayendo en desuso, pues las fronteras estrictas del paradigma estatalista separó y alejó a pueblos de una misma raza y estirpe. Los antagonismos estatales se terminarían convirtiendo en antagonismos nacionales y la latinidad quedaría oscurecida. En España se produce la afirmación de la Hispanidad, concepto nacido en Argentina con otra dimensión pero perfectamente compatible con la Latinidad. Sin embargo, en lo que toca a la proyección americana de la cultura es unánime el reconocimiento de que el término correcto es el de Hispanidad e Hispanoamérica, por ser una obra restringida a España y Portugal y no a toda la Latinidad. El término Iberoamérica tampoco es correcto ni siquiera por la pretensión de referirse a los pueblos americanos de lengua portuguesa. En primer lugar los pueblos portugueses son más celtas que íberos. Si se pretende usar con el ánimo de referirse al origen peninsular tampoco es correcto, pues ni la conquista española ni la portuguesa estuvo limitada a los contornos peninsulares de España o de Portugal, teniendo un carácter esencial y decisivo el concurso de los territorios extrapeninsulares en esta gesta, Canarias en el caso español, Azores y Madeira y los territorios africanos en el caso portugués. Sigue siendo preferible usar el término hispano, tal y como razonó Ramiro de Maeztu al inicio de su Defensa de la Hispanidad.

El término Latinidad, usado por tradicionalistas de raza y cultura latina durante el siglo XIX y los primeros años del XX fue manipulado a posteriori con el uso del término Latinoamérica por los enemigos de la América Hispánica y de la propia Latinidad con la intención de desprestigiar y escamotear el verdadero significado de la obra del descubrimiento, conquista y evangelización de América.

(1) Así lo hace constar el poeta y periodista valenciano Teodoro Llorente, animador de un cierto regionalismo valenciano de índole burguesa que intentó expandir en España el proyecto político de La Alondra: (…) Los felibres no quieren hacer política, como ahora se dice, pero como se inspiran principalmente en la tradición, los republicanos, los demócratas, todos los que obedecen á ideas revolucionarias, recelan de sus propósitos y los tachan de reaccionarios. Para contrarrestar esa tendencia, han fundado La Lauseta, cuya presidencia ha aceptado Victor Hugo y su órgano L’Alliance Latine, cuyo primer número acaba de aparecer, expresa claramente sus aspiraciones políticas.

(2) No obstante no resulta del todo unánime esta visión de la AF. Para una inteligente visión crítica de la misma como corolario de toda una tesis politológica Jean de Viguerie, Les deux patries. Essai historique sur l´idée de patrie en France, Grez-en-Bourie, 1998. Tesis recientemente tratada por Miguel Ayuso en su magnífico ensayo El Estado en su laberinto. Las transformaciones de la política contemporánea. Colección De Regno nº 8. Ediciones Scire, Barcelona 2011.