Editoriales

viernes, 19 de febrero de 2010

Tiempo Muerto: el final del "mito del progreso" y la consagración del nihilismo.

La concepción moderna de la historia tuvo su origen en la secularización de la concepción cristiana de la misma, mediante la eliminación de la relación existente entre transcendencia e historia, creándose la ilusión de una meta inmanente de la historia humana. De forma pareja se forjó el mito del progreso indefinido. Se concebía la historia como una totalidad cerrada que encuentra sentido y explicación en si misma, todo era descifrable y explicable desde la pura razón. El mundo al cerrarse sobre si mismo abría el camino a la “ideología”, que se define como una recreación “ideal” de la realidad en base a criterios “racionalistas”. Es la aplicación del “principio de inmanencia” de la filosofía moderna producto de la concepción racionalista del universo.

El progreso es entendido por Kant, por ejemplo, como un desarrollo natural en el que la libertad humana no opera: se puede considerar la historia de la especie humana como la ejecución de un plan oculto de la Naturaleza para llevar a cabo una constitución interior y a tal fin, exteriormente perfecta, como el único estado en el que puede desarrollar plenamente sus disposiciones. Aceptada esta divinización de la historia, toda idea de resistencia es irrisoria. El dictado descalificador para cualquier posición no se cifra en su maldad o en su falsedad, sino en su carácter “reaccionario” .

Exacerbación de la línea del progreso que se observa nítidamente en el idealismo absoluto de Hegel (1770-1831), en la ley de los tres estadios de Compte (1818-1883), o en el materialismo dialéctico de Marx (1818-1883).

La modernidad sólo pudo autodefinirse desde este historicismo. La modernidad era un tiempo nuevo, culminación lógica de las etapas racionalizables e inevitables del acontecer humano; etapas que adquirían su sentido al realizarse el fin al que tendían: la propia modernidad. Pero en cuanto que secularización de una realidad histórico-vital, la modernidad no podría sobrevivir a la muerte del occidente cristiano. El optimismo moderno en las fuerzas humanas, en los proyectos ideológicos, en las utopías científicas y en la racionalidad ha dado paso al pesimismo en la naturaleza del hombre, la desconfianza en la ciencia, el desencanto de las ideologías y la incertidumbre sobre el futuro. Consecuencias todas ellas de la realidad trágica del siglo XX y sus acontecimientos político-sociales. Las ideologías chocaron con su gran enemigo: la realidad.

El fracaso, regado de sangre, de todas las ideologías modernas de diverso signo, pero coincidentes en la común matriz inmanentista, ha dado como resultado un rechazo global a todo intento de fundamentación de la realidad. Si el racionalismo pretendía explicarlo todo, teniendo una concepción total y cerrada (ideológica) de la realidad…su derrumbe conlleva ahora el rechazo de toda explicación. El universo, la historia…no tienen ningún sentido: Los principios políticos, comunitarios, e históricos se trasformaran en la exaltación del individualismo, del apoliticismo y de la “construcción subjetiva del yo”.

Negando cualquier estructura objetiva de la humanidad para la posmodernidad el hombre se auto-construye “desconstruyendo” toda estructura social y cultural. Estamos en el nihilismo, entendido como la situación en la que el hombre reconoce explícitamente la ausencia de fundamento como constitutiva de su propia condición.

Si el racionalismo moderno sirvió para desencantar los orígenes del hombre y el sentido trascendente de su existencia, en la posmodernidad negada la estructura histórica, teleológica y evolutiva, la condición humana se verá relegada a auto-constituirse desde la subjetividad y sin el apoyo en una tradición cultural heredada.

La pos-modernidad es el desvanecimiento de la modernidad y de sus puntos referenciales y puede ser entendida como aquel momento en que rechazando la historia, se absolutizará el presente.

El hombre posmoderno se ha liberado de lo eterno para someterse a lo efímero, sin sentido ni coherencia. El individuo, encerrado en ese guetto se enfrentará a su condición mortal sin ningún apoyo trascendente: “lo que realmente rebela contra el dolor, no es el dolor en si, sino el sin sentido del dolor” (decía Nietzsche).

Libro recomendado:

"Tiempo Muerto. Tribalismo, civilización y neotribalismo en la construcción cultural del tiempo". Javier Barraycoa. Ediciones Scire-Balmes. Barcelona 2005

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