(Bandera carlista con el águila bicéfala, símbolo hispánico que representa el poder de la Monarquía sobre el nuevo y el viejo mundo. Cuando en España no se ponía el sol...)
[…] Es cierto, lo acabamos de apuntar, que también en la península ibérica los primeros pasos de la revolución liberal coincidieron, desde luego de otro modo, con la “cuestión nacional”, mejor también aquí la de la “independencia”, que así se llama la guerra suscitada por la resistencia ante la invasión napoleónica. Subrayo lo de antinapoleónica, pues –pese a una distorsionadora historiografía dominante– no se trató tanto de una guerra contra el francés como contra el hereje, ya que los franceses que venían con Napoleón eran –así rezaba un catecismo patriótico de la época– “modernos herejes pero nietos de antiguos cristianos”. Por lo mismo que los franceses que llegaron con el Duque de Angulema apenas unos pocos años después, a reponer en 1823 al Rey y a liquidar al tiempo el régimen liberal, fueron recibidos con entusiasmo popular. Otra cosa es el comportamiento decepcionante del Rey Fernando tanto en 1814, derrotados los franceses (liberales), como en 1823, derrotados los liberales por los franceses (católicos). Como otra también la habilidad de los liberales para sacar tajada en todo momento, desde 1812, aprobando una constitución hechura de las ideas que el pueblo estaba combatiendo en los campos de batalla, hasta 1833, aupándose al poder con la sucesión femenina. Ello conduciría a relativizar la importancia del factor nacional, o más bien, a ponerlo en su sitio, pues los liberales que estaban en la Península lograron –cuadratura del círculo– establecer el liberalismo al tiempo que combatían a los heraldos del mismo.
No muy diferente es lo realmente ocurrido en América. Donde al inicio encontramos Juntas que protestan defender al Rey y a la Familia Real, secuestrados por Napoleón, mientras rechazan al hermano de éste. O donde también se vitorea al Rey y se rechaza en cambio el mal gobierno. Luego llegarán las justificaciones pseudo-escolásticas ampliamente estudiadas por Carlos Stoetzer. O la retórica nacional. En puridad, debajo del gran torrente de los acontecimientos, está la fuente de las ideas liberales, de los intereses económicos y de las potencias extranjeras.
[…] Es cierto, lo acabamos de apuntar, que también en la península ibérica los primeros pasos de la revolución liberal coincidieron, desde luego de otro modo, con la “cuestión nacional”, mejor también aquí la de la “independencia”, que así se llama la guerra suscitada por la resistencia ante la invasión napoleónica. Subrayo lo de antinapoleónica, pues –pese a una distorsionadora historiografía dominante– no se trató tanto de una guerra contra el francés como contra el hereje, ya que los franceses que venían con Napoleón eran –así rezaba un catecismo patriótico de la época– “modernos herejes pero nietos de antiguos cristianos”. Por lo mismo que los franceses que llegaron con el Duque de Angulema apenas unos pocos años después, a reponer en 1823 al Rey y a liquidar al tiempo el régimen liberal, fueron recibidos con entusiasmo popular. Otra cosa es el comportamiento decepcionante del Rey Fernando tanto en 1814, derrotados los franceses (liberales), como en 1823, derrotados los liberales por los franceses (católicos). Como otra también la habilidad de los liberales para sacar tajada en todo momento, desde 1812, aprobando una constitución hechura de las ideas que el pueblo estaba combatiendo en los campos de batalla, hasta 1833, aupándose al poder con la sucesión femenina. Ello conduciría a relativizar la importancia del factor nacional, o más bien, a ponerlo en su sitio, pues los liberales que estaban en la Península lograron –cuadratura del círculo– establecer el liberalismo al tiempo que combatían a los heraldos del mismo.
No muy diferente es lo realmente ocurrido en América. Donde al inicio encontramos Juntas que protestan defender al Rey y a la Familia Real, secuestrados por Napoleón, mientras rechazan al hermano de éste. O donde también se vitorea al Rey y se rechaza en cambio el mal gobierno. Luego llegarán las justificaciones pseudo-escolásticas ampliamente estudiadas por Carlos Stoetzer. O la retórica nacional. En puridad, debajo del gran torrente de los acontecimientos, está la fuente de las ideas liberales, de los intereses económicos y de las potencias extranjeras.
Por eso, no es desacertada la visión que encuentra la raíz de la secesión no, desde luego, en la resistencia a una opresión trisecular, sino en la contienda fratricida prendida con ocasión de la mentada invasión napoleónica y que escinde tanto a unos españoles que viven en la vieja península ibérica de otros trasplantados a América, pero también a éstos entre sí, como a aquéllos entre sí. Contienda en la que se dieron toda suerte de confusiones y en la que en ocasiones fue dado, sí, ver a “realistas” masones y liberales junto con “criollos” católicos y tradicionales. Pero en la que lo común fue encontrar al pueblo sosteniendo la causa del Rey frente a unos libertadores de los que no esperaban conservaran la libertad cristiana sino instauraran la opresión liberal.
Los testimonios son múltiples y se hallan por doquier. Evoco tan sólo el del general Joaquín Posada Gutiérrez, tan próximo de Bolívar: “He dicho poblaciones hostiles [a la liberación independentista], porque es preciso que se sepa que la Independencia fue impopular en la generalidad de los habitantes; que las clases elevadas fueron las que hicieron la revolución; que los ejércitos españoles se componían de cuatro quintas partes de hijos del país; que los indios en general fueron tenaces defensores del gobierno del Reino, como que pretendían que como tributarios eran más felices que lo que serían como ciudadanos de la República”. Sólo olvida mencionar a los negros, casi unánimemente realistas, como ha demostrado en un estudio original el historiador boyacense Luis Corsi Otálora. Por eso, Ilustración liberal, masonería (sobre todo) inglesa e intereses de la plutocracia son los elementos principales de los procesos de secesión. El presidente colombiano López Michelsen, por no salir del ámbito de la Nueva Granada, habló por lo mismo en un ensayo notable de “la estirpe calvinista” de las instituciones republicanas.
No sería difícil extender, con los matices pertinentes, el juicio a toda América. La Corona, durante tres siglos, había sido el garante –ha dicho en un notable texto Ricardo Fraga– de la continuidad institucional, la unidad política y la totalidad territorial. Por eso la inacción e incomprensión fatales del rey Fernando VII ante lo que ocurría permitió el desbordamiento centrífugo de los gérmenes disgregadores de variado orden represados sin un solo soldado hasta entonces por la Corona. A partir de las que Marius André, en libro famoso prologado por Maurras y en la versión castellana por mi maestro Eugenio Vegas Latapie, llamó “las guerras civiles de la revolución” no sólo se tornó inviable el retorno de la monarquía y con ella de la continuidad, sino que naturalmente se inició (aunque no apareciera en los programas iniciales) “la secesión de la secesión”. Lo escribió el nicaragüense Julio Ycaza Tigerino: “La Independencia hispanoamericana no es solamente la separación de España, es un desmoronamiento total, como el desgranarse de una mazorca de pueblos. No es un movimiento de las provincias americanas contra la metrópoli, sino muchos movimientos. Ni una sola gran independencia sino muchas pequeñas independencias. Y todavía después de 1821 el proceso de desmoronamiento seguirá dentro de las mismas patrias independientes. Todas quieren ser independientes unas de otras, y en Centroamérica se llega hasta el ridículo de dividir la ya pequeña patria, recién separada de Méjico, en cinco minúsculas repúblicas.
Y es que la Independencia no fue otra cosa que el estallar del individualismo español, perdida la fuerza centrípeta del ideal hispánico que unificaba aquel inmenso Imperio. Por eso el proceso de la independencia no terminó con la separación de España. Siguió más allá en América con la separación entre sí de las provincias que formaban el Imperio mejicano, la gran Colombia y el antiguo Virreinato del Río de la Plata, y es el mismo que en España alienta aún bajo el separatismo vasco y catalán”.
(De Miguel Ayuso, Carlismo para hispanoamericanos. Fundamentos de la unidad política de los pueblos hispánicos, Ediciones de la Academia, Buenos Aires, 2007).
Libros recomendados: Bolívar: la fuerza del desarraigo ;
En un comentario reciente en El Brigante, el amigo José Antonio Ullate anuncia un nuevo e inminente libro sobre el mismo tema; este es el comentario:
ResponderEliminar"Del libro hablaremos y discutiremos. Eso espero. Trata sobre la destrucción de la hispanidad política, en la inminencia del bicentenario.
Sobre la escisión americana y la impiedad de los españoles de las dos orillas. Sobre lo que sigue significando hoy esa hispanidad, no sólo reducida a un sentimiento, o a unas raíces culturales".
La entrada se encuentra en:
http://www.elbrigante.com/2009/10/no-demasiado-en-serio-por-favor.html
Según tengo entendido el libro aparecerá en una conocida e importante editorial española, por lo que la difusión esta asegurada. Buena noticia y quedamos a la espera.
Me permito señalar que Ediciones Nueva República ha publicado el ensayo "El fin del Imperio español en América", del francés Marius André. Hace unos años Cuadernos FIDES publicó el prólogo de dicha obra realizado por Eugenio Vegas. Ediciones Nueva República no vale la pena y muchos libros son antitradicionalistas, pero esta vez han publicado un libro de interés.
ResponderEliminarEl "otro" bicentenario. http://consejofelipesegundo.wordpress.com/el-%C2%ABotro%C2%BB-bicentenario/
ResponderEliminarConcepción, 18 agosto 2008 [Agencia FARO]. En la Ciudad de la Santísima Concepción, de Chile, las Universidades San Sebastián y de las Américas, con la colaboración del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, han organizado un seminario internacional bajo el título «Hacia el bicentenario: los “otros” patriotas». Coordinado por el profesor Manuel Gutiérrez, buen amigo que nos honró con su presencia en Madrid en mayo de 2007 en el funeral celebrado por el XXX aniversario de la muerte del Rey Don Javier, se ha estructurado en tres secciones.
La primera, titulada «Una visión desde Concepción», contó con la participación de los profesores Andrés Medina (Universidad Católica de Concepción), Armando Cartes (Universidad San Sebastián) y Manuel Ramírez Espíndola (Universidad de las Américas), se centró en el realismo criollo de la región durante la guerra civil de la Independencia. En particular, el último de los ponentes se ocupó de la prolongación de la guerra en la guerrilla formada por la conjunción de restos del Ejército con comunidades indígenas y apoyo de la Iglesia, dirigida por Vicente Benavides.
De particular brillantez resultó la segunda mesa, probablemente la de mayor enjundia, «Una visión desde Chile y el Río de la Plata», la cual contó con la participación de los profesores Juan Fernando Segovia (Universidad de Mendoza), José Manuel González (Instituto Hernandarias de Buenos Arias) y Cristián Garay (Universidad de Santiago de Chile). El primero encuadró teóricamente los procesos de independencia como movidos por un utopismo nihilista de progenie liberal y masónica que sólo podía concluir produciendo un sentimiento de orfandad, al haberse negado el ser y el modo de ser tradicional de los pueblos hispánicos. El segundo se ocupó de la acción de los Pincheira, en el Río de la Plata, pero también en Chile, sucesores de Benavides, como un movimiento protocarlista. Mientras que el último estudió el realismo de Chiloé, última línea de defensa del Rey.
Finalmente, la tercera mesa reunió a José Díaz Nieva (Universidad San Pablo-CEU), José de Armas (Fundación Mapfre-Guanarteme) y Miguel Ayuso (Universidad de Comillas), para abordar la cuestión desde la Península, el primero y el tercero, y desde la insularidad canaria el segundo. Díaz Nieva examinó sistemáticamente la fractura de la común nación tras los procesos de independencia. De Armas, con gran elocuencia y pasión, recordó en cambio la pervivencia de una constitución histórica común soterrada por debajo de los nacionalismos opuestos entre sí en la América Hispana. Y Ayuso, director científico del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, presentó el proyecto de investigación internacional «El “otro” bicentenario», promovido por el Consejo, explicando su significado como un intento de leer críticamente la historia de los pueblos hispánicos en la edad contemporánea, debelando mitos mentirosos y haciendo emerger su verdadera faz, al tiempo que destacando la importancia del Carlismo para la continuidad de esa tradición en la Península y la consiguiente falta de éste como elemento explicativo de la posteridad de las historias nacionales hispanoamericanas.
Comunicado de la delegación de la C.T en Nueva España:
ResponderEliminarhttp://montejurralealtad.blogspot.com/2008/09/comunicado-de-la-delegacin-de-la-ct-en.html
Fragmento:
La Delegación de la Comunión Tradicionalista de la Nueva España no podía permanecer callada y es su deseo manifestar su postura a este respecto.
Todos aquellos que tengan memoria recordarán que la revolución de independencia en México nunca fue un movimiento popular. Al contrario, el pueblo mexicano nunca dejó de vitorear al Rey Don Fernando, y durante las guerrillas revolucionarias el pueblo, indios, negros y mestizos se unieron con las tropas del Rey en el llamado Cuerpo de Indios Voluntarios de S.M.C. Fernando VII, o también en el llamado Cuerpo Patriótico Nacional de Soldados Voluntarios de Fernando VII formado por habitantes comunes, quienes ofrecieron al Rey sus personas, asegurando estar prontos a sostenerlo y derramar la última gota de sangre en su defensa.
Y es que tampoco el apaciguamiento hecho por don Agustín de Iturbide tenía como finalidad separarse de la vieja España, sino muy por el contrario, deseaba devolver al Rey legítimo sus posesiones: ese era el plan de Iguala.
No callaremos que el representante del Rey, don Juan de O'Donojú firmó la independencia de México contra la voluntad del Rey, y que ulteriormente fue la Regente usurpadora quien suscribió, contra la voluntad de su difunto marido, la verdadera consumación de la independencia; y fue esta misma María Cristina quien firmó un acuerdo secreto, hoy día público y que se encuentra vigente, en el que el gobierno de la república mexicana acepta, contra la aceptación de independencia, el deber de reprimir a todos los carlistas que estuvieren en suelo patrio, y a los que intentaran ingresar en México.
Hoy vivimos un México de contradicciones, donde las leyes regulan lo antinatural y donde el gobierno de la república ha demostrado su evidente falta de capacidad para armonizar a un pueblo que es profundamente católico, dejando, al igual que cuando convocaron a la revolución de independencia, que los mexicanos nos matemos entre nosotros; que hiere a nuestras familias con aprobaciones del aborto o del matrimonio entre homosexuales, o por las leyes que promueven la deseducación de nuestros niños; un país donde el laicismo corrompe hasta al más fuerte y donde ser aconfesional y liberal, entonces moderno, es moda del tiempo.
Vivimos en un México de contradicciones, pues aún existe ese pueblo que en Romería por la Virgen de Zapopan convoca a más de tres millones de mexicanos en un solo día; un pueblo donde se vive la Misa Tradicional en antiguas capillas; un pueblo donde hasta el más infame le tiene respeto y ama como Madre a la Guadalupana. Hoy vivimos un México de nuevos mártires, el de todos aquellos que resisten a la Revolución y que con heroicidad siguen formando familias y forjando en ellas el futuro de nuestra nación.
Por ello, desde México queremos manifestarnos todos aquellos que vivimos opuestos al tiempo a la usurpación y a la revolución, los que vivimos custodios de la legitimidad y de la tradición, los que defendemos la tesis del orden político católico.
Hoy más que nunca nos atrevemos a alzar la voz y junto con nuestro Abanderado y como él nos atrevemos a soñar, pues como él afirma: "Uno tiene derecho a soñar, el sueño es necesario para la libertad mental de las personas. Tengo mucha esperanza que España vuelva a lo que fue, que sepa acordarse de sus raíces, sus convicciones y dé su ejemplo y referencia internacional e imperial. Eso quisiera".
Hoy seguiremos soñando en ese México que vio Don Carlos VII, el primer Rey que visitó la Nueva España, puesto que queremos sentirnos orgullosos de lo que le llevó a afirmar que "Si no fuese español [peninsular] quisiera ser mejicano".
Si este bicentenario nos tiene que hacer recordar algo, es que nuestras comunes naciones sí tienen vocación de unidad, pero no en una masa amorfa y carente de destino trascendente, sino en una unidad católica, como lo que antes fueron nuestras Españas, y con una cabeza común.
Cosa malparida la república. Es horrible vivir en una de ellas, la Argentina. Y ahora quieren eliminar todo vestigio de hispanidad con indigenismo.
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