Editoriales

miércoles, 17 de febrero de 2010

El mito del progreso; rendición ante el "mundo moderno": Un hombre nefasto, Jacques Maritain.

Frente al secular proceso del mundo moderno, o mejor, de la Revolución Moderna, caben diversas actitudes.

Algunos se contentan con ser meros espectadores de los hechos, pensando que la historia tiene un curso poco menos que ineluctable, y que si se quiere ser «moderno» hay que aceptar el devenir de la historia, o dejarse llevar por lo que De Gaulle diera en llamar «le vent de l’histoire». Cosa evidentemente nefasta, y que pareciera presuponer la idea de que la historia es una especie de engranaje que se mueve por sí mismo, independientemente de los hombres, cuando en realidad la historia es algo humano, la hacemos los hombres, y su curso depende de la libertad humana, presupuesta, claro está, la Providencia de Dios.

Otros piensan que hay que aceptar las grandes ideas del mundo moderno, si bien complementándolas con elementos de la espiritualidad cristiana. Tal sería, en líneas generales, por supuesto, el proyecto de la «Nueva Cristiandad» esbozado por J. Maritain. Resumamos su posición, que ha tenido gran influjo en amplios sectores de la Iglesia.

Para Maritain la civilización cristiana medieval fue una verdadera civilización cristiana, concebida, dice, sobre «el mito de la fuerza al servicio de Dios»; la futura que él imagina, también es verdadera civilización cristiana, pero en base al «mito de la realización de la libertad». La Cristiandad que él sueña no brotará tanto del encuentro armonioso de la autoridad espiritual y del poder temporal, jerárquicamente asociados, sino de un futuro Estado laico o profano, al que la Iglesia hace llegar algunas influencias. Aquella unión, la del Medioevo, es para Maritain algo meramente teórico, irrealizable en la historia, una doctrina que vale como principio especulativo pero no práctico, no factible en la realidad. Ha expuesto tales ideas principalmente en sus obras «Réligion et Culture», «Du Régime Temporel», «Humanisme Intégral», «Primauté du Spirituel».

La tesis propugnada por Maritain se basa en un presupuesto fundamental, a saber, la valoración positiva de la Revolución moderna. Para el filósofo francés, el gran proceso histórico que va del Renacimiento al Marxismo implica un auténtico progreso en una dirección determinada, y si bien dicho progreso no es automático y necesario, en cuanto que puede ser contrariado momentáneamente, lo es en cuanto que hay que creer, si no se quiere virar hacia la barbarie, en la marcha hacia adelante de la Humanidad...

Huelga decir que no podemos compartir la posición de Maritain. A nuestro juicio, el gran proceso de la Revolución Moderna, que más allá de sus distintos jalones constituye una unidad, una sola gran Revolución, en diversas y sucesivas etapas, debe ser considerado en su conjunto como un proceso de decadencia, no de maduración. No se trata de un proceso dialéctico de negaciones sucesivas, sino de un desarrollo progresivo y sustancialmente en la misma dirección.

Desde mediados del siglo XVIII la Iglesia ha venido condenando las sucesivas manifestaciones de la Revolución. Una y otra vez el Magisterio ha reiterado su juicio sobre lo que dio en llamar «el mundo moderno», entendido, como es obvio, no en sentido cronológico –siempre el mundo es moderno– sino axiológico. Podríamos alinear encíclicas, documentos, alocuciones de los Papas en el mismo sentido...

(Padre Alfredo SÁENZ, S. J. La Cristiandad, una realidad histórica)


Para una refutación completa de los errores funestos de Maritain, recomendamos:

-De Lamennais a Maritain

-Crítica de la concepción de Maritain sobre la persona humana

de Julio Meinvielle

3 comentarios:

  1. Otro fragmento del Padre Alfredo Sáenz:

    "Vistas las cosas con la perspectiva que nos ofrece la historia nos parece que acierta Berdiaieff cuando dice que hoy vivimos, no tanto el comienzo de un mundo nuevo, cuanto el término de un mundo viejo y caduco. Recuerda nuestra época el fin del mundo antiguo, la caída del Imperio Romano, el agotamiento de la cultura grecolatina. Ya no podemos creer –tras Hiroshima y el Gulag– en las teorías del progreso que sedujeron al siglo XIX, y según las cuales el futuro debía ser cada vez mejor, más humano, más vivible que el pasado que se aleja. «Más bien nos inclinamos a creer –escribe Berdiaieff– que lo mejor, lo más bello y lo más amable se encuentra, no en el porvenir, sino en la eternidad, y que también se encontraba en el pasado, porque el pasado miraba a la eternidad y suscitaba lo eterno» (Una nueva Edad Media… 11).

    Pero enseguida el pensador ruso agrega que no se trata de volver tal cual a la Edad Media sino a una nueva Edad Media, como lo ha dejado en claro al elegir el título para su gran libro. Nosotros preferiríamos decir: no una vuelta a la Edad Media, cosa imposible en sí, sino una vuelta a la Cristiandad. Sería ridículo, y por cierto que no es eso lo que propicia Berdiaieff, pretender un retorno liso y llano a la Edad Media: no podemos volver a vestirnos como los caballeros, ni restaurar el mester de clerecía y los cantos de los juglares. Menos aún nos es lícito experimentar nostalgia por los defectos del Medioevo. Nuestro anhelo de rehacer la Cristiandad incluye la corrección de los errores que mancharon aquella Edad gloriosa, y el aprovechamiento de los progresos técnicos de los últimos siglos, que de por sí son neutros y pueden ser bien utilizados. Berdiaieff es categórico: «¿Bajo qué aspecto se nos presenta la nueva Edad Media? Es más fácil tomar de ello los rasgos negativos que los rasgos positivos. Es, ante todo, el fin del humanismo, del individualismo, del liberalismo formalista de la civilización moderna, y el comienzo de una época de nueva colectividad religiosa... He aquí el paso del formalismo de la historia moderna, que al fin y al cabo nada ha escogido, ni Dios ni diablo, al descubrimiento de lo que constituye el objeto de la vida» (ibid., 114-115).

    Aquello a lo que aspiramos es a volver al meollo de la Cristiandad, a ese espíritu transido de nostalgia del cielo, a esa cultura que empalma con la trascendencia, a esa política ordenada al bien común, a ese trabajo entendido como quehacer santificante, volver a la verticalidad espiritual que fue capaz de elevar las catedrales, a la inteligencia enciclopédica que supo elaborar summas de toda índole, volver a aquella fuerza matriz que engendró a monjes y caballeros, que puso la fuerza armada al servicio no de la injusticia sino de la verdad desarmada, volver al culto a Nuestra Señora, ya la valoración del humor y de la eutrapelia."

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  2. Para otra refutación total y sistemática de la tesis de Maritain:

    "El mito de la nueva cristiandad", del antiguo catedrático de Lógica de la Complutense, Leopoldo Eulogio Palacios.

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  3. En Maritain hay que distinguir tres etapas: la primera como seguidor de Maurras y su Acción Francesa caracterizada por su ultramontanismo. Pero a Maritain le falto la virtud de la fortaleza, o mejor le faltó la virtud teologal de la ESPERANZA. Y claudicó, convirtiéndose en un hombre "nefasto" para el catolicismo, siendo en gran parte el padre del catolicismo-liberal y de la democracia-cristiana; esto sólo ha servido para dividir, confundir y debilitar la fuerza política de los católicos y su resistencia al mundo moderno. Los resultados han sido horrendos. El mismo lo reconoció en su tercera etapa, caracterizada por un reconocimiento explícito del fracaso de sus ideas. Se retiró de religioso con los Hermanitos de Jesús ( de Carlos de Foulcould)y propugnó una reducción de la acción de los católicos en la vida social a meras "minorias proféticas"...en resumen, un desastre. Su gran error falta de ESPERANZA Y FORTALEZA. Quizás la influencia en su primera etapa con los erroes propios de la Acción Francesa, con su positivismo y cierto naturalismo, le llevaron a inmanentizar la esperanza cristiana y a cierta desesperación ante la coyuntura histórica y es que no se puede idolatrar (divinizar) la historia y sus coyunturas contingentes. No supo mantenerse en pie en un mundo en ruinas. Pretendió "dialogar" con los ídolos plantados en el capitolio, en vez de bajar a las catacumbas o a la area del circo...no supo ser fiel a la Iglesia y a su doctrina social y política.
    Y eso para no hablar de su posición ciega ante la guerra de 1936. Es increible que sus ideas sigan teniendo tanto predicamento entre sectores "conservadores" católicos españoles. Claro que es más fácil y comodo, pasarse al enemigo que combatir y luchar, y revestir de filosofía lo que es únicamente una traición.

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