(…) Como quiera que la amenidad exagerada inclinaría a los hombres al apego de las delicias en detrimento de las virtudes ciudadanas, conviene que usen moderadamente de la amenidad. En primer lugar, porque se entorpece el ingenio de los hombres entregados a los deleites, pues la suavidad de los placeres sujeta el alma a los sentidos hasta el punto de incapacitar para juzgar libremente, pues, según sentencia de Aristóteles: el deleite corrompe la prudencia del juicio. En segundo lugar, los deleites superfluos apartan de la honestidad de la virtud, pues el deleite es la causa de todos los excesos que apartan por igual del justo medio que requiere la virtud. Esto se explica porque, siendo la naturaleza propensa al deleite, cuando se consigue dicho deleite aún moderado de alguna cosa honesta, pronto brota en el corazón el deseo de deleites torpes. Pues, como el deleite no sacia el apetito, agrava en el mismo la sed de nuevos placeres; y por este motivo la virtud exige de los hombres que se aparten de los deleites, aún los superfluos, para que, evitando los pequeños excesos, encuentren más fácilmente el término medio de la virtud; mientras que los pequeños excesos los colocan en la pendiente de suspirar solo por las cosas agradables, volviéndose flojos y pusilánimes para intentar empresas arduas y para afrontar trabajos sin temor a los peligros.
(…) las delicias son también muy perjudiciales para los asuntos militares, pues según sentencia de Vegencio: teme menos la muerte el que ha tenido menos deleites en la vida. Finalmente, los hombres delicados acaban por ser perezosos, pues, absorbidos por sus deleites, descuidan los deberes que les imponen sus negocios, y una vez que han consumido lo que otros acumularon, no resignándose a vivir pobremente y a despojarse de sus vicios, acaban por caer en hurtos y robos con que saciar sus apetitos desordenados. Por lo tanto es perjudicial a las sociedades el brindar a sus habitantes deleites superfluos (…)
Extracto de la obra “de Regno” de Santo Tomás de Aquino libro II, c. 8
Hay que rechazar los valores burgueses y toda su civilización corrupta que nos ha llevado a esta postmodernidad perversa donde han desaparecido las nociones de bien y de mal. Las democracias-capitalistas se han convertido en agentes corruptores de la sociedad inmersa en el materialismo más decadente y la corrupción más generalizada. El desprecio al bien común, el individualismo exacerbado...preludios del final de una civilización.
ResponderEliminarLA CRISIS ES SOBRETODO ESPIRITUAL. Sólo los principios inmutables de la vieja sabiduría custodiada por la Iglesia pueden salvar a Occidente. Eso explica los actuales ataques mediáticos a la Iglesia en el intento de desprestigiar su mensaje y apagar el último faro de luz en estas tinieblas donde nos han llevado el racionalismo y la ilustración.
Genial y acertado el texto, máxime las fechas que corren y el estilo de vida moderno y urbano que impera.
ResponderEliminarEl imperio romano cayó precisamente por esta corrupción de costumbres producida por el hedonismo, toda civilización entra en decadencia por la misma razón y es fácil presa para sus enemigos. Los dos pilotos que avisan de tal situación es el aumento y aceptación de la homosexualidad en la sociedad y el pacifismo exacerbado y decadente (no vale la pena luchar y morir por nada), así fue en el imperio romano.
ResponderEliminarEstos hechos se producen a su vez cuando hay una relajación en la vivencia religiosa de los pueblos, en Roma la decadencia de la creencia en sus divinidades fue el inicio del proceso, eso abré paso a la larga al nihilismo.
Cuidado pues con el liberalismo y al estilo de vida burgués...están sembrando muerte y corrupción.