Editoriales

viernes, 17 de febrero de 2017

Feliu de la Figuera: Denuncia y solución a los males del capitalismo liberal

FELIU DE LA FIGUERA: DENUNCIA Y SOLUCIÓN A LOS MALES DEL CAPITALISMO LIBERAL

Eusebio Feliu de la Figuera, escritor carlista catalán, en los años que sirvieron de preámbulo a la III Guerra Carlista dejó escrita una magnífica y descriptiva obra sobre los devastadores efectos del liberalismo en España, Reflexiones sobre el liberalismo. Resumen de sus vicios (1869). Junto a los aspectos puramente morales dedica amplia atención a los estragos que un incipiente liberalismo económico estaba produciendo en el terreno social mediante una economía que tilda de antinatural. Matizados los efectos más destructores del capitalismo liberal casi siglo y medio después sus reflexiones no dejaron de ser proféticas y las recetas que propone contra el mismo no dejan de gozar de máxima actualidad:

"Las clases ricas con el espíritu de monopolio o de mercantilismo lo han invadido todo. Se han hecho especuladoras, siendo lo peor cuando el monopolio o tráfico recaen en los artículos de primera necesidad, como sucede ahora con las fábricas de harinas recientemente construidas, cuyos dueños, acopiando el grano de lejanas provincias, hacen que todas las clases de la sociedad coman caro el pan aunque la cosecha haya sido abundante".

"Gravar todos los artículos y productos que no sean de primera necesidad en una desproporción que favorezca las pequeñas industrias y las empresas reducidas a costa de las industrias y empresas que disponen de grandes capitales".
"Que la pequeña propiedad quede dispensada de todo tributo, de todo gasto de inscripción y de toda clase de costas, mediante un recargo en progresión creciente sobre la gran propiedad. Hacen falta modestas industrias; más obreros fabricantes y más fabricantes obreros para que los capitalistas desciendan y los trabajadores se eleven al bienestar sin lujo y sin miseria, ideal a que debe aspirar la política del trabajo".

lunes, 13 de febrero de 2017

Don Sixto Enrique de Borbón y la dignidad de la realeza

DON SIXTO ENRIQUE DE BORBÓN Y LA DIGNIDAD DE LA REALEZA

Mi respuesta a la carta del Príncipe de Bauffremont

Estoy completamente de acuerdo con la hermosa carta que el Príncipe de Bauffremont me ha dirigido, hecha excepción de una alusión al título de infantazgo de «Duque de Anjou», grotescamente atribuido a un tal Luis Alfonso de Borbón y Martínez-Bordiú, descendiente lejano, aunque al parecer simpático, de la cómplice de Luis Felipe de Orleáns en la usurpación, la reina Isabel de España, y que es, por otra parte, primo de Henri de Bauffremont. Ahora bien, es universalmente sabido que todo título de infantazgo sólo puede ser atribuido por un rey reinante que tenga legitimidad de origen y legitimidad de ejercicio, y que ha de ser confirmado en cada generación, como siempre mantuvo Enrique V, Conde de Chambord.

El Príncipe de Bauffremont recuerda con acierto que nos reunimos cada 21 de enero con el exclusivo fin de recordar el sacrificio del rey Luis XVI; y yo mantengo que esta conmemoración no debe servir ni ser utilizada, en manera alguna, para beneficiar una promoción publicitaria pseudodinástica bajo pretexto de favorecer la situación estratégica o política de cualquier miembro de la dinastía de los Capetos o de cualquiera de nosotros.

No es menos evidente que la presidencia de esta conmemoración no puede recaer, fuera de toda argumentación sucesoria o dinástica y por orden generacional, sino en los de mi Casa en cuanto que es la más próxima por la sangre a ese rey mártir, tal como se ha hecho durante más de cincuenta años, primero bajo la autoridad de mi padre y luego de la mía.

Sixto Enrique
Príncipe de Borbón Parma

En la acertada respuesta de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón al Príncipe de Bauffremont se encuentran interesantes claves sobre el papel y la dignidad de la realeza en un mundo y un tiempo en que el paradigma igualitarista ha nublado los entendimientos sobre la misma. Estas dificultades podrían explicar, aunque no justificar, el papel confusionista al que se han prestado gentes de sangre real (aclaremos en este punto que Luis Alfonso Dampierre no lo es) con la intención de buscar un acomodo. Piénsese en el papel de comparsa de la República de Portugal de Don Duarte de Braganza o en el intento de legitimarse plebiscitariamente de Simeón de Bulgaria. El Abanderado de la Tradición (título que como el propio Don Sixto Enrique se encargó de recordar en septiembre de 2008, al cierre de los actos de los 175 años del Carlismo, «tiene un carácter ejecutivo»), emparentado con ambos, no carece de espíritu magnánimo y por eso compadece sus acciones. Sin embargo es el ejemplo del Duque de Aranjuez el que más fielmente se ajusta a la dignidad del papel de la realeza. Ejemplos sobran de su implicación en las problemáticas sociales y políticas más acuciantes e inmediatas del ámbito español (de la vieja y de la nueva España) e internacional, sea con la pluma o con la espada, pero sin olvidar los graves deberes que le impone su nacimiento. (Pulsar Aquí)

En primer lugar el de ostentar la jefatura de la rama mayor de los Borbones. Lo que sin desmerecer ni desatender sus obligaciones para con Parma exige unas responsabilidades que trascienden con mucho el Ducado.

En segundo lugar mantener los fundamentos doctrinales de la realeza, que son los que justifican la misma y la diferencian de la impostura de las repúblicas coronadas, «decoraciones heráldicas de la Revolución que usurpan su nombre» (en frase de Vázquez de Mella) Pulsar Aquí. Desmayos que no sólo afectan a las casas que nominalmente ocupan jefaturas de Estado, sino que se extiende, con mayor escándalo, a los que estarían llamados por su sangre a ocupar un puesto en la historia de la Monarquía.

En tercer lugar, consciente de dichas responsabilidades y siguiendo la senda marcada por los reyes carlistas, Don Sixto Enrique no descuida sus responsabilidades para con Francia. Oportuno a este respecto es recordar el Testamento de Carlos VII:
Aunque España ha sido el culto de mi vida, no quise ni pude olvidar que mi nacimiento me imponía deberes hacia Francia, cuna de mi familia. Por eso allí mantuve intactos los derechos que como Jefe y Primogénito de mi Casa me corresponden. Encargo a mis sucesores que no los abandonen, como protesta del derecho y en interés de aquella extraviada cuanto noble nación, al mismo tiempo que de la idea latina, que espero llamada a retoñar en siglos posteriores.

Quiero también dejar aquí consignada mi gratitud a la corta, pero escogida, falange de legitimistas franceses, que desde la muerte de Enrique V, vi agrupados en torno de mi Padre, y luego de mi mismo, fieles a su bandera y al derecho sálico.

A la par que a ellos, doy gracias, desde el fondo de mi alma, a los muchos hijos de la caballeresca Francia, que, con su conducta hacia mí y los míos, protestaron siempre de las injusticias de que era víctima, entre ellos, el nieto de Enrique IV y Luis XIV, constándome que los actos hostiles de los Gobiernos revolucionarios franceses, son inspirados con frecuencia por los mayores enemigos de nuestra raza.

Recuerden, sin embargo, los que me sucedan, que nuestro primogénito pertenece a España, la cual, para merecerlo, ha prodigado ríos de sangre y tesoros de amor.
Todos estos graves deberes han sido cumplidos, con admirable dignidad, por Don Sixto Enrique, en la línea marcada por los Reyes carlistas.

S.A.R Don Sixto Enrique de Borbón y el proyecto geopolítico del carlismo