Monumento a Cabrinetti financiado e inaugurado por el Ayto. separatista de Puigcerdá en 2012
Según el profesor de la
Universidad de Barcelona Ricardo García Cárcel, una de las características de
la irrupción del catalanismo fue que la estética historicista se apoderó de
muchas instituciones y proyectos públicos. Algo que lejos enmarcarse en unos
cánones tradicionales tiene, a decir del historiador citado, una carga
mitológica y determinista que en lugar de venerar la continuidad de la historia
pretende ideologizar el pasado de una presunta Cataluña prístina y pura, en
todo superior y diferente a cualquier elemento común con el resto de España.
Por eso resulta muy
significativo que pese a cierto relato liberal ni el catalanismo primigenio del
postrer siglo XIX, ni el nacionalismo del siglo pasado o el separatismo
hodierno hayan usado el carlismo para esa retórica historicista. En cualquier
municipio catalán que haya tenido un mínimo de relación verdadera o presunta con
la guerra de Sucesión a instancia de sus regidores separatistas y con el apoyo
de los constitucionalistas se levantará un monolito o placa que retuerza
aquellos hechos históricos, agigantando su importancia y enmarcándolos en esa
especie de Volkgeist “catalán”, pese a que a inmensa mayoría de los actores de
esa guerra no fueron catalanes. Sin embargo el carlismo fue tan
significativamente mayoritario en Cataluña como en otros territorios de Aragón,
al igual que también lo fue en Castilla, pero por las peculiaridades del
entorno de la montaña catalana pudo controlar y hacerse más fuerte que en otros
puntos de España, llegando los Reyes legítimos cuando estuvo asegurado el
terreno a gobernar disponiendo la restauración foral. Pese a ello las gestas de
los carlistas catalanes no forman, a Dios gracias, parte de ese historicismo
burdo, que defendiendo en la actualidad las ideologías más disolventes y
contrarias a la historia de Cataluña traza un relato idealizado desde la
Cataluña feudal de los condes y el principado medieval -donde se aplicaban los
peores abusos y “malos usos” contra los trabajadores de la tierra hasta que los
Reyes Católicos pusieron fin a dichos excesos- a la guerra de Sucesión -donde la
pérdida de los Fueros es efecto de la traición de las instituciones
oligárquicas catalanas al juramento que años antes dieron al legítimo Felipe V-
y hasta los recientes hecho de la guerra de 1936 en la que el nacionalismo y el
anarquismo arrasaron con el patrimonio artístico e histórico catalán y
asesinaron a más de 9.000 catalanes en poco más de dos años.
Así las guerras
carlistas, que tuvieron muchísima más importancia militar y sobre todo política
y social en el Principado que la Guerra de Sucesión, quedan ignoradas y cuando
el separatismo se ha de posicionar lo hace netamente por el bando intruso y
liberal. Lo hace el pseudohistoriador Oriol Junqueras en su demencial, como
todo lo que escribe o dice, libro “Carlinades. El Far West a la catalana”. Y
cuando se ha de erigir algún monumento o recuerdo tan del gusto historicista a
quien se rinde homenaje es a los liberales. Uno de los mejores ejemplos puede
ser Puigcerdà, municipio a los pies de la estación de esquí de La Molina y
destino predilecto de vacaciones invernales de los Pujol y la burguesía
separatista de Barcelona. Desde 1983 siempre han ganado las elecciones
municipales los nacionalistas y desde hace veinte años sólo hay concejales
nacionalistas en el municipio. Sus alrededores combinan mansiones y hoteles de
lujo con todas las facilidades para las distracciones deportivas de invierno
con un ambiente batasunazi, donde el amarillo y los lemas supremacistas y
antiespañoles llenan muros de las carreteras de acceso. En ese ambiente y por
esos políticos separatistas se erigen dos monumentos que rinden homenaje a los
defensores de la ideología liberal con la excusa de los pequeños asedios a que
fue sometida a Villa durante las guerras carlistas. En la céntrica “Plaça dels
Herois” se levanta un túmulo de indudable inspiración masónica con la fecha de
esos asedios, aunque en puridad sólo hubo uno, el de la tercera guerra, los
otros no pasaron de pequeñas escaramuzas. En su base se puede leer en catalán
una irreal explicación de aquellos hechos con los peores tópicos de la
historiografía liberal. Puigcerdá antes de que los deportes de invierno la
pusieran de moda y atrajese a los barceloneses no pasaba de tener unas pocas
masías alrededor de un recinto amurallado sobre lo alto de una montaña de 1.200
metros y una importante guarnición militar y de carabineros. Los primeros
aseguraban la plaza por su condición fronteriza, los segundos el resguardo
fiscal y aduanero. Esas guarniciones otorgaban una relativa prosperidad a los
habitantes de la Villa. Depurada la tropa y la oficialidad de simpatías
carlistas el bando liberal contaba con un ejército regular y continuas
movilizaciones forzosas. 500 soldados del Ejército liberal defendieron
Puigcerdá, movilizando obligatoriamente a toda la población, concentrada fundamentalmente
en la Font de les Monges, que permitía una buena defensa de la plaza por su
escarpada orografía. Si la Villa no terminó de ser liberada en las guerras carlistas
se debió al hecho de que Francia impidió siempre a los carlistas apostarse en
los flancos de la frontera, impidiendo rodear Puigcerdá, mientras que daba apoyo
y cobertura a las tropas liberales. Finalmente la llegada por el collado de
Toses del General liberal Cabrinetti decidió el repliegue de las tropas
carlistas ante la imposibilidad material de avanzar más sobre la plaza. En
cualquier caso fue una opción táctica, no un mérito de Cabrinetti, que a la
postre sería derrotado por Savalls en Alpens. Fue finalmente Martínez-Campos
quien llevando a cerca de 4.000 hombres y artillería a Puigcerdá, además de
fortalecer sus murallas aseguró el dominio de la Villa. Muchos de aquellos
soldados llegados de todo el resto de España ya se avecindaban en Puigcerdá una
vez licenciados, descendiendo muchos actuales separatistas de aquellos militares,
lo que no dejaba de desmentir el relato nacionalista que señala de una Cataluña
étnicamente pura -el anteriormente aludido Junqueras dijo no hace mucho aquella
majadería de que “los catalanes son genéticamente más cercanos a los franceses
que a los españoles” (sic)- que tuvo que soportar la inmigración masiva del
resto de españoles en el siglo XX.
Túmulo masónico en recuerdo del ejército liberal
En fin, se trató de un
episodio no exento de importancia estratégica, pero ni mucho menos definitivo o
esencial de las guerras carlistas y cuya defensa ni por asomo se asemeja en un
ápice a los grandes sitios de la historia de España o a la resistencia del
bando nacional en el Alcázar de Toledo o el Santuario de Santa María de la
Cabeza.
Sin embargo pronto los liberales se afanaron en su idealización, a lo que con mucho
entusiasmo se sumaron los nacionalistas. Para que no quepa duda de quién es
heredero de quién el ayuntamiento radicalmente separatista de Puigcerdá
recuperó el monolito masónico “a los defensores de la Villa”, lanzando contra
los carlistas que pretendían la liberación de la Villa y la restauración foral
de Principado las peores difamaciones. Cada 10 de abril el ayuntamiento
organiza la conmemoración ante dicho monumento, obligando a los bachilleres del
instituto de Puigcerdá a acudir al mismo. Al tiempo que en 2012 el ayuntamiento
erigió un nuevo monumento a Cabrinetti, mito involuntario como se ha visto de
dicho sitio, pues ni dio un solo tiro para su levantamiento ni a lo sumo vivió
más de dos meses de su vida en Puigcerdá.
En todo este episodio
además se debería añadir un nuevo hecho histórico. Prácticamente contigua a la
llamada Plaça del “herois”, frente al túmulo masónico, está la Plaça de Santa
Maria, donde se alza imponente una enorme torre campanario y los restos de lo
que parece una notable fortificación. Dicho conjunto se haya ensuciado y
contaminado de plásticos amarillos que puntualmente algunas Brigadas de
Limpieza en la que participan carlistas de la zona se encargan de limpiar y
sobre la torre campanario hay una pancarta gigantesca e inaccesible, puesta por
el mismo ayuntamiento del túmulo masónico y el monumento a Cabrinetti en la que
jalea a los sediciosos separatistas del pasado 1 de octubre. La torre es de los
pocos restos de la antigua Iglesia de Santa María, que era la parroquia de
Puigcerdá, que comenzó siendo un templo románico iniciado, se dice pronto, en 1178.
Dicho monumento fue destruido a pico y pala por las milicias anarquistas en
1936, quienes se dedicaron al asesinato, robo y destrucción de otros muchos
elementos del patrimonio arquitectónico. Sobre estos hechos, encarnados por el
tristemente célebre anarquista “Cojo de Málaga”, el ayuntamiento pasa
absolutamente de puntillas. En cambio descarga sobre los carlistas unos daños
que jamás llegó a producir sobre la Villa, y por más que presumiblemente Savalls
hubiese aplicado una severa jurisdicción militar sobre los liberales la misma
jamás podría tener comparación posible a los hechos criminales protagonizados
por los anarquista en connivencia con los separatistas, pese a que antes de la
liberación por las tropas nacionales entre ellos se mataron.
Iglesia de Santa María destruida por los anarquistas en 1936
Estos y no otros son
los hechos históricos, con sus aristas y limitaciones innatas a la naturaleza humana.
Lo de los separatistas son historicismos sobre falsas dicotomías que desconocen
la verdadera historia y la Tradición.