Pensemos primero en la unidad católica. Allí donde se mantenía la unidad de fe, era un deber sagrado preservarla; atacarla, una impiedad. Abrir el pluralismo religioso donde había unidad católica, sencillamente suicida. La propia Iglesia católica, humanamente hablando, ha contribuido a este suicidio, desde luego con sus praxis, y quizás también con su giro doctrinal. Pues la comunidad de los hombres no es pura coexistencia. Hoy el llamado multiculturalismo, en sus múltiples formas, sostiene que de una manera o otra todas las culturas y las religiones son igualmente valiosas, por lo que hay que crear simplemente un marco neutro de coexistencia. Eso son los juegos, presididos por reglas formales; o las sociedades mercantiles, regidas por la voluntad de los socios.
La vida de los hombres en sociedad, en cambio, tiene algo de comunitario. Quizá no pueda ser una comunidad perfecta, como los griegos todavía creían, porque eso la aproximaría a la Iglesia. Los hombres conviven con cosas que los diferencian y otras que los ocomunan. Pero lo que no es posible es que haya una verdadera convivencia sin algo de comunidad, sin un principio comunitario, sin algo que trascienda la utilidad o los lazos formales para insertarse en la carne y en la sangre. La unidad católica, la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo, reducida a su núcleo de inteligibilidad puede traducirse así: más allá de las exigencias de orden sobrenatural de dar públicamente el culto debido al verdadero Dios, desde el ángulo humano no supone otra cosa que la exigencia de la comunidad de los hombres.
La situación presente, evidencia, precisamente, todo lo contrario: la disolución de lo que quedaba de comunitario. Y, por tanto, la progresiva selvatización de nuestras sociedades. Subsisten por el momento mediaciones culturales, económicas, educacionales, que impiden que se produzcan todos los efectos realmente implicados en el proceso y que lo ralentizan. Si se actualizaran las consecuencias contenidas en los (pseudo) principios del liberalismo, estaríamos desde hace tiempo en guerra civil. Es la paradoja del contractualismo liberal, que buscaba en el artefacto estatal la huída de un "estado de naturaleza" imaginario, pero que ha terminado produciéndolo en verdad.
Radicar la hispanidad en la Cristiandad es, pues, atender a este requerimiento insobornable. El verdadero carlismo no puede, por lo mismo, sino permanecer fiel a tal exigencia. Como el carlismo descaecido cuando lo niega lo maquilla. Álvaro d´Ors, lo decía explícitamente con referencia al tradicionalismo: "Si esté abandonara sus propios principios y abundara en esa interpretación absolutista de la libertad religiosa, incurriría en la más grave contradicción, pues la primera exigencia de su ideario -Dios, Patria, Rey- es precisamente la de la unidad católica de España,de la que depende todo lo demás.
Miguel Ayuso Torres. Una visión contemporánea del carlismo; en A los 175 años del carlismo. Una revisión de la tradición política hispánica
La vida de los hombres en sociedad, en cambio, tiene algo de comunitario. Quizá no pueda ser una comunidad perfecta, como los griegos todavía creían, porque eso la aproximaría a la Iglesia. Los hombres conviven con cosas que los diferencian y otras que los ocomunan. Pero lo que no es posible es que haya una verdadera convivencia sin algo de comunidad, sin un principio comunitario, sin algo que trascienda la utilidad o los lazos formales para insertarse en la carne y en la sangre. La unidad católica, la realeza social de Nuestro Señor Jesucristo, reducida a su núcleo de inteligibilidad puede traducirse así: más allá de las exigencias de orden sobrenatural de dar públicamente el culto debido al verdadero Dios, desde el ángulo humano no supone otra cosa que la exigencia de la comunidad de los hombres.
La situación presente, evidencia, precisamente, todo lo contrario: la disolución de lo que quedaba de comunitario. Y, por tanto, la progresiva selvatización de nuestras sociedades. Subsisten por el momento mediaciones culturales, económicas, educacionales, que impiden que se produzcan todos los efectos realmente implicados en el proceso y que lo ralentizan. Si se actualizaran las consecuencias contenidas en los (pseudo) principios del liberalismo, estaríamos desde hace tiempo en guerra civil. Es la paradoja del contractualismo liberal, que buscaba en el artefacto estatal la huída de un "estado de naturaleza" imaginario, pero que ha terminado produciéndolo en verdad.
Radicar la hispanidad en la Cristiandad es, pues, atender a este requerimiento insobornable. El verdadero carlismo no puede, por lo mismo, sino permanecer fiel a tal exigencia. Como el carlismo descaecido cuando lo niega lo maquilla. Álvaro d´Ors, lo decía explícitamente con referencia al tradicionalismo: "Si esté abandonara sus propios principios y abundara en esa interpretación absolutista de la libertad religiosa, incurriría en la más grave contradicción, pues la primera exigencia de su ideario -Dios, Patria, Rey- es precisamente la de la unidad católica de España,de la que depende todo lo demás.
Miguel Ayuso Torres. Una visión contemporánea del carlismo; en A los 175 años del carlismo. Una revisión de la tradición política hispánica
El multiculturalismo es una utopía de funestas consecuencias como se puede comprobar, sólo hay que recordar los disturbios de París de no hace mucho o los más recientes de Londres. Y eso por no remontarnos al caso paradigmático de los balcanes. Pero es que además es camino seguro a la "dictadura del relativismo", como bien denunció el Santo Padre Benedicto XVI, y en último termino al nihilismo que corroe a las sociedades occidentales.
ResponderEliminarSin una base común moral y ética, sin una fuerza espiritual y religiosa común los pueblos occidentales se precipitan a la más atroz decadencia. Y es que la crisis no es únicamente económica sino que tiene sus raíces en la crisis cultural y religiosa que nos asola. Y es que en verdad estamos entrando en una verdadera "selvatización de nuestras sociedades".
En verdad la unidad católica es una necesidad perentoria para España.
Con la invasión mahometana actual que padecemos la necesidad de la unidad católica adquiere urgencia para la salvación de España.
ResponderEliminarPara una profundización recomiendo vivamente el capítulo 3 títulado, Política y valores, del magnífico libro del profesor Miguel Ayuso; "El Estado en su laberinto.Las transformaciones de la política contemporanea" editado dentro de la colección De Regno por ediciones Scire.
ResponderEliminarGenial texto que contextualiza toda la problemática que esta en juego, desde la óptica de la ciencia política y filosófica política y social. Con las problemáticas actuales del contractualismo y del "pluralismo" y al actual discurso disolvente y espurio de los "valores".
Un libro imprescindible y un capítulo antológico.
El discurso de la "coexistencia" sólo esconde la hegemonía de los mercados y de la lógica economicista del materialismo burgués, todo ello contra la razón y la naturaleza humana social y política, sólo hay que releer a Aristóteles y a Sto Tomás, y en definitiva contra la familia y los pueblos libres
ResponderEliminarEn mi opinión, si hubo tal giro doctrinal (a mi me parece más un silencio doctrinal, aunque hay evidentes ambigüedades) se ha empezado a corregir con la Dominus Iesus. La cristiandad no fue accidental. Creo que esto es lo que se ha olvidado el católico de hoy. Piensa que se dio una organización cristiana de la sociedad como por casualidad. La cristiandad procede naturalmente de la fe, recibida libremente en una comunidad histórico política. Si bien remotamente, la cristiandad es un fin de la evangelización, porque no puede ser de otra manera.
ResponderEliminarAhora, actualmente también es cierto que nos orientamos en una situación hipotética, que no hace posible inmediatamente la cristiandad. En esta situación, tenemos que aprender a vivir (o sobrevivir) en una sociedad plural, no porque nos guste, sino porque así es. Una restauración de la cristiandad por decreto o por fuerza no sería más que una caricatura, no sería el Reinado Social de Cristo. La nueva evangelización que propone S.S. Benedicto XVI contiene implícitamente el ideal de cristiandad, aunque no lo diga. Precisamente porque no es algo que necesite decirse, se desprende de la fe en cuanto que es acogida por una comunidad política.
En mi opinión, la política es hoy un areópago moderno, donde el católico y el carlista deben proclamar la necesidad que tiene de Cristo la sociedad. Creo que el camino va ser muy largo, pero, incluso en política, la evangelización explícita es prioritaria. Algo que siempre han tenido claro los carlistas.
Marc
Marc
ResponderEliminarQuizá sea bueno que los católicos españoles recordemos y apliquemos la famosa consigna de Charles Maurras: "Politique d´abord"- la "política primero", no se refería a una prioridad ontológica, como algunos maliciosamente le achacaron para desacreditarle, sino fáctica.Es decir la causa de la descristianización de España son fundamentalmente políticas, como explicaba el añorado profesor Francisco Canals (" el liberalismo descristianiza"), y por tanto es perentorio que los católicos restablezcan las condiciones sociales y políticas necesarias para que la acción evangelizadora de la Iglesia pueda realizar su misión.Contra la acción, no sólo no-cristiana del estado moderno sino directamente anti-cristiana, es imposible la existencia de un pueblo católico que viva comunitariamente su fe (la dimensión social y política natural del hombre según la filosofía clásica).
Claro que la "evangelización debe ser explícita" en todos los ámbitos, pero no lo es menos que es una prioridad también el ejercitar, en palabras de Pío XII la "Caridad política".
Te recuerdo, Marc, que la Iglesia instituyó una Fiesta litúrgica para recordar año tras año ese imperativo doctrinal y de necesidad práctica de la vida de los pueblos, que es el Reinado Social de Cristo Rey...fiesta, todo sea dicho de paso, hoy totalmente desfigurada de su sentido primero tal como se encontraba en la QUAS PRIMAS de PÍO XI.
Marc
ResponderEliminarEse "pluralismo" al que tu aludes y en el que debemos "aprender a vivir", no es más que el "pensamiento único" el "pensamiento débil" de la posmodernidad.
El problema es que se nos ha metido en la cabeza a los católicos y a la Jerarquía de la Iglesia que esta situación es irreversible y hemos asimilado gran parte de sus principios, relegando a la Fe a un nivel de subjetividad personal que resulta suicida para la religión católica.
En mi opinión lo primero que tendríamos que hacer es caer en la cuenta que esta situación social y comunitaria NO es la nuestra, y por tanto "NO debemos acostumbrarnos a ella"
Lo segundo, es marcar un discurso claro arraigado en la Fe y huir de todo ese lenguaje políticamente correcto lleno de ambiguedades e influencias del "optimismo antropológico" de la modernidad.
Lo tercero es tener claro en la mente y el corazón que lo que queremos es la restauración de la civilización cristiana como el único camino de ejercer la caridad política de que hablaba Cucala citando a Pío XII.
Tambíen tendríamos que distinguir entre Confesionalidad, Unidad católica y Reinado Social...son terminos no equivalentes. La Unidad Católica es un termino jurídico, que por tanto se consigue mediante leyes y decretos...el Reinado Social de Cristo es un termino más amplio y más sociológico que deriva de una labor más directa de la Iglesia y su labor misional pero que incluye como necesario paso previo el de Confesionalidad del Estado y Unidad Católica, sin los cuales no es posible su realización.
En general no veo que lo que dije se oponga en nada a lo que aporta Cucala y Montañes. Comparto sus razones. Pero si le diría a Montañes que, si es verdad que la situación actual no es la nuestra (también lo he dicho yo presentando el ideal de cristiandad, contra la visión del pluralismo como un ideal) es la que nos ha tocado vivir. Y esto condiciona el modo de realizar el segundo paso. De acuerdo que no ha de suponer ceder en nada en la evangelización explícita de la política. Pero incluso nuestra Comunión, si no me equivoco, tiene el deseo de presentar una candidatura para cumplir esta función. Y es evidente que no es un medio con el cual se siente identificado, ya que no compromete el nombre del carlismo. Me parece que este modo de proceder es ejemplar para todo católico que quiera participar en política, aun fuera de nuestras lealtades, en un entorno plural (que repito: no es el nuestro) al cual tenemos que acostumbrarnos (que no es sinónimo de acomodarse) para poder transformarlo mejor. Cuando dije "acostumbrarse" me refería más al conocimiento de la realidad de hecho que proporciona la acción adecuada según las circunstancias, que no a un acomodarse en lo que es de hecho.
ResponderEliminarMarc