Con ocasión del 80º aniversario
del Alzamiento Nacional, Agustín De Beitia entrevistó al profesor Miguel
Ayuso en el diario LA PRENSA sobre el verdadero sentido de la Cruzada de
Liberación 1936-1939: La Guerra Civil como lucha espiritual Fuente AQUÍ
-El análisis de la guerra debe
partir de la República. ¿Diría que hoy prevalece una visión romántica de ésta?
-Primeramente, en efecto, la
República viene identificada de modo general con la democracia, pese a que
desde el inicio se caracterizara por una política revanchista llena de odio, en
particular a la religión. No hay que olvidar que antes de cumplirse un mes de
su proclamación se produce la primera quema de conventos. Identificación que
pronto se reduce a la izquierda sin más. De ahí la ecuación Republica=Democracia=Izquierda,
que hace que pese a que las elecciones de 1933 las gane la derecha (la
democracia cristiana por más señas) no pueda gobernar sino en coalición con el
partido radical de cuño masónico y, aun así, se produzca de resultas una revolución,
como la de Asturias, de 1934, atizada no sólo por el Partido Comunista sino
principalmente por el Socialista, en la que muchos han visto el origen
inmediato de la guerra civil. Las elecciones de febrero de 1936, ganadas por el
Frente Popular en un clima pre-bélico, desencadenan un conjunto de desórdenes,
con amenazas a los enemigos políticos que llevan incluso al asesinato de uno de
los líderes de la oposición parlamentaria, José Calvo Sotelo, crimen en el que
la policía y el gobierno aparecen implicados.
-¿Qué factores contribuyeron a que
se haya impuesto esa lectura?
-Aunque parezca increíble a la
luz de hechos bien contundentes, la visión idílica de la República se ha
impuesto por el sectarismo de la izquierda, que lógicamente no perdonó su
derrota y dedicó sus poderosas conexiones en el mundo de la cultura y los medios
de comunicación para acuñar esta leyenda. Pero también por la
"exquisitez" de los liberales, siempre dispuestos a entregarse a la
izquierda para hacerse perdonar su condición de burgueses y que en consecuencia
se muestran equidistantes entre las fuerzas en liza.
-Usted se ha referido a la
existencia de una serie de mitos de la izquierda sobre el origen del conflicto.
¿Puede recordarlos?
-Se trataría, en la línea de lo
que acabo de decir, de la destrucción de una supuesta democracia ejemplar por
unos militares fascistas sostenidos por las fuerzas de la reacción y la
oligarquía, con la Iglesia a su cabeza. Esto es insostenible, porque es la
izquierda social-comunista la que estaba dispuesta a romper con la República
burguesa, hasta el punto de hallarse preparada para la revolución, lo que los
militares frenaron con el golpe. Golpe fallido que desembocó en una guerra.
Unos militares además en su mayor parte masones y liberales pero que no estaban
dispuestos a dejar que los comunistas se impusieran por la fuerza. En realidad,
de haber sido por el Ejército se habría tratado de una simple reacción
moderadora de los extremismos de la República, una especie de "buena
República". Pero lo que dio el tono a la guerra fue la religiosidad del
pueblo tradicional, de modo singular en el norte, en Navarra especialmente,
donde el levantamiento fue imponente y henchido de fervor religioso y
monárquico. Hay que tener en cuenta que el Carlismo era allí muy activo y sin
su concurso no se puede explicar el sentido de la guerra. La Falange, en
cambio, fascistizante, era prácticamente inexistente al principio, y sólo el
signo de los tiempos y el oportunismo de Franco la convirtieron en una fuerza
decisiva.
-¿Las explicaciones que se han
dado a la guerra son insuficientes?
-Hay una serie de
categorizaciones ampliamente difundidas que son insuficientes cuando no falsas.
En primer lugar, por ejemplo, se ha querido explicar la guerra desde un ángulo
sociológico como el campo "nacional" contra la ciudad
"roja", pero no se trata sino de una diferencia cuantitativa, pues en
los dos bandos hubo campesinos y obreros. O, a continuación, en términos
económicos, ricos contra pobres, pero igual que en Extremadura o Andalucía los
braceros pudieron estar con la República y las clases acomodadas con el
Alzamiento, en Castilla o Navarra fue al revés y son las clases populares las
que se adhirieron a la España nacional. Una tercera lectura, de cuño
internacional, que ve en la guerra de España un anticipo de la II Guerra
Mundial, con la lucha entre fascismo y comunismo o entre fascismo y democracia,
tampoco es satisfactoria, por más que la situación agitada de la época en
Europa pueda considerarse un factor concomitante pero en modo alguno decisivo.
-Lejos de esa interpretación,
usted distingue unas causas coyunturales y otras remotas de la guerra. ¿Cuáles
son?
-En efecto, a mi juicio no se
puede entender el fenómeno de la guerra de España sin distinguir sus causas
remotas de otras próximas. Las primeras nos llevan a un siglo y medio de
tragedias que comienzan con la escisión espiritual de España producida de
resultas de la invasión napoleónica y donde surge una lucha con motivación
religiosa, cívico-religiosa mejor dicho, contra el liberalismo. Es el
liberalismo, con sus raíces intelectuales en el protestantismo, el que a través
de un error político provoca la cuestión social. De ahí que el pueblo,
proletarizado por las desamortizaciones, y arrojado a la miseria, se convierta
al menos en parte en masa volcada a la revolución. A lo largo del siglo XIX el
proceso va madurando y en los años treinta del siglo XX, en el seno de una
crisis profunda, esa sí coyuntural, prende de modo violento. La mecha radica en
la II República, que exaspera y hace estallar el conflicto que la llamada
Restauración, esto es, el sistema de la monarquía liberal establecido en 1874 y
que se extiende hasta la proclamación de aquélla en 1931, había represado.
-¿Podría decirse que la fe está
en el trasfondo del conflicto? ¿Por qué?
-Sí, pero debo decir que no se
trata del acto de fe individual, comprendido al modo protestante, sino
corporeizado comunitariamente según la tradición católica. Lo que se dilucidó
con sangre en los campos españoles no fue una mera cuestión de poderío o
dominio sino una lucha espiritual, de ideas, entre quienes pretendían fundar la
convivencia sobre bases estatales y laicas y quienes se aferraban a la
comunidad de base religiosa. La causa inicial fue pues el sentimiento religioso
herido o, más exactamente, un catolicismo entrañado comunitariamente que no puede
aceptar verse reducido a condición privado dentro de un orden civil o
secularizado. El laicismo violento y perseguidor de la etapa republicana,
prolongado en la zona roja durante la guerra (con el asesinato de trece
obispos, cerca de siete mil sacerdotes y religiosos, sin contar los laicos),
por tanto, alcanza particular relieve.
-La bibliografía sobre el período
de la guerra es muy abundante. Hay quien dice que ronda los 40 mil volúmenes.
¿Es aún hoy la Guerra Civil española un campo de batalla ideológico? ¿Por qué
sigue siendo así? ¿Qué es lo que está en juego hoy?
-Creo que la bibliografía sobre
la guerra de España supera a la de la misma II Guerra Mundial, hecho que
refuerza la interpretación que hemos ofrecido y que excede en cambio sus
categorizaciones parciales. Es lógico, pues, que siga siendo un campo de
batalla ideológico. Se dijo hace decenios respecto de los Estados Unidos, lo
que admite traslado sin dificultad a otros ámbitos, que puede predecirse la
posición política futura de periodistas e intelectuales a partir de su actitud
ante la guerra civil española. Lo que se evidencia en muchos ámbitos. No es
principalmente, me parece, el descrédito del régimen de Franco lo que se busca
por cierta historiografía. Pues Alzamiento, guerra y régimen de Franco son
hechos distintos en su origen y motivaciones, y consiguientemente deben también
diferenciarse los juicios sobre ellos. Sin que pueda establecerse una
convertibilidad entre la guerra y el régimen que le siguió, quizá porque se
trató sólo de una Cruzada y no una verdadera guerra civil. Una guerra civil es
fundadora y una Cruzada busca sólo la defensa de la fe. Es el fondo macabaico y
no cainita del conflicto cuando se contempla dese las alturas de la teología de
la historia el que sigue concitando el odio en muchas ocasiones.