Mostrando entradas con la etiqueta Rafael Gambra. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Rafael Gambra. Mostrar todas las entradas

domingo, 6 de mayo de 2018

Rafael Gambra: Síntesis del Tradicionalismo

Resumiendo este “contenido esencial” del pensamiento tradicional –y del tradicionalismo político- hemos llegado a estas notas o determinaciones más comunes o generales:

-Concepción de la sociedad como comunidad, con un sobre-ti y una “ortodoxia pública” que en el pasado de nuestra civilización fue el régimen de Cristiandad.

-Fundamento familiar de la sociedad, y sentido de pietas patria que alcanza hasta la concepción del poder.

-Estructura corporativa e institucional de la sociedad y jerarquización teleológica.

-Principio general de “subsidiariedad” en la aplicación  del poder con respeto a la global “soberanía social” y a las foralidades locales, territoriales, profesionales.

-Representación orgánica.

Rafael Gambra Ciudad. Tradición o mimetismo
Rafael Gambra luchó en defensa de la unidad católica y la confesionalidad de España. Su doctrina política era básicamente una renovación de los supuestos de Vázquez de Mella. Gambra concibe la vida humana, no como autorrealización o liberación de trabas, sino como entrega o compromiso e intercambio con algo superior que se asimila espiritualmente. Ligado a esto se encuentra la concepción de la sociedad como una organización en el espacio y en el tiempo. La sociedad es una proyección de las potencialidades humanas, incluida la individualidad; y que tiene igualmente una fundamentación religiosa, ya que sus orígenes se encuentran en unas creencias y en una cosmovisión colectiva. Si el hombre es un compuesto de alma y cuerpo llamado por la gracia al orden sobrenatural y, por otra parte, la sociedad emerge como eclosión de la misma naturaleza humana, también la de un poder en alguna manera santo y sagrado, es decir, elevado sobre el orden puramente natural de las convenciones o de la técnica de los hombres.

A partir de tales planteamientos, Gambra defiende una concepción organicista de la sociedad y el régimen monárquico tradicional y federativo. El principio representativo se encuentra encarnado en la corporación. El proceso federativo consiste en la progresiva superposición y espiritualización de los vínculos unitarios, contrapunto del Estado liberal o de la nación sacralizada de los fascismos y de los separatismos nacionalistas. El federalismo es, según Gambra, algo radicado en la misma historia de España, porque en su seno perviven y coexisten  en su superposición mutua regiones de carácter étnico, como la vasca; geográficas, como la riojana; políticas, como la aragonesa o la Navarra. El vínculo superior que las une es la catolicidad y la Monarquía. 

lunes, 1 de octubre de 2012

El capitalismo y el socialismo contra la propiedad. Rafael Gambra y las bases antropológicas de la propiedad humana

La propiedad capitalista comenzó con el liberalismo económico, con el código napoleónico y la división forzosa de patrimonios, con las leyes desvinculadoras, antigremiales y desamortizadoras. Hoy está escrito en las almas, en las costumbres y en las leyes.

Los males y abusos del capitalismo no se eliminan con la socialización de los bienes. Eliminar la propiedad privada es cortar definitivamente las bases económicas de la familia y también de otras muchas instituciones que sirven de contrapoderes al Estado y hacen posible la libertad política. En frase de Hilaire Belloc "tal solución sería como, pretender cortar los horrores de una religión falsa con el ateísmo, o los males de un matrimonio desdichado con el divorcio, o las tristezas de la vida con el suicidio (La Iglesia y la propiedad privada). Entregar toda la riqueza posible a un solo administrador universal supone el definitivo desarraigo del hombre, reduciéndolo a su condición, meramente individual. Supone también romper todo vínculo espiritual con las cosas, que dejarán así de ser horizonte o entorno humano para convertirse sólo en fuente indiferenciada de subsistencia. Paradójicamente el colectivismo potencia hasta su máximo el individualismo, y, a través de un proceso minucioso de masificación, elimina del corazón humano toda relación con el mundo circundante que no sea la codicia, la disconformidad y la envidia.

Era una sentencia corriente entre los liberales del siglo pasado que "los males de la libertad con más libertad se curan". Yo he pensado siempre que son "los males de la propiedad los que con más propiedad se curan". Es decir, restituyendo al ejercicio de la propiedad toda su profundidad y sus implicaciones, el marco de significación y de vinculaciones de que fue privada. Cuando la sociedad no era gobernada por ideólogos y políticos de profesión —antes de la revolución política e industrial—, tanto nuestra civilización como toda otra tendieron a dotar a la propiedad de un cierto carácter sacral y patrimonial que hacían posible esa correlación de deberes y derechos en que consiste la justicia. Cuando a mayores derechos corresponden mayores deberes (y a la inversa), las diferencias inevitables de fortuna o posición social se hacen tolerables y aun respetables, precisamente porque no son puramente diferencias económicas sino estatus, que asocian al disfrute de los bienes implicaciones espirituales de lealtades y de deberes.

Como por sarcasmo, fue en nombre de la libertad como se realizó esa limitación de la propiedad a su aspecto más material y menos humano, es decir, como se la transformó en ese capitalismo contra el que más tarde se rebelaría el socialismo. Se trataba de desvincular al hombre de los lazos históricos que lo ligaban a su pasado, de los mitos y supersticiones ancestrales que condicionaban su comportamiento, de buscar la libre expansión del individuo y la libre expresión de su voluntad. La casa y los campos "que por ningún precio se venderían", las tierras amortizadas por la piadosa donación, los bosques comunales inajenables por considerarse propiedad de generaciones pasadas, presentes y futuras, era cuanto tenía que ser desvinculado o desamortizado para la mejor explotación y para "la riqueza de las naciones".

Este designio de la revolución económica radica en un tremendo error sobre la naturaleza del hombre y de la condición humana. Estriba en concebir al hombre —a cada hombre— como una especie de encapsulamiento que encierra al verdadero individuó, a modo de un núcleo —bueno, racional y feliz por naturaleza— al que hay que liberar de esa cápsula, hecha de tabús y de opresión que lo deforman y esclavizan. Esta idea está escrita a fuego en el espíritu de la Modernidad. Destruir los prejuicios, desenmascarar los tabús, ha sido el imperativo de casi dos siglos de pedagogía y de política.

El primitivo buscó cuevas donde guarecerse: el hombre moderno se empleó en demoler las mansiones que durante milenios albergaron a su civilización sin pensar que en el término del proceso hallaría la intemperie: aquello precisamente que impulsó a sus antepasados a buscar el refugio, con su angosta entrada, con sus paredes y su bóveda, es decir, un ámbito protector habitable, defendible, decorable (...)

El hombre —cada hombre-—no es un núcleo escondido que haya de "liberarse" o ser despertado rompiendo el cerco de maleza que lo rodea, como a la hermosa durmiente del bosque. Si alcanzáramos a aniquilar cuanto un hombre ha creído y ha amado y realizado a lo largo de su vida daríamos, no con el primitivo sano y feliz o con el hombre al fin liberado y "él mismo", sino con el yermo desertizado o con la inmensa ausencia de una decepción sin límites, tal vez con el desaliento de una incapacidad ya de rehacer.

Porque el hombre —cada hombre— consiste en esa serie de lazos que él mismo —-en buena parte-— ha ido creando con las cosas: todo aquello que considera como suyo, sin lo cual su vicia carecería para él mismo de sentido y aparecería a sus ojos como impensable. El hombre no es su pura naturaleza potencial, ni sus disposiciones natales o heredadas, aunque sea también esto. En tanto que hombre individualizado, actual, irrepetible, se forja en una misteriosa relación de sí mismo con cuanto le rodea, dentro de la cual ejerce su capacidad de entrega (o donación) y de apropiación, edificando así su mundo diferenciado y, con él, su personalidad íntima. Hacer libre a un hombre no consiste en desasirle de su propia labor —de su trabajo— sino conseguir que trabaje en lo que ama o que pueda amar aquello que realiza. Hombres libres no son aquellos que flotan indiferentes o desasidos de cuanto les rodea, sino los que alcanzan a vivir un mundo suyo, aunque no trascienda de su vida interior, aunque haya sido logrado en la ascesis y el esfuerzo.

Es de Saint-Exupéry la frase: "no amo al hombre” amo la sed que lo devora". El hombre más dueño de sí y de su mundo, y con mayor personalidad, suele ser también el más ligado y entrañado en ese mundo propio, porque las raíces son en él las más firmes y exigentes; diríamos, en términos hoy habituales, el menos libre. Al paso que el hombre más libre en este último sentido es el más disponible al viento de la vida y de sus propias pasiones; es  decir, el menos capaz de vida interior y de creación, el menos libre en la realidad.

Basta, por lo tanto, con conocer al hombre mismo y a su relación con el mundo circundante para incluir la propiedad privada entre sus más radicales derechos; es decir, para reconocerla como el ámbito de su vivir auto constitutivo. Sin la posibilidad de extender el Yo —y el Super-yo— a las cosas, sin poder hacerlas nuestras y dotarles de un sentido, nunca adquirirá la vida humana su dimensión profunda, ni madurará en sus frutos* ni existirá un motivo para vivirla por muchos medios que se arbitren para facilitarla.

La técnica del "nivel de vida", convertida en soberana y erigida en fin último "social" e individual de una "sociedad de masas", ha dotado al hombre de medios de subsistencia y confort desconocidos por los más afortunados de otras épocas. Pero a la vez, y a un ritmo visiblemente acelerado, le privan de los lazos de compromiso y de apropiación (incorporación a sí mismo) que engendraban para él un mundo propio, diferenciado, y ello hasta desarraigarlo de todo ambiente personalizado y estable, vaciando su vida de sentido humano, de objetivos y de esperanza. M derecho a poseer algo y a serle fiel no figura entre esos "Derechos Humanos" que abren camino al universo socialista.

En rigor, es la Ciudad creada por el fervor a sus símbolos y a sus dioses lo que sostiene al hombre que vive en su seno, y lo preserva del hastío y de la corrupción; porque entre hombre y Ciudad se establece una misteriosa tensión por cuya virtud la corrupción, cuando sobreviene, no está tanto en los individuos como en el imperio que los alberga. Cuando viven en la lealtad y el fervor, hasta sus mismas pasiones los engrandecen; cuando, en cambio, viven juntos para sólo servirse a sí mismos, sus propias virtudes aprovechan a la pereza y al odio mutuo.

Porque la Ciudad sostenida por el fervor engendra para el hombre dos elementos necesarios a su sano vivir: de una parte, el sentido de las cosas, que libra al hombre de caer en la incoherencia de un mundo sin límites ni estructuras; de otra, la maduración del vivir, por cuya virtud la obra que el hombre realiza paga por la vida que le ha quitado, y el mismo conjunto de la vida, por ser constructivo, paga ante su eternidad. Ello libra al hombre del hastío de un correr infecundo de sus años y le concilia con su propio morir.

Como ha escrito Salvador Minguijón, "el localismo cultural, impregnado de tradición y fundado sobre la difusión de la pequeña propiedad, sostiene una permanencia vigorosa frente a la anarquía mental que dispersa a las almas. Los hombres pegados al terruño, aunque no sepan leer, disponen de una cultura que es como una condensación del buen sentido elaborada por siglos, cultura muy superior a la semicultura que destruye él instinto sin sustituirlo por una conciencia (...). La estabilidad de las vidas humanas crea el arraigo, que engendrará nobles y dulces sentimientos y sanas costumbres. Estas cristalizan en saludables instituciones que, a su vez, conservan y afianzan las buenas costumbres. No es otra la esencia doctrinal del tradicionalismo".

Rafael Gambra. La propiedad bases antropológicas (revista Verbo), Pulsa para leer el texto completo

jueves, 30 de agosto de 2012

La Monarquía social; única solución frente a la crisis "sistémica" actual

 (Don Sixto Enrique de Borbón con su pueblo. Pasto-Nueva Granada-Las Españas)

"España fue una federación de repúblicas democráticas en los municipios y aristocrática, con aristocracia social, en las regiones; levantada sobre la monarquía natural de la familia y dirigida por la monarquía política del Estado"

(Juan Vázquez de Mella)

"Y aquí como en tantos momentos surge la diferencia esencial entre la Monarquía tradicional y todos los demás regímenes de sello revolucionario, que son de opinión o de partido. La Monarquía, precisamente por estar vinculada al tiempo y a las generaciones, por situarse sobre los grupos e intereses y no deberles nada, procura apoyarse en las más viejas y estables instituciones y en las más nobles autonomías que, como ella misma, hunden su prestigio en la Historia. Sólo la Monarquía no entra en rivalidad con la sociedad, porque es, cabalmente, el único régimen social en el puro y profundo sentido de la palabra"

martes, 15 de mayo de 2012

La psicología del separatismo

Sin embargo, aunque los separatismos españoles constituyen una aberración recusable, pueden ser comprendidos psicológicamente si nos ponemos en la posición de quienes comienzan el patriotismo por el amor a la casa paterna y comprenden la significación profundamente antipatriótica del estatismo moderno. El Estado centralizador, al ejercer un poder absoluto e impersonal, ajeno -o más bien opuesto-, a los elementos vivos y entrañables de la sociabilidad y del patriotismo, se convierten en seguida en algo esencialmente odioso para el ciudadano medio, que sólo puede verlo bajo la especie contributiva o policial. Si a esto se añade que ese mismo Estado ha representado la muerte de todas las tradiciones políticas, jurídicas, administrativas, y aun culturales de las colectividades históricas que constituyeron las Españas, puede comprenderse la aversión y la absoluta falta de respeto interior que hacia el Estado es ya habitual entre nosotros, de un siglo a esta parte.

De aquí no se deriva, en buena lógica, más que la aversión al Estado moderno como instrumento uniformista y antitradicional. Pero el Estado se adueña del nombre de la Patria -España-, lo utiliza como propio, y procura identificar su causa y su significación con la de él mismo. Y la distinción entre Estado y nación, y lo abusivo de esa apropiación, que son cosas obvias en el orden teórico y en el histórico, no lo son para quienes no viven en estos ordenes, es decir, para el pueblo. El hábito y el tiempo va, además, consumando en las mentes de las nuevas generaciones esa identidad que comenzó por ser un simple abuso de nomenglatura. El nombre de España y el título de español pasan así insensiblemente, para muchos grupos humanos, de ser algo cordial y espontáneamente sentidos a través del propio lenguaje y de la propia tierra, a tener la misma significación hostíl que el Estado que se los apropia. Algo semejante a lo que acontece con el escudo nacional, que convertido en símbolo exclusivo del poder público, acaba por asociarse psicológicamente a las notificaciones fiscales y a los uniformes de la policía.

Cuando estos hechos psicológicos se producen, y perdura en la nación el recuerdo de motivos patrios más cercanos al calor de lo propio,  los separatismos se producen fatalmente. Por eso ha dicho alguien que el centralismo fue el primero de los separatismos españoles y el origen de los demás. En la primera manifestación de esos movimientos secesionistas tuvieron mucha parte pasiones personales, posturas de extremosidad histórica, miras caciquiles, el orgullo colectivo de determinadas regiones, el infantil deseo de "jugar a naciones"; es decir, factores superficiales, más bien teóricos y de reacción momentánea, que, al cabo, se superaban en cada individuo con la reflexión y los años. La segunda fase de estos movimientos -tanto menos violenta cuanto mas peligrosa- estriba precisamente en la lenta extensión de ese sentimiento de extrañeza o de molesta aversión, que la sociedad española ha sentido siempre hacia el Estado, al nombre y la significación misma de España, que deja así de inspirar un sentimiento profundo y cordial. Este ambiente es el terreno propicio para un nuevo separatismo que prescinde de las fantasmales razones históricas o étnicas en que se apoyaba el otro, para ajustarse a un secesionismo meramente industrial o práctico.

Según Mella, los liberales y revolucionarios no tienen derecho a hablar de unidad nacional, porque ellos han destruido los vínculos íntimos estables de esa unidad, y los han sustituido por ataduras y uniformismo legal, que hacen odioso hasta ese nexo externo de unidad.

"El Estado monstruo que han fabricado -dice- es la enorme cuña que ha partido el territorio nacional y ha escindido la unidad nacional que antes imperaba, más por el amor que por la fuerza, en las regiones congregadas por la obra de los siglos en torno a un mismo hogar. Y mientras no se arranque esa cuña no habrá unidad nacional ni patria española, sino un rebaño dirigido por el látigo estatal".


lunes, 26 de marzo de 2012

El primer objetivo: Restaurar la Monarquía, para restaurar la sociedad


"Tal fue el caso de la tradicional monarquía española, por más que se haya querido ver en su historia una evolución constante y uniforme hacia la desaparición de las libertades y autonomías locales y sociales. Como dijimos, en poco o nada había variado de hecho nuestra organización municipal y gremial desde los primeros Austrias hasta Carlos IV, al paso que, desde la instauración del régimen constitucional, varía el panorama en pocos años hasta resultar hoy casi desconocida para el español medio la antigua autonomía foral y municipal.

La monarquía viene a ser así la condición necesaria de esa restauración social y política. Si todas las sociedades e instituciones que integraban el cuerpo social eran hijas del tiempo y de la tradición, en el tiempo y en la tradición deberán resurgir. Su restauración debe ser, necesariamente, un largo proceso. Para que se realice, se necesita de un poder condicionante que se lo permita y que las encauce y armonice en un orden jurídico. La Monarquía es la única de las instituciones patrias que puede restaurarse por un hecho político, inmediato; y ella es, precisamente, ese poder acondicionador y previo. En frase de Mella,

"...la primera de las instituciones, que se nutre de la tradición, y el canal por donde corren las demás, que parecen verse en ella coronada"


“Si esto es así, las exigencias de la restauración recorrerían un proceso inverso al que impuso la historia, y esta inversión del proceso parece imponerse en vista de la necesidad de romper, en primer lugar, las estructuras político-financieras de los poderes que dirigen la revolución y que hacen prácticamente imposible la restauración desde abajo. El poder estatal creado por la revolución es tan exclusivo, tan absoluto, que no se puede soñar con restaurar el orden social si no se comienza por poner los resortes de ese poder en las manos encargadas de la misión restauradora”.

Rubén Calderón Bouchet

domingo, 19 de febrero de 2012

Conservadores, revolucionarios...y tradicionalistas

"La verdadera decadencia y muerte de un pueblo procede de su interna disolución. Esta crisis interior suele ser ocasionada por dos factores. De un lado, por la deserción, la pereza y el conformismo de sus clases cultas, de los sabios de la Ciudad: cuando estas clases se duermen sobre su propia ciencia o su propia significación, cuando no ejercen una autoridad con sentido, entonces el orden, las creencias, la moralidad, la justicia y las leyes quedan indefensas; la Ciudad no progresa, antes se fosiliza, y el orden todo de venerable se torna farisaico.

En este momento surge otra clase de hombres: los revolucionarios (el juglar de las ideas),que son los que no tienen nada que perder, los que tampoco aman las Leyes ni las creencias, los que no respetan los cimientos del orden ni los principios del bien y de la verdad(...).

Si no encuentran contradictores, hombres de fe, de verdadero saber, lo tienen todo ganado, porque sus argumentos halagan las pasiones de los demás y parecen lógicamente válidos. La Ciudad muere entonces por disolución interior o por invasión enemiga, pero sólo cuando su espíritu interno ha desaparecido".

Rafael Gambra Ciudad. El Silencio de Dios

Exégesis:

Los conservadores son los fariseos que sólo se mueven por sus intereses mezquinos y materiales, y que han vaciado de contenido los principios de Religión, Patria, Familia, Comunidad, Monarquía... los revolucionarios son aquellos que quieren destruir esos principios vaciados de contenido y prostituidos por los fariseos... y los tradicionalistas son los "hombres de fe" que los defienden en su integridad y en su verdad.

lunes, 13 de junio de 2011

El objetivo del carlismo: la Monarquía social y representativa

Buenos Aires, 12 junio 2011, Domingo de Pentecostés. Ediciones Nueva Hispanidad nos ha facilitado una lista de sus novedades, de entre las cuales destacamos:

La Monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional, nueva edición de la clásica obra de Rafael Gambra Ciudad, con el patrocinio de la Fundación Francisco Elías de Tejada y un nuevo prólogo a cargo de José Antonio Ullate Fabo, en la colección "El 'otro' bicentenario". "En este escrito, que recorre las principales definiciones políticas de Vázquez de Mella, el autor, en síntesis original y superadora, realiza un memorable aporte al pensamiento tradicional". Fue don Rafael Gambra quien acuñó la expresión "Monarquía social y representativa", que hasta llegó a utilizar el franquismo para etiquetar la supuesta monarquía que iba a "instaurar"; bien que desprovista de los contenidos que se explican en este libro, y al margen y en contra de la legitimidad dinástica que le es inseparable. Una lectura imprescindible, un libro que no puede faltar en ninguna biblioteca tradicionalista.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Rafael Gambra: La Monarquia Social y Representativa en el pensamiento tradicional

UN LIBRO IMPORTANTE

"En este escrito, que recorre las principales definiciones políticas de Vázquez de Mella, el autor, en síntesis original y superadora, realiza un memorable aporte al pensamiento tradicional"

Índice:

Prólogo para el lector de 1973
Introducción.

I. «Lo social» y sus dos sentidos
II. La idea de soberanía social
III. La soberanía tradicional y el concepto de tradición
IV. Un régimen natural e histórico
V. El espíritu vivificador
VI. La Monarquía y sus determinaciones
Tradicional
Hereditaria
Federal
Representativa
VII. El proceso federativo
VIII. Necesidad y viabilidad del sistema
IX. Continuidad y ortodoxia

Información en la editorial Nueva Hispanidad

martes, 14 de diciembre de 2010

¿Católicos o protestantes?

El Concilio de Trento. Tiziano.

Desde entonces perdudarían en el mundo cristiano dos interpretaciones opuestas del hecho político y jurídico:
El catolicismo verá el Derecho y el Estado revestidos de una relativa significación religiosa. El Derecho positivo aparecerá como un esfuerzo aclaratorio y concretador de un Derecho natural que se asienta en la suprema ley divina. El orden jurídico representará , junto a la moral perfecta y amorosa del Evangelio, el papel de la moral posible, pero necesaria para la coexistencia en sociedad; de un orden que si se satisface con la exterioridad y aun puede entrar en conflicto con situaciones éticas personales, es sólo debido a imposibilidades fácticas, pero nunca a una esencial oposición o extrañeza. Tampoco el bien común que la autoridad civil reconoce como fin es, para el catolicismo, ajeno al destino sobrenatural del hombre, sino que debe ordenársele como condición y jalón previo. Si Derecho y Estado no son para el catolicismo plenamente religiosos, son en cambio susceptibles de una inspiración religiosa , y puede darse una contradicción esencial entre la estructura ideológica y los imperativos de la dogmática cristiana. Por eso las reformas políticas que se introdujeron en los Estados europeos por inspiración de la Revolución francesa dieron lugar, en los pueblos católicos, a unas luchas de resistencia, que tuvieron , para el creyente, un sentido y valor profundamente religiosos.
Para el protestantismo, en cambio, la vida debe ser una “anárquica comunidad de fe”, una íntima y meramente personal relación con Dios, que permanecerá indiferente a cualquier realidad exterior. Y las iglesias, simples encargadas de un “servicio religioso” para el cristiano, y no estructuras objetivas de valor y sentido. Por eso el protestantismo convive, ajeno o participando, con cualquier situación política u ordenación jurídica; y el signo de éstas y el sentido de su evolución en los dos últimos siglos no engendra conflicto ni espíritu de lucha en la conciencia protestante.

martes, 28 de septiembre de 2010

El Carlismo y el Federalismo (II)

(Adhesivo de la última campaña federalista del carlismo catalán, con el Real Monasterio de Sant Cugat de magnífico fondo)

(...) No se trata de que el Gobierno Central haga una siembra por todo el país de estructuras semejantes a la suya, sino de restaurar la Constitución federal interna del país. Puede decirse que el regionalismo es un método de reforma política visto desde el poder centralizado, al paso que el federalismo representa una posición restauradora vista desde la preexistencia y los derechos históricos de los Reinos integradores. Así como el regionalismo releva de ciertas funciones al poder del Estado para conferírselas a la región o al municipio, el federalismo, a la inversa, conserva a los Municipios y antiguos Reinos todas sus funciones y atribuciones, excepto las exclusivas del Estado –militares, diplomáticas y judiciales–, que otorga a éste. De lo cual se deduce que la única posición verdaderamente socialista, en el sentido de Mella, es la federalista, hasta poder decirse que el federalismo se identifica con el propio sociedalismo (de que habla Mella), destacando en él su aspecto dinámico-histórico.

«Nuestro regionalismo –dice Mella– afirma la personalidad propia de todas las regiones, de ningún modo un principio de unificación para moldearlas a semejanza de una sola. Yo no quiero la Constitución de Castilla para Cataluña o Navarra... Creo que cada región tiene derecho a su Constitución específica, histórica, diferenciada de las demás».

Así puede darse también entre nosotros un regionalismo que, aun no siendo mera descentralización, no sea tampoco federalista ni represente, por tanto, una posición sociedalista o institucionalista social, distinta del racionalismo político. Tal es el caso, por ejemplo, de los modernos regionalismos separatistas o semiseparatistas que representaron los Estatutos catalán y vasco, en los que no se trataba de reivindicar la Constitución histórica de esos países –cuya historia les llevó a federarse con los demás Pueblos españoles–, sino de establecer en ellos una organización estatal autónoma, pero semejante a la que se ejerce desde el poder central. La formulación más formal e inteligente de estos autonomismos –que ninguna razón histórica cuentan en su abono– viene a identificarse con lo que se ha llamado un regionalismo industrial o práctico, es decir, basado en el estado económico más avanzado de esas regiones (...)

Tanto los regionalismos de tipo industrial como este tipo de «atribuciones otorgadas» son por completo ajenos a un verdadero federalismo y, aún más, al foralismo español. Mella expresa esta idea con toda claridad. «No quiero yo establecer, como en algunas partes se intenta, un regionalismo empírico, industrial y materialista; el regionalismo, como un gran sistema, necesita tener una base histórica y sentimental...». Un mero regionalismo –añade en otro lugar– «puede ser independiente del problema de la jerarquía social que hay que oponer a la jerarquía delegada del Estado. Si se diera un descuajamiento del Estado español actual, al dividirse en tres o cuatro naciones, el primer problema se plantearía después en cada una de ellas. Imaginad una Vasconia independiente o una Cataluña separada. El problema quedaría en pie. El Estado separado con relación al que existía, ¿afirmaría y establecería una jerarquía social, el Municipio autárquico, las Comarcas libres? Podéis asegurar que una Cataluña formando Estado sólo se habría descentralizado con relación al Estado del que se había separado. Dentro del nuevo Estado surgiría una centralización nueva que aplastaría dentro de sí al principio regionalista». «Lo he dicho en el Parlamento: nunca merced o división otorgada por el Poder; sólo el reconocimiento de la Constitución interna de cada Pueblo formado en la historia. Así defiendo yo los Fueros y las libertades de todas las regiones históricas de España» (...)

[VI] Foralismo español (220)

El federalismo o regionalismo autonomista no es para nuestra Patria una posibilidad de gobierno entre otras que puedan escogerse o preferirse en orden a su utilidad, sino algo radicado en su mismo ser histórico, en su existencia presente, en su problemática futura. Este federalismo forjado en la historia, impregnado de tradición y creador de instituciones, recibió entre nosotros el nombre de foralismo o sistema foral. La variedad geográfica, social, ambiental, lingüística y aun, en parte, histórica, es un hecho insuperable entre los Pueblos y habitantes de la península española. «Ni por la naturaleza del suelo –decía Menéndez Pelayo–, ni por la raza, ni por el carácter parecíamos destinados a formar una gran nación...». Sin embargo, llegó a ser tal la unidad interna, profunda, de nuestra Patria, que no cabiendo en sus límites se extendió a todo el mundo nuevo que fue asimilado a ese espíritu común y civilizado en él. Y obsérvese bien que el régimen foral no fue, como muchos creen, un tránsito obligado y siempre declinante hacia una más efectiva unidad: si así fuese, se habría prescindido de él en la organización política de los Pueblos americanos como un mal con el que hay que transigir sólo allá donde existe; pero, antes al contrario, a América se llevó el régimen de Cabildos (Municipio español) y Congresos (Cortes) como una prolongación del peninsular (...)

El foralismo –o federalismo histórico– crea un ambiente cálido y humano de responsabilidad en los gobernantes o administradores y de cordial adhesión en los gobernados, condiciones ambas de la verdadera y única libertad política. Son instituciones libres aquellas que hacen salir a los ciudadanos de sí mismos y participar voluntariamente en los asuntos públicos; las que no les divorcian de ese interés comunitario ni les hacen caer en la apatía abstencionista propia del individuo. Según Tocqueville, sólo en las instituciones forales y municipales reside la fuerza de los pueblos libres. «Estas instituciones –dice– son a la libertad lo que las escuelas primarias a la ciencia: la ponen al alcance del pueblo, le hacen gustar su uso normal y pacífico y le habitúan a servirse de ella. Sin estas instituciones, una nación puede alcanzar un gobierno libre, pero no tiene el espíritu de la libertad. Pasiones pasajeras, intereses de un momento, el azar, pueden darle la forma exterior de la independencia, pero el despotismo, latente en el interior del cuerpo social, reaparece tarde o temprano en la superficie».

La originalidad y la autonomía de las instituciones políticas aforadas engendra un ambiente de libertad e interés –de amor a lo propio y de colaboración– que hace además posible, por mantener en sus límites naturales a la organización estatal, la difusión y vitalidad de las asociaciones puramente sociales. Ambas realidades –pequeñas democracias políticas e instituciones libres– dan a la sociedad un aspecto esencialmente distinto del que presenta en los países unificados y centralizados estatalmente. Lo que en éstos es una proliferación artificial de organismos oficiales es allá una libre creación de empresas colectivas; lo que aquí es un estéril y ruinoso tirar del presupuesto nacional, es en aquel medio la movilización de las energías del país; lo que aquí es una estructura divorciada de la realidad social es allá la sociedad misma obrando política, económica, culturalmente (...)

(Rafael Gambra Ciudad, en Tradición o mimetismo)

jueves, 2 de septiembre de 2010

RINOCERITIS: la enfermedad crónica del conservadurismo y la derecha liberal.

"El conservadurismo demuestra ser el peor enemigo de la Tradición" (Don Sixto Enrique de Borbón)

Rhinoceros, la pieza de Ionesco, constituye, por su parte, la más profunda y aguda sátira del conformismo ambiental en nuestra época y de los mecanismos psicológicos de adaptación incondicional a cualquier género de situación o de cambio de mentalidad. Sátira también del proceso de masificación y de trivialización que se opera en las almas por efecto de la tecnocracia y de las grandes concentraciones urbanas. Imagen, en fin, de ese estado de ánimo colectivo que se revela capaz de aceptarlo todo rápidamente, con resignation préalable (resignación previa) por una voluntaria pérdida del sentido de los límites y de la consistencia de las cosas.

En el primer cuadro, Juan, hombre de "de su tiempo", con sus puntos de vista "eficaces" y filisteos, dialoga con Berenger, espíritu sencillo de abatida sinceridad. Sus frases sonoras y la vacuidad de sus actitudes siempre circunstanciales están como reclamando la exteriorización de un intenso proceso de rinoceritis, es decir, de insensibilización humana. Es entonces cuando irrumpe impetuoso el primer rinoceronte por las calles de la población. Y desde ese mismo momento entra en juego para aquel ambiente humano un mecanismo psicológico encaminado a la elusión subconciente del hecho, a la conformidad embozada con el mismo, movido siempre por actitudes previas de pereza mental, de cobardía interior y de abandonismo profundamente arraigado. Así, a los pocos momentos de la extraordinaria sorpresa, ya nadie habla de lo inconcebible de la aparición, sino del número de cuernos o de las razas de rinocerontes.

Enseguida comienza la absurda transformación de los hombres en rinocerontes, esos paquidermos extraños e insensibles, que parecen nativos del planeta más alejado de éste en que habita la raza humana.

El mecanismo mental por el cual los hombres "se situan" ante la rinoceritis, y la actitud que los rinoceriza seguidamente, es siempre la misma: aceptación del hecho como algo irremediable, como una evolución necesaria (es "el viento de la Historia"); ensayo de universalización del fenómeno buscándole antecedente similares en otros países o en otra época; puesta en discusión de los principios teóricos o morales en virtud de los cuales el fenómeno resulta inaceptable (en este caso, la superioridad de la humanidad sobre la animalidad, los límites de la cordura y de la demencia, etcétera); en fin, exaltación de los aspectos en que pueda sobresalir el hecho o realidad de que se trate (en este caso, de la fuerza, salud y poderío del rinoceronte).

Ante el hecho consumado, la epidemia de rinoceritisCursiva se extiende incontenible, el mecanismo mental se pone en movimiento para el hombre masificado, previamente dispuesto para cualquier género de adaptación dirigida: "siempre hubo cosas así", "salgamos al encuentro de lo que nace y seamos sus pioneros", "en otros sitios están peor", "tiene esto cierta grandeza"...

Parece indudable que el autor rumano ha conocido algunos de los diversos "hechos rinocéricos" que ha sufrido las diversas naciones, con la consecuente degradación de la personalidad de sus miembros: la irrupción en tantos países de un ejercito de ocupación extranjero con la creación de absurdos gobiernos Quisling; la aparición en este otro de un barbudo demencial que impone su ley; la entrega de aquel otro a bandas rivales de negros antropófagos; la erección más allá de la arbitrariedad como modo permanente de gobierno...En el horizonte final, la universal rinoceritis letárgica que, en nombre de la Democracia y de la Humanidad, anula la personalidad de los humanos frente al "viento de la Historia".

Lo más profundo de Rhinoceros quizá sea la elección del tipo humano que resiste a la adaptación rinocérica y se salva, él solo, entre los demás hombres. No se trata de ningún puritano u hombre de claros y declarados principios; antes lo contrario, son los hombres de esta clase los que se muestran más dóciles y vulnerables a la epidemia, los que con mayor facilidad encuentran argumentos de transición para adaptarse. Berenger, el protagonista, es un hombre humilde, sencillo y un tanto bohemio. Un hombre respetuoso ante los sabios y eficaces que le rodean, que no afirma nada con énfasis ni contraría la opinión de los demás. Berenger sabe, sin embargo, que la humanidad es superior a la animalidad, que entre la cordura y la locura hay un límite, y que convertirse en rinoceronte es absurdo. Y sabe todo esto "intuitivamente", aunque no sepa definir la intuición más que como un saber "por las buenas".

Pienso que en nuestra sociedad masificada y estatista, donde la rinoceritis alcanza hoy los más altos niveles, esta pieza de Ionesco debe producir la misma impresión que si a los tripulantes de una vieja y carcomida embarcación se les mostrara al vivo cómo empieza a hacer agua y a hundirse una vieja y carcomida embarcación.

(Rafael Gambra Ciudad. El silencio de Dios)

miércoles, 7 de abril de 2010

Nuevos títulos en la COLECCIÓN DE REGNO.

El exilio y el reino .Rafael Gambra
A los cinco años del fallecimiento del insigne filósofo Rafael Gambra, en este volumen se reúnen cinco ensayos, publicados todos en las páginas de la revista Verbo entre los años setenta y ochenta, que giran en torno de la sociedad humana radical vista como comunidad, de matriz necesariamente religiosa, que en España se concreta en la admirable unidad católica que presidió su andadura histórica, y a la que se opone la pura coexistencia que postula y actúa la democracia moderna.
Orden natural de la política y orden artificial del Estado. Juan Fernando Segovia.
La cuestión que se plantea en este texto es la del derecho natural, tomado en sentido amplio, abarcador de la ley natural, y su vinculación con la política, desde la perspectiva de la clásica doctrina católica del orden político natural. Se analizan los aspectos más sobresalientes de la doctrina católica y se oponen a las enseñanzas de la filosofía política moderna, para que del contraste luzca aquélla con más claridad.

COLECCIÓN DE REGNO

LA CONSTITUCIÓN CRISTIANA DE LOS ESTADOS

jueves, 12 de noviembre de 2009

La aceptación del mundo moderno: la utopía de la "laicidad" y la "secularidad".

"Surge asimismo el cansancio de una permanente actitud de oposición y lucha...La tentación es entonces demasiado fuerte y a ella responde por entero el hoy dominante progresismo católico, obra cumbre del juglar de las ideas. Todo el problema se reduce para él a un retraso de la Iglesia católica, que no ha evolucionado según el ritmo de los tiempos y ha dejado de responder a las exigencias de la Historia. Se reconoce entonces en el progreso del "mundo moderno" (en la obra de la Revolución y del maquinismo, en la tecnocracia y el socialismo) realizaciones criptocristianas, y se pide perdón a ese mundo moderno por la secular incomprensión de la Iglesia...Es el momento para el progresismo de un arreglo de pesas y medidas con el "mundo moderno" para que una Iglesia debidamente evolucionada vuelva a dialogar con ese mundo y ocupe un puesto de poder no ya rector, pero sí respetado y nunca más en situación de lucha y condenación de ese mundo. La labor consistirá en miminizar la fe y la moral reduciendola ( a través de las "pendientes naturales") a lo que convenga estimar como "esencial", en renegar de la propia tradición de la Iglesia y de la civilización que ella creó considerándolas como "adherencias" o "alienaciones", en limar cuantas aristas rocen la mentalidad y formas de vida modernas, para demostrar al mundo de hoy que ser católico viene a ser lo mismo que no serlo, y que tal profesión en nada choca con las exigencias de la vida actual y del "humanismo". Consistirá asimismo en reducir la vida religiosa al interior de las conciencias, abandonando toda pretensión comunitaria-histórica de que la fe informe jurídicamente o políticamente la vida de los pueblos...

Consecuencia para los hombres es que la Ciudad humana, falta de su asiento religioso permanente, no otorga ya sentido a sus vidas, expuestas desde ahora a la incoherncia del relativismo y a la corrupción que de él emana...En el término de este proceso se encuentra el hombre que se sirve sólo a sí mismo, que a nada sirve, porque carece de sobre-ti y de "principios". Es el momento del culto al Hombre, esa "idolatría de los últimos tiempos" en la que el hombre se adora a sí mismo en la vacuidad de un humanismo sin sentido ni contenido."

Rafael Gambra Ciudad. El Silencio de Dios. Ed Ciudadela.
(libro de lectura imprescindible)

lunes, 7 de septiembre de 2009

La disolución de toda comunidad humana

"Nadie niega la existencia de Dios sino aquel a quien conviene que no le haya"
(San Agustín)

"La democracia liberal viene a ser, en fin, la consagración oficial del exilio como forma permanente de gobierno e ideal humano: la negación de un cimiento estable para la sociedad, la extirpación de las raíces, la supresión de los objetivos finales y de la trascendencia, la negación a priori de la sociedad como comunión en una fe y una esperanza, la eliminación de todo punto de referencia en la vida de los hombres. En la democracia moderna las convicciones se convierten en opiniones, el derecho es meramente positivo y circunstancial, y la autoridad en gerencia circunstancial. El único derecho que no figura en la Declaración de Derechos Humanos es el de sostener una verdad objetiva y edificar sobre ella una comunidad humana. En una conferencia sobre la Constitución española decía el profesor Sánchez Agesta que toda Constitución democrática arranca de una primera afirmación (o constatación): que los ciudadanos de ese país no están conformes entre sí, y que es, por lo tanto, necesario organizar ese desacuerdo mediante leyes "pluralistas"; es decir, establecer normas prácticas para acuerdos circunstanciales que permitan la convivencia. La comunidad nacional, según esto, se define por su limitación (no por lo que es, sino por lo que le falta), sacrificando a ese postulado el fondo y la coherencia última que precisa cualquier legislación , necesaria a todos, incluso a los disidentes. La comunidad nacional se define así como no-comunidad, con lo que se justifica desde los principios todo movimiento disgregador y "contestatario".

Pero una verdadera sociedad histórica, mientras permance en su ser, no es mera convivencia ni organización de medios. Es, ante todo, comunión profunda de fe, de anhelos y de emociones. Comunión también en un pasado, en una ejecutoria. Se piensa hoy a menudo que, puesto que los técnicos entienden de la gerencia y administraciónde los medios, es a ellos a quienes hay que confiar el gobierno de los pueblos. Lo cual sería como confiar a una computadora o un ordenador la dirección de una empresa. Las técnicas, como la inspiración de los artistas, nacen en el seno de una civilización, pero si sólo de técnicos y artistas hubiera dependido, jamas civilización habría irrumpido en el torrente de la historia, ni hubiera desempeñado un protagonismo histórico. La sociedad liberal, neutra y tecnocrática, vive de lo que queda en las conciencias y en las familias de fe y de comunidad auténtica, y se extinguirá, o será absorbida por otra, si llegan a secarse por entero esas raíces profundas. Ya que, como ha escrito Thibon, es " posible lanzarse al vacío, pero no lo es lanzarse desde el vacío".

(Rafael Gambra Ciudad, en El Exilio y el Reino)