Editoriales

sábado, 12 de mayo de 2018

El Tradicionalismo español del siglo XIX (I)

En varias entradas extractaremos parte del prólogo del escritor grancanario Vicente Marrero Suárez a la selección de textos que él mismo hizo en "El Tradicionalismo español del siglo XIX", para la colección de Textos de Doctrina Política de Publicaciones Españolas. Dicho prólogo constituye una  síntesis bastante certera sobre la génesis y desarrollo del carlismo, con conclusiones que llegan hasta el siglo XX.

1. Las dos corrientes del siglo XIX: la liberal y la carlista.

Dos grandes corrientes actúan con toda claridad desde los comienzos del siglo XIX en la Historia de España: la liberal y, frente a ésta, lo que se ha llamado primero realismo y más tarde carlismo y tradicionalismo. En toda Europa, aunque el problema no se plantea de un modo tan radical como en España, sucede otro tanto. Tan es así, que historiadores de la talla de Leopoldo Van Ranke y Schnabel ven en la lucha entre monarquía y democracia el nervio central del siglo XIX. Democracia se entiende tal como fue acuñada en la baja Ilustración.
En España estas dos grandes corrientes suelen considerarse como una pugna entre absolutismo y liberalismo, como una lucha entre nuevos sistemas y viejo régimen, lo que fácilmente puede conducir al error. En y en otro bandos la mayoría de los diputados estaban de acuerdo en que debía hacerse una reforma, distinguiendo entre sí en el modo de proponerla.
Así, por un lado, se fue formando el bando liberal, y por el otro, primero, los realistas, con sus posiciones y manifiestos; después, en 1833, Don Carlos declarando la guerra, hasta que llegamos al año 1868, fecha memorable para el sector carlista, al engrosarse con grandes figuras del campo moderado, al mismo tiempo que toma más cuerpo la doctrina y gran pujanza en todo el país. Desde entonces se perfilaron las líneas y directrices que se han mantenido hasta el presente.

2. Realismo, carlismo, tradicionalismo.

La palabra realismo en las fuentes históricas, como dice Suárez Verdaguer, se emplea para designar a la corriente ideológica que desde las Cortes de Cádiz de 1812 hasta la guerra de los agraviados, en 1827, combate el liberalismo en todos los terrenos. La palabra carlismo se usa para ratificar las mismas ideas y los mismos nombres desde el momento en que Don Carlos se constituye en cabeza de esas ideas. La palabra tradicionalismo en muy tardía, y aparece en la segunda mitad del siglo, alcanzando vigencia en los años anteriores a la Revolución de 1868. A partir de esta fecha, los españoles comenzaron a alarmarse ante el auge de la revolución y el presentimiento de la quiebra de la monarquía de Isabel II.
Estas tres palabras, habitualmente se utilizan para designar el mismo hecho, significando confusamente, en el ánimo de la gente, lo mismo. La denominación de realismo cayó en desuso a partir de 1833. (...)
3, La dinastía y las ideas.

Por encima de un sistema, lo que caracteriza en España al campo carlista, si se le compara con otras tendencias tradicionales, fue su sometimiento leal a una dinastía que se consideró legítima desde su principio, que no claudicó, pese a sus muchas dificultades, en el ostracismo y que combatió sañuda y doctrinalmente todo lo que tuviera sabor liberal. Este es el secreto de la suprema madurez política de los carlistas frente a toda otra clase de tradicionalismo: el tener una dinastía que les unía ante las masas. El carlismo representa en el siglo pasado español [se refiere al siglo XIX, nota del transcriptor] a la ortodoxia monárquica, que reúne a los hombres en masas compactas y activas, y a la más estricta ortodoxia católica. Por el contrario, la monarquía liberal parlamentaria, aunque intente cubrírsele con salmodias religiosas, representa un principio, que hunde sus raíces en la honda intranquilidad social que conoció el mundo desde que el protestantismo hizo su erupción en la historia del espíritu de Occidente. María Cristina, como es sabido, se encontró con el dilema de conservar el régimen tradicional, reconociendo a Don Carlos, o de conservar la corona a cambio a cambio de reconocer el sistema liberal. (...)
La monarquía liberal, como la carlista, comenzaba en el trono, pero si la primera terminaba en la puerta del Palacio, la segunda llegaba al interior de los hogares españoles. La dinastía liberal no tenía pueblo; a lo largo de los siglos XIX y XX salió solitaria varias veces de España. El pueblo, en cambio, fue fiel a la dinastía carlista, batiéndose siempre que fue necesario por sus reyes y emigrando con ellos en grandes núcleos.


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