CARLOS HUGO ¿LA ALTERNATIVA FEDERAL A JUAN CARLOS?
Acabamos de leer con
interés el último libro de Manuel Martorell Pérez “Carlos Hugo frente a Juan Carlos: la solución federal para España que
Franco rechazó”. Tras su estimable "Retorno a la Lealtad", Premio Hernando
Larramendi, esta obra propone un acercamiento a la figura de Carlos Hugo de los
años 60 que en cierto modo es un resumen de la tesis doctoral del mismo autor.
La amplia documentación
aportada en la obra vendría a demostrar la parcialidad del título del libro y
su propia tesis central. En efecto como estrategia de marketing podría resultar
sugestivo apelar a la posibilidad de un rey alternativo que vendría a
solucionar los conflictos “catalán y vasco” (así se presenta en su campaña
promocional dicho libro). Pero esa tesis así presentada es mendaz, y no se
compadece con la verdad de la historia del carlismo y de España. Y resulta una
pena esta contradicción tan flagrante entre lo aportado y lo propuesto como
tesis conductora del libro. El federalismo, que si forma parte del acervo doctrinal del carlismo, nunca fue el nervio central de la alternativa presentada por Carlos Hugo en su presentación en España (entiéndase el federalismo en su acepción clásica en el pensamiento tradicional, como principio federativo radicado en la subsidiariedad). Posteriormente el propio Carlos Hugo en su escisión ideológica de los 70, cuando realmente ya no representaba una alternativa a Juan Carlos, por propia renuncia, pondrá el acento en un federalismo de matriz revolucionaria, larvado ya de nacionalismo y rendido a la mitología romántica del separatismo, pero lo mas importante de su argumentario fue sin embargo su sedicente socialismo autogestionario y el progresismo social.
Quizás lo único cierto
del título sea que Franco rechazó a Carlos Hugo. No cabe duda de que pese a la
mitificación que de buena fe algunos hicieron de su figura tras su muerte
(fácil hacerlo en comparación con los efectos devastadores en lo moral y en lo
social del llamado proceso democrático) y de que el tiempo que le tocó vivir le
situó frente al comunismo internacional en el orden interno no dejaba de ser un
espadón más de la convulsa historia del liberalismo español, con más honores
militares por su participación en la guerra de África, pero políticamente igual
de desastroso que un Narváez o un Pavía. La autocracia franquista tenía
decidida de antemano la restauración de la dinastía liberal, intrínsecamente
débil, sin simpatías populares y siempre necesitada de ser arropada por la
fuerza de los ejércitos. Que no se decidiese por el sedicente Conde de
Barcelona anteriormente no resta ni un ápice a la decisión que tenía planteada
Franco. El legitimismo, tras el sacrificio brutal de la guerra y con el Regente
presa de los nazis no lo tenía fácil. Su hijo mayor, apartado sus primeros años
de adolescencia de la tutela efectiva de su padre por las circunstancias
antedichas; era demasiado niño para vivir con conciencia lo que supuso la
guerra de 1936-1939 y en el paso de la niñez de la adolescencia se vio
sobrepasado por las circunstancias de la II Guerra Mundial. Cuando despuntaba
su figura como Príncipe de Asturias estaba totalmente “por hacer”. Los mismos
datos apuntados por Martorell lo señalan.
Rafael Gambra, el gran teórico del carlismo y de la Monarquía tradicional
El carlismo demostró audacia y capacidad política para leer los nuevos desafíos. Hay una figura esencial
en la configuración de esta alternativa, es la de Rafael Gambra Ciudad. No sólo
por el hecho de que fuese el propio Gambra quien presentase a los carlistas al
Príncipe de Asturias desde la cima de Montejurra. Las obras de Gambra no sólo
destacaban en el ámbito de la filosofía. En sede política vendría durante los
años cincuenta a representar una actualización doctrinal que inspiró a las
generaciones de jóvenes estudiantes tradicionalistas sobre todo a través de la
obra “La monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional”. Esos
jóvenes verían en el Príncipe de Asturias la encarnación de lo propuesto por
Gambra y emprenderían con ese afán una gran labor de promoción explorando los
más diversos ámbitos para llamar la atención de la opinión pública. Sin embargo
en el orden de las ideas Carlos Hugo no fue únicamente una “alternativa
federal” (ni mucho menos “la” alternativa federal por antonomasia). Con
independencia de la discutible terminología “federal”, acogida no obstante por
insignes tradicionales como Manuel de Santa Cruz[1],
Gambra vendría a clarificar el concepto de los Fueros, con unas exigencias que
sobrepasaban con mucho el mero reconocimiento del hecho folclorista regional.
Pero no se perdía de vista su auténtica dimensión como todo el acervo
legislativo anterior al mal llamado derecho nuevo, tal y como estableciese Don
Alfonso Carlos I en los principios intangibles de la legitimidad española. La
tesis de Martorell anunciada en el propio título de la obra eleva a categoría
lo anecdótico y da una visión muy pobre del carlismo. El foralismo se podía
defender sin el resto de principios del tetralema… desde posiciones liberales.
En último instancia de ese modo fue salvaguardado por las oligarquías
provinciales en Navarra y Vascongadas, con insignes teóricos del mismo. Piénsese
en Guipúzcoa en el Conde de Villafuertes y su bandera Paz y Fueros para integrar el régimen foral en el nuevo
régimen constitucional. O el radical anticarlista y fuerista vizcaíno Fidel de
Sagarmínaga Epalza, el fuerismo liberal navarro de Juan Yanguas Iracheta y
Hermilio de Oroliz o el fuerismo liberal alavés de Mateo Benigno de Moraza.
¿Iba a quedar el carlismo reducido a una mera protesta foral?
Políticamente el mayor título
que se podía reclamar era el de ser el Príncipe de la Cruzada, el príncipe del
18 de julio. De forma solemne, cuando las más grandes concentraciones de
Montejurra este era el lema unívoco de todos los carlistas. Y los manifiestos e
intervenciones de Carlos Hugo no dejaban lugar a dudas. Frente a Juan Carlos
siempre se esgrimía la cobardía de los alfonsinos en la guerra y en la
república. Cuando Montejurra fue realmente un acto de masas fue cuando más se
incidía sobre este carácter de memorial de la Cruzada. Las evoluciones
posteriores vinieron después, primero con la confusión en el ámbito de los
temas sociales, en entornos en los que la misma Iglesia también se vio
trágicamente afectada. Así hasta una deriva absolutamente disolvente con la
total infiltración de elementos izquierdistas (PULSAR AQUÍ). Pero ni siquiera en este periodo
se puede conceptuar simplemente como una alternativa meramente “federal”.
Carlos Hugo pretendió ser alternativa a los comunistas por la izquierda y luego
buscar acomodo en la social democracia. Ya el pueblo carlista le había dado la
espalda (PULSAR AQUÍ).
El Carlismo siempre propugnó la Monarquía Foral
Por otro lado está el
infantilismo del autor al pretender que la supuesta alternativa federal iba a
acabar con los contenciosos nacionalistas. La propia constitución de 1978
señala en su disposición derogatoria segunda
En tanto en cuanto pudiera conservar
alguna vigencia, se considera definitivamente derogada la Ley de 25 de octubre
de 1839 en lo que pudiera afectar a las provincias de Alava, Guipúzcoa y
Vizcaya.
En los mismos términos se considera
definitivamente derogada la Ley de 21 de julio de 1876.
Es decir deroga las leyes abolitorias consecuencia de la
primera y tercera guerra carlista.
Y en su disposición adicional se reconocen y garantizan
los derechos históricos de los territorios forales.
¿Quiere insinuar entonces que los fueros están salvaguardados y que la
lucha del carlismo ya no tiene sentido? Pues yerra de plano, porque eso no son
fueros, son fraudes de ley dentro del derecho nuevo y revolucionario. El propio Carlos Hugo acabó apoyando la Constitución de 1978, evidenciando su total alejamiento doctrinal y político del auténtico foralismo y del Carlismo (PULSAR AQUÍ).