Toda persona tiene como atributo jurídico lo que se llama autarquía; es decir, tiene el derecho de
realizar su fin, y para realizarlo tiene que emplear su actividad, y por lo
tanto, tiene derecho a que otra persona no se interponga con su acción entre el
sujeto de ese derecho y el fin que ha de alcanzar y realizar. Eso sucede en
toda persona. Y como para cumplir ese fin, que se va extendiendo y
dilatando, no basta la órbita de la
familia, porque es demasiado restringida, y el deber de perfección que el
hombre tiene le induce a extender en nuevas sociedades lo que no cabe en la
familia, y por sus necesidades individuales y familiares y para satisfacerlas,
viene una más amplia esfera y surge el Municipio como Senado de las familias. Y
como en los Municipios existe esa misma necesidad de perfección y protección y
es demasiado restringida su órbita para que toda la grandeza y perfección
humana estén contenidas en ella surge una esfera más grande, se va dilatando
por las comarcas y las clases hasta constituir la región. De este modo, desde
la familia, cimiento y base de la sociedad, nace una serie ascendente de
personas colectivas que constituye lo que yo he llamado la soberanía social, a la que varias veces me he referido y cuya
relación fundamental voy a señalar esta tarde.
Así, desde el cimiento de la familia, fundada en ella como
en un pilar, nace una doble jerarquía de sociedades complementarias, como el Municipio, como la comarca, como la
región; de sociedades derivativas,
como la escuela, como la Universidad, como la Corporación. Estas dos escalas
ascendentes, esta jerarquía de poderes surge de la familia y termina en las
regiones, que tienen cierta igualdad entre sí, aunque interiormente se
diferencian por sus atributos y propiedades. Los intereses y las necesidades
comunes a esta variedad, en que termina la jerarquía, exigen dos cosas: las
CLASES que la atraviesan paralelamente distribuyendo las funciones sociales y
una necesidad de orden y una
necesidad de dirección. Puesto que ni
las regiones ni las clases no pueden dirimir sus contiendas y sus conflictos,
necesitan un Poder neutral que los pueda
dirimir y que pueda llenar ese vacío que ellas por sí mismas no pueden llenar.
Y como tienen entre sí vínculos y necesidades comunes que expresan las clases, necesitan un alto Poder directivo
y por eso existe el Estado, o sea la soberanía política propiamente dicha, como
un Poder, como una unidad que corona a esa variedad, y que va a satisfacer dos
momentos del orden: el de proteger, el de amparar, que es lo que pudiéramos
llamar el momento estático, y el de
la dirección, que pudiéramos llamar el momento
dinámico.
Las dos exigencias de
la soberanía social, son las que hacen que exista, y no tiene otra razón de ser
la soberanía política y esas
exigencias producen estos dos deberes correspondientes para satisfacerlas, los
únicos deberes del Estado: el de protección
y el de cooperación. De la ecuación,
de la conformidad entre esa soberanía social y esa soberanía política, nace
entonces el orden, el progreso, que no es más que el orden marchando, y su ruptura es el desorden y el retroceso. Entre esas dos soberanías había que
colocar la cuestión de los límites del
Poder, y no entre las partes de uno, como lo hizo el constitucionalismo.
Y cosa notable, señores; durante todo el siglo XIX una antinomia
irreductible ha pasado por todos los entendimientos liberales, sin que apenas
se advirtiese la contradicción entre el derecho político y la economía
individualista. La economía individualista era optimista; suponía que la libertad se bastaba a sí misma; que
dejados libremente todos los intereses, iban a volar por el horizonte como las
palomas y se iban a confundir en un arrullo de amor; pero el derecho político
informado por Montesquieu, era pesimista,
suponía que el Poder propende siempre al abuso y que había que contrarrestarle
con otro Poder, y como no alcanzó la profunda y necesaria distinción entre la
soberanía social y la política, unificó
la soberanía; creyó que no había más que una sola, la política, y le dio un solo sujeto, aunque por delegación y
representación parezca que existen varios, y vino a dividirla en fragmentos
para oponerlos unos a otros, y buscó así dentro
el límite que debiera buscar fuera.
Tenía razón al decir que el Poder tiende al abuso, y que es
necesario, por lo tanto, que otro Poder le contrarreste; pero para eso no era
necesario dividir la soberanía política en fragmentos y oponerlos unos a otros;
para eso era necesario, y esa es su primera función: reconocer la soberanía
social, que es la que debe limitar la soberanía política.
La soberanía social es la que debe servir de contrarresto; y
cuando esa armonía se rompe entre las dos, cuando no cumple sus deberes la
soberanía política e invade la soberanía social y cuando la soberanía social
invade la política, entonces nacen las enfermedades y las grandes
perturbaciones del Estado.
En un momento de verdadero equilibrio, cumplen todos sus
deberes, y a las exigencias de la soberanía social corresponden los deberes de
la soberanía política; pero cuando la soberanía política invade la soberanía
social, entonces nace el absolutismo, y desde la arbitrariedad y el despotismo,
el poder se desborda hasta la más terrible tiranía.
[Discurso de Vázquez de Mella en la sesión del parlamento, 18 de junio de 1907]
"España fue una federación de repúblicas democráticas en los municipios y aristocrática, con aristocracia social, en las regiones; levantada sobre la monarquía natural de la familia y dirigida por la monarquía política del Estado"
ResponderEliminar(Juan Vázquez de Mella)
"Y aquí como en tantos momentos surge la diferencia esencial entre la Monarquía tradicional y todos los demás regímenes de sello revolucionario, que son de opinión o de partido. La Monarquía, precisamente por estar vinculada al tiempo y a las generaciones, por situarse sobre los grupos e intereses y no deberles nada, procura apoyarse en las más viejas y estables instituciones y en las más nobles autonomías que, como ella misma, hunden su prestigio en la Historia. Sólo la Monarquía no entra en rivalidad con la sociedad, porque es, cabalmente, el único régimen social en el puro y profundo sentido de la palabra"
(Rafael Gambra Ciudad. La monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional)
Me interesó mucho el artículo y lo que dice sobre el poder y el abuso. En Argentina tenemos una obra social que es extraordinaria, pero especialmente si fuera bien administrada. Se trata de PAMI un instituto relacionado con la salud de las personas mayores, el gobierno nacional pone las autoridades que quiere, compra edificios o alquila, toma prestado de nuestros fondos. Los asociados no tenemos injerencia y si la prestación no llega nos tenemos que aguantar. ¿Qué podemos hacer? Ya que haría falta otro poder que ponga límite al político.
ResponderEliminarollirt.37@gmail.com