Ahora se comprenden fácilmente las diferencias entre Nación y Estado, y se pueden señalar las más visibles. El Estado se caracteriza siempre por una Soberanía política independiente; donde no existe esa independencia no existe verdadero Estado; pero, aun sojuzgada por un poder extraño, puede existir la Nación.
Un Estado puede improvisarse por una revolución, que emancipa una colonia o desgaja una provincia. Una Nación no se improvisa nunca, es siempre obra de los siglos. Y es que a un Estado le basta la colaboración de las armas y de la fortuna para constituirse, y una Nación necesita la del tiempo para nacer.
Las manifestaciones de la vida de la Nación, la manera especial de ver y expresar la Religión, la ciencia, la literatura y el arte, no dependen de la actividad del Estado, se producen aparte, y muchas veces le son contrarias y accionan sobre él, o son oprimidas por su fuerza.
Por eso una Nación subsiste dividida en varios Estados, y teniendo uno solo que pierde la independencia sojuzgado por otro, subsiste. Por eso pasa de la pluralidad de Estados a la unidad política impuesta por la fuerza o formada por pactos, o por la fuerza y los pactos juntamente, y de un Estado federativo a un Estado centralizador, o al contrario, sin que, en esas mudanzas de soberanía, en esos cambios y trasmutaciones de Estados, deje de persistir el todo moral y la unidad histórica que la forma. Y es esa la causa de que una muchedumbre de náufragos de diferente creencias, razas, clases y lenguas, arrojados por la tempestad en una isla desierta, pueden, por exigencias de orden y de defensa contra la agresión de los habitantes de las islas cercanas, constituir un poder común, un Estado, pero no formarán una Nación, hasta que una poderosa unidad moral, sobreponiéndose a todas las diferencias y deslizada en la corriente de los siglos, atraviese varias generaciones, y las ate con una tradición común, y las marque con su sello.
Siendo la Nación y el Estado cosas tan diferentes, es fácil deducir cuál es la relación fundamental: El Estado depende de la Nación, no la Nación del Estado.
Los que invocan todavía la soberanía nacional como un residuo de la teoría russoniana de la soberanía colectiva (que no ha cambiado el liberalismo orgánico a pesar de alterar los nombres), no han sabido nunca ni lo que es la soberanía, ni lo que es la Nación. La soberanía nacional considerando a la Nación expresada en un cuerpo electoral que la posee por modo inmanente, aunque lo haga transitiva por representación, es imposible, porque jamás la multitud tendrá capacidad para ejercerla, ni para vigilar ni dirigir a los que la ejercen, que siempre serán los menos. La soberanía es, no la nacional de la muchedumbre de un día que se congrega en las urnas, cuando no la congregan...soberanía efímera, mudable, contradictoria, sino la soberanía permanente de la Nación sobre el Estado, del espíritu nacional sobre las leyes, expresado en la tradición que, como yo he dicho alguna vez, no es el sufragio de una hora, porque es el sufragio universal de los siglos, contra el cual no puede prevalecer el voto inconsciente de una multitud, ni siquiera el de una generación amotinada contra la historia.
El Estado debe subordinarse a la Nación, y no la Nación al Estado. El espíritu nacional debe imperar sobre la voluntad del poder, y no la del poder sobre el espíritu nacional. El Estado no puede cambiar y modelar conforme a planos ideales el carácter de la Nación, es el carácter de la Nación el que tiene derecho a que el Estado lo refleje.
La unidad política del Estado actual, sea en la forma federativa o unitaria, ha pasado por la variedad de Estados de caudillaje militar, y de Estados locales y regionales, y es posterior a la unidad nacional,que precisamente ha invocado como fundamento para poder constituirse. De aquí el absurdo de que, siendo efecto, quiera subordinar a él su causa, y, alterando hasta el orden cronológico de los hechos, quiera hacer lo posterior, y lo anterior posterior.
Por eso el Estado no es arquitecto que construye y reconstruye la Nación. Es la Nación la que tiene el derecho de modelar a su imagen y semejanza al Estado, que existe para servirla, y no para ser servida por ella.
En suma: el Estado es un rebelde que niega uno de los títulos principales de su soberanía si falta al deber esencial de dependencia que le liga a la Nación y no la expresa y lo cumple en la ley. Y como la Patria, en su mayor amplitud, se identifica objetivamente con la Nación, pues no es más que la Nación en nosotros, en cuanto nos sentimos ligados a ella conociendo su unidad moral e histórica y amándola como algo que es parte de nuestro ser, el Estado tiene el deber imperioso, no sólo de conocer y amar esa unidad, sino de servirla con efecto filial y de mantenerla con la fuerza.
Juan Vázquez de Mella. Obras completas.
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