Reproducimos un artículo del número 221 (mayo-junio 2009) de Tradición Católica, revista de la Hermandad de San Pío X en España. Su autor es el Profesor José Miguel Gambra, presidente del Círculo Cultural Antonio Molle Lazo y Jefe de la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón
Excelencia educativa
"¿Hijo, qué quieres ser de
mayor? Pues... hijo, papá". Así ironizaba sobre su vástago un camarero
entrado en años que hablaba, hace unos días, con su compañero mientras servía
la barra. "Ahora --prosiguió-- 'me se' va con la novia diez días a
Mallorca. ¡Cómo viven estos chicos!"
Estos chicos, sin privarse de
ningún placer adulto, prolongan indefinidamente la dependencia de sus padres y
se gastan lo que ganan en coches, ordenadores, cadenas de música y diversiones.
Estos chicos siguen con juegos de niños hasta los dieciocho años y, hasta los
treinta, se pasan buena parte del día entretenidos con Internet y con la
televisión. A los treinta y cinco, siguiendo el modelo de la serie Friends,
tienen todavía pandillas. "Son mis amigos, por encima de todas las cosas",
dice una famosa cancioncilla, con dejes de blasfemia. Y a los cuarenta,
empiezan a plantearse el futuro, ante el probable óbito de sus progenitores: se
compran un piso de una sola habitación, y todo lo demás sigue igual.
Estos chicos --y no tan chicos--
se divierten, y mucho, cosa que no tiene nada de nuevo. Lo nuevo es que, cuando
pierden su tiempo en juergas y pasatiempos, no hacen, como en otro tiempo, algo
de más, sino algo de menos. Se juntan, se aman, ven películas, oyen música, se
emborrachan o fuman hachís como con desgana y aburrimiento. No lo hacen porque
les desborde la fuerza vital de sus pasiones, sino porque les falta fuerza para
pensar. Estos chicos ni siquiera son transgresores de normas y costumbres,
porque la única norma que conocen es que no hay normas, lo único que creen es
que nada es digno de crédito, de lo único que están convencidos es de que nada
es verdad. Es decir, estos chicos son escépticos, pero no por exceso de
crítica, sino por ausencia de pensamiento. En argot: son pasotas.
Estamos hechos para pensar, esto
es, para conocer la realidad, que nos asalta con preguntas y evidencias
intranquilizadoras. Pero pensar es doloroso, los datos son molestos y la
realidad verdaderamente latosa. Por eso, hace falta mucho instrumento de diversión,
mucha conexión con amigos por Internet, mucha repetición de máximas televisivas
y, cuando esto no basta, mucho alcohol o suficiente droga para no pensar. Es
necesario todo eso en grandes dosis para responder, siempre que se presenta un
problema moral, político y religioso: "eso depende", "cada uno
ve las cosas a su manera" o "yo paso de esos malos rollos, tío".
Estos chicos ¿de dónde han
salido? De nuestro sistema de educación estatal. Lentamente, a base de
sucesivos empujones y codazos el Estado Español, ese gran culpable, ha ido
arrinconando la educación religiosa y familiar hasta monopolizar, más, mucho
más que en otros países, la educación. Desde los ideales ilustrados contra el
analfabetismo, hasta los planes de Villar Palasí, las Logses, las Loes, las
Lous y todo ESO, pasando por estatismo educativo de Franco (que, por cierto,
las jerarquías eclesiásticas admitieron sin chistar), la maquinaria estatal no
ha hecho más que engullir todo el control de la enseñanza. Controla la edad de
ingresar obligatoriamente en la educación, su duración y contenidos; controla
que los listos no destaquen (por eso no pueden aprender a leer antes de los
cinco años) y que los otros no se retrasen y, por ello, se les pasa de curso,
hayan aprobado o no. Controla la ideología y los métodos de enseñanza, los
castigos, los manuales, los exámenes y la preparación de los profesores.
Controla el tamaño de los colegios, el de las aulas, el número de cursos y de
alumnos por clase, de metros de patio, de gimnasio y de horas de clase, y de
todo cuanto se les pueda ocurrir. Controla todo menos lo que debiera, a saber,
que no haya bachilleres que no sepan escribir y que no haya profesionales
incapaces en las carreras puramente civiles.
Las instituciones educativas se
han convertido en grandes establos, de régimen cerrado en el caso de colegios e
institutos, de régimen abierto en el caso de las universidades. Su fin ya no es
educar, es decir, hacer hombres de bien capaces de enjuiciar cualquier asunto,
como decía Aristóteles, sino mantener fuera de las calles a los alumnos y
"socializarles", es decir, adoctrinarles en el relativismo
democrático e igualar a todos en la ignorancia. No hablaré de las humillaciones
que sufren los profesores. En breve tendrán que dar clase detrás de una urna de
cristal acorazado y el orden será mantenido por la policía, como ya va a
suceder en Francia. De los conocimientos sólo contaré que en 2º de
Bachillerato, justo antes de entrar en la universidad, pregunté quien era
anterior, Carlomagno o Alejandro Magno ¡y ninguno lo supo en toda una clase!.
Dado tan clamoroso fracaso
¿facilita el estado la educación privada o la educación eclesiástica? Nada de
eso. Ni hace, ni deja hacer. No permite la enseñanza en casa. Para fundar un
colegio no concertado, hay que empezar por poner alrededor de ocho millones de
euros sobre la mesa. No digamos para una universidad. En Francia, cuna del
estatismo educativo, los alumnos pueden estudiar a distancia y basta con una
casa, y poco más, para hacer un colegio. He conocido una universidad
tradicionalista en París, que expide títulos reconocidos por la Sorbona, y
cuyos locales se reducen a dos o tres pisos de un edificio. Aquí no: la
constitución declara la libertad de enseñanza, pero el estado pone tales
exigencias materiales para que se establezca un colegio o una universidad, que
ninguna asociación que no sea muy poderosa puede ni siquiera planteárselo.
Los informes Pisa, los de la OCDE
y de otros organismos internacionales, han puesto recientemente en la picota el
sistema educativo español como uno de los que están a la cola de los países
desarrollados. Algunos, desde la perspectiva del estado de derecho democrático
se han llevado las manos a la cabeza. Por ejemplo Pérez-Reverte, con la
delicadeza que le caracteriza, ha puesto de vuelta y media a Zapatero (al cual
llama imbécil) y a sus ministros y ministras (cuya madre no se olvida de
mentar), porque las sucesivas reformas socialistas --no menos que las del PP--
han dado como resultado la ignorancia supina, la incapacidad de comprender el
mundo, en que se halla sumida buena parte de nuestra juventud.
Pues bien, no estoy de acuerdo.
Desde el punto de vista democrático, es un craso error calificar de desastrosa
la educación pública española. Para verlo basta remontarse a Rousseau, padre
doctrinal de la democracia, con su Contrato Social y padre, a la vez, de la
pedagogía moderna, con su Emilio. Una cosa es complementaria de la otra. El
pacto social conlleva que "cada uno de nosotros pone en común su persona y
todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general". Si una
voluntad particular se niega, por disconformidad, a obedecer a la voluntad
general, es lícito someterla por la fuerza. Con ello, según dice Rousseau, se
obliga al ciudadano a ser libre, pues sólo la constitución de la voluntad
general impide que estemos sometidos a una voluntad de otra persona. La
voluntad personal pasa, en lo que se refiera a los asuntos públicos, a ser
voluntad general, que, de hecho, se identifica con la voluntad del que ha sido
votado. En nuestro caso con la voluntad del Sr. Rodríguez y su corte de los
milagros.
Ahora bien, cuando se ha amputado
la voluntad personal en lo que a las cuestiones sociales se refiere; cuando
todo el interés por los asuntos comunes, o por la patria, se puede plasmar
solamente en el voto a partidos e individuos que harán lo que les venga en
gana; cuando todo eso sucede --digo-- es necesario lobotomizar también la
inteligencia sobre tales temas. Si se dejara que los españoles fueran educados
en el sentido clásico de la palabra, es decir, si pudieran tener una concepción
del mundo razonable, que les habilitara para juzgar sobre el bien y el mal en
temas de política y en cualquier otro, su sufrimiento sería insoportable y
resultarían, además, difícilmente gobernables. Al que le cercenan un órgano le
anestesian; lo mismo debe hacerse con el que ha cedido su capacidad decisoria
sobre sus deberes más importantes. Otra cosa sería crueldad. Los ciudadanos de
una democracia sólo deben tener los conocimientos necesarios para la
producción; deben limitarse a la profesión que les permite ganarse la vida y
pagar los impuestos. Sobre todo lo demás, tienen que estar convencidos de que
no cabe conocimiento seguro, y de que todo es cuestión de un gusto que queda a
discreción de los representantes de la voluntad general.
Por eso, según dice Rousseau en
el Emilio, la educación del niño individual deberá "ser puramente
negativa, la cual no consiste ni en enseñar la virtud ni la verdad, sino en
librar de vicios el corazón y el espíritu del error". ¿A qué se refiere
con eso del vicio y del espíritu de error? Pues a los conocimientos que van más
allá de lo que necesita en su vida personal, es decir, a los conocimientos
filosóficos y a los que proporciona la Revelación. "Son los filósofos con
su preceptos, los sacerdotes con sus exhortaciones los que envilecen" el
corazón del niño, dice Rousseau. La enseñanza tiene como finalidad evitar las
preocupaciones sobre el futuro, que nacen de la metafísica, de la religión y de
la moral: "Si pudierais no hacer nada, ni dejar hacer nada, si lograrais
tener sano y robusto a vuestro alumno hasta la edad de doce años, sin que
supiera distinguir su mano derecha de la izquierda, desde vuestras primeras
lecciones se abrirían lo ojos de su entendimiento a la razón, sin baches ni
preocupaciones". Porque así disfrutará de la vida, sin que las teorías y
religiones la ensombrezcan. "Padres --recomienda Rousseau--, tan pronto
como puedan vuestros hijos gozar del placer de la existencia, haced que
disfruten de él, y cuando les llegue la hora en que Dios los llame, no mueran
sin haber disfrutado de la vida".
Vista desde la genuina doctrina
de la democracia, la educación pública española es un éxito sin precedentes:
tras un larguísimo período de instrucción, que se extiende hasta los
veinticinco años, los discentes han aprendido a manejar, con más o menos
pericia, unos instrumentos de producción y, sobre todo, han aprendido que nada
más puede aprenderse. Se ha logrado que los alumnos no distingan la derecha de
la izquierda, no ya hasta los doce años, como dice Rousseau, sino hasta la edad
de jubilación. La inmadurez e inconsciencia del adolescente se junta con la
recaída en la infancia del anciano. No sólo se les ha extirpado la voluntad
particular en beneficio de la voluntad general, sino que se ha completado la
operación con la ablación de toda concepción del universo que les permita
juzgar con independencia de la voluntad general. Y si usted, amigo lector, duda
que sea excelente tal educación, es porque se obstina en conocer, en creer y en
desear el bien; es porque, en el fondo, todavía no es usted un demócrata.
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Oviedo, 27 agosto 2009. Las Juventudes Tradicionalistas Asturianas, impulsoras de la Campaña contra el laicismo, han hecho pública la nota siguiente:
ResponderEliminarHace algo más de tres años que lanzamos nuestra Campaña contra el laicismo. Pegatinas, carteles, pintadas, notas en medios, una página web, oraciones: poco, en verdad, contra la otra campaña, la del Gobierno (de ocupación) de España, la del N.O.M. (Nuevo Orden Mundial), empeñados en barrer al Cristianismo de la vida pública.
A pocos días de que empiece el curso escolar, con la amenaza pendiente de la reforma de la "Ley Orgánica de la Libertad Religiosa" (consecuencia de haber olvidado que la única libertad religiosa aceptable es la libertad para la práctica y la predicación de la verdadera Religión, la católica, la única religión de Asturias y de España), las comunidades autónomas (las del PP, también), se aprestan no sólo a obligar a todos a cursar la mal llamada "Educación para la Ciudadanía" (la EpC, versión aberrosexual y multicultural del Libro Rojo de Mao), sino a retirar los pocos crucifijos e imágenes religiosas que quedan en los colegios estatales; la amenaza se extiende también a los colegios concertados.
Mientras otros pierden el tiempo con imposibles distingos entre laicidad y laicismo, nosotros reiteramos el lema con el que hace tres años iniciamos nuestra Campaña contra el laicismo:
CRUCIFIJO Y RELIGIÓN
en todos los colegios e institutos
Y colegios católicos libres
¡CHEQUE ESCOLAR YA!
¿Hasta dónde vamos a tolerar los ataques contra la Religión? ¿Cuándo va a ser la hora de decir basta?
Los jóvenes carlistas, con la seguridad del respaldo de nuestros mayores, de toda la Comunión Tradicionalista, entendemos que estas son las exigencias mínimas, sin importar lo que la ilegítima legalidad actual diga o deje de decir:
* Enseñanza obligatoria y universal de la Religión católica, única verdadera, sin la cual es imposible entender la historia y la cultura de Asturias, de España y del mundo civilizado.
* Revisión de los contenidos y textos actuales de esta asignatura, para asegurar su ortodoxia y su eficacia.
* Revisión de los contenidos de todas las asignaturas y eliminación de cuanto se oponga a la Fe y la moral cristianas.
* Fin de la imposición de la coeducación.
* Fin de los conciertos: cheque escolar para todos. Que cada familia elija libremente.
* Eliminación de cualquier obstáculo legal o económico a la creación de colegios por religiosos y por particulares.
* Respeto a las familias: libertad para la enseñanza en casa: enseñanza sí, escolaridad obligatoria no.
* Fin de las concentraciones escolares. Que no se cierre ni una sola escuela rural, aunque sólo tenga un alumno (los políticos en el poder derrochan el dinero en cosas mucho menos importantes). Que se reabran las ya cerradas.