Editoriales

lunes, 21 de mayo de 2012

Marcelino Menéndez Pelayo y el carlismo: la ortodoxia hispánica

Se cumplen cien años del fallecimiento del eximio polígrafo montañés de ascendencia asturiana Marcelino Menéndez Pelayo. Su vastísima y erudita obra desborda con mucho el objeto de este blog, sin embargo hacemos propia la síntesis de José María Jover y de Jesús Evaristo Casariego, a efectos descriptivos:

"La consideración del catolicismo como eje y nervio de nuestra cultura nacional; el formidable esfuerzo de documentación que respalda cada una de sus afirmaciones; el talante polémico y apasionado de muchas de sus páginas, explicable por la circunstancia histórica en que hubo de forjar su obra; la amplitud de espíritu y el esfuerzo permanente de comprensión humana son, tal vez, los caracteres más notables de su personalidad y de su trabajo." (José Maria Jover)

"Dos son las afirmaciones de don Marcelino sobre las cuales el fervor apologético y polémico, innegables  en la obra del maestro, cobra la serenidad objetiva de ciencia de pura ley: la primera, que es España el país donde antes que en ningún otro aparecen tendencias y atisbos originales, y la segunda, que es en España donde mayor fuerza toma la voluntad de conservar el tesoro aprendido. España es para don Marcelino el país de la vanguardia y de la Tradición (...) Mas, ¿que era la Hispanidad para Menéndez y Pelayo? Una sola cosa: la ortodoxia católica. Lo mismo cuando estudia el teatro español como cuando escribe su hermosa obra "La Ciencia española"; igual cuando investiga los orígenes  de la novela que cuando hace la historia de la poesía, el maestro inagotable, encuentra siempre lo hispánico en la más pura ortodoxia de Roma. Todo lo que  no es ortodoxo -lo demuestra con argumentación irrebatible- es extraño al espíritu nacional, y por extraño, débil y desvalido. El escribió en La Ciencia española estas razones pletóricas de sentido: "Hasta hoy no se ha entendido bien la historia de nuestra literatura por no haberse estudiado a nuestros teólogos y filósofos" (...) Menéndez y Pelayo es por su obra científica uno de los veneros adonde hay que llegar para nutrirse  de esencias hispanas" (Jesús Evaristo Casariego)

Ciertamente su obra es una explicación inapelable de la esencia católica de España, así como una apología de la misma. Tuvo una especial predilección por Cataluña, cuya lengua hablaba a la perfección y cuya literatura, historia y tradiciones políticas y jurídicas siempre amó y defendió, cursando varios años en la Universidad de Barcelona.  Sobre los sucesos del 11 de septiembre de 1714 escribió: "No es ciertamente agradable ocupación para quienquiera que tenga sangre española en sus venas (...) ver a nuestra nación (...) perder hasta los últimos restos de sus sagradas libertades provinciales y municipales sepultadas en los escombros humeantes de la heroica Barcelona".

Como otros autores muy próximos al tradicionalismo, su figura sólo puede ser reivindicada con pleno derecho por el Carlismo, pues no han tenido continuidad en las pequeñas escuelas que dejaron. Y ello pese a que su actuación política errónea (fuera de puntuales colaboraciones y acercamientos al Carlismo) sirvió para consolidar el régimen de la falsa Restauración, que a su vez fue imponiendo todas las políticas que don Marcelino detestaba. Su "tradicionalismo cultural" no fue acompañado con un coherente "tradicionalismo político"; en palabras del profesor Miguel Ayuso: "anticarlista como conservador que fue".

Es conocida, por otro lado, su entrañable amistad con otro genial montañés, este si rocoso e insobornable carlista, el novelista José María Pereda inmortal autor de la novela "Peñas arriba" y diputado tradicionalista.

Se puede decir con razón que la labor de Menéndez Pelayo fue continuada y coronada (aunque poniendo el acento sobre todo en los aspectos filosóficos, jurídicos y políticos) por la escuela de Francisco Elías de Tejada, corrigiendo la desviación que supone la flagrante contradicción de rendir pleitesía a la dinastía liberal, enemiga mortal de la tradición hispánica que tanto amaba el maestro montañés.

3 comentarios:

  1. El famoso discurso de Marcelino Menéndez y Pelayo, conocido como el brindis del Retiro:

    «Yo no pensaba hablar; pero las alusiones que me han dirigido los señores que han hablado antes, me obligan a tomar la palabra. Brindo por lo que nadie ha brindado hasta ahora: por las grandes ideas que fueron alma e inspiración de los poemas calderonianos. En primer lugar, por la fe católica, apostólica romana, que en siete siglos de lucha nos hizo reconquistar el patrio suelo, y que en los albores del Renacimiento abrió a los castellanos las vírgenes selvas de América, y a los portugueses los fabulosos santuarios de la India. Por la fe católica, que es el substratum, la esencia y lo más grande, y lo más hermoso de nuestra teología, de nuestra filosofía, de nuestra literatura y de nuestro arte.

    Brindo, en segundo lugar, por la antigua y tradicional monarquía española, cristiana en la esencia y democrática en la forma, que, durante todo el siglo XVI, vivió de un modo cenobítico y austero; y brindo por la casa de Austria, que con ser de origen extranjero y tener intereses y tendencias contrarios a los nuestros, se convirtió en porta-estandarte de la Iglesia, en goufaloniera de la Santa Sede, durante toda aquella centuria.

    Brindo por la nación española, amazona de la raza latina, de la cual fue escudo y valladar firmísimo contra la barbarie germánica y el espíritu de disgregación y de herejía, que separó de nosotros a las razas septentrionales.

    Brindo por el municipio español, hijo glorioso del municipio romano y expresión de la verdadera y legítima y sacrosanta libertad española, que Calderón sublimó hasta las alturas del arte en El Alcalde de Zalamea, y que Alejandro Herculano ha inmortalizado en la historia.

    En suma, brindo por todas las ideas, por todos los sentimientos que Calderón ha traído al arte; sentimientos e ideas que son los nuestros, que aceptamos por propios, con los cuales nos enorgullecemos y vanagloriamos; nosotros los que sentimos y pensamos como él, los únicos que con razón, y justicia, y derecho, podemos enaltecer su memoria, la memoria del Poeta español y católico por excelencia; del poeta de todas las intolerancias e intransigencias católicas; del poeta teólogo; del poeta inquisitorial, a quien nosotros aplaudimos, y festejamos, y bendecimos, y a quien de ninguna suerte pueden contar por suyo los partidos más o menos liberales que en nombre de la unidad centralista a la francesa, han ahogado y destruido la antigua libertad municipal y foral de la Península, asesinada primero por la casa de Borbón y luego por los Gobiernos revolucionarios de este siglo.

    Y digo y declaro firmemente que no me adhiero al centenario en lo que tiene de fiesta semipagana, informada por principios que aborrezco y que poco habían de agradar a tan cristiano poeta como Calderón, si levantase la cabeza.

    Y ya que me he levantado, y que no es ocasión de traer a esta reunión fraternal nuestros rencores y divergencias de fuera, brindo por los catedráticos lusitanos que han venido a honrar con su presencia esta fiesta, y a quienes miro, y debemos mirar todos, como hermanos, por lo mismo que hablan una lengua española, y que pertenecen a la raza española, y no digo ibérica, porque estos vocablos de iberismo y de unidad ibérica tienen no sé qué mal sabor progresista (murmullos). Sí: española, lo repito, que españoles llamó siempre a los portugueses Camoens, afirmó que españoles somos, y que de españoles nos debemos preciar todos los que habitamos la Península Ibérica.

    Y brindo, en suma, por todos los catedráticos aquí presentes, representantes de las diversas naciones latinas que, como arroyos, han venido a mezclarse en el gran Océano de nuestra gente romana.»

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  2. Sólo el Carlismo ha encarnado históricamente y permanentemente el universo cultural descrito y defendido por don Marcelino, máxime cuando el mundo conservador ha derivado gradualmente hacia un liberalismo más acentuado. Es por ello, que con toda justicia, se puede afirmar que únicamente el Carlismo puede reivindicar la figura y obra de Menendez Pelayo, con la obvia reserva hacia sus opciones políticas concretas, que se han evidenciado erróneas.

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  3. «España, evangelizadora de la mitad del orbe; España martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio...; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra. El día en que acabe de perderse, España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectores o de los reyes de taifas».

    MENÉNDEZ PELAYO

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