lunes, 14 de diciembre de 2020

COVID-19, ¿CRISIS PANDÉMICA O DE ASISTENCIA SANITARIA? ¿CAUSA O EFECTO?

 

Las limitaciones de la visión materialista y de los mitos racionalistas triunfantes en el actual mundo secularizado han conducido de manera indefectible a un estado de conformismo social ante las contradicciones, improvisaciones y ocurrencias de los poderes públicos, que siempre acaban sucumbiendo ante la inutilidad de su gestión a la tentación confinadora y liberticida.

La tentación confinadora más que a una previsión para contener la transmisión del coronavirus o proteger a los sectores más vulnerables al desarrollo de la enfermedad responde a las incapacidades de un sistema de asistencia sanitaria en crisis desde la llegada de los gobiernos del régimen del 78. El insigne y admirado Dr. Alberto Ruiz de Galarreta desarrolló en cientos de artículos la aproximación más neta desde el tradicionalismo y el propio desempeño profesional a la problemática de la asistencia sanitaria. Por ejemplo en el número 4 de la revista La Santa Causa, de abril de 2003, contraponía la enunciación abstracta y declarativa, típica del constitucionalismo liberal y su secuencia desiderativa, del “derecho a la salud” frente a la concreción de la Tradición del “derecho a la asistencia sanitaria”. Y advertía contra la pretensión estatalizante que se escondía bajo el paradigma de lo “público”, señalando como respuesta y solución la aplicación práctica del principio de subsidiariedad. El cual, a su juicio, ya había sido violentado con las previsiones del Seguro Obligatorio de Enfermedad de 1944 y sus secuencias legislativas. Pese a esas limitaciones, derivadas de las tendencias estatistas del franquismo, lo cierto es que comparativamente la asistencia sanitaria en aquellos estaba proporcionalmente mucho mejor asegurada que en la actualidad y la mayoría de las camas de UCI aún hoy disponibles proceden de aquel periodo. Hubo carlistas que ocuparon algunos puestos en aquella gestión, como Javier Astrain Baquedano, jefe de la Comunión Tradicionalista en Navarra y delegado en el Viejo Reino del Instituto Nacional de Previsión, bajo cuyo impulso se erigió el Hospital Virgen del Camino. También se puede citar el ejemplo de Víctor Legorburu para asegurar el Hospital de Galdácano, tras muchas luchas (cordiales) en el seno de la Diputación de Vizcaya, y que tras su vil asesinato iba a llevar su nombre, compromiso que al final no se llevó a cabo. El carlismo había tenido una gran experiencia en la gestión sanitaria en tiempos de crisis y de guerra, cuya ejemplificación más notable fue el Hospital de sangre Alfonso Carlos I de Pamplona y en sus filas siempre han militado, y militan, destacados profesionales de la medicina.

La actual clase política nacida de la Constitución del 78 lejos de rectificar las carencias del anterior régimen se han dedicado a destruir su red asistencial. En Albacete por ejemplo, donde la enfermedad desbordó la capacidad de asistencia de los hospitales públicos (los dos que actualmente existen son herencias preconstitucionales) ante el negacionismo beodo, chulesco y mengeliano de García-Page, teníamos como en muchos lugares de España un antiguo sanatorio para tuberculosos, el Sanatorio Nuestra Señora de los Llanos, inaugurado en 1947 con 400 camas para un población de poco más de 60.000 habitantes, y que con el tiempo y el control de la tuberculosis se convirtió en un hospital de referencia para enfermedades torácicas. Ejemplo además de interacción entre lo público y los cuerpos intermedios, con las Hermanas Mercedarias de la Caridad ejerciendo labores de asistencia sanitaria y espiritual y la participación de mutuas de trabajadores y montes de piedad en el desarrollo del mismo. Erigido en sólo seis años pese a que España sufría las secuelas de una guerra recién terminada y el aislamiento y boicot internacional. Una asistencia sanitaria por la que se curaron decenas de miles de pacientes hasta el aislamiento definitivo de la enfermedad. Fue cerrado primero en 1997 tras su paulatino desmantelamiento, por el empeño sobre todo de los socialistas de Toledo, y definitivamente hundido en 2005 por incompetentes estatales y autonómicos. Lo que suponía además un brutal atentado contra un patrimonio arquitectónico del que Albacete no anda sobrado por mor de las diversas desamortizaciones, destruyendo un magnífico edificio de estilo racionalista.

Esa clase política nefasta que destruyó el hospital Virgen de los Llanos, privándonos de una herramienta esencial para evitar que la actual o futuras enfermedades infecciosas se conviertan en pandemias, ha sido incapaz en el año que llevamos desde que se conoció la existencia del coronavirus de arbitrar una asistencia sanitaria ante las nuevas olas infecciosas. Lejos de proveer inversiones en este ámbito, pese a abrasarnos a impuestos, han seguido sus nefastas agendas de ideología de género, memoria histórica y otros gastos superfluos, siendo al final la asistencia sanitaria privada quien evita colapsos asistenciales mayores. Pero aún contando con la iniciativa privada que tanto se ha desarrollado, solución ineficaz actualmente pues sólo atiende a criterios mercantiles, el ratio de camas por habitante en Albacete y en toda España sigue siendo muy inferior a los de la etapa preconstitucional.

Son los mismos políticos que no hicieron nada para impedir que el coronavirus chino cruzase nuestras fronteras. Prefieren encerrar y controlar a todo el mundo, desentenderse de los grupos de riesgo, abocar a quien pueda a contratar seguros privados mientras sigue pagando impuestos inmorales, y que sea una vez más la parte sana de la sociedad quien desinteresadamente haga donaciones a los hospitales y trabajadores sanitarios, cosa mascarillas o improvise EPIs.

Sólo recuperando los principios del derecho público cristiano, con la armonización de las iniciativas de las entidades públicas y de la sociedad civil, alejadas del interés mercantilista y desterrando la demagogia del derecho “a la salud”, se puede asegurar una asistencia sanitaria digna y concreta.