DON SIXTO ENRIQUE
DE BORBÓN Y LA DIGNIDAD DE LA REALEZA
Mi respuesta a la carta del
Príncipe de Bauffremont
Estoy completamente de acuerdo
con la hermosa carta que el Príncipe de Bauffremont me ha dirigido, hecha
excepción de una alusión al título de infantazgo de «Duque de Anjou»,
grotescamente atribuido a un tal Luis Alfonso de Borbón y Martínez-Bordiú,
descendiente lejano, aunque al parecer simpático, de la cómplice de Luis Felipe
de Orleáns en la usurpación, la reina Isabel de España, y que es, por otra
parte, primo de Henri de Bauffremont. Ahora bien, es universalmente sabido que
todo título de infantazgo sólo puede ser atribuido por un rey reinante que
tenga legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio, y que ha de ser
confirmado en cada generación, como siempre mantuvo Enrique V, Conde de
Chambord.
El Príncipe de Bauffremont
recuerda con acierto que nos reunimos cada 21 de enero con el exclusivo fin de
recordar el sacrificio del rey Luis XVI; y yo mantengo que esta conmemoración
no debe servir ni ser utilizada, en manera alguna, para beneficiar una
promoción publicitaria pseudodinástica bajo pretexto de favorecer la situación
estratégica o política de cualquier miembro de la dinastía de los Capetos o de
cualquiera de nosotros.
No es menos evidente que la
presidencia de esta conmemoración no puede recaer, fuera de toda argumentación
sucesoria o dinástica y por orden generacional, sino en los de mi Casa en
cuanto que es la más próxima por la sangre a ese rey mártir, tal como se ha
hecho durante más de cincuenta años, primero bajo la autoridad de mi padre y
luego de la mía.
Sixto Enrique
Príncipe de Borbón Parma
En la acertada respuesta
de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón al Príncipe de Bauffremont se
encuentran interesantes claves sobre el papel y la dignidad de la realeza en un
mundo y un tiempo en que el paradigma igualitarista ha nublado los
entendimientos sobre la misma. Estas dificultades podrían explicar, aunque no
justificar, el papel confusionista al que se han prestado gentes de sangre real
(aclaremos en este punto que Luis
Alfonso Dampierre no lo es) con la intención de buscar un acomodo. Piénsese
en el papel de comparsa de la República de Portugal de Don Duarte de Braganza o
en el intento de legitimarse plebiscitariamente de Simeón de Bulgaria. El
Abanderado de la Tradición (título que como el propio Don Sixto Enrique se
encargó de recordar en septiembre de 2008, al cierre de los actos de los 175
años del Carlismo, «tiene un carácter ejecutivo»), emparentado con ambos, no
carece de espíritu magnánimo y por eso compadece sus acciones. Sin embargo es
el ejemplo del Duque de Aranjuez el que más fielmente se ajusta a la dignidad
del papel de la realeza. Ejemplos sobran de su implicación en las problemáticas
sociales y políticas más acuciantes e inmediatas del ámbito español (de la
vieja y de la nueva España) e internacional, sea con la pluma o con la espada,
pero sin olvidar los graves deberes que le impone su nacimiento. (Pulsar Aquí)
En primer lugar el de ostentar la
jefatura de la rama mayor de los Borbones. Lo que sin desmerecer ni desatender
sus obligaciones para con Parma exige unas responsabilidades que trascienden
con mucho el Ducado.
En segundo lugar mantener los
fundamentos doctrinales de la realeza, que son los que justifican la misma y la
diferencian de la impostura de las repúblicas coronadas, «decoraciones
heráldicas de la Revolución que usurpan su nombre» (en frase de Vázquez de
Mella) Pulsar Aquí. Desmayos que no sólo afectan a las casas que nominalmente ocupan
jefaturas de Estado, sino que se extiende, con mayor escándalo, a los que
estarían llamados por su sangre a ocupar un puesto en la historia de la
Monarquía.
En tercer lugar, consciente de
dichas responsabilidades y siguiendo la senda marcada por los reyes carlistas,
Don Sixto Enrique no descuida sus responsabilidades para con Francia. Oportuno
a este respecto es recordar el Testamento de Carlos VII:
Aunque España ha sido el culto de mi
vida, no quise ni pude olvidar que mi nacimiento me imponía deberes hacia
Francia, cuna de mi familia. Por eso allí mantuve intactos los derechos que
como Jefe y Primogénito de mi Casa me corresponden. Encargo a mis sucesores que
no los abandonen, como protesta del derecho y en interés de aquella extraviada
cuanto noble nación, al mismo tiempo que de la idea latina, que espero llamada
a retoñar en siglos posteriores.
Quiero también dejar aquí consignada
mi gratitud a la corta, pero escogida, falange de legitimistas franceses, que
desde la muerte de Enrique V, vi agrupados en torno de mi Padre, y luego de mi
mismo, fieles a su bandera y al derecho sálico.
A la par que a ellos, doy gracias,
desde el fondo de mi alma, a los muchos hijos de la caballeresca Francia, que,
con su conducta hacia mí y los míos, protestaron siempre de las injusticias de
que era víctima, entre ellos, el nieto de Enrique IV y Luis XIV, constándome
que los actos hostiles de los Gobiernos revolucionarios franceses, son
inspirados con frecuencia por los mayores enemigos de nuestra raza.
Recuerden, sin embargo, los que me
sucedan, que nuestro primogénito pertenece a España, la cual, para merecerlo,
ha prodigado ríos de sangre y tesoros de amor.
Todos estos graves deberes han
sido cumplidos, con admirable dignidad, por Don Sixto Enrique, en la línea
marcada por los Reyes carlistas.