Editoriales

sábado, 26 de septiembre de 2009

La única conciencia del mundo

El fenómeno de la aparición de la opinión pública sólo puede ser entendido desde el hundimiento de un orden simbólico anterior. La desaparición de una sociedad artículada y jerarquizada, deja libres las "auto-representaciones" del mundo. Desaparacen las autoridades tradicionales y su vacío es ocupado por un conjunto de opiniones sobre la realidad. Sorokin propone como origen del reino de la opnión pública el hundimiento de una estructura social capaz, por sí misma, de elaborar un consenso sobre la interpretación del mundo. La aparición de la opinión pública coincide con la relativización del sistema de valores de una sociedad, entonces: "Con todos los valores atomizados, cualquier genuina, autorizada y vinculante "opinión pública" y "conciencia del mundo", tendrá que desaparecer. Su puesto ha de ser ocupado por una multitud de contradictorias "opiniones" de facciones carentes de escrúpulos y por las "pseudo conciencias" de los grupos de presión"...

La opinión pública no deja de ser un mecanismo de control social y valorativo que acaba matando el propio espíritu democrático. Spengler, al respecto anuncia que: "El sufragio universal no contiene ningún derecho real, ni siquiera el de elegir entre los partidos; porque los poderes alimentados por el sufragio dominan, merced al dinero, todos los medios espirituales de la palabra y de la prensa, y de esta suerte desvían a su gusto la opinión del individuo sobre los partidos, mientras que, por otra parte, disponiendo de los cargos, la influencia y las leyes, educan un plantel de partidarios incondicionales que elimina a los restantes y los reduce a un cansancio electoral que ni en las grandes crisis puede ya ser superado".

La opinión pública es la configuradora de la verdad del momento, una verdad efímera que se fundamenta en la capacidad re-interpretadora de los medios. Pero es mucho más, tiende al configurar el sistema educativo y las codificaciones simbólicas primarias. Así se confirma que la democracia es un estado de conciencia, donde la conciencia de los individuos se va modulando, articulando y configurando en torno a una representación del mundo homogénea y políticamente correcta...

Hoy la política de reflexión y de participación ha sido sustituida por la política espectacular, donde el ciudadano no aspira a participar en el gobierno de la vida pública sino a refrendar a los profesionales de la política en función de los sentimientos e impresiones causados por las campañas electorales... Con los media-política, los ciudadanos se han infantilizado, y ya no se comprometen en la vida pública y son alienados y manipulados a través de artilugios e imágenes; la democracia se ha desnaturalizado y pervertido...

La dominación mediática al servicio de la estructura de poder lleva no sólo a la apolitización, sino la aniquilación de todo símbolo de identificación colectiva e histórica...La ausencia de criterios históricos, morales y sociales verdaderamente comunes consolida el individualismo. La participación política se reduce a una incidental y breve participación electoral cada cuatro años de individuos modulados en el sentimentalismo, en cuanto que afectividad regulable, y no por la racionalidad o la experiencia histórica...

El mundo feliz de Huxley es mucho más real hoy que cuando lo soñó su autor. Es un mundo feliz fundado en la disolución de lo social y en la consagración del individualismo; fundado en la despreocupación de los hombres por su propio destino colectivo y capaz de arrojarse en brazos de un abstracto universalismo. El triunfo de un democratismo universal está apunto de realizarse sin la participación del hombre concreto. En un mundo donde el ocio sustituye a la política, donde efímeras satisfacciones nieblan nuestra percepción de la realidad; donde la razón ha sido sustituida por el sentimiento; donde la afectividad está siendo modulada mediáticamente; donde lo concreto es sustituido por lo abstracto; donde la educación , en su sentido tradicional, ha fracasado y donde la política ha muerto.

Javier Barraycoa. Sobre el poder en la modernidad y la posmodernidad ed Scire

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