lunes, 26 de diciembre de 2016

Un nuevo intento de reduccionismo del Carlismo

CARLOS HUGO ¿LA ALTERNATIVA FEDERAL A JUAN CARLOS?

Acabamos de leer con interés el último libro de Manuel Martorell Pérez “Carlos Hugo frente a Juan Carlos: la solución federal para España que Franco rechazó”. Tras su estimable "Retorno a la Lealtad", Premio Hernando Larramendi, esta obra propone un acercamiento a la figura de Carlos Hugo de los años 60 que en cierto modo es un resumen de la tesis doctoral del mismo autor.

La amplia documentación aportada en la obra vendría a demostrar la parcialidad del título del libro y su propia tesis central. En efecto como estrategia de marketing podría resultar sugestivo apelar a la posibilidad de un rey alternativo que vendría a solucionar los conflictos “catalán y vasco” (así se presenta en su campaña promocional dicho libro). Pero esa tesis así presentada es mendaz, y no se compadece con la verdad de la historia del carlismo y de España. Y resulta una pena esta contradicción tan flagrante entre lo aportado y lo propuesto como tesis conductora del libro. El federalismo, que si forma parte del acervo doctrinal del carlismo, nunca fue el nervio central de la alternativa presentada por Carlos Hugo en su presentación en España (entiéndase el federalismo en su acepción clásica en el pensamiento tradicional, como principio federativo radicado en la subsidiariedad). Posteriormente el propio Carlos Hugo en su escisión ideológica de los 70, cuando realmente ya no representaba una alternativa a Juan Carlos, por propia renuncia, pondrá el acento en un federalismo de matriz revolucionaria, larvado ya de nacionalismo y rendido a la mitología romántica del separatismo, pero lo mas importante de su argumentario fue sin embargo su sedicente socialismo autogestionario y el progresismo social.

Quizás lo único cierto del título sea que Franco rechazó a Carlos Hugo. No cabe duda de que pese a la mitificación que de buena fe algunos hicieron de su figura tras su muerte (fácil hacerlo en comparación con los efectos devastadores en lo moral y en lo social del llamado proceso democrático) y de que el tiempo que le tocó vivir le situó frente al comunismo internacional en el orden interno no dejaba de ser un espadón más de la convulsa historia del liberalismo español, con más honores militares por su participación en la guerra de África, pero políticamente igual de desastroso que un Narváez o un Pavía. La autocracia franquista tenía decidida de antemano la restauración de la dinastía liberal, intrínsecamente débil, sin simpatías populares y siempre necesitada de ser arropada por la fuerza de los ejércitos. Que no se decidiese por el sedicente Conde de Barcelona anteriormente no resta ni un ápice a la decisión que tenía planteada Franco. El legitimismo, tras el sacrificio brutal de la guerra y con el Regente presa de los nazis no lo tenía fácil. Su hijo mayor, apartado sus primeros años de adolescencia de la tutela efectiva de su padre por las circunstancias antedichas; era demasiado niño para vivir con conciencia lo que supuso la guerra de 1936-1939 y en el paso de la niñez de la adolescencia se vio sobrepasado por las circunstancias de la II Guerra Mundial. Cuando despuntaba su figura como Príncipe de Asturias estaba totalmente “por hacer”. Los mismos datos apuntados por Martorell lo señalan.
Rafael Gambra, el gran teórico del carlismo y de la Monarquía tradicional

El carlismo demostró audacia y capacidad política para leer los nuevos desafíos. Hay una figura esencial en la configuración de esta alternativa, es la de Rafael Gambra Ciudad. No sólo por el hecho de que fuese el propio Gambra quien presentase a los carlistas al Príncipe de Asturias desde la cima de Montejurra. Las obras de Gambra no sólo destacaban en el ámbito de la filosofía. En sede política vendría durante los años cincuenta a representar una actualización doctrinal que inspiró a las generaciones de jóvenes estudiantes tradicionalistas sobre todo a través de la obra “La monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional”. Esos jóvenes verían en el Príncipe de Asturias la encarnación de lo propuesto por Gambra y emprenderían con ese afán una gran labor de promoción explorando los más diversos ámbitos para llamar la atención de la opinión pública. Sin embargo en el orden de las ideas Carlos Hugo no fue únicamente una “alternativa federal” (ni mucho menos “la” alternativa federal por antonomasia). Con independencia de la discutible terminología “federal”, acogida no obstante por insignes tradicionales como Manuel de Santa Cruz[1], Gambra vendría a clarificar el concepto de los Fueros, con unas exigencias que sobrepasaban con mucho el mero reconocimiento del hecho folclorista regional. Pero no se perdía de vista su auténtica dimensión como todo el acervo legislativo anterior al mal llamado derecho nuevo, tal y como estableciese Don Alfonso Carlos I en los principios intangibles de la legitimidad española. La tesis de Martorell anunciada en el propio título de la obra eleva a categoría lo anecdótico y da una visión muy pobre del carlismo. El foralismo se podía defender sin el resto de principios del tetralema… desde posiciones liberales. En último instancia de ese modo fue salvaguardado por las oligarquías provinciales en Navarra y Vascongadas, con insignes teóricos del mismo. Piénsese en Guipúzcoa en el Conde de Villafuertes y su bandera Paz y Fueros para integrar el régimen foral en el nuevo régimen constitucional. O el radical anticarlista y fuerista vizcaíno Fidel de Sagarmínaga Epalza, el fuerismo liberal navarro de Juan Yanguas Iracheta y Hermilio de Oroliz o el fuerismo liberal alavés de Mateo Benigno de Moraza. ¿Iba a quedar el carlismo reducido a una mera protesta foral?

Políticamente el mayor título que se podía reclamar era el de ser el Príncipe de la Cruzada, el príncipe del 18 de julio. De forma solemne, cuando las más grandes concentraciones de Montejurra este era el lema unívoco de todos los carlistas. Y los manifiestos e intervenciones de Carlos Hugo no dejaban lugar a dudas. Frente a Juan Carlos siempre se esgrimía la cobardía de los alfonsinos en la guerra y en la república. Cuando Montejurra fue realmente un acto de masas fue cuando más se incidía sobre este carácter de memorial de la Cruzada. Las evoluciones posteriores vinieron después, primero con la confusión en el ámbito de los temas sociales, en entornos en los que la misma Iglesia también se vio trágicamente afectada. Así hasta una deriva absolutamente disolvente con la total infiltración de elementos izquierdistas (PULSAR AQUÍ). Pero ni siquiera en este periodo se puede conceptuar simplemente como una alternativa meramente “federal”. Carlos Hugo pretendió ser alternativa a los comunistas por la izquierda y luego buscar acomodo en la social democracia. Ya el pueblo carlista le había dado la espalda (PULSAR AQUÍ).
El Carlismo siempre propugnó la Monarquía Foral

Por otro lado está el infantilismo del autor al pretender que la supuesta alternativa federal iba a acabar con los contenciosos nacionalistas. La propia constitución de 1978 señala en su disposición derogatoria segunda

En tanto en cuanto pudiera conservar alguna vigencia, se considera definitivamente derogada la Ley de 25 de octubre de 1839 en lo que pudiera afectar a las provincias de Alava, Guipúzcoa y Vizcaya.

En los mismos términos se considera definitivamente derogada la Ley de 21 de julio de 1876.

Es decir deroga las leyes abolitorias consecuencia de la primera y tercera guerra carlista.

Y en su disposición adicional se reconocen y garantizan los derechos históricos de los territorios forales.

¿Quiere insinuar entonces que los fueros están salvaguardados y que la lucha del carlismo ya no tiene sentido? Pues yerra de plano, porque eso no son fueros, son fraudes de ley dentro del derecho nuevo y revolucionario. El propio Carlos Hugo acabó apoyando la Constitución de 1978, evidenciando su total alejamiento doctrinal y político del auténtico foralismo y del Carlismo (PULSAR AQUÍ).

3 comentarios:

  1. El propio Rafael Gambra Ciudad que presentó a Carlos Hugo a los carlistas en Montejurra en mayo de 1957, retiró posteriormente su lealtad a Carlos Hugo al evidenciar sus desvaríos doctrinales y años más tarde se convertiría en Jefe de la Secretaría Política de Don Sixto Enrique de Borbón, hermano de Carlos Hugo y actual Abanderado del Carlismo.

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  2. Carlos Hugo desvirtuó el foralismo federalista tradicionalista, con su nuevo federalismo revolucionario cuyos signos externos fueron la aceptación de la Ikurriña, de la bandera verdiblanca andaluza, la estelada etc, la aceptación del concepto "euskadi", país valencia… en una verdadera colonización doctrinal por la mitología del nacionalismo. También adoptó los conceptos liberales de "soberanía" y "autodeterminación", propios del nacionalismo de origen liberal, para finalmente al aceptar la constitución de 1978 y cargarse de plano el neto componente preconstitucional del foralismo. Con ello destruyó toda la doctrina foral del carlismo. Lo mismo hizo en el plano social con la aceptación de los conceptos y terminología del marxismo: lucha de clases, alienación, plusvalía, partido de masas, abolición de la propiedad privada, desvirtuando así completamente la doctrina social anticapitalista del tradicionalismo. Carlos Hugo fue un falsificador de la doctrina carlista, en una alocada deriva ideológica caracterizada por el más puro oportunismo.

    Su pretendida "clarificación" "evolución" "puesta al día" de la doctrina carlista no es más que la total traición a la misma. El punto central de toda su deriva se encuentra en la extirpación que pretendió hacer del catolicismo político como columna central del ideario tradicionalista, con lo cual todos los demás elementos enloquecen y se desvirtúan, siendo fácil presa de colonización ideológica. La crisis derivada del Concilio Vaticano II, con la eclosión del progresismo eclesial cobra aquí un papel fundamental, sin el cual no es posible entender lo sucedido.

    La verdadera actualización de la doctrina carlista, siguiendo la estela de Vázquez de Mella, se debe al contrario a los pensadores carlistas Rafael Gambra, Elías de Tejada entre otros, que bien pronto se distanciaron y enfrentaron a la alocada deriva de Carlos Hugo. Su legado político y doctrinal esta hoy recogido por el carlismo fiel a Don Sixto Enrique de Borbón, del que el propio Rafael Gambra fue Secretario Político.

    La práctica política de Carlos Hugo en la transición se caracterizó por una renuncia explícita al enfrentamiento dinástico con la usurpación, presentándose simplemente como un líder político, como presidente de un partido político, como candidato a diputado. Todo ello, remozado con la aceptación de la constitución de 1978, lo sitúan, no como una alternativa a Juan Carlos, sino más bien todo lo contrario, por lo cual es un dislate reivindicar su legado doctrinal y político desde el legitimismo carlista y presentarlo, en la globalidad de su trayectoria, como una alternativa a la monarquía liberal de Juan Carlos.

    La verdadera alternativa a Juan Carlos, a los nacionalismos, al liberalismo. La verdadera solución para España, fue siempre el Carlismo, el auténtico tradicionalismo, y si Carlos Hugo lo representó en algún momento lo fue como Abanderado de esos principios, pero la esperanza que significo Carlos Hugo para el carlismo quedó frustrada por su propia actuación política.

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  3. En nacionalismo es una mitología romántica moderna, con orígenes en el protestantismo y el liberalismo. Hay una total contradicción entre la Tradición y la "nación", y por eso son inconciliable, la Tradición enraizada en la realidad y la historia, el nacionalismo en el voluntarismo y los mitos. El nacionalismo no tiene un límite, su avidez siempre demanda más por su propia dinámica constructivista romántica, por lo cual no tiene absorción natural en el planteamiento foral, es un planteamiento absolutamente nacido de la modernidad. Su destrucción no pasa únicamente por la eliminación del centralismo burgués liberal, del que nace, sino por la superación de la modernidad y sus premisas en toda su globalidad. Y esa es la alternativa del carlismo, no un mero federalismo moderno que se ve siempre superado por el sentimentalismo emocional del nacionalismo antihistórico y antitradicional. Una presunta alternativa federal al uso moderno nunca es solución al nacionalismo, incluso no deja de ser camino del mismo, porque asumen lógicas similares. Hay que repetirlo, el nacionalismo no surge del foralismo y la Tradición sino del liberalismo.

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