Aunque generalmente el mejor momento para la pelea no es después de una fatigosa caminata, las precauciones tomadas por el megaduque Roger de Flor (capitán de la Compañía almogávar) –recordemos que optó por una marcha lenta- y la dureza de la tropa almogávar ponían a los turcos frente a unos hombres preparados para la lucha y dispuestos a demostrar una vez más que podían deshacer a quien se pusiera en su camino.
Al despuntar el nuevo día se colocaron los dos ejércitos en formación de batalla, según las respectivas estrategias que cada uno de sus jefes había elaborado de antemano. Es interesante resaltar que en este combate todo se libraba a una sola carta, ya que ambos eran conscientes de que la derrota significaría su completa destrucción. Los almogávares, lejos de sus bases, no tendrían ocasión de llegar a ellas en caso de ser vencidos, y no podían contar con que la población bizantina les brindase apoyo alguno; los turcos habían reunido los restos de las tropas derrotadas con anterioridad por la Compañía y tampoco podían esperar mucho de las poblaciones que antes dominaban.
Los otomanos habían reunido un ejército de 20.000 infantes y 10.000 hombres a caballo; los almogávares reunieron entre todos sus efectivos disponibles una cifra que no debió ser muy superior a 5.000 hombres. Roger, a pesar de la más que evidente desproporción de fuerzas, lejos de proponer a los suyos una retirada, lo cual era razonable, aprestó a sus hombres para el encuentro que se avecinaba. La caballería, a su mando, iría por la izquierda y la infantería, al mando de Rocafort, por la derecha.
Sinceramente, es difícil ponerse en el lugar de un hombre que ante sí tiene una formidable muralla de avezados guerreros y a sus espaldas la nada por refugio. Sólo le queda matar o morir con honor ante semejante enemigo. ¡Qué victoria tan grande sería empujar a los señores de Asia Menor más allá de las Puertas de Hierro! Parecía como si el cuerpo y el alma del almogávar se fundieran con la tierra que pisaba, resurgiendo con una acometividad que no parecía humana.
El enfrentamiento tiene lugar el 15 de agosto de 1304. Los almogávares creen que es un buen presagio que ese día sea la fiesta de Santa María de Agosto y, tras desearse suerte y a la señal de ¡Desperta Ferre!, se lanzan como lobos a la lucha, dejándose caer sobre las tropas turcas que, igualmente embravecidas, atacaban a la hueste. El choque de ambos ejércitos fue brutal. La desigualdad de efectivos hizo que, en un momento dado, flaqueara el ánimo de la Compañía ante la pesada fuerza que sobre ellos se había descargado, pero a los gritos de ¡ARAGÓN! ¡ARAGÓN!, todos a una se lanzaron con mayor ímpetu sobre sus adversarios y, con precisión quirúrgica, se abrieron camino entre las filas enemigas logrando finalmente doblegar la enorme resistencia turca.
La caballería había tenido desde el principio mejor suerte. Como en anterior ocasión, siendo la mandada por Roger pesada y ligera la turca, el encuentro favorecía a los almogávares. Los turcos, después de cada oleada, tenían la necesidad de replegarse y volver a formar sus cuadros para lanzarse nuevamente a la carga; la caballería del megaduque sin embargo, debido a su contundencia, aplastaba las formaciones turcas en cada embestida. El signo de la batalla era, pues, favorable a la Compañía ya que, disuelta la caballería turca y machacada la infantería, caballeros e infantes se dieron a la fuga, ordenando Roger de Flor su persecución hasta la puesta del sol.
Se retiró la hueste a descansar después de extenuante combate que había librado y de los muchos kilómetros realizados que también debían de hacer pesadas sus piernas. Cuando empezó a clarear el nuevo día, pudieron comprobar su victoria en toda su extensión: 12.000 infantes y 6.000 hombres de a caballo habían perecido a sus manos. Como justo tributo a la bravura almogávar 18.000 cadáveres sembraban las llanuras de las cordilleras del Tauro. Éstos soldados habían demostrado, una vez más, cuan magnífica gesta pueden realizar unos hombres que, a la hora de enfrentarse con el enemigo, ponían más empeño en conservar el honor que la vida.
Ricardo de Isabel Martinez. Almogávares
Al despuntar el nuevo día se colocaron los dos ejércitos en formación de batalla, según las respectivas estrategias que cada uno de sus jefes había elaborado de antemano. Es interesante resaltar que en este combate todo se libraba a una sola carta, ya que ambos eran conscientes de que la derrota significaría su completa destrucción. Los almogávares, lejos de sus bases, no tendrían ocasión de llegar a ellas en caso de ser vencidos, y no podían contar con que la población bizantina les brindase apoyo alguno; los turcos habían reunido los restos de las tropas derrotadas con anterioridad por la Compañía y tampoco podían esperar mucho de las poblaciones que antes dominaban.
Los otomanos habían reunido un ejército de 20.000 infantes y 10.000 hombres a caballo; los almogávares reunieron entre todos sus efectivos disponibles una cifra que no debió ser muy superior a 5.000 hombres. Roger, a pesar de la más que evidente desproporción de fuerzas, lejos de proponer a los suyos una retirada, lo cual era razonable, aprestó a sus hombres para el encuentro que se avecinaba. La caballería, a su mando, iría por la izquierda y la infantería, al mando de Rocafort, por la derecha.
Sinceramente, es difícil ponerse en el lugar de un hombre que ante sí tiene una formidable muralla de avezados guerreros y a sus espaldas la nada por refugio. Sólo le queda matar o morir con honor ante semejante enemigo. ¡Qué victoria tan grande sería empujar a los señores de Asia Menor más allá de las Puertas de Hierro! Parecía como si el cuerpo y el alma del almogávar se fundieran con la tierra que pisaba, resurgiendo con una acometividad que no parecía humana.
El enfrentamiento tiene lugar el 15 de agosto de 1304. Los almogávares creen que es un buen presagio que ese día sea la fiesta de Santa María de Agosto y, tras desearse suerte y a la señal de ¡Desperta Ferre!, se lanzan como lobos a la lucha, dejándose caer sobre las tropas turcas que, igualmente embravecidas, atacaban a la hueste. El choque de ambos ejércitos fue brutal. La desigualdad de efectivos hizo que, en un momento dado, flaqueara el ánimo de la Compañía ante la pesada fuerza que sobre ellos se había descargado, pero a los gritos de ¡ARAGÓN! ¡ARAGÓN!, todos a una se lanzaron con mayor ímpetu sobre sus adversarios y, con precisión quirúrgica, se abrieron camino entre las filas enemigas logrando finalmente doblegar la enorme resistencia turca.
La caballería había tenido desde el principio mejor suerte. Como en anterior ocasión, siendo la mandada por Roger pesada y ligera la turca, el encuentro favorecía a los almogávares. Los turcos, después de cada oleada, tenían la necesidad de replegarse y volver a formar sus cuadros para lanzarse nuevamente a la carga; la caballería del megaduque sin embargo, debido a su contundencia, aplastaba las formaciones turcas en cada embestida. El signo de la batalla era, pues, favorable a la Compañía ya que, disuelta la caballería turca y machacada la infantería, caballeros e infantes se dieron a la fuga, ordenando Roger de Flor su persecución hasta la puesta del sol.
Se retiró la hueste a descansar después de extenuante combate que había librado y de los muchos kilómetros realizados que también debían de hacer pesadas sus piernas. Cuando empezó a clarear el nuevo día, pudieron comprobar su victoria en toda su extensión: 12.000 infantes y 6.000 hombres de a caballo habían perecido a sus manos. Como justo tributo a la bravura almogávar 18.000 cadáveres sembraban las llanuras de las cordilleras del Tauro. Éstos soldados habían demostrado, una vez más, cuan magnífica gesta pueden realizar unos hombres que, a la hora de enfrentarse con el enemigo, ponían más empeño en conservar el honor que la vida.
Ricardo de Isabel Martinez. Almogávares
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