Editoriales

sábado, 10 de septiembre de 2011

Tradición y Patria. La sangre, el suelo y la memoria de lo vivido


Sin tradición no hay patria y los hombres sin patria viven en el mundo condenados al suplicio del Judío Errante; llevan consigo una espantosa maldición; son el grano de arena del desierto, que, abrasado por el simoun, se agita sin saber en donde parará y abrasa a su vez todo cuanto toca...

Buscad a uno cualquiera de los mil brazos de la revolución; no os intimide verle la piqueta demoledora. Habladle entonces, recordadle la casa en que nació, el árbol a cuyas ramas trepaba, el objeto piadoso que representa para él la memoria querida de una madre, la cruz que ganó su padre en un combate; en una palabra, todos los objetos ligados a su existencia, a la de su familia y cuando estos recuerdos disipen en su alma el veneno de la incredulidad, animadle a destruirlos.

-La casa podéis decirle, es vieja, no sirve para nada; el árbol estorba; la prenda de esa madre adorada no es más que una antigualla; todos esos objetos recuerdan un ayer de oscuridad, de retroceso; representan a la imaginación, el servilismo, la ignorancia.

-No, exclamará indignado vuestro interlocutor, en todo eso hay algo de los seres queridos de mi corazón; cada objeto me recuerda un dolor o una alegría de mi familia; sin eso nada me queda más que la realidad de mi pobreza.

Y si a pesar de sus palabras queréis destruir "su tradición", luchará desesperadamente contra vosotros. Pues bien; si respetable y querida es la tradición de un individuo, ¿qué no será la tradición de un pueblo, que constituye a todos los compatriotas en una familia, que les hace participes de sus glorias, que divide con ellos sus desdichas, y que dándoles una historia alcanza para ellos admiración y respeto del mundo entero?

Julio Nombela en La Bandera carlista.

Julio Nombela (Madrid, 1836 - ib. 1919), periodista, dramaturgo y novelista español. Secretario del General Cabrera y colaborador en numerosos diarios y revistas. En El Diario Español, del que fue redactor de 1856 a 1858, publicó sus primeras novelas por entregas. Títulos de algunas son El amor propio, La mujer muerta en vida (1861), La pasión de una reina (1862), El coche del diablo (1863), La mujer de los siete maridos (1867) y El vil metal (1876). Escribió infatigablemente; sus obras completas, editadas en 1914, llenaron 22 volúmenes.
Compuso también una Historia de la música (1860), Crónica de la provincia de Navarra (1868), Retratos a la pluma, y en Impresiones y recuerdos (1909-1912) refiere algunos detalles de la vida de Gustavo Adolfo Bécquer, de quien fue amigo.


El amor a la Patria es ese sentimiento indefinible que nos une al suelo que nos vió nacer, donde nuestra vida se desarrolla y donde esperamos y queremos que se abra nuestra tumba; es el amor al suelo donde viven las personas que nos son queridas dentro y fuera de la familia, donde descansan los huesos de nuestros padres, donde nacen esos seres que sólo a cada uno de nosotros es dado llamar con el nombre de nuestros hijos, donde habita esa familia inmensa a la que nos unen los vínculos del idioma, de la legislación, de las costumbres, de la historia, y como podía decirse hasta hace poco en España, los vínculos de una religión misma. Las glorias de la Patria son nuestras glorias; sus desgracias, son nuestras desgracias; y tratándose de la Patria es lícito tener orgullo y disculpar errores porque nos guía, no un egoismo personal, sino un egoismo generoso. La Patria tiene un valor que sólo comprende el infeliz proscrito que la llora perdida; tiene un valor tal, que aún los días de corrupción y decadencia, no pueden borrar aquella sentencia propia de edades viriles y heroicas: dulce et decorum est pro patria mori.

Guillermo Estrada y Villaverde, discurso en el Congreso de los Diputados 1 de julio de 1871.

Guillermo Estrada y Villaverde (Oviedo, 1834-ib. 1894) Catedrático, político y orador distinguido. cursó brillantemente la carrera de derecho en la Universidad de Oviedo, en la que ya su padre y sus abuelos habían ejercido el profesorado. Obtuvo por oposición con la mayor de las puntuaciones en 1860 la Cátedra de Derecho Canónico. Por su sabiduría, modestia y bondad ilimitadas, fue cordialmente querido y respetado tanto por los estudiantes como por los compañeros de claustro. Desde que en 1851 estudiaba Derecho político, tuvo el conocimiento de que en justicia la Corona de España pertenecía a la Dinastía de D. Carlos María Isidro de Borbón y abrazó las doctrinas legitimistas con todo su entusiasmo y también con el desinterés y la alteza de miras propios de un espíritu íntegro e insobornable. Desde 1853 publicó numerosos artículos, especialmente en la prensa ovetense, y en 1868 fundó el periódico La Unidad, que dirigió, defendiendo desde su columnas la causa del Duque de Madrid. Era entonces Doctor en Derecho, correspondiente de la Academia de Historia, magistrado suplente de la Audiencia territorial y había sido secretario del colegio de abogados y de las conferencias de San Vicente de Paúl hasta que éstas fueron suprimidas al triunfar la revolución de septiembre de 1868. Fue diputado en las Cortes de 1869-71 y en ellas defendió con arreglo a sus ideas, pero con la admiración de todos los sectores, los postulados políticos del Carlismo. En 1869 fue desposeído de la cátedra por negarse a jurar la Constitución aquel año promulgada. Presidente de la junta provincial católico-monárquica, fue designado por sus correligionarios para presidir la comisión que se trasladó a Vevey a ofrecer sus respetos al reclamante D. Carlos María de Borbón, con motivo del nacimiento de su hijo D. Jaime (27 de junio de 1870). El 2 de agosto de 1870, Estrada imponía en el pecho del recién nacido la Cruz de la Victoria, reconociéndole como Príncipe de Asturias. Durante laz paz conseguida por las armas carlistas en la tercera gyerra carlista (1872-76) fue Ministro de Gracia y Justicia del legítimo gobierno de Carlos VII. Tras la nueva violentación del orden legítimo por los liberales siguió siempre consecuente con sus ideas, lo que le acarreó serias amarguras y privaciones, pues hasta 1882 no fue repuesto en su cátedra.
Perteneció a la Sociedad Económica de Amigos del País y fue vicepresidente de la comisión provincial de monumentos. En 1893 dirigió Las Libertades, semanario tradicionalista en el que hizo reverdecer los triunfos de sus mejores años periodísticos. En las lecciones de cátedra y en sus numerosos discursos en la Universidad, Casino, Ateneo, Academia de Jurisprudencia y Círculos diversos, dio pruebas de su mucho saber, pero, aparte de esto y de sus artículos periodísticos, dejó muy poco publicado, pues los abundantes materiales que tenía escritos para su obra magna Historia del siglo XIX estaban inéditos cuando le sorprendió la muerte. Su obra mereció unánimes elogios, provenientes, entre otros, de las figuras de la intelectualidad asturiana de entonces (la mayoría opuestos políticamente a Estrada), como Clarín («primer cabeza de nuestra Universidad, poseedora de un método que no es frecuente entre los más eximios universitarios españoles del siglo XIX»), Palacio Valdés («el más científico de nuestros oradores») o Aramburu («varón verdaderamente eminente por lo sabio y por lo bueno»).

3 comentarios:

  1. “Una Patria lo son los campos, los muros, las torres y las casas, los son los sepulcros y los altares; lo son los hombres vivos, padre, madre y hermanos, los niños que juegan en los jardines, los campesinos que cultivan el trigo, los comerciantes, los artesanos, los obreros, los soldados; no hay nada en el mundo más concreto”.

    (Charles Maurras)

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  2. Cuando la Patria no es el recinto de los templos y las tumbas, sino una suma de intereses, el patriotismo deshonra.
    - Nicolás Gómez Dávila

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  3. Una patria también es la sangre de nuestros ancestros, que vive en nosotros, que clama en nosotros ser legada a la posteridad de los nuestros. Es la sangre de nuestros difuntos, que se expresa, por ejemplo, en nuestra fisionomía característica de europeos blancos. Esa es nuestra patria también, la tradición palpitante que encarnamos y que anhela perdurar en nuestros descendientes, permaneciendo ella misma, sin mácula extranjera.

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