Editoriales

jueves, 4 de octubre de 2012

El legitimismo en la esencia del carlismo: Aviso a navegantes

"Bajo el título de tradicionalismo hay mucho turbio y equívoco, hasta el extremo de cobijar los que, si en su día fueron secuaces de la buena Causa, hoy andan perdidos por laberintos de liberalismo.

Sobre todo por haber olvidado que la legitimidad es la garantía del contenido ideal, algo así como el tapón precintado del vino de marca. Ya se sabe: salta el tapón y no hay quien responda del vino. Lo más natural  es que se corrompa. Carlismo, pues, de pura legitimidad, pues sin ella las ideas se corrompen. Por algo el posibilismo, que cierra los ojos a las exigencias de la legitimidad, suele ser el peor enemigo de la Causa"

(Álvaro d' Ors. Revista Montejurra nº22)

“La monarquía, como una esperanza remota, porque antes hará falta un gobierno fuerte, provisional, que reconstruya el país y que establezca una constitución para que pueda venir el rey”. Es decir, que la monarquía no es salvación, sino náufrago al que se ha de salvar. Los salvadores son ellos, un gobierno cualquiera, los más acreditados del demos, una república, el mando de muchos para restablecer la vida pública. Luego, esperanza remota…, cuando ya todo está construido, se pone como remate el adorno de un rey. ¡No sirve para otra cosa! Ese es el rey del régimen democrático constitucional y los que así piensan son revolucionarios hasta la médula aunque no lo sepan"

(Luis Hernando de Larramendi  ‘Cristiandad, Tradición, Realeza’)

"El carlismo tuvo arraigo popular gracias a su legitimismo dinástico, de tal modo que sin este hecho difícilmente hubiera aparecido en la historia española un movimiento político semejante, aunque su principal y más profunda motivación fuera religiosa. Podríamos encontrar semejanzas con otros movimientos antirrevolucionarios como la Vendée, los tiroleses de Austria o los cristeros de México. Pero estos casos, después de haber fracasado su levantamiento militar desaparecen como movimientos políticos. El carlismo, por el contrario, reaparece en la vida política española tras varias derrotas militares y largos períodos de paz en que se afirma que ha perdido toda su virtualidad. Se explica esta diferencia por el hecho de que la defensa de los principios político y religioso está íntimamente unida con la causa dinástica. Por ello Cuadrado puede afirmar que si ésta desapareciera su presencia se refugiaría “en las regiones inofensivas del pensamiento”.

Si se tratara de encontrar el medio para que desapareciera definitivamente el carlismo de la escena política española, habría que seguir aquella política que se propone desde El Conciliador. Hacer que desaparezcan las motivaciones dinásticas y de este modo se habrá conseguido que el carlismo no represente un permanente peligro de desestabilización política”.

(José Mª Alsina Roca. El Tradicionalismo Filosófico en España)



"Tal fue el caso de la tradicional monarquía española, por más que se haya querido ver en su historia una evolución constante y uniforme hacia la desaparición de las libertades y autonomías locales y sociales. Como dijimos, en poco o nada había variado de hecho nuestra organización municipal y gremial desde los primeros Austrias hasta Carlos IV, al paso que, desde la instauración del régimen constitucional, varía el panorama en pocos años hasta resultar hoy casi desconocida para el español medio la antigua autonomía foral y municipal.

La monarquía viene a ser así la condición necesaria de esa restauración social y política. Si todas las sociedades e instituciones que integraban el cuerpo social eran hijas del tiempo y de la tradición, en el tiempo y en la tradición deberán resurgir. Su restauración debe ser, necesariamente, un largo proceso. Para que se realice, se necesita de un poder condicionante que se lo permita y que las encauce y armonice en un orden jurídico. La Monarquía es la única de las instituciones patrias que puede restaurarse por un hecho político, inmediato; y ella es, precisamente, ese poder acondicionador y previo. En frase de Mella,

la primera de las instituciones, que se nutre de la tradición, y el canal por donde corren las demás, que parecen verse en ella coronada"

(Rafael Gambra. La monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional)

“Si esto es así, las exigencias de la restauración recorrerían un proceso inverso al que impuso la historia, y esta inversión del proceso parece imponerse en vista de la necesidad de romper, en primer lugar, las estructuras político-financieras de los poderes que dirigen la revolución y que hacen prácticamente imposible la restauración desde abajo. El poder estatal creado por la revolución es tan exclusivo, tan absoluto, que no se puede soñar con restaurar el orden social si no se comienza por poner los resortes de ese poder en las manos encargadas de la misión restauradora”.

(Rubén Calderón Bouchet)

4 comentarios:

  1. Fragmento del Manifiesto de la Comunión Tradicionalista de octubre de 2003, donde queda claro la importancia y necesidad de NO fragmentar el ideario carlista, exagerando y por tanto falseando algún principio, al cercenarlo de su contexto y ralación, que es donde toma sentido:

    CARLISMO Y UNIDAD

    Carlismo y unidad evoca, sí, la conveniencia de reagrupamiento de las fuerzas –por más que hoy estén menguadas respecto de las de otros momentos– que se tienen por carlistas. Pero no es el mensaje más importante. Esa unidad, para tener valor, debe venir precedida de no pocos esclarecimientos y seguida de no menos rigor.
    Lo que, en un primer momento, quiere significar el lema es la necesidad de recuperación del carácter unitario, íntegro, del Carlismo como fenómeno histórico y político. La fragmentación que acompañó a la crisis de la Cristiandad no ha dejado de producir frutos de escisión, unilateralidad, parcialidad. El Carlismo, como custodio del espíritu de Cruzada de la vieja Cristiandad prolongada en las Españas, es una bandera dinástica, una continuidad histórica y una doctrina cabalmente tradicionalista. La bandera dinástica es el legitimismo, del que el Carlismo no puede abjurar y del que tampoco puede prescindir sin dejar de ser Carlismo. La continuidad histórica es la de las Españas como Cristiandad menor: sin el Carlismo el ser histórico de España habría perecido por la Revolución liberal, de modo que la supervivencia de un modo de ser, el de los pueblos hispánicos, ha sido preservado por el Carlismo. Y la doctrina tradicionalista no es una ideología, esto es, no es una pura asunción arbitraria e infundada ajena a la naturaleza de las cosas: es una doctrina que busca dar razón de las cosas.

    Cuando los elementos anteriores, forjados esforzadamente hasta componer una realidad indestructible, se escinden o se toman separadamente, el Carlismo como unidad desaparece. Eso pasa cuando se olvida el legitimismo, cuando se deja de lado la vinculación con la continuidad histórica hispánica o cuando se cede en algún punto del ideario tradicionalista, aunque fuere a título de "hipótesis", para aceptar las tácticas o los principios de la ideología, esto es de la Revolución: sea ésta liberal, conservadora, socialista o fascista. Esto es lo que acontece en buena parte de las fuerzas que se dicen hoy carlistas. Que han caído, por poner variados ejemplos, en el agnosticismo dinástico, la fragmentación del ideario (la absolutización y desnaturalización del foralismo, o el delirio socialista autogestionario, entre otras) y la táctica democristiana de los "católicos en la vida pública"...

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  2. El tronovacantismo es una "herejía" política liquidacionista del carlismo y quienes la sustentan de una o otra forma y bajo las más peregrinas escusas hacen un gran daño a la Causa.

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  3. Sin la figura del Abanderado es imposible aunar voluntades, se ha intentado muchas veces y es del todo imposible. Sin una Autoridad moral superior, basada en el principio de la Legitimidad y por tanto no contractual o voluntarista, es imposible hacer Común-unión en un movimiento popular y de sensibilidades diversas al no nacer de una "ideología" o no estar impuesta por un "partido".

    Los que consideran que la cuestión del "Rey" divide, y que es mejor unirse en los otros principios y así sumar más gente...son sin saberlo profundamente liberales y no-carlistas. Como otros que tienen una visión del "Rey" semejante a la de un líder político al uso, lo que le asemeja a un presidente de un partido, y por tanto aceptable o no, no por su Legitimidad, sino por sus gustos o por las capacidades personales que pueda tener el Rey...estos son aquellos que lo rechazan por pretendidos errores políticos o por sus gustos personales. Son los que no acatan la Legitimidad objetiva sino que lo médian por sus gustos o intereses personales.

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  4. Rechazar en la práctica al Abanderado reduce al carlismo a un mero "partido político "que por inercia acaba por insertarse en el sistema, como es ejemplo la trayectoria del partido integrista, o la más reciente de los sedicentes que lo han reducido a pretender ser "el partido de los católicos" o de los "no negociables", pretendida táctica política que termina invadiendo la doctrina, no en vano afirmaba Álvaro d´Ors.." la legitimidad es la garantía del contenido ideal, algo así como el tapón precintado del vino de marca. Ya se sabe: salta el tapón y no hay quien responda del vino. Lo más natural es que se corrompa".

    Lo que define al Carlismo y su primer objetivo político no es restaurar la España católica, luchar por la familia o contra el aborto, sino RESTAURAR LA MONARQUÍA LEGÍTIMA, en el Rey Legítimo, para que este poder restaurador haga posible la RESTAURACIÓN. Lo contrario no deja de ser en el fondo una posición profundamente demócrata-cristiana y absolutamente utópica e irreal. Convirtiendo el Carlismo en un partido político y en una "ideología", con lo que deja de ser carlismo y no puede sino diluirse y desaparecer.

    El Carlismo es un movimiento político con un objetivo claro y concreto monárquico y dinástico, que no puede pretender usurpar la labor restauradora de la Monarquía por sí mismo, como un mero partido político.

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