Editoriales
viernes, 28 de mayo de 2010
La destrucción del matrimonio y la familia, camino a la nueva esclavitud del Estado Servil
domingo, 23 de mayo de 2010
El espíritu del capitalismo: liberalismo y calvinismo.
Federico D. Wilhelmsen
PUBLICACIONES DE LA DELEGACIÓN NACIONAL DEL REQUETÉ. 1964
Por lo tanto, el hombre calvinista buscaba la prosperidad material como prueba de su salvación y como justificación de su propia existencia. Mientras que el catolicismo siempre había predicado que un pobre tiene más probabilidad de entrar en el reino del cielo que un rico, basando su doctrina sobre las palabras de Nuestro Señor, el calvinismo predicaba exactamente lo contrario. La pobreza era una señal de la condenación, y la riqueza de la salvación. En vez de convertirse en un quietista o en un sinvergüenza sin más, el calvinista se hizo capitalista. Sus creencias religiosas produjeron una ansiedad espiritual capaz de saciarse únicamente a través de la acumulación de la riqueza material.
A menudo se dice que el calvinismo fue la causa del capitalismo. Esto no es la verdad exacta. El capitalismo ya había empezado a desarrollarse en Inglaterra y en los Países Bajos antes del advenimiento del calvinismo, debido al comienzo de aquella transformación económica que luego llegó a ser la Revolución Industrial, y debido al declive de los gremios y de sus antiguas libertades por la nueva centralización del Estado y por la presencia de una clase nueva: la burguesía. Pero el capitalismo naciente recibió su espíritu del calvinismo, que era la espuela que empujó al hombre a que se hiciera rico a todo trance. Sin el calvinismo, los medios nuevos de la industria habrían sido encauzados y disciplinados por la moralidad católica, y el mundo de hoy hubiera sido totalmente diferente a lo que es en realidad. Estos nuevos medios habrían servido al bien común de la sociedad, en vez de servir a los medios particulares de individuos y de grupos de presión. Pero el calvinismo desvió el nuevo progreso económico e industrial hacia una mentalidad y una psicología con una inseguridad interna, insistiendo en que el individuo, como tal, se enriqueciera y de esta manera simbolizara su salvación para todo el mundo y para sí mismo.
El liberalismo puede considerarse, o desde un punto de vista político o desde un punto de vista económico-social. De momento hacemos abstracción del aspecto político del liberalismo, a fin de dar énfasis a su aspecto social y económico. El liberalismo de los siglos XVIII y XIX hasta nuestros tiempos, siempre ha derivado del espíritu calvinista. Donde quiera que haya ganado el calvinismo ha ganado también el liberalismo, ya que estas doctrinas -aunque no se identifican- se compaginan estupendamente. En Escocia, en Inglaterra, en Holanda, en los Estados Unidos, los calvinistas siempre han sido los grandes capitalistas. En Francia, un país católico, más de la mitad de la riqueza del país está en manos de la minoría pequeña protestante y más del 80 por ciento de la riqueza financiera e industrial es protestante. Sería ridículo pretender que la causa de esto es el hecho de que los protestantes quieren ganar mucho dinero y los católicos no. Todo el mundo desea dinero, y cuanto más tanto mejor, Pero un católico no necesita tener dinero para estar seguro de su propia salvación y, por lo tanto, de la integridad de su personalidad, mientras que el calvinista sí lo necesita. ¡Un católico pobre es un hombre pobre, pero un calvinista o un liberal pobre es un pobre hombre!
Por eso, el espíritu calvinista siempre ha apoyado al espíritu liberal y el liberalismo siempre crea un ambiente amistoso al calvinismo en sus múltiples manifestaciones. Hacemos hincapié en esto: el liberalismo nunca habría sido posible sin su espíritu económico, el calvinismo. Aun cuando la religión calvinista en sus aspectos doctrinales perdió eficacia, la ética calvinista (la llamada "ética protestante") retenía su fuerza. Esta ética coloca el trabajo en la primera línea de su ideario y subordina todos los demás valores al trabajo. La contemplación y el ocio son epifenómenos de la vida, debilidades del hombre. Por consiguiente no estamos nosotros de acuerdo con la tesis de Ramiro de Maeztu (El sentido reverencial del dinero: Ramiro de Maeztu. Editora Nacional. Madrid. 1957), según la cual los países católicos tienen que introducir un "sentido reverencial del dinero", a fin de adelantar su progreso económico y técnico. ¡Hay que respetar el dinero y aun tenerlo! ¡Eso sí! Pero reverenciarlo, ¡nunca! Tal actitud sería la contradicción de toda la ética católica.
El calvinismo comulga con el luteranismo en su negativa de la ley natural. Por lo tanto, todo lo que impide el progreso de la revolución capitalista tenía que rechazarse. Un modelo de la unión entre el capitalismo y el calvinismo fue la revolución inglesa del siglo XVI contra los Estuardos. El rey Carlos I representaba la Inglaterra antigua, con sus estamentos, sus gremios, sus campesinos libres. El parlamento representaba una aristocracia nueva, cuya riqueza vino del robo de las tierras de la Iglesia y de la energía de un capitalismo nuevo que se sentía restringido por la moralidad tradicional del país. Esta aristocracia nueva, capitalista, era calvinista en bloque, mientras que las fuerzas que apoyaban al rey eran o católicas o no calvinistas. Las consecuencias de la revolución inglesa son sumamente interesantes para nosotros. El rey Carlos I perdió la guerra y su propia cabeza. Los campesinos perdieron sus fincas pequeñas. Los caballeros del rey, sus bienes. Un grupo nuevo, rico, capitalista, se apoderó del país, y rápidamente convirtió a Inglaterra en aquel infierno industrial del siglo XIX, que no reconocía los derechos de nada que no fuera el dinero y el poder conseguido por el dinero. Como resultado, hoy en día, menos del 10 por ciento de los campesinos ingleses son propietarios de la tierra que cultivan, y menos del 20 por ciento de la población es dueño de sus propias casas. Se dice que el campo inglés es un jardín. Es verdad. ¡Es un jardín que pertenece a los ricos!
La segunda gran intervención del calvinismo en el ancho camino de la política europea era la oposición tenaz de los holandeses, bajo la capitanía de la Casa de Orange, a la contrarreforma, cuyo baluarte era la España de Carlos V y de Felipe II. El calvinismo sentía la contrarreforma como una espada apuntada a su garganta. Se puede decir que el calvinismo ni ganó ni perdió la batalla. Aunque el calvinismo impidió que España reconquistara la hegemonía católica de Europa, no traspasó las fronteras del Imperio Español.
La tercera intervención calvinista fue la Revolución francesa. La obra de una burguesía rica de financieros, abogados, intelectuales, divorciados del suelo católico del país, e influenciados profundamente por el espíritu protestante y capitalista. Se puede decir que esta revolución alcanzó su más perfecta representación en la frase del rey liberal de la Casa de Orleans, Louis Philippe, descendiente directo de aquel "Philippe Egalité", que había votado en pro de la sentencia a muerte de su rey y pariente Louis XVI. Louis Philippe gritó al pueblo francés en 1848: "enrichez vous", ¡enriqueceos! Así colocó la virtud suprema, el valor absoluto de la vida humana, en la búsqueda de las cosas materiales de este mundo. Más tarde trataremos de explicar cómo esta doctrina liberal y calvinista produjo la reacción marxista. Aquí la citamos, simplemente, porque sería imposible encontrar una frase que más cínicamente simbolice el espíritu liberal emparentado con el calvinista.
La cuarta intervención grande del capitalismo liberal se efectuó en España en el siglo XIX. Aunque el calvinismo no se infiltró en España con toda la crudeza de su doctrina teológica, sí entró indirectamente a través de la masonería. La desamortización de los bienes de la Iglesia, promulgada por el masón y liberal Mendizábal el 19 de febrero de 1836, repitió lo que ya había pasado en Inglaterra tres siglos antes. "Ese inmenso latrocinio" -en palabras de Menéndez y Pelayo- creó un partido liberal cuyo bienestar material dependía de la existencia continuada de la dinastía liberal de Isabel II, cuyo descendiente y heredero hoy en día es Don Juan de Borbón y Battenberg. Se puede decir que el espíritu liberal y capitalista, vencido en parte, por lo menos, gracias a las armas de las Españas del Siglo de Oro, volvió para ganar la guerra dentro de las mismas entrañas de la tierra española en el siglo XIX. La clave de las guerras carlistas es el apoyo enorme que el liberalismo español encontraba en el capitalismo europeo, un apoyo que hizo posible que un puñado de masones y burgueses, que carecían totalmente de pueblo, se apoderaran del destino de España. El protestantismo nunca echó raíces en la España católica, pero sí hizo posible que España perdiera su destino histórico, hasta que lo recobrara el 18 de julio de 1936.
El mundo que surgió del calvinismo fue gris, sin belleza, sin amor. Se destrozó con el calvinismo la antigua unidad de todas las instituciones cristianas. Los derechos de los hombres, así como sus deberes para con el prójimo, desaparecieron. Con la negación protestante de la negación humana vino la negación protestante del mundo sacramental. El valor de la creación se derrumbó y Dios se retiró al esplendor inaccesible de su majestad trascendental y terrible. Con la repulsa del valor sacramental de la realidad vino la negación de la bondad de la materia, y, de esto, la negación de María, principio de la mediación. El universo llegó a ser nada más que la materia prima del manchesterianismo (Doctrina liberal-capitalista confeccionada en la ciudad de Manchester, Inglaterra), un universo bueno solamente para explotar y martillear, a fin de lograr lo severamente útil, y nada más. El hombre se abandonó a la búsqueda de bienes de esta vida. Un materialismo se apoderó del espíritu europeo.
El liberalismo es el hijo del calvinismo y ambos son los enemigos perpetuos de la ciudad católica. Un hombre incapaz de darse cuenta del papel del protestantismo y, sobre todo, del calvinismo dentro de la historia, no puede lograr ninguna visión de la crisis de nuestros tiempos. (P. 45)
Pero en el Estado liberal, ¿qué son los famosos grupos de presión? ¿Existen de verdad o son fantasmas que estorban la mente de los Tradicionalistas? A fin de aclarar este problema, tenemos que acordarnos del hecho de que estos grupos no pueden ser ni la universidad, ni la región, ni el municipio, ni la familia, simplemente porque el Estado liberal ya ha suprimido cualquier representación política por parte de ellos. Casi siempre el grupo de presión es capitalista y casi siempre representa una mentalidad más o menos liberalizada y a menudo calvinista o masónica. Debido al hecho de que el liberalismo del siglo XIX negaba todo derecho a los trabajadores, estos reaccionaban en favor del socialismo o del comunismo y formaban sus propios partidos. Así, la oposición entre la derecha y la izquierda nació dentro del Estado liberal, que fue precisamente su engendrador. (P. 78)
Si el descubrimiento de la técnica moderna y su despliegue en la industria hubiese pertenecido a un mundo tradicional e íntegramente católico, el infierno social del siglo pasado, y parte del nuestro, se hubiera evitado. Los medios nuevos de la producción se habrían compaginado con la sociedad histórica, y la transición al mundo contemporáneo se habría efectuado lenta y humanamente. Pero tenemos que acordarnos del hecho de que el capitalismo europeo precedió a la revolución industrial dos siglos. A veces confundimos el capitalismo con la industrialización, pero es preciso tomar en cuenta que existía ya un capitalismo en Europa cuando nació la revolución industrial. Este capitalismo se apoderó de los nuevos medios de producción e hizo que le sirvieran para sus propios fines. Los resultados son tan conocidos que basta enumerarlos: la propiedad particular pequeña desapareció en gran parte y en Inglaterra casi del todo; los artesanos perdieron sus oficios y el pan de sus familias, debido a que la masificación de la industria les hizo superfluos; una nueva clase de proletarios creció espantosamente, como un cáncer, dentro del cuerpo europeo; una clase compuesta de hombres sin propiedad y totalmente despojados de cualquier lugar en la sociedad. Esta clase, forzosamente tuvo que entrar en las fábricas nuevas, para hacer el trabajo necesario para que los capitalistas engordasen aún más; había una huida del campo y un crecimiento de ciudades nuevas, esponjas enormes, sin personalidad ni corazón, cuyo centro no era la catedral, sino la fábrica, en aquel entonces un infierno cuyos esclavos no tenían ningún derecho en absoluto. Los ricos se enriquecieron aún más y los pobres se empobrecieron aún más. El espíritu detrás de esta transformación gigantesca era el antiguo calvinismo emparentado con la masonería, cuya única modalidad era la autojustificación de la riqueza como símbolo de la salvación. (P. 85)
Otra vez el capitalismo calvinista, unido con la masonería, se estrechó la mano con las fuerzas de la Revolución. La Revolución Industrial transigió con la francesa, liberal y masónica, en las primeras décadas del siglo XIX, y su unión creó lo que solemos llamar el mundo moderno. Las razones en pro de esta alianza están clarísimas. El liberalismo predicaba el individuo aislado, sin raíces en la sociedad. La Revolución Industrial creó un hombre a esta imagen. La masificación y la automatización de la sociedad, que eran sus resultados, sembraron las semillas del marxismo. Si el liberalismo no hubiera existido, el marxismo tampoco habría nacido. Este no es el único pecado del liberalismo, pero sí es uno de los más graves. (P. 87)
Se dice a menudo que el comunismo encuentra sus raíces en los abusos del capitalismo. Este juicio tiene su razón, pero tenemos que profundizar en él para entender la verdad que tiene. El mundo liberal y capitalista del siglo XIX destrozó la antigua cristiandad desde fuera del alma y desde dentro de ella. Externamente, el liberalismo desmanteló las estructuras históricas de la sociedad europea. Lo que había sido una armonía de instituciones y de clases, con todos sus derechos y privilegios, se convirtió en una masa gris de individuos sin raíces en la comunidad político-económica. El hombre perdió todos sus derechos salvo uno: el derecho de vender su trabajo al mejor postor. Con esto, el hombre perdió todo sentido de responsabilidad para con la sociedad dentro de la cual vivía. Si valía solamente en términos de la fuerza de sus brazos, él no era responsable por lo que pasaba dentro de un mundo que ya había dejado de ser suyo. El hombre se redujo a ser un trabajador para una sociedad dentro de la cual no figuraba ni como participante ni como miembro. Desarraigado de la comunidad, el hombre perdió su sentido de patria. No se sentía leal a aquello que no le era leal a él. Junto con la responsabilidad desapareció también la seguridad. El trabajador industrial servía hasta que su salud y sus fuerzas se debilitasen. Al ocurrir esto, dejaba de ser útil para la fábrica y sus dueños. Puesto que su sueldo solía ser lo mínimo que su patrón podía pagarle, generalmente el trabajador no podía ahorrar nada para los años de su vejez. Se apoderaba de las masas industrializadas un sentido angustioso de inseguridad. Sus antiguos gremios habían desaparecido con la aniquilación de una economía basada en la artesanía. Pues todavía no habían aparecido los sindicatos modernos, el trabajador sentíase totalmente aislado, solo, sin ningún remedio para la incertidumbre de su vida. (P.91)
La falta de justicia y de caridad dentro del torbellino industrial, hizo que la fe desapareciera poco a poco dentro de las conciencias de los desposeídos. Esto produjo un vacío espiritual en el corazón del siglo del materialismo. Ya hemos visto que los apóstoles del liberalismo pregonaban una filosofía cuyo primer principio era la búsqueda de la riqueza y cuyo único deber era el cumplimiento de la palabra sobre los contratos entre las empresas y los obreros. El mundo se marchitaba hasta resultar materialista y nada más que materialista. La nueva prosperidad de la burguesía disfrazaba un abismo espiritual y se apoyaba en la injusticia y la pobreza de los demás. (P.92)
El comunismo trataba de llenar este vacío. Pero hay que recordar que el vacío liberal engendró el comunismo como hijo suyo. El comunismo es el producto más típico y más importante del liberalismo. (P.93)
No queremos detenernos aquí en un análisis detallado de la reacción tradicionalista, pero sí queremos indicar las dificultades monumentales del tradicionalismo europeo del siglo XIX. Aquel siglo, por malo y materialista que fuera, encarnó una esperanza liberal que todavía no había conocido el desengaño del naufragio y de la desilusión. Aunque el liberalismo había creado un infierno social en las nuevas ciudades donde pululaba la hez de la humanidad, hombres despojados de sus tradiciones, de sus bienes, de su sitio en la vida, familias robadas de su antigua creencia religiosa; aunque el liberalismo, en su afán hacia la igualdad, había reducido la mitad de la población a una igualdad de miseria; aunque el liberalismo era culpable de todo esto, sin embargo también era capaz de disfrazar sus pecado contra la justicia y la caridad so capa de una prosperidad efímera. (P.139)
Una burguesía más o menos calvinista en sus convicciones, y totalmente calvinista en su psicología y en sus reacciones sociales, se apoderó del continente europeo.
Este siglo liberal brillaba por su mal gusto en todo lo artístico, debido a que había jugado todo en lo material y había olvidado lo espiritual. Por esto no queremos decir que todos los liberales habían abandonado la práctica de la fe. Al contrario; el desfile intolerable de damas liberales y de sus maridos que, vestidos de levita y chistera, iban a misa todos los domingos y ultrajaban el sentido de justicia de los desposeídos, ayudando así a la propaganda comunista, que se empeñaba en identificar el liberalismo con el cristianismo. Era un cristianismo muy cómodo. Tenemos que recordar que el liberalismo ya había borrado lo religioso de la vida pública. Por lo tanto, la fe se retiró de los rincones del alma no tocados por la vida pública. La religión se redujo a la beatería, un fenómeno típicamente liberal. Muchas familias, cuyo bienestar dependía del robo de los bienes de la Iglesia, no faltaban nunca a sus devociones en la iglesia, domingo tras domingo. Como la conciencia liberal quería engañarse a sí misma, no es de extrañar que el comunismo, por haberse dado cuenta de esta mala fe, fuera capaz de engañar a las masas. ¡Si esto es el cristianismo, entonces, abajo el cristianismo! Es una lástima tener que decir que aquí el comunismo tenía razón.
La reacción tradicionalista fue magnífica y generosa en el siglo XIX. Fuera de España, la escuela tradicionalista era la que sostenía el Barón Carlos von Vogelsang, en Austria, que influyó grandemente sobre los grupos austríacos y franceses en los aspectos sociales. Esta escuela propiciaba la reconstrucción de las asociaciones de artes y oficios o corporaciones y la organización del Estado sobre la base de autonomías locales y profesionales (o sindicales), dando a la propiedad privada una función política o social. Von Vogelsang era enemigo a muerte de la economía capitalista y aun del interés por el dinero; también se oponía al individualismo político producido por el individualismo económico. La escuela corporativa francesa -inspirada en la austríaca- que sostenía la instauración de la monarquía, fue conocida por el nombre de Association Catholique. (P.140)
Pero el cimiento del tradicionalismo europeo era España, cuyos requetés y reyes encontraban en la pluma de Vázquez de Mella una visión profunda y aun lírica de la tradición católica española. En un sentido, el tradicionalismo (tanto europeo como español) era más izquierdista que la izquierda convencional. En otro sentido, el tradicionalismo era más derechista que la derecha convencional. Por caer fuera de la dialéctica marxista, a saber, el capitalismo frente al proletariado, una dialéctica aceptada implícitamente por los mismos liberales, el tradicionalismo tenía que luchar en dos frentes a la vez. (P.141)
El liberalismo del siglo pasado trabajó incansablemente contra esta libertad basada en la pequeña propiedad. Aunque los liberales levantaron el lema de la propiedad y de la iniciativa personal, lo guardaron para ellos solos. Por haber robado a los municipios, de sus patrimonios, el liberalismo tendía a reducir el número de familias con un patrimonio propio. Por lo tanto, el liberalismo en toda Europa, pero de una manera feroz en España, se vio obligado a enfrentarse con una enorme masa de hombres relativamente pobres pero gozando de una dignidad y de una seguridad social, debido a su participación de una manera u otra en la propiedad y en los bienes de la patria. El liberalismo siempre encontraba la oposición a sus propósitos más tenaz en las regiones más adelantadas de España, donde había una distribución amplia de propiedad y riqueza.
Ya hemos hablado del robo de las tierras de la Iglesia. Pero también se robaron los patrimonios de los municipios, que antes los habían compartido todos los vecinos. Este crimen, unido con la huida de millones de aldeanos y de campesinos desde el campo a la ciudad, creó el proletariado y las masas socialistas y comunistas.
Otra vez damos con la relación íntima entre el liberalismo y el comunismo. Para que el comunismo prospere hace falta una masa inmensa de hombres sin propiedad, disponiendo sólo de sus brazos o sus cerebros y nada más. De esta masa despojada de su sitio en la sociedad y de su justa porción de los bienes, recluta el comunismo sus fieles. El liberalismo, so capa del lema de la propiedad, la expolió de los demás y así sembró las semillas de las cuales han brotado el socialismo y el comunismo.
Sólo una política sana y prudente puede resolver este problema creando un ambiente propicio para la restauración de la propiedad en la sociedad. Esto no quiere decir que todo el mundo necesita o incluso desea tener propiedad, pero sí señala el hecho de que su posesión en una escala modesta es un condición normal dentro de cualquier comunidad sana y cristiana. En parte, esta propiedad puede consistir en tierras o rentas y, en parte, en acciones. Aquí no pretendemos escribir un texto de administración política y no queremos extendernos en más detalles. Lo importante para nuestro fin es hacer resaltar la importancia de una restauración amplia de la propiedad, sobre todo en las ciudades grandes, donde la institución está declinando. Esto es una condición necesaria para la aniquilación definitiva de la herencia liberal, así como para la destrucción del comunismo mundial. Además, la propiedad es el brazo derecho de la libertad y nosotros somos partidarios de la libertad. (P.200)
Textos sociales tradicionalistas
El origen de la Europa plutocrática (I)
La europa materialista y plutocrática (II)
Libro recomendado: El espíritu del capitalismo. Rubén Calderón Bouchet.
lunes, 17 de mayo de 2010
La Hispanidad mediterranea; una visita al Nápoles Hispánico
Estoy convencido de que un tradicionalista hispánico no puede serlo en su integridad sin englobar en el concepto de Hispanidad la obra aragonesa en el Mediterráneo. Los primeros enunciadores de la Hispanidad lo hicieron en un contexto muy determinado, por lo que se centraron en un ámbito restringido de lo hispánico: el de América y Asia. Sin embargo Elías de Tejada y su escuela complementaron en el ámbito de la especulación teórica, así como en el de la documentación histórica, toda la magnitud de lo hispánico con una apología inapelable de las glorias de Aragón; en cuyos reinos fructificó lo más puro del pensamiento antieuropeo. Animado por esta convicción en una reciente visita a la Península Itálica hice escala unos días en Nápoles, aprovechando la hospitalidad de un buen amigo y colega de profesión que desde el primer momento en que nos conocimos me hizo una solemne invitación a "el Reino de Nápoles", dicho tal cual, con naturalidad, y sin que sus palabras denotasen ningún anacronismo o folclorismo, sino la memoria viva de una identidad presente.
Años antes de morir, Juana II, Reina de Nápoles, sintiéndose en peligro, pidió ayuda a Alfonso de Aragón, Rey de Sicilia, legitimándole en el derecho a la sucesión. Traicionando la palabra dada Juana II designó a Renato de Anjou como heredero, lo que provocó la ira del soberano aragonés, que en el 1442 asedió y conquistó Nápoles. Fue el inicio del periodo aragonés, que aportó desarrollo económico y civil a la ciudad, y a partir de la corte fue posible la penetración de los ideales del arte del renacimiento: artistas como Giovanni Pontano, Jacopo Sannazaro, Pietro Summonte, Pietro Beccadelli y Lorenzo Valli pudieron manifestar el talento propio gracias al clima virtuoso promovido por Alfonso, que se mereció el apelativo de Magnánimo. Un grandioso testimonio de aquel periodo permanece en el patrimonio artístico de la ciudad: repárese en el arco marmóreo del Maschio Angioino o Castel Nuovo (voluntad propia del soberano para celebrar la conquista de la ciudad), en la iglesia de Santa Ana dei Lombardi, en aquella de San Angelo al Nilo, realizadas con la contribución de grandes artistas como el Vasari y Donatello.
La llegada al puerto de Nápoles, puesto como no podía ser de otro modo bajo la protección de la Virgen del Carmen, nos permitió disfrutar de las magníficas instalaciones de su puerto pesquero y deportivo, y de los buenos vinos blancos de la tierra junto al magnífico pescado que se prepara en el Borgo Marinari. Allí el impresionante Castell del´Uovo, con impresionantes vistas de toda su bahía, islas e islotes, así como de la exuberante campiña volcánica, jalonados sus caminos por la Santa Cruz como protectora del peregrino de tantos santuarios que llenan la tierra napolitana, así como de altares al Sagrado Corazón y al Santo Padre Pío de Pietralcina, auténticas devociones contrarrevolucionarias. Curiosamente coincidimos con unas exposiciones de pintores españoles contemporáneos, de diversa factura y calidad. Sin embargo lo que más nos interesó fue la huella que el periodo aragonés dejó sobre el mismo, minuciosamente detallada en carteles informativos. Pronto nos dirigimos al Museo del Príncipe de Aragón Pignatelli Cortés situado en Riviera di Chiaia, custodia de la importante colección de arte del Banco de Nápoles. Banco del pueblo que inicia su declive social con motivo de la invasión y brutal expolio garibaldiano. Desde allí pasamos al Maschio Angioino, que construido en el siglo XIII por los Anjou, fue totalmente reestructurado por Alfonso I el Magnánimo, que lo rehizo de acuerdo a las nuevas técnicas militares y arquitectónicas. Su parte mas espléndida es el llamado Arco de Aragón (Arco d´Aragona), que es un arco de triunfo, que celebra el ingreso en Nápoles de Alfonso I de Aragón , el 26 de febrero de 1443. De allí al magnífico Palacio Real, situado en la amplia plaza del Plebiscito, en su exterior tiene estatuas dedicadas a los mas importantes reyes que pasaron, y marcaron, la historia de Nápoles. Aunque resulte entre paradójico e ignominioso que compartan espacio figuras tan antagónicas como Alfonso el Magnánimo, el Emperador Carlos V y el Rey Carlos III con indeseables como Murat o Víctor Manuel III. El Palacio Real de Nápoles fue iniciado en el año 1601 por el virrey de Nápoles, Fernando Ruiz de Castro, en previsión de una posible visita del rey Felipe III de España a la ciudad que no se llegó a realizar. El proyecto inicial fue encargado al arquitecto Domenico Fontana que ya había realizado importantes obras en Roma para el Papa Sixto V. En su fachada también podemos apreciar la simbología asociada a estos reyes, y así, nos podemos encontrar con los característicos emblemas de Aragón, la cruz de San Jorge con las cuatro cabezas de moros cortadas y el escudo con las Barras de Aragón, que enmarca y realzan la figura de Alfonso I.
Muy cerca de allí, en torno a la imponente Gallería Umberto I, cerca de la calle que recuerda al Virrey Pedro de Toledo y que desemboca en el Quartieri Spagnolo, empezamos a ver los primeros carteles anunciadores de la reedición en lengua italiana de la obra de Francisco Elías de Tejada, conocidísima y popularísima en todo Nápoles. De hecho los estudios sobre el periodo aragonés del Reino de Nápoles están de máxima actualidad, sobre todo en el ámbito universitario, en el que se estudia en profundidad el papel del Colegio Bilateral y de los Virreyes usando como libro de referencia precisamente la obra de Elías de Tejada. A esta situación debe mucho la labor de difusión del tradicionalismo napolitano, de estricta observancia contrarrevolucionaria, tanto en lo político como en lo religioso y que recordemos que este año ha conmemorado el 40 aniversario de su cita más importante: los actos políticos, culturales y religiosos de Civitella del Tronto, el Montejurra napolitano, con la destacada presidencia de S.A.R. Don Sixto de Borbón, Abanderado de la Tradición Hispánica.
En otros aspectos menores, pequeños detalles de la vida cotidiana napolitana también se puede dejar sentir la peculiaridad del sur. Tuvimos ocasión de asistir a un partido de fútbol y comprobar como las bufandas del equipo local lucían el escudo del Reino de Nápoles y como las mismas eran exhibidas con pasión frente a los tifosis rivales, del Atalanta, equipo piamontés y con una afición marcadamente izquierdista que recibió todos los desprecios de los aficionados locales.
Nápoles sufre problemas sociales y económicos estructurales, muchos de los cuales traen causa de la nefasta invasión garibaldina. Esta compleja problemática y sus funestas consecuencias exigiría una análisis más detenido. Sin embargo por encima de todo si algo merece la pena resaltar de Nápoles es el calor y la bonhomía de sus gentes que unánimemente recibieron fraternalmente a un español de la Península Ibérica en este bendito pedazo de la Hispanidad.
L´Alfiere. Publicación Napolitana Tradicionalistadomingo, 16 de mayo de 2010
Tradicionalismo o conservadurismo (II)
I-La derecha y la izquierda nacieron en los Parlamentos.Conviene siempre tenerlo presente para explicarse la anomalía específica de la mentalidad “derechista”, que la ha dejado siempre inerme ante la “izquierda” y ha sido causa de que “derechismo” haya llegado a ser considerado como sinónimo de incapacidad y de predestinación al fracaso.La derecha no sólo nació en los Parlamentos: nació del parlamentarismo. La derecha vino a ser aquel sector político que, en el ambiente del constitucionalismo liberal, quería salvaguardar el orden y la autoridad, claro está que dentro de la ortodoxia del liberalismo. O, como se dijo en ocasiones célebres, era el partido de quienes querían conciliar la libertad con el orden.El orden y la libertad no son de suyo cosas incompatibles. Si tanto se hablaba de su conciliación era porque aquella libertad que se propugnaba era la del liberalismo, que siempre había sido y continuaría siendo siempre bandera revolucionaria; mientras que el orden que se trataba de defender era precisamente el nacido de la Revolución.Se comprende, pues, que la operación no dejase de tener sus dificultades. Había que defender, frente a la execrada “reacción”, el orden revolucionario, y para ello había que proclamar como buenos e inmortales los principios de la Revolución y dar por buenas sus más revolucionarias empresas: aquellas que – como la desamortización eclesiástica o la expropiación en Francia de los bienes de los “emigrados”- habían hecho nacer precisamente el “orden nuevo”. Pero al mismo tiempo había que evitar que la Revolución misma, en sus nuevas fases más radicalmente revolucionarias, pusiese en peligro las “preciosas conquistas” ya conseguidas.Así nació la mentalidad “moderada” o “conservadora”. Podemos encontrar una definición real del mismo en aquel juicio de Balmes, según el cual el partido conservador es conservador de la Revolución.Los conservadores, ante las nuevas etapas de la Revolución, debían adoptar actitudes que les exponían necesariamente a ser acusados de “reaccionarios”, de enemigos de la libertad y del progreso, etc. Ante tan gravísimo insulto su “reacción” no podía ser otra que la de acusar a su vez a las “izquierdas” de corruptoras de la libertad y sostener y proclamar que eran ellos –los “derechistas”, los “conservadores”- los verdaderos y sinceros liberales.Con esto ya podemos llegar a definir la derecha tal como aparece formada en la madurez y edad de oro del parlamentarismo liberal: la derecha, el “partido del orden”, defensor de los principios y de los intereses conservadores, es el partido liberal propiamente dicho, precisamente porque es –según observó con genial paradoja el P. Ramière- el más inconsecuente de los partidos liberales.Por esto, mientras la izquierda –que encarnaba el dinamismo revolucionario- tuvo por lema “pas d’ennemis à gauche”, y así lo proclamó y así lo ha practicado, en el fondo, siempre, la derecha podría haber formulado la ley de su conducta en esta norma: “pas sans ennemis à droite”. Mientras la izquierda proclamaba que nada le parecería demasiado revolucionario, la derecha se esforzaba siempre por poner de relieve lo “moderado” y “prudente” de su actitud antirrevolucionaria, y se gloriaba por ello de poder mostrar, como testimonio de su amor a la libertad y al progreso, que no dejaba de ser considerada ella misma como revolucionaria por los “extremistas de la derecha”, por los “reaccionarios”.
II-El resultado necesario de esta situación fue el constante desplazamiento hacia la izquierda, no sólo de la opinión y de los partidos, sino de la norma de valoración con que se juzgaba del derechismo y del izquierdismo de tal o cual actitud.Antes de 1848, la democracia era “izquierdismo”, y la derecha era adversaria del sufragio universal. Esta derecha liberal y antidemocrática atacaba a la democracia de falsear y destruir el verdadero liberalismo, y de ser por esto tan funesta como la reacción misma.Años después, la democracia antisocialista sería ya admitida como liberal y “de orden” por los antiguos liberales. Desde la derecha, ya liberal y democrática, se acusaría al socialismo de ser adversario de la verdadera democracia y por lo mismo reaccionario y destructor del progreso y de la libertad.Por otra parte, y sin que ello sea en el fondo contradictorio, se da el caso de que los partidos que recogen la mayoría de los votos “conservadores” y “derechistas” toleran que se les llame “de centro”, prefieren que se les considere “izquierdistas” y llegan a considerar insultante el ser llamados “derechistas” y “conservadores”, así como hace un siglo(*) era para ellos intolerable que se les considerara “reaccionarios”, aunque se gloriaban todavía del título de “conservadores”. Ya hemos visto emplear por las actuales derechas “izquierdistas” como slogan electoral esta sugestiva proclama: “La verdadera revolución la hacemos nosotros”. Si, en el comienzo del proceso, la derecha era el verdadero partido liberal, se ha llegado ya al punto en que la “derecha” se proclame el verdadero partido revolucionario, o lo que es lo mismo, la verdadera “izquierda”.La revolución ha seguido su camino.
III-Un hecho todavía más lamentable ocurrió a lo largo de este proceso. Cuando los “conservadores” tuvieron que temerlo todo de la revolución violenta y franca y mucho menos que temer por parte de la “reacción”, ya reducida a la impotencia, llamaron en su auxilio a los que llamaban “reaccionarios”, es decir, a aquellos que habían conservado de algún modo los principios y el espíritu a que la Revolución se oponía. Les invitaron a la unión en defensa de los “principios y de los intereses conservadores”; les llamaron a combatir bajo la bandera del “orden” y también bajo la de la libertad”. ¿Acaso no era justo exigir a los “reaccionarios” que renunciasen a sus “extremismos inquisitoriales” y a sus “utopías medievalistas” y se hiciesen así útiles a la salvación de la sociedad?Pocas veces dejaron los antiguos “contrarrevolucionarios” de ceder a la tentación “conservadora”. Le llamamos tentación porque, aunque era muy propio del auténtico espíritu contrarrevolucionario ayudar siempre a todo cuanto pudiese frenar la Revolución violenta, no lo era tanto que el fusionismo “derechista” viniese a confundir y a diluir aquel espíritu en una actitud “conservadora” –es decir, sucesivamente “liberal”, democrática, centrista, izquierdista moderada, verdaderamente revolucionaria, etc.- El resultado fue casi la extinción de la ideología y la actitud que hubiera sido necesaria y adecuada a la empresa política más grandiosa y difícil de todos los tiempos: la lucha contra la Revolución.
IV-Con la política tiene que ver todo desde arriba o desde abajo, y sobre todo las realidades y valores más fundamentales en la vida humana. La religión, la filosofía, los gustos literarios, las costumbres, la educación y, en fin, todo esto que ahora se llama “la cultura”.Por esto la evolución “conservadora” de la lucha “contrarrevolucionaria” tenía que traer consigo esta grave consecuencia. En todos los aspectos, el combate cristiano se contagió más o menos de un espíritu que podríamos caracterizar como el de un “conservadurismo cultural”. Este conservadurismo sustituyó y debilitó –hasta destruirlo muchas veces- el culto de la verdad y por lo mismo el respeto a la tradición. Fue también “conservador de la Revolución”. El papel “fusionista” que en lo político habían jugado “los intereses comunes”, por cuya salvación se olvidó la defensa y la restauración del orden cristiano, lo ejercieron también en la lucha ideológica las burguesas y racionalistas ilusiones de “la cultura”, de “la altura intelectual”, de la “amplitud de criterio”, de la “objetividad e imparcialidad científica” (¡Santo Dios!) y desde luego las supremas ilusiones de la “originalidad”, del “espíritu progresivo” y “creador”, y de la “actualidad”.Por lo mismo, la actitud de este “derechismo” cultural ha obedecido también a la consigna “Pas sans ennemis à droite”. Para comprobar la “altura” y la “actualidad” de un pensador acusado de reaccionario es indispensable exhibir el glorioso hecho: también él tuvo enemigos en la “extrema derecha”. Y el que fuese considerado progresista por los reaccionarios hace patente hasta qué punto fue él “comprensivo” y “abierto” en su diálogo contra los heterodoxos.Si el lector reflexiona sobre esta situación, verá que ella debía inevitablemente producir un desplazamiento continuo de la norma con que se juzga de las mismas doctrinas. El “conservadurismo cultural” queda, pues, sumergido en una dialéctica “evolucionista” y “progresista”. ¿No consiste acaso su defensa en proclamar también que “somos nosotros” –los conservadores- los verdaderos “innovadores”, y que en resumen “la verdadera revolución –también en el orden de la cultura y del pensamiento- la hacemos nosotros”?Es fácil ver que por este camino no se va probablemente sino a la ruina de la verdad. O, en el mejor de los casos, no se va a ninguna parte.
V-¿Acaso defendemos como actitud adecuada la de neutralidad entre la derecha y la izquierda?De ningún modo. Creemos que conviene precisamente denunciar en el “conservadurismo” su inversión de valores y su fidelidad a los principios revolucionarios. Pero si alguien entiende por “derechismo” el auténtico espíritu de defensa del orden cristiano contra la Revolución anticristiana –y así lo entienden muchos que al atacar a la derecha defienden en el fondo el espíritu revolucionario-, entonces creo que no habría que hacer otra cosa sino proclamarse “ultraderechista”.Pero esto es precisamente a lo que la “derecha”, conservadora de la Revolución, no se atreverá jamás.
VOCES DE GESTA: Música al servicio de Dios, la Patria y el Rey.
miércoles, 12 de mayo de 2010
El pueblo carlista; la tradición popular contra-revolucionaria de los pueblos de las Españas.
martes, 11 de mayo de 2010
La muerte de la agricultura y el campo a manos de la voracidad capitalista.
¿LIQUIDAR LAS CÁMARAS AGRARIAS, O LIQUIDAR EL CAMPO? Lo que hay detrás de la política agraria del desgobierno autónomo
Se ha vuelto a anunciar estos días que se está a punto de subastar los inmuebles pertenecientes a la Cámara Agraria provincial situados en las calles Río San Pedro y Comandante Vallespín. Esta medida, que supone la desaparición definitiva de la Cámara, cuenta con la aquiescencia de los sindicatos ASAJA, COAG y UCA, cada uno de los cuales obtendrá locales para sus sedes, adquiridos con el dinero que se obtenga de dicha subasta.
No prejuzgamos las intenciones de los responsables de esos tres sindicatos, aunque no pueda evitarse la impresión de que se compra su silencio. Sí es necesario destacar que, de forma parecida a los sindicatos mal llamados mayoritarios en otros sectores, la representatividad de los mismos es escasa o nula. La mayoría de los agricultores no pertenecen a sindicato alguno.
Los problemas del campo asturiano, que amenazan su misma supervivencia, son en primer lugar fruto de la aceptación de la política agraria europea, la cual es abiertamente hostil a la vida rural y promueve la industrialización de la producción, al tiempo que impone límites absurdos mientras introduce en nuestras fronteras productos de pésima calidad a precio reducido. Política anti agraria que ha sido seguida disciplinadamente por el Gobierno de Madrid. El Gobierno autónomo de Asturias no tiene política: improvisa, ayuda a los especuladores amigos, contamina, derrocha y huye hacia adelante. De esta acción anti rural forman parte otros aspectos, como el constante cierre de escuelas en los pueblos --denunciado desde hace tiempo por las Juventudes Tradicionalistas Asturianas-- y la enajenación de sus edificios, ingresos que se aplican caprichosamente a los gastos suntuarios, a las subvenciones sectarias y a las inversiones injustificables para lucro de los empresarios amigos del régimen.
Pero está también en la raíz de los problemas la falta de asociacionismo y de verdadero cooperativismo en el ámbito rural. En otro tiempo el cooperativismo y el asociacionismo en el campo lo promovió el clero diocesano, especialmente el tradicionalista. Hoy, alejado mayoritariamente de la Fe el cada vez más reducido número de sacerdotes de esta diócesis, o bien actúan como influencia anti tradicional en las parroquias que tienen asignadas, o bien las abandonan, sumándose así a quienes están desertizando el campo asturiano.
La supresión de las cámaras agrarias locales e incautación de su patrimonio empezó ya la primera vez que el PSOE detentó el Gobierno nacional, con Felipe González Márquez a su frente. Hace dos años el Gobierno autónomo empezó también a enajenar los treinta y siete locales de las cámaras agrarias de toda Asturias, valoradas entonces en seis millones de euros. Un dinero que, naturalmente, no ha revertido al campo asturiano. Las cámaras agrarias jugaron un importante papel, y podían haber seguido haciéndolo. Pero no son compatibles con el disparatado modelo sindical que sufrimos. El patrimonio de las cámaras agrarias fue adquirido con la contribución y el esfuerzo de los agricultores. No es justo que termine en manos ni de la coalición frentepopulista que desgobierna Asturias, ni de unos sindicatos escasamente representativos.
La supervivencia de la agricultura no sólo es imprescindible para la supervivencia de Asturias: es una de las pocas esperanzas que nos quedan contra el desempleo galopante y la tercermundización en ciernes.
domingo, 9 de mayo de 2010
Sin legitimismo NO hay carlismo.
Y en este terreno es la monarquía tradicional la única forma de gobierno en que el poder del gobernante se halla de veras limitado, porque los mojones que deslindan sus facultades no consisten en letras frías o en doctrinas muertas, sino en la fecunda realidad social, anterior y distinta del Estado. Donde totalitarismos y absolutismos ven un instrumento más de su poderío y donde los liberales ven el vacío de lo inexistente, en las sociedades intermedias y autárquicas, encuentra la monarquía tradicional el freno efectivo que los demás sistemas políticos ignoran. Por eso la monarquía tradicional es la única forma de gobierno donde los hombres pueden sentirse verdaderamente libres.
Mas, puesto que la realeza se halla ornada de funciones activas, las condiciones del monarca vienen a ser cosa esencial. de ahí la necesidad de exigir dos legitimidades: la de origen y la de ejercicio, la legitimidad de títulos en la asunción del poder supremo y la legitimidad en aplicarlo al servicio de los ideales de la Tradición de las Españas. Ambas son esenciales, pero en caso de dudas ha de preferirse la legitimidad en el ejercicio a la legitimidad en los títulos de origen, pues de otro modo admitiríamos que un prurito legalista primaba sobre el contenido de la tradición hispána, conclusión absurda a todas luces. La jura de los Fueros era condición necesaria para la coronación de los reyes, indicándose con ello que la legitimidad de ejercicio es más importante que la de origen y que, faltando aquélla, ésta carece de fundamentos.
Francisco Elías de Tejada. LA MONARQUIA TRADICIONAL 1954.
¡El Retorno del Rey!
La familia y el municipio como bases de la organización política.
sábado, 8 de mayo de 2010
Un "Estado feliz" de control, corrupción y aborregamiento.
La única conciencia del mundo.
miércoles, 5 de mayo de 2010
El optimismo antropológico; utopía de funestas consecuencias.
El cardenal Cisneros conoció la Roma de la época, llena de corrupción moral y parodia del cristianismo en la que todos los cargos eran puestos a la venta. Cuando el cardenal reformador tomó posesión de la sede primada de Toledo encontró al clero ignorante y amancebado.
Paulo III encargó un informe de la situación: el Consilium de Emendenda Ecclesia. Fue pura dinamita: Ignorancia del clero, venta de privilegios, mala espiritualidad en los conventos, herejías en las universidades. Recomendaba abolir los monasterios salvo los de estricta observancia y salvar a los novicios antes de ser corrompidos. La fe era cuestionada por los protestantes y el error se extendía.
El Concilio definió las materias de fe y emprendió una Reforma que dió cuatro siglos de esplendor a la Iglesia.
Al empezar el C.Vaticano II el informe fue que nunca antes las órdenes religiosas y seminarios estuvieron tan llenos y con tanto rigor moral y espiritual.
La etapa posconciliar fue todo lo contrario de la tridentina: relajar las costumbres, tolerar los errores, desacralizar la liturgia. Se rechazaron los "profetas de calamidades" sin recordar que en la Biblia son estos los verdaderos frente a los que alaban al mundo. Se cayó en el error del optimismo antropológico o adamismo: el hombre en libertad "desnuda" se inclinará al bien y la verdad. Se olvidan las consecuencias del pecado original, la inclinación al mal. Y la existencia de poderes ideológicos corruptores. No se habla ya de los tres enemigos del alma: mundo, demonio y carne. Ni de la necesidad del Estado confesional.
Aprendamos de la historia: REFORMA CATÓLICA O MUERTE.
Para un estudio completo de las transformaciones en la Iglesia Católica del siglo XX: IOTA UNUM o Aquí
domingo, 2 de mayo de 2010
Francisco Elías de Tejada; el Carlismo de estricta observancia.
"La afirmación del hombre como ser histórico, con la consecuencia de que es la historia la que fija el ordenamiento social y político más conveniente; y sostener que el quehacer humano forjando la historia ha de estar encuadrado dentro del marco metafísico que rodea toda actividad humana: la del orden universal por Dios establecido. Historicismo sujeto a teocentrismo es la raíz del pensamiento tradicionalista, a tenor de la concepción cristiana del hombre como realidad metafísica libre pero forzosamente sujeta a la historia".
"Porque Europa no es para nosotros, los tradicionalistas españoles, simple noción geográfica, al contrario, europa es idea histórica, y por histórica polémica, que sustituye sobre las tierras del Occidente geográfico a la Cristiandad medieval, Europa nace de la ruptura del orden cristiano y teocéntrico medieval, cuando Lutero rompe la unidad religiosa, Maquiavelo paganiza la ética, Bodino inventa el poder desenfrenado de la souveraineté, Grocio seculariza al intelectualismo tomista en el derecho, Hobbes seculariza en el derecho el voluntarismo scotista y por último quiebra la jerarquía institucional con los tratados de Westfalia. Por lo cual Europa posee una carga de doctrinas propias, opuestas a las de la Cristiandad. La Cristiandad fue organicismo social, visión cristiana y limitada del poder, unidad de fe católica, poderes templados, cruzadas misioneras, concepción del hombre como ser concreto, parlamentos o cortes representativas de la realidad social entendida como corpus mysticum, sistemas legales o "forales" de libertades concretas. Europa es entendimiento mecanicista del poder, neutralización secularizada del mando, coexistencia formal de credos religiosos, paganización de la moral, absolutismos, democracias, liberalismos, guerras nacionales o de familia, concepción abstracta del hombre, Sociedad de naciones, ONU, parlamentarismos, constitucionalismo liberal, protestantismo, repúblicas, soberanías ilimitadas de príncipes o de pueblos, antropocentrismo para regla de la vida y los saberes".
España, tras haber sido derrotada en la defensa de la Cristiandad, se va a constituir en christianitas minor, cerrada en un primer momento a las influencias europeas, de modo que, en otro posterior, tras la íntima escisión espiritual provocada por la irrupción en su seno de la Ilustración, el tradicionalismo resultará una suerte de christianitas minima. Por eso el tradicionalismo hispánico, a través de la monarquía hispánica y la segunda escolástica, enlazó directamente con la Cristiandad medieval y el tomismo. Nunca se interrumpió, pues, entre nosotros la línea de la tradición católica, en combate sin tregua ni cuartel contra-tras la primera batalla con la Protesta-todas las infiltraciones europeas, absolutistas en el siglo XVIII, liberales en el XIX, democráticas, fascistas o socialistas en el XX. Siempre aferrados a la restauración de la sociedad como conjunto de instituciones autárquicas, expresadas en "Fueros" concebidos como sistemas de libertades políticas concretas, coronadas por la monarquía legítima, federativa y misionera, rindiendo todos culto en espíritu y verdad al Dios verdadero.
Francisco Elías de Tejada, 30 años despúes. Miguel Ayuso
La Tradición Italiana. F.Elías de Tejada
PODER Y LIBERTAD. UNA VISIÓN DESDE EL TRADICIONALISMO HISPÁNICO. (Colección DE REGNO).