Hoy primero de septiembre,
acabando el verano y volviendo muchos a la rutina del mundo, recordamos a la
última Reina de España Doña Magdalena de Borbón Busset. Apellido que suena a
esperanza y llena incluso de melancolía los corazones de muchos de nosotros.
Apellido que ha sido discutido y vilipendiado por numerosos "españoles de
buena voluntad" con un wishful thinking que incluso hoy nos irrumpe en
numerosos círculos y grupos donde el pensamiento en España y su visión como el
muerto a quien no se reconoce se ha vuelto voluntarista y heterodoxo por ajenos
a la Causa que hacen de ésta una suerte de amalgama de ideas que fueran
cultivadas por aquellos menos relacionados con ella y a quienes parece ser les
estuviera que estar agradecida.
Como bosquejo a la antesala de la
situación en que reinaría Doña Magdalena desde el exilio sirva citar aquí al
eximio profesor Gambra Ciudad: "La España de 1936 llevaba ya más de un
siglo sometida a la acción de un régimen liberal, conformado según los esquemas
de la Revolución francesa. Las bases sociológicas (familiares, locales) para la
conservación de un patriotismo arraigado, habían sido profundamente minadas, y
las corrientes ideológicas dominantes se habían ya ensañado con el sentimiento
patrio español en la misma medida que éste poseía unas raíces religiosas,
católicas. Un eco profundo de la llamada "leyenda negra" se había
extendido ampliamente en la mentalidad universitaria española. No es así
extraño que una resurrección del patriotismo fuera entre nosotros proclive, por
el mismo suelo teorético en que habría de producirse, al nacionalismo, es
decir, a su visión abstracta, teórica o voluntarista.
"Recordemos - continúa el
maestro - las ideas sobre España de Ortega y Gasset: España es como la inmensa
polvareda que ha dejado un gran ejército a su paso por la historia...
"España - pensamiento orteguiano - es un dolor enorme, difuso. España no
existe como nación. Gravitan sobre nosotros tres siglos de errores y de
dolores" España invertebrada, exánime... Patriotismo no de pasado, sino de
futuro, de destino. Imaginemos un pueblo dividido en rivalidades y banderías.
Lograd en él un buen número de vecinos que se interese por nuevos métodos de
cultivo que lleguen a ver en ello una grande y fecunda tarea; las divergencias
desaparecerán o se purificarán, se reducirán las luchas y aquella colectividad
se salvará en "la verdad de las cosas" y del quehacer comunitario.
"Si sentimos que España es un pozo de errores y dolores, nos aparecerá
como algo que debe ser de otra manera."
"Estas ideas van a influir
en el fundador del falangismo, José Antonio Primo de Rivera: "Amamos a
España - cita del fundador falangista - porque no nos gusta." España como
una "unidad de destino en lo universal". Si acaso, una afirmación de
poderío, voluntarista: "Voluntad de Imperio". Para definir ese
Imperio refluye una metafísica de carácter religioso-panteístico: "Por el
Imperio hacia Dios". Sabido es que el himno de la Falange revela una
inspiración poético-pagana, y se termina con una invocación voluntarista a
España en los gritos "de ritual" - Una, Grande, Libre - que se
incorporaron como lema al escudo de los Reyes Católicos, erigido en nacional en
1937, durante la guerra.
"Este nacionalismo, que
concibe a España como protorrealidad metafísica, y no como fruto de una
historia en común, vivida a partir del amor a la casa y la tierra paterna,
explica el desinterés del Régimen por realidades políticas tan esenciales al
pensamiento tradicional como el regionalismo o foralismo. Lo cual, como diré,
revierte en una contradicción interna con la legislación fundamental del mismo
y con la representación orgánica."
Sería ese, pues, el panorama
político que camparía a sus anchas en España durante unos años totalitarios
hasta, en la praxis, 1944. Habrá entonces un giro hacia una quizá suerte de
democracia cristiana (con lo desastroso que ésta implica) y, a la postre,
conservadurismo que se prolongaría hasta después de la muerte del General.
En esta situación los carlistas
se mantenían fieles a la Monarquía que, tras Don Alfonso Carlos, encarnaría el
Rey Don Javier y la Reina Doña Magdalena. No sin sufrimientos y desasosiegos
puesto que en palabras Don Manuel Polo y Peyrolón el carlismo no es algo de
buen sabor y victorias fáciles, sino que viene a dejar en numerosas ocasiones
el desaliento en algunos de sus leales ante un mundo que los intenta seducir.
Un mundo que ya entonces se extranjerizaba y europeizaba fiel al deseo
orteguiano.
Para quienes se apoyaban y apoyan
en el orteguismo no cabe una continuidad sino una ruptura con el pasado, con un
pasado que es la oscuridad de la religión y la Cristiandad mayor venida a
Christianitas minor con la evolución al protestantismo de los países europeos;
quedando como resquicio de esa Christianitas maior España. Pero aún con la
Christianitas minor, para el pensamiento moderno cabe una única salida hacia el
futuro y es la ruptura voluntarista con la tradición española, es decir,
católica.
Campando a sus anchas el
pensamiento moderno y potenciado desde las altas esferas, que no serían otras
que la plutocracia internacional y de cuño protestante-calvinista, quedaba ese
rescoldo de Christianitas que sería el carlismo en la persona del Rey Don
Javier y la Reina Doña Magdalena.
Va a fomentar que lo llamemos
resistencia el internacionalismo que dará un giro en la política española
europeinzante y democratizante que rompe con las libertades patrias. Todo ello
en aras de "una empresa común". Empresa que cuyos dirigentes se
mantendrán a la sombra gobernando desde fuera pues no interesa que la multitud
conozca quiénes son realmente. Todo esto es lo que se revestirá y llamará
tecnocracia, como gobierno de los técnicos, gobierno de muchos.
Sobre esta tecnocracia escribiría
el Prof. Ayuso Torres que "la constante escalada izquierdista en el
exterior - refluyente en España - y el desamparo internacional, condujeron del
España es (políticamente) diferente hasta el España es (políticamente) análoga
al resto de la Europa occidental. El convencimiento de que no era posible una
aventura española desligada del contexto europeo propició esa solución
técnica." "La Ley Orgánica del Estado de 1966, cerrará, junto con la
parte organizatoria de los poderes, el complejo normativo fundamental. Además,
durante este tiempo, se aprobarán otras tres leyes de neto significado
asimilacionista: la Ley de Prensa e Imprenta (1966); la Ley de Libertad
Religiosa (1967), consecuencia del Concilio Vaticano II; y la Ley General de
Educación (1970), una ley inequívocamente made in UNESCO."
Así se iba construyendo avant la
lettre un régimen de corte europeo y liberal que era en sí una consecuencia
inevitable del romper con la tradición política española cultivada y
acrecentada durante siglos para la ulterior traición del accipiens político que
la recibiría salvando el caso de los Reyes legítimos. Claro que éstos
gobernando desde el exilio, lo cual es sumamente difícil y muestra la
heroicidad de un poder natural y jerarquizado que intenta mantenerse allí donde
ha sido implantado a golpe de martillo el desorden y la des-jerarquización
natural. Una autoridad natural que intenta mantenerse allí donde gobierna a sus
anchas la autoridad artificial e impuesta, la autoridad acaparadora del Estado
moderno y lo que se ha dado en llamar derecho nuevo. Ese espíritu de retorno a
la agricultura tan vivo en Don Jaime que plasmara el Conde de Melgar y que
heredado por Don Javier se verá frente a la plutocracia capitalista e
industrial reinante en España consecuencia de la cual vemos hoy las
extranjerizaciones de las costumbres y la desvinculación familiar y religiosa
al querer cerrar como una postilla ese régimen plutocrático y extranjero -
ilógico y artificial - sobre el pensamiento y las costumbres del pueblo español
que, sin la esperanza que le hubiera dado su espíritu tradicional y religioso,
imita a las falsas costumbres impustas por una Europa - americanizada - que se
ha convertido en el monstruo totalitario revuelto contra el orden y la
autoridad naturales.
Orden y autoridad naturales que
encarnó la última reina de España, Doña Magdalena de Borbón-Busset. Sirva,
pues, como bosquejo a la Reina y a la esperanza que ella fue y encarnó, puesto
que no nos quedaremos en la consideración de su persona sino en los valores
eternos que representa, contrapuestos a estos Estados hodiernos diametralmente
opuestos y artificiales que, a la postre, no es más que el totalitarismo
enmascarado - aunque cada vez esa máscara vaya desmoronándose más -.
Jesús de Castro