martes, 5 de marzo de 2019

El historicismo contra la Historia: Puigcerdá, Cabrinetti, liberales y separatistas.


Monumento a Cabrinetti financiado e inaugurado por el Ayto. separatista de Puigcerdá en 2012

Según el profesor de la Universidad de Barcelona Ricardo García Cárcel, una de las características de la irrupción del catalanismo fue que la estética historicista se apoderó de muchas instituciones y proyectos públicos. Algo que lejos enmarcarse en unos cánones tradicionales tiene, a decir del historiador citado, una carga mitológica y determinista que en lugar de venerar la continuidad de la historia pretende ideologizar el pasado de una presunta Cataluña prístina y pura, en todo superior y diferente a cualquier elemento común con el resto de España.

Por eso resulta muy significativo que pese a cierto relato liberal ni el catalanismo primigenio del postrer siglo XIX, ni el nacionalismo del siglo pasado o el separatismo hodierno hayan usado el carlismo para esa retórica historicista. En cualquier municipio catalán que haya tenido un mínimo de relación verdadera o presunta con la guerra de Sucesión a instancia de sus regidores separatistas y con el apoyo de los constitucionalistas se levantará un monolito o placa que retuerza aquellos hechos históricos, agigantando su importancia y enmarcándolos en esa especie de Volkgeist “catalán”, pese a que a inmensa mayoría de los actores de esa guerra no fueron catalanes. Sin embargo el carlismo fue tan significativamente mayoritario en Cataluña como en otros territorios de Aragón, al igual que también lo fue en Castilla, pero por las peculiaridades del entorno de la montaña catalana pudo controlar y hacerse más fuerte que en otros puntos de España, llegando los Reyes legítimos cuando estuvo asegurado el terreno a gobernar disponiendo la restauración foral. Pese a ello las gestas de los carlistas catalanes no forman, a Dios gracias, parte de ese historicismo burdo, que defendiendo en la actualidad las ideologías más disolventes y contrarias a la historia de Cataluña traza un relato idealizado desde la Cataluña feudal de los condes y el principado medieval -donde se aplicaban los peores abusos y “malos usos” contra los trabajadores de la tierra hasta que los Reyes Católicos pusieron fin a dichos excesos- a la guerra de Sucesión -donde la pérdida de los Fueros es efecto de la traición de las instituciones oligárquicas catalanas al juramento que años antes dieron al legítimo Felipe V- y hasta los recientes hecho de la guerra de 1936 en la que el nacionalismo y el anarquismo arrasaron con el patrimonio artístico e histórico catalán y asesinaron a más de 9.000 catalanes en poco más de dos años.

Así las guerras carlistas, que tuvieron muchísima más importancia militar y sobre todo política y social en el Principado que la Guerra de Sucesión, quedan ignoradas y cuando el separatismo se ha de posicionar lo hace netamente por el bando intruso y liberal. Lo hace el pseudohistoriador Oriol Junqueras en su demencial, como todo lo que escribe o dice, libro “Carlinades. El Far West a la catalana”[1]. Y cuando se ha de erigir algún monumento o recuerdo tan del gusto historicista a quien se rinde homenaje es a los liberales. Uno de los mejores ejemplos puede ser Puigcerdà, municipio a los pies de la estación de esquí de La Molina y destino predilecto de vacaciones invernales de los Pujol y la burguesía separatista de Barcelona. Desde 1983 siempre han ganado las elecciones municipales los nacionalistas y desde hace veinte años sólo hay concejales nacionalistas en el municipio. Sus alrededores combinan mansiones y hoteles de lujo con todas las facilidades para las distracciones deportivas de invierno con un ambiente batasunazi, donde el amarillo y los lemas supremacistas y antiespañoles llenan muros de las carreteras de acceso. En ese ambiente y por esos políticos separatistas se erigen dos monumentos que rinden homenaje a los defensores de la ideología liberal con la excusa de los pequeños asedios a que fue sometida a Villa durante las guerras carlistas. En la céntrica “Plaça dels Herois” se levanta un túmulo de indudable inspiración masónica con la fecha de esos asedios, aunque en puridad sólo hubo uno, el de la tercera guerra, los otros no pasaron de pequeñas escaramuzas. En su base se puede leer en catalán una irreal explicación de aquellos hechos con los peores tópicos de la historiografía liberal. Puigcerdá antes de que los deportes de invierno la pusieran de moda y atrajese a los barceloneses no pasaba de tener unas pocas masías alrededor de un recinto amurallado sobre lo alto de una montaña de 1.200 metros y una importante guarnición militar y de carabineros. Los primeros aseguraban la plaza por su condición fronteriza, los segundos el resguardo fiscal y aduanero. Esas guarniciones otorgaban una relativa prosperidad a los habitantes de la Villa. Depurada la tropa y la oficialidad de simpatías carlistas el bando liberal contaba con un ejército regular y continuas movilizaciones forzosas. 500 soldados del Ejército liberal defendieron Puigcerdá, movilizando obligatoriamente a toda la población, concentrada fundamentalmente en la Font de les Monges, que permitía una buena defensa de la plaza por su escarpada orografía. Si la Villa no terminó de ser liberada en las guerras carlistas se debió al hecho de que Francia impidió siempre a los carlistas apostarse en los flancos de la frontera, impidiendo rodear Puigcerdá, mientras que daba apoyo y cobertura a las tropas liberales. Finalmente la llegada por el collado de Toses del General liberal Cabrinetti decidió el repliegue de las tropas carlistas ante la imposibilidad material de avanzar más sobre la plaza. En cualquier caso fue una opción táctica, no un mérito de Cabrinetti, que a la postre sería derrotado por Savalls en Alpens. Fue finalmente Martínez-Campos quien llevando a cerca de 4.000 hombres y artillería a Puigcerdá, además de fortalecer sus murallas aseguró el dominio de la Villa. Muchos de aquellos soldados llegados de todo el resto de España ya se avecindaban en Puigcerdá una vez licenciados, descendiendo muchos actuales separatistas de aquellos militares[2], lo que no dejaba de desmentir el relato nacionalista que señala de una Cataluña étnicamente pura -el anteriormente aludido Junqueras dijo no hace mucho aquella majadería de que “los catalanes son genéticamente más cercanos a los franceses que a los españoles” (sic)- que tuvo que soportar la inmigración masiva del resto de españoles en el siglo XX.
Túmulo masónico en recuerdo del ejército liberal

En fin, se trató de un episodio no exento de importancia estratégica, pero ni mucho menos definitivo o esencial de las guerras carlistas y cuya defensa ni por asomo se asemeja en un ápice a los grandes sitios de la historia de España o a la resistencia del bando nacional en el Alcázar de Toledo o el Santuario de Santa María de la Cabeza[3]. Sin embargo pronto los liberales se afanaron en su idealización, a lo que con mucho entusiasmo se sumaron los nacionalistas. Para que no quepa duda de quién es heredero de quién el ayuntamiento radicalmente separatista de Puigcerdá recuperó el monolito masónico “a los defensores de la Villa”, lanzando contra los carlistas que pretendían la liberación de la Villa y la restauración foral de Principado las peores difamaciones. Cada 10 de abril el ayuntamiento organiza la conmemoración ante dicho monumento, obligando a los bachilleres del instituto de Puigcerdá a acudir al mismo. Al tiempo que en 2012 el ayuntamiento erigió un nuevo monumento a Cabrinetti, mito involuntario como se ha visto de dicho sitio, pues ni dio un solo tiro para su levantamiento ni a lo sumo vivió más de dos meses de su vida en Puigcerdá.

En todo este episodio además se debería añadir un nuevo hecho histórico. Prácticamente contigua a la llamada Plaça del “herois”, frente al túmulo masónico, está la Plaça de Santa Maria, donde se alza imponente una enorme torre campanario y los restos de lo que parece una notable fortificación. Dicho conjunto se haya ensuciado y contaminado de plásticos amarillos que puntualmente algunas Brigadas de Limpieza en la que participan carlistas de la zona se encargan de limpiar y sobre la torre campanario hay una pancarta gigantesca e inaccesible, puesta por el mismo ayuntamiento del túmulo masónico y el monumento a Cabrinetti en la que jalea a los sediciosos separatistas del pasado 1 de octubre. La torre es de los pocos restos de la antigua Iglesia de Santa María, que era la parroquia de Puigcerdá, que comenzó siendo un templo románico iniciado, se dice pronto, en 1178. Dicho monumento fue destruido a pico y pala por las milicias anarquistas en 1936, quienes se dedicaron al asesinato, robo y destrucción de otros muchos elementos del patrimonio arquitectónico. Sobre estos hechos, encarnados por el tristemente célebre anarquista “Cojo de Málaga”, el ayuntamiento pasa absolutamente de puntillas. En cambio descarga sobre los carlistas unos daños que jamás llegó a producir sobre la Villa, y por más que presumiblemente Savalls hubiese aplicado una severa jurisdicción militar sobre los liberales la misma jamás podría tener comparación posible a los hechos criminales protagonizados por los anarquista en connivencia con los separatistas, pese a que antes de la liberación por las tropas nacionales entre ellos se mataron.
Iglesia de Santa María destruida por los anarquistas en 1936
Estos y no otros son los hechos históricos, con sus aristas y limitaciones innatas a la naturaleza humana. Lo de los separatistas son historicismos sobre falsas dicotomías que desconocen la verdadera historia y la Tradición.



[1] Como anécdota de ese impresentable libro en uno de los capítulos señala que tras la primera guerra carlista los municipios catalanes “pedían la instalación de cuarteles de la Guardia Civil”. Pues ahora que apechugue.
[2] En un fenómeno que también se daba en las tropas liberales que se desplegaron sobre Vascongadas. El abuelo de José Luis Álvarez Emparanza, uno de los fundadores de ETA, fue un oficial de caballería castellano asentado en Oyarzun tras la tercera guerra carlista.
[3] En ambos episodios las fuerzas carlistas coadyuvaron a su defensa y liberación.