VICENTE
MANTEROLA PÉREZ: LA VOZ DE LA UNIDAD CATÓLICA (VISTA POR UN LIBERAL)
Que las guerras
carlistas fueron guerras eminentemente religiosas, como se vio forzado a
reconocer un anticarlista como Menéndez Pelayo, es un hecho empírico
contrastado. Cuando con mayor brío clamó el grito de la legitimidad fue cuando
más fuerte atacaba la Revolución liberal, que hiciera pública adhesión al
averno con aquella copla de
Muera
Cristo
Viva
Luzbel
Muera
Carlos
Viva
Isabel
Mientras asesinaban prontamente
a decenas de religiosos en julio de 1834.
El desencadenante
esencial de la III Guerra carlista fue la política anticlerical y la proclamación del principio impío de
la libertad de cultos, que introducía en España el protestantismo y daba carta de naturaleza al enemigo que había ensangrentado, dividido y destruido la Cristiandad. Tuvo su impugnador en las Cortes al canónigo de Vitoria
Don Vicente Manterola Pérez, diputado carlista por Guipúzcoa en las elecciones
de 1869, que tuvo el honor de cantar las glorias de la Unidad Católica de
España y la dignidad de abandonar las Cortes cuando se aprobó el principio
opuesto de la libertad de cultos, marchándose al exilio para organizar el
levantamiento carlista. Durante la guerra siguió siendo hombre de confianza de
Don Carlos.
Una vez abandonadas las Cortes para unirse
activamente a la preparación del alzamiento carlista, Manterola publicó en 1871
tres folletos en apoyo de Don Carlos: "Don Carlos o el petróleo",
"Don Carlos es la civilización" y "El espíritu carlista".
En el primero alerta, que si
no se quiere otra Comuna en España, es preciso que reine Don Carlos, el único baluarte contra la
Internacional es el carlismo. En el segundo escrito, es
notable, en particular, la impugnación que hace del capitalismo. En el tercero, llama la atención, la
condenación del despotismo.
El discurso más brillante de Manterola tuvo lugar el 12 de abril de 1869 como réplica
al republicano Castelar, con motivo de la discusión de la nueva constitución
española, declarado partidario “de todas las buenas libertades”, Manterola
llamó la atención sobre los artículos 20 y 21, que debían ser objeto de debate. El primero porque, según su
redacción, “el Estado en España no tiene religión, no cree en Dios”, reclamando
que fuera proclamada la católica como la religión del Estado español. El
artículo 21 porque sancionaba la libertad de cultos.
Francisco Cañamaque,
periodista liberal de la época, relata desde su óptica contraria este memorable discurso y no puede dejar de reconocer la fuerza de los argumentos de
Don Vicente:
"Iba a librarse ruidosa y formidable batalla: la intransigencia contra la
libertad, ayer contra hoy, el catolicismo contra el progreso. Todos la
esperaban, nadie la sentía. El choque, sin embargo, debía ser terrible. Eran
muchos siglos contra la audacia de uno contra los agravios de todos.
¡Qué hermoso espectáculo! España iba a decir el por qué de su
rompimiento con la tradición, el motivo de su divorcio con la intolerancia, el
derecho de conservar libres las ideas de su pensamiento y las preces de su
conciencia.
Se presenta pidiendo plaza en nombre de la unidad católica un joven
fuerte, vigoroso, de aire profano y atrevido. Viste el traje de la Iglesia, es
sacerdote. Tiene los ojos negros y vivos, la tez morena, la boca grande,
arqueadas las cejas, rapada como un quinto la cabeza. El todo de su fisonomía
es varonil, pronunciado enérgico. Más que la de un sacerdote parece su cara la
de un seglar animoso y fuerte. Preguntémosle como se llama: dice que es
canónigo y que se llama Vicente Manterola.
En efecto, él es: teólogo, periodista, orador católico intransigente, político apasionado, enemigo irreconciliable, carlista en el llano y en la montaña, hombre instruido y de talento en todas partes.
Mirad como empezó, qué elocuentemente:
<< Yo, señores diputados, que vengo a decir la verdad, toda la verdad; yo, que os debo toda la lealtad de mi alma, no puedo menos de afirmar que he oído con el corazón profundamente lastimado, no lastimado tan solo, con el corazón destrozado con el corazón hecho pedazos y manando sangre, los cargos tremendos que se han dirigido a la Iglesia católica, cargos injustos, cargos gratuitos, cargos infundados. Debo, pues, señores, ante todo, vindicar a la Iglesia católica, para quién es toda la sangre de mis venas, todos los latidos de mi corazón, toda la energía de mi espíritu, todo mi ser, todo mi yo; y después descendiendo a los señores de la comisión, tratares de estudiar su obra partiendo de mi criterio católico; y estudiando su obra desde mi punto de vista católico, me permitiré decir que ese proyecto no me parece pueda satisfacer las necesidades imperiosas, las aspiraciones más legítimas del pueblo español, porque me parece que ese proyecto es mezquino, y vosotros sabéis que es grande y fue siempre grande el pueblo español. Ese proyecto no es bastante católico, y el pueblo español… ¡oh! El pueblo español es el pueblo más católico del mundo>>.
Este periodo, dicho con palabra fácil y desenvuelta, con calor y
entusiasmo, terciado el manteo y en movimiento las manos, es un periodo que
basta para acreditar a un orador. Demostró, pues, en tan breves palabras que
sabía hablar; pero demostró también que, de naturaleza ardiente, sabía herir.
¿No es impropio en cualquiera, en un sacerdote altamente censurable, llamar mezquina a la obra de unas Cortes? Este fue el
primer arañazo de sus garras, la primera manifestación de su apasionamiento.
Ríos Rosas, que era uno de los autores de aquella mezquindad , a punto estuvo de tirarle el bastón
y detrás del bastón el sombrero; pero se contuvo, reprimió un rugido y calló.
Desde sus primeros disparos Manterola no cesa de aludir acautelar;
quiere medir su brillante palabra con la inimitable del gran tribuno. Defiende
al catolicismo del cargo justísimo de enemigo de la libertad y de la ciencia, y
sin recurrir más que a su buena memoria, afirma en los siguientes términos que
la creación de los grandes centros del saber humano es obra de los Papas.
<< ¿Dónde estaba el protestantismos, señores diputados, cuando ya
en el año 895 se fundaba la Universidad de Oxford? ¿Dónde estaba cuando se
fundaron las Universidades de Cambridge el año 915, la de Pádua en 1179, la de
Salamanca en 1200, la de Aberdeen en 1213, la de Viena en 1237, la de
Montpellier en 1289, la de Coimbra en 1290? …
<< ¿Os fatigo, señores diputados? Es que las grandezas de la
Iglesia católica abruman bajo su peso a todos los que las consideran…… >>