Ahora bien, ¿es ello posible?, es decir, en este mundo (pos)moderno cotidiano, actual, ¿vemos la posibilidad de revitalizar el derecho natural católico como principio y criterio de la convivencia política? ¿Se puede restaurar la idea de una justicia universal, servidora del bien público (...) Permítaseme decirlo con las palabras de Miguel Ayuso, cuyo castizo e inquisitivo estilo evoca la voz y el preguntar agudo de su maestro
Elías de Tejada. "¿Se logrará en la actual coyuntura reatar el hilo de la Tradición o se continuará en el designio eterno del moderantismo, elevando tronos a las premisas y cadalsos a las consecuencias?".
La conclusión, aún esceptica, no carece de valor, al menos en tono de advertencia a los cómplices de la crisis y un llamado de atención a los desprevenidos: ¿Cómo retomaremos la preciosa veta de la tradición, insiste Ayuso, cuando los católicos en lo teórico hemos abandonado la metafísica tomista en aras del personalismo; cuando en lo jurídico no somos capaces de afirmar el derecho natural frente al legalismo y el judicialismo; y cuando, en lo político, seguimos atrapados en las redes del liberalismo y somos incapaces de reconocer la exigencia racional de un
Estado Católico? Dicho de otro modo: si los católicos no somos capaces de desentendernos del personalismo, del legalismo y del liberalismo, que a los anteriores prohijó, únicamente queda el consolarnos en la triste y posmoderna idea de un derecho natural convertido en "conciencia crítica de las instituciones jurídicas",como plantea Spaemann.
Este conformismo, sin embargo, aunque se diga crítico, no se corresponde a una verdadera actitud católica en la vida política. No podemos resignarnos a un derecho natural sin sustento divino, a un derecho natural "agudo" pero inerme, a una ley natural parida por la voluntad de hombres enemistados, a sabiendas de la advertencia de Pío IX: "Es un hecho que cuando la religión queda desterrada de un Estado y se rechaza la doctrina y la autoridad de la revelación divina, la misma noción verdadera de la justicia y del derecho humano se oscurece y se pierde, y la fuerza material ocupa el puesto de la justicia verdadera y del legítimo derecho".
El recuerdo del Magisterio es hoy acuciante. en nuestros días, lo justo natural no se dice sino de unos derechos naturales cada vez más desnaturalizados. Hemos pasado de la naturaleza de las cosas a la antropología inventada por los racionalistas y, en ese tránsito, el otrora glorioso rule of law y el menos meritorio Estado de derecho, se han vaciado de contenido y llenado de formalidades, mecánismos rituales y otras falsificaciones del constitucionalismo.
En nuestras sociedades (pos)modernas ya no es concebible algo común (ni siquiera un interés, aún menos un bien) que pueda ser perseguido por una agencia colectiva o estatal, del mismo modo que el propio Estado ha perdido capacidad o poder para armonizar compulsivamente las pasiones e intereses individuales. Entrando el siglo XXI la crisis del aparato estatal desviste la bancarrota de la teoría social mecanicista dominante desde el siglo XVII, exhibiendo una anarquía social preñada de nihilismo que ninguna fuerza puede reorientar o recomponer. Desaparecido, artrítico o extenuado, el Estado no es más que el locus del poder, como se ha insistido de Bodino y de Hobbes a Marx y Max Weber, pero de un poder, a esta altura de los tiempos, impotente-no por ello menos soberbio-, que ya no encubre sino potencia la anarquía social.
Contra el orden natural, la revolución ha hecho un trabajo de demolición que ha entrado ya en su sexto siglo. Del mismo modo que el iusnaturalismo racionalista no es más que una farsa para acabar con el derecho natural católico y consagrar la ley estatal; así también la Reforma y sus secuelas que en nombre de la fe hicieron el llamado a la subjetividad del creyente, han concluido en la liberación de las conciencias de toda fe y de todo Dios. Esta es la obra de la Revolución, que hoy parece haber llegado a la raíz misma de una vida digna, a la destrucción de los vestigios de toda "relación del hombre con Dios", y esta ruptura afecta toda nuestra realidad en su doble dimensión: personal y social. El desencuentro espiritual con un orden de convivencia sano- escribe Calderón Bouchet- es consecuencia de una crisis de fe, de asentimiento religioso".
¿No será, entonces, el momento de recuperar la tradición abandonada? (...) Hay una enorme tarea intelectual por delante a la que somos permanentemente invitados: retormar la senda de la tradición. si se recupera desde la metafísica el concepto católico de la ley natural, queda abierto el camino, en sede de la filosofía política, al restablecimiento del bien común, como concepto unitivo de la pluralidad social, mejor aún, como principio ordenador de la comunidad política en su plural constitución y criterio del recto ejercicio del poder, es decir, como la regla de gobierno conforme al orden natural de la política.
Cierto es que se trata, primero, de una tarea intelectual, pero no menos que tras el restablecimiento del recto saber viene la faena práctica de la instauración de un orden político justo.