El demo-cristianismo (...) También rechaza la realidad del orden sobrenatural o sacramental en el orden político. Manifiesta una doble personalidad, que admitiría lo sobrenatural en lo religioso y que negaría la presencia de esto en la vida política de la comunidad. Por lo tanto, se contentan con predicar una "cristianización" de la sociedad política que no convertiría a ésta en un orden políticamente católico (...) El demo-cristianismo, entonces, niega una sacramentalización de la sociedad, su conversión en un orden públicamente cristiano y católico. Por lo tanto, rechaza el poder del hombre redimido de sacramentalizar el mundo y elevar a un nivel sobrenatural todas las cosas que Dios ha creado.
Si un padre de familia puede bendecir el pan que comen sus hijos y así levantarlo a un orden nuevo; si un obrero puede ofrecer a Dios su trabajo diario y así hace que aquel trabajo participe en el misterio de la redención, también puede hacerlo el hombre en cuanto a sus instituciones políticas. Aunque los demo-cristianos no lo admitirían, su doctrina corresponde a la luterana, en cuanto a la gracia. Como ya hemos visto, Lutero negó que la gracia pudiera transformar la naturaleza humana. Según él, la gracia funciona como una capa que cubre los pecados del hombre. Ahora bien: los demo-cristianos predican una política capaz de ser cubierta por la fe de los hombres y capaz de ser dirigida por cristianos, pero no capaz de ser transfigurada y, por lo tanto, sacramentalizada. Las instituciones pueden cristianizarse, pero nunca pueden ser cristianas. Sugerimos que esta doctrina sea una contradicción y aun una contradicción ridícula y casí cómoda. ¡Es una contradicción porque una institución cristianizada ya ha llegado a ser cristiana! ¡Es una contradicción ridícula porque supone que un hombre pueda fingir que una institución cristiana no lo sea! ¡Es una comedia porque exige que el hombre no vea lo que ya ha visto, sin negar que lo que ha visto lo ha visto de verdad!
Aquí yace una clave enorme para entender la diferencia entre el demo-cristianismo y la tradición occidental cristiana. Para aquél, la Encarnación se aplica solamente a los hombres y nunca a sus instituciones, como si la estructura humana pudiera arrancarse de las relaciones sociales que le pertenecen íntegramente. Aquí tropezamos con una teología muy defectuosa de la Encarnación: una falta de verla en toda la grandeza de su marcha a través de la historia. La Encarnación- según San Pablo y toda la tradición católica- se aplica a toda la creación y esto incluye a la comunidad política también. Todas las cosas encuentran y participan en la Redención de Nuestro Señor. De una manera análoga, esta doctrina religiosa emparenta con la estructura psicológica del hombre que busca, como ya hemos dicho, una unión, una síntesis de toda la realidad, de todo lo que entra dentro del ritmo de la existencia humana. En conclusión, el demo-cristianismo, simplemente, no encaja dentro de lo que conocemos del hombre cristiano. Nunca diríamos que los demo-cristianos son herejes; tal juicio pertenece solamente a la Iglesia, y la caridad cristiana prohibe que una voz no autorizada acuse a otro católico de ser un hereje. Pero lo que sí decimos es que los demo-cristianos tienen una visión muy restringida y tímida de la economía de la Redención. Son hombres que, simplemente, no han experimentado interiormente la belleza y la gloria de nuestra herencia católica en cuanto al orden político-social. Son pusilánimes.
Federico D. Wilhelmsen. El problema de occidente y los cristianos
Democracia cristiana: Ignorancia política
Si un padre de familia puede bendecir el pan que comen sus hijos y así levantarlo a un orden nuevo; si un obrero puede ofrecer a Dios su trabajo diario y así hace que aquel trabajo participe en el misterio de la redención, también puede hacerlo el hombre en cuanto a sus instituciones políticas. Aunque los demo-cristianos no lo admitirían, su doctrina corresponde a la luterana, en cuanto a la gracia. Como ya hemos visto, Lutero negó que la gracia pudiera transformar la naturaleza humana. Según él, la gracia funciona como una capa que cubre los pecados del hombre. Ahora bien: los demo-cristianos predican una política capaz de ser cubierta por la fe de los hombres y capaz de ser dirigida por cristianos, pero no capaz de ser transfigurada y, por lo tanto, sacramentalizada. Las instituciones pueden cristianizarse, pero nunca pueden ser cristianas. Sugerimos que esta doctrina sea una contradicción y aun una contradicción ridícula y casí cómoda. ¡Es una contradicción porque una institución cristianizada ya ha llegado a ser cristiana! ¡Es una contradicción ridícula porque supone que un hombre pueda fingir que una institución cristiana no lo sea! ¡Es una comedia porque exige que el hombre no vea lo que ya ha visto, sin negar que lo que ha visto lo ha visto de verdad!
Aquí yace una clave enorme para entender la diferencia entre el demo-cristianismo y la tradición occidental cristiana. Para aquél, la Encarnación se aplica solamente a los hombres y nunca a sus instituciones, como si la estructura humana pudiera arrancarse de las relaciones sociales que le pertenecen íntegramente. Aquí tropezamos con una teología muy defectuosa de la Encarnación: una falta de verla en toda la grandeza de su marcha a través de la historia. La Encarnación- según San Pablo y toda la tradición católica- se aplica a toda la creación y esto incluye a la comunidad política también. Todas las cosas encuentran y participan en la Redención de Nuestro Señor. De una manera análoga, esta doctrina religiosa emparenta con la estructura psicológica del hombre que busca, como ya hemos dicho, una unión, una síntesis de toda la realidad, de todo lo que entra dentro del ritmo de la existencia humana. En conclusión, el demo-cristianismo, simplemente, no encaja dentro de lo que conocemos del hombre cristiano. Nunca diríamos que los demo-cristianos son herejes; tal juicio pertenece solamente a la Iglesia, y la caridad cristiana prohibe que una voz no autorizada acuse a otro católico de ser un hereje. Pero lo que sí decimos es que los demo-cristianos tienen una visión muy restringida y tímida de la economía de la Redención. Son hombres que, simplemente, no han experimentado interiormente la belleza y la gloria de nuestra herencia católica en cuanto al orden político-social. Son pusilánimes.
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