Editoriales
lunes, 27 de febrero de 2012
Objeción de Conciencia o resistencia a las leyes inicuas: conservadores o tradicionalistas
El Padre Alfredo Sáenz y Nikolái Berdiáyev: Retorno a la Cristiandad
"Vistas las cosas con la perspectiva que nos ofrece la historia nos parece que acierta Berdiaieff cuando dice que hoy vivimos, no tanto el comienzo de un mundo nuevo, cuanto el término de un mundo viejo y caduco. Recuerda nuestra época el fin del mundo antiguo, la caída del Imperio Romano, el agotamiento de la cultura grecolatina. Ya no podemos creer –tras Hiroshima y el Gulag– en las teorías del progreso que sedujeron al siglo XIX, y según las cuales el futuro debía ser cada vez mejor, más humano, más vivible que el pasado que se aleja. «Más bien nos inclinamos a creer –escribe Berdiaieff– que lo mejor, lo más bello y lo más amable se encuentra, no en el porvenir, sino en la eternidad, y que también se encontraba en el pasado, porque el pasado miraba a la eternidad y suscitaba lo eterno» (Una nueva Edad Media…).
Pero enseguida el pensador ruso agrega que no se trata de volver tal cual a la Edad Media sino a una nueva Edad Media, como lo ha dejado en claro al elegir el título para su gran libro. Nosotros preferiríamos decir: no una vuelta a la Edad Media, cosa imposible en sí, sino una vuelta a la Cristiandad. Sería ridículo, y por cierto que no es eso lo que propicia Berdiaieff, pretender un retorno liso y llano a la Edad Media: no podemos volver a vestirnos como los caballeros, ni restaurar el mester de clerecía y los cantos de los juglares. Menos aún nos es lícito experimentar nostalgia por los defectos del Medioevo. Nuestro anhelo de rehacer la Cristiandad incluye la corrección de los errores que mancharon aquella Edad gloriosa, y el aprovechamiento de los progresos técnicos de los últimos siglos, que de por sí son neutros y pueden ser bien utilizados. Berdiaieff es categórico: «¿Bajo qué aspecto se nos presenta la nueva Edad Media? Es más fácil tomar de ello los rasgos negativos que los rasgos positivos. Es, ante todo, el fin del humanismo, del individualismo, del liberalismo formalista de la civilización moderna, y el comienzo de una época de nueva colectividad religiosa... He aquí el paso del formalismo de la historia moderna, que al fin y al cabo nada ha escogido, ni Dios ni diablo, al descubrimiento de lo que constituye el objeto de la vida» (ibid., 114-115).
Aquello a lo que aspiramos es a volver al meollo de la Cristiandad, a ese espíritu transido de nostalgia del cielo, a esa cultura que empalma con la trascendencia, a esa política ordenada al bien común, a ese trabajo entendido como quehacer santificante, volver a la verticalidad espiritual que fue capaz de elevar las catedrales, a la inteligencia enciclopédica que supo elaborar summas de toda índole, volver a aquella fuerza matriz que engendró a monjes y caballeros, que puso la fuerza armada al servicio no de la injusticia sino de la verdad desarmada, volver al culto a Nuestra Señora, y a la valoración del humor y de la eutrapelia."
Padre Alfredo SÁENZ, S. J. La Cristiandad, una realidad histórica
domingo, 19 de febrero de 2012
Conservadores, revolucionarios...y tradicionalistas
En este momento surge otra clase de hombres: los revolucionarios (el juglar de las ideas),que son los que no tienen nada que perder, los que tampoco aman las Leyes ni las creencias, los que no respetan los cimientos del orden ni los principios del bien y de la verdad(...).
Rafael Gambra Ciudad. El Silencio de Dios
Exégesis:
Los conservadores son los fariseos que sólo se mueven por sus intereses mezquinos y materiales, y que han vaciado de contenido los principios de Religión, Patria, Familia, Comunidad, Monarquía... los revolucionarios son aquellos que quieren destruir esos principios vaciados de contenido y prostituidos por los fariseos... y los tradicionalistas son los "hombres de fe" que los defienden en su integridad y en su verdad.
jueves, 16 de febrero de 2012
El genocidio de la Vendée: ¿Cuando pedirá perdón la laicista república francesa?
miércoles, 15 de febrero de 2012
Los distributistas y la realidad del capitalismo
Por lo tanto, la calamidad básica que de una manera drástica llamamos capitalismo, debiera, con más precisión llamarse «Proletarianismo», dado que las características del mal estado de la sociedad que hoy llamamos «Capitalismo» no consisten en el hecho de que unos pocos tengan propiedades sino en el hecho de que la mayoría, aún cuando desde el punto de vista político sean iguales a sus amos y libres para ejercer todas las funciones inherentes a un ciudadano, no pueden disfrutar la libertad económica completa. [...] La presencia de un proletariado tan amplio es la que imparte el tono a todo el conjunto de la sociedad y lo que hace que ella sea una Sociedad Capitalista”.
Hilaire Belloc La crisis de nuestra civilización
domingo, 12 de febrero de 2012
Los Círculos Carlistas: vida comunitaria... y conspiración
viernes, 10 de febrero de 2012
Charles Maurras y la monarquía
jueves, 9 de febrero de 2012
El Carlismo y la Latinidad (II)
miércoles, 8 de febrero de 2012
La "sociedad de masas" del liberalismo y su falsa representación política
En tal esquema, los intereses reales no pueden ser representados, pues éstos se encuentran en la familia, en la que cada uno vive, en la profesión que ejerce, en la comunidad local donde mora, y todas estas expresiones de la vida social desaparecen, en el plano representativo, restando sólo los individuos que, en su conjunto, constituyen el Pueblo soberano. Pero ese Pueblo es el "pueblo de administrados" de que nos hablaba Royer Collard, y los individuos son absorbidos cada vez más en el engranaje estatal. Con ocasión de manifestar su voluntad y escoger a sus representantes, son dirigidos por la máquina de la propaganda, y así la representación, en lugar de ser la comunicación de la sociedad con el poder, se torna la manipulación de la sociedad por el poder, esto es, por el Estado o por los detentadores de los medios de fabricar la opinión pública.
¿Quienes son éstos?
Responde por nosotros Marcel de Corte: "En las democracias denominadas liberales el poder es efectivamente ejercido por una pluralidad de grupos de presión ; en las democracias totalitarias o camino del totalitarismo, el poder es retenido por los miembros del Partido, por un gobierno colegial que reconoce las leyes bien simples de funcionamiento de este tipo artificial y sin misterio de "sociedad", o incluso por un gang de tecnócratas comandado por un jefe cuya autoridad no encuentra otra traba que el peso y la complejidad de la maquinaria estatal que le cabe poner en movimiento".
De ahí la decandencia de las instituciones representativas. Éstas sobreviven muchas veces de un modo puramente decorativo. En la sociedad de masas no hay gobierno representativo, ni representación de la sociedad ante el gobierno. Representación auténtica sólo es posible donde el pueblo organizado resista al rodillo compresor de la masificación.
Podemos, pues, concluir que:
1) La centralización operada en el Estado de partidos preparó el totalitarismo de Estado monopartidista.
2) La democracia representativa de base individualista no es adecuada para lograr la verdadera descentralización social.
3) La descentralización social puede ser mejor asegurada mediante la presencia activa de los cuerpos sociales junto al poder político, resguardando y haciendo valer sus intereses e inmunidades.
Finalmente, una palabra sobre el Estado corporativo en la modalidad fascista. Éste niega la descentralización social, y por consiguiente en él no puede existir representación de los grupos o cuerpos sociales autónomos, pues las corporaciones pasan a ser órganos del Estado. En tal caso, la organización corporativa viene de arriba hacia a abajo, impuesta y dirigida por el Estado, cuando la genuina representación se realiza desde la sociedad hacia el poder. No se confundan, por tanto, una sociedad donde existen cuerpos intermedios debidamente valorados y el corporativismo estatal, grosera corrupción, que aniquila las libertades de los grupos. En este caso, el Estado corporativo surge para organizar una sociedad de masas, en la que se da una pseudo-representación política mediante el partido único.
José Pedro Galvao de Sousa. La representación política.