Editoriales

jueves, 3 de septiembre de 2009

¡EL RETORNO DEL REY!

"Veo en vuestros ojos el mismo miedo que encogería mi corazón. Pudiera llegar el día en el que el valor de los hombres decayera y de que olvidáramos a nuestros compañeros y que rompiéramos los lazos de nuestra comunidad, pero hoy no es ese día. En que una manada de lobos revindicara su victoria sobre unas espadas y escudos rotos, pero hoy no es ese día. ¡Hoy, lucharemos!".
Arenga de Aragorn. El Retorno del Rey, libros V y VI (volúmen III) de El Señor de los Anillos.

“El carlismo tuvo arraigo popular gracias a su legitimismo dinástico, de tal modo que sin este hecho difícilmente hubiera aparecido en la historia española un movimiento político semejante, aunque su principal y más profunda motivación fuera religiosa. Podríamos encontrar semejanzas con otros movimientos antirrevolucionarios como la Vendée, los tiroleses de Austria o los cristeros de México. Pero estos casos, después de haber fracasado su levantamiento militar desaparecen como movimientos políticos. El carlismo, por el contrario, reaparece en la vida política española tras varias derrotas militares y largos períodos de paz en que se afirma que ha perdido toda su virtualidad. Se explica esta diferencia por el hecho de que la defensa de los principios político y religioso está íntimamente unida con la causa dinástica. Por ello Cuadrado puede afirmar que si ésta desapareciera su presencia se refugiaría “en las regiones inofensivas del pensamiento”.

Si se tratara de encontrar el medio para que desapareciera definitivamente el carlismo de la escena política española, habría que seguir aquella política que se propone desde El Conciliador. Hacer que desaparezcan las motivaciones dinásticas y de este modo se habrá conseguido que el carlismo no represente un permanente peligro de desestabilización política”.

(José Mª Alsina Roca. El Tradicionalismo Filosófico en España)


En 1986 tuvo lugar en El Escorial un Congreso para la unidad del Carlismo. En él, la Comunión Tradicionalista Carlista histórica acogió a los hasta entonces disidentes, pretendiendo unir a todos los sectores del tradicionalismo carlista: javieristas, octavistas, y sivattistas. El precio de tal unidad, resultó ser por una parte la injusticia y mentira histórica de dejar a un lado la realidad del reinado de S.M.C Javier I, y por otra el error estratégico de “hibernar la cuestión dinástica”. Error trágico, que de estratégico ha acabado invadiendo la esfera doctrinal, con la pretensión de hacer permanente tal afirmación. Este es el error político que ha invalidado toda la acción carlista desde ese congreso, amén de otros desenfoques doctrinales que se han ido sucediendo y que han llevado al fracaso total del “Congreso de la Unidad”.

El Carlismo tiene un “imaginario” propio, unos “mitos” movilizadores propios, que pertenecen al patrimonio del pueblo carlista. El desconocimiento de éstos lleva a la desintegración del Carlismo como fuerza política. El pueblo carlista se mueve por una adhesión personal a la Dinastía que encarna sus aspiraciones políticas profundas, a veces de forma inconsciente. Esa lealtad intransigente del Carlismo a su Dinastía, no puede ser dilapidada y arrojada al cubo de la historia, sin destruir con ello al propio Carlismo. Un Carlismo sin afirmación dinástica es un absurdo.

La actual situación de crisis y debilidad del Carlismo se debe en gran parte a esa trágica y anticarlista política de “hibernar la cuestión dinástica” política que podemos calificar, sin miedo, de liquidacionista del Carlismo histórico. En busca, quizás de un neocarlismo que recorra las sendas de las políticas de “los no-negociables”de un mero “partido de los católicos”. Política, por otra parte, nada novedosa por ser recurrente en toda la historia del tradicionalismo. Pero que además actualmente se encuentra con el agravante de presentar un Carlismo disminuido y debilitado (debido a la dinámica antidinástica referida) que jamás podrá tener protagonismo en las supuestas negociaciones, por lo que su nula influencia aún justificaría menos esa deriva.

Como soporte doctrinal a esa nefasta política “de hibernar la cuestión dinástica”, se apunta que lo importante hoy en día es restaurar la sociedad tradicional, y que la monarquía solo coronará a la sociedad restaurada, y no a la inversa como el carlismo sostuvo en la guerra y en la paz con la espada como con la pluma. A este respecto, escribe don Rubén Calderón Bouchet: “Si esto es así, las exigencias de la restauración recorrerían un proceso inverso al que impuso la historia, y esta inversión del proceso parece imponerse en vista de la necesidad de romper, en primer lugar, las estructuras político-financieras de los poderes que dirigen la revolución y que hacen prácticamente imposible la restauración desde abajo. El poder estatal creado por la revolución es tan exclusivo, tan absoluto, que no se puede soñar con restaurar el orden social si no se comienza por poner los resortes de ese poder en las manos encargadas de la misión restauradora”.

En el actual contexto político cabe afirmar que no hay verdadero Carlismo obviando el importante manifiesto de S.A.R Don Sixto Enrique de Borbón de 17 de Julio de 2001. Desde esta fecha sus actos en todas las Españas están levantando un entusiasmo y unas adhesiones que no logró despertar el decadente devenir del partido derivado del 86. Lo mismo los movimientos públicos de Don Carlos Javier y Don Jaime de Borbón a pesar de su torpeza (derivada de la influencia del ex príncipe Carlos Hugo). Quienes se obstinan en negar esta realidad es porque realmente pretenden aprovecharse de la “unidad del 86” para mantener la deriva de la llamada Regencia de Estella, que por mor de su clericalismo y el correlativo desfallecimiento doctrinal de los clérigos ha iniciado un viaje del integrismo a la democracia cristiana. De ida sin vuelta.

Esta es la realidad actual, no hay Carlismo político fuera de la lealtad a la Dinastía carlista que hoy encarna el Príncipe Sixto Enrique.

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