Comprobar las consecuencias del
desorden capitalista no podía bastar a La Tour du Pin. Quería aprehender las
causas del sistema para acabar con éste. Y ¿qué encontró en la raíz del
capitalismo? La usura.
En el lenguaje corriente, usura
significa "cobro de un interés excesivo a razón del préstamo de un
capital". Pero ésta es la definición del legalista o del moralista. El
sociólogo tiene que considerar el fenómeno en sí. Dice La Tour du Pin: "Se
alquila un objeto que se deteriora por el uso durante el tiempo de locación,
tal como un caballo o una casa, porque se enajena realmente una parte de su
valía que el locador no recuperará
cuando tome otra vez posesión de él: se prestan estos mismos objetos si
es para un tiempo tan breve que su deterioración por uso sea imposible...El
lenguaje ha conservado, por consiguiente, a la palabra "préstamo" su
significado de servicio gratuito". Pero, si se alquila un objeto que será
devuelto en su estado primitivo, hay usura.
Los moralistas bien pueden
observar que el interés usurario se justifica dentro de ciertos límites cuando
presenta el carácter de una indemnización de riesgo o no-empleo. Eso no cambia
nada a la esencia de la operación: prestar a interés consiste en vender el
tiempo, y el tiempo no es una mercancía. El capitalismo, régimen económico que
funda su estructura en el préstamo a interés, cambia por tiempo una fracción
del producto fabricado, vale decir del producto del trabajo. Cuando un
capitalista "presta" cien mil pesos a un industrial para recibir un
año más tarde ciento diez mil, consume el diez por ciento del trabajo de los
productores sin dar nada en contrapartida, ya que el capital (no hablamos de
los periodos anormales de inflacción) no se ha deteriorado.Ese interés es
exactamente lo que Marx llama plusvalía: una parte del producto del trabajo que
sirve para hacer vivir sin trabajar al capitalista. Así los productores
mantienen una clase de inútiles improductivos, inútiles e improductivos por lo
menos en el orden económico.
Ante tal comprobación los
liberales suelen contestar que el capital es uno de los dos factores indispensables
de la producción y es, además “trabajo acumulado”. Es inexacto, dice La Tour du
Pin: “No es el arado el que trabaja, sino el labrador…No hay sino un agente de
la producción, el trabajo, que produce con la ayuda de los agentes naturales
que encuentra y los agentes artificiales que él mismo ha creado. Dicho de otro
modo, el producto es trabajo multiplicado por trabajo…El capital es el producto
de un trabajo anterior al que se considera en forma de mano de obra, nada más.
No es “trabajo acumulado”. No es fuerza viva sino materia inerte”. De esto
dinama que no se puede con derecho hablar del “salario del capital”. Este
supuesto salario no es sino usura.
La situación es idéntica si se
trata ya no de un préstamo en dinero sino de una asociación del capital y el
trabajo bajo la forma de un préstamo de máquinas. El único "salario"
legítimo de la máquina es su amortización, es decir la parte deducida del
beneficio de la producción para mantener la máquina en buen estado y reemplazarla cuando esté desgastada; pero, en
la realidad del sistema capitalista, no es el trabajador el que mantiene la
máquina, sino la máquina la que mantiene al trabajador. Su dueño se apropia del
producto del trabajo, paga al obrero un salario que ni siquiera, por lo general, le basta para mantenerse en buen
estado y proveer a su propio reemplazo alimentando a sus hijos. La situación
es, por consiguiente, al revés de lo normal. Es el trabajador quien se ha
vuelto instrumento y es la máquina la que cobra el fruto de la producción. No
hay asociación verdadera del capital y del trabajo, sino asociación de capitales
que utilizan gratuitamente el trabajo de los obreros: gratuitamente, ya que, en
el mejor de los casos, no se reconoce al proletario sino el mínimo vital que
sólo le permite conservar su fuerza de producción.
Jaime María de Mahieu. Maurras y Sorel