El origen divino del Poder,
un problema vigente
Por Jesús de Castro
Cuando en los albores de lo que hemos denominado modernidad
observamos el bosque cultivado durante siglos de la Cristiandad y nos detenemos
poco a poco en cada uno de sus árboles nos damos cuenta que han sido talados
cual fiera arrasa con todo aquello que no le resulta conveniente y que una vez
talado el árbol principal que es centro de todos, los demás resulta que
progresivamente van desapareciendo como consecuencia del anterior. Así ese
bosque en el que todo el tiempo parecía ser mayo y abril, por consiguiente,
desaparece dejando unos resquicios que podrían llamarse la herencia de un
bosque que en algún lejano tiempo tuviera gloriosa vida pero que de esas
“raíces” ahora parecen emanar otros árboles muy distintos que dan lugar a un
bosque que resulta ser una amalgama de distintas especies que, necesitando un
clima cada una, resultan no poder convivir juntas.
El primer bosque es, pues, la Cristiandad sembrada por una
larga tradición en la doctrina de la Iglesia que progresivamente iba siendo
mejorada y custodiada sin nunca contradecir las enseñanzas anteriores. Por otra
parte el árbol principal diremos que son los Estados católicos o reinos que se
constituyen en subordinación al derecho natural haciendo como regla el bien
común que definiera D. Francisco Suárez como aquél en donde se procura el bien
temporal de los miembros de la comunidad y la salvación de las almas de éstos.
Es pilar básico, por tanto, la subordinación de la ley positiva a la ley
natural, al contrario de lo que ocurre en los hodiernos Estados apóstatas donde
no se trata solamente que no se esté sometido el derecho positivo al derecho
natural sino que únicamente impera el derecho positivo pues el iusnaturalismo
clásico se ha marginado con anteriores deformaciones mediante el iusnaturalismo
racionalista que daría lugar al constitucionalismo del llamado derecho nuevo.
Derecho nuevo del que emanarían diferentes legislaciones que resultan ser en la
mayoría de los casos amalgamas de numerosas aporías sin significado concreto al
servicio del poder tiránico de las oligarquías que en sus distintos turnos se
encargarán de adaptarlas, formarlas y deformarlas al antojo y capricho del
tirano oligarca de turno. Claro que una oligarquía al servicio de la
plutocracia que domina la institucionalización del pecado original[i]
en aquellos Estados donde la tiranía parece ser la única forma de poder. Una
tiranía maquillada siempre en aras de la libertad, la democracia y la igualdad;
sin tratar la tolerancia pues al no existir culpa no hay mal que tolerar[ii].
Todas estas consecuencias que han llevado al agostamiento de
un bosque donde el principal árbol resultaba ser ese que hemos denominado como
los reinos de la Cristiandad, recoge en su corpus doctrinal (amparado siempre
bajo la doctrina de la Iglesia Católica, en la que se marcaría un antes y un
después con una notable ruptura en la década de 1960 viéndose los Estados que,
como España, aún se mantenían aunque fuera aparentemente bajo el derecho
natural y cristiano, para dar paso a ese orden del mundo positivista y de raigambre
anglosajona e incluso, en gran parte de los casos, americanista[iii])
el origen divino del poder.
El poder, pues, no nace del capricho arbitrario de las
mayorías que pueden un día opinar que el cielo es azul y otro día que la luna
es cuadrada sino que es otorgado por derecho divino que se transfiere en forma
de legitimidad (en el caso nuestro, la Monarquía, la legitimidad de origen
conservada y apoyada por la legitimidad de ejercicio). Claro que el origen
divino del poder al tener raigambre y naturaleza genuinamente católica
comenzaría a ser cuestionado por los filósofos racionalistas del XVIII que
tomaría forma en la Revolución francesa con su marcado carácter anticlerical
(propio de las revoluciones[iv])
para ulteriormente deformar el derecho natural cristiano llegando al
iusnaturalismo racionalista culpable de las numerosas constituciones que
nacerían de los procesos revolucionarios teniendo como embrión las ideas de
aquellos filósofos racionalistas anteriores a la propia encarnación de los
acontecimientos propiamente revolucionarios.
Barrido el derecho natural y cristiano del ordenamiento
jurídico, lo que se impondría a base de legislaciones tiránicas sería, pues,
condenado por el magisterio de la Iglesia remarcando el carácter dictatorial y
totalitario[v]
de los Estados llamados modernos. Barrido el ancien régime en Francia, tardaría más en imponerse en las Españas
aunque con poco margen de tiempo introduciría continuamente pócimas
constitucionalistas que al menos mantendrían en guerra a buena parte de las
Españas defendiendo su constitución histórica. No es mi intención centrarme en
los hechos históricos en estas líneas, así que en lo que refiere a la Historia
daré por zanjado el problema aquí aunque ulteriormente haga alguna sucinta
referencia.
(Nuevo e imprescindible libro del sello Itinerarios del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II)
El problema hoy
del origen divino del poder y de la Monarquía católica y representativa supone,
con su marginación y el imperio de los sistemas positivista, el resultado de la
constante tiranía por parte de los oligarcas[vi]
pues “en tanto no se pruebe lo contrario hay que admitir que gobierna mal el
usurpador, entre otras razones, porque no correspondiéndole ejercer el Poder
necesita apoyarse en la fuerza para mantenerse en el puesto que ocupa
indebidamente, para prevenir toda probable tentativa de recuperación por parte
del legítimo poseedor o poseedores. Y no podrá haber justicia allí donde el
encargado de administrarla y de velar por ella gobierna a pesar de la justicia,
y no se tendrá en consideración el público provecho donde todos y cada uno, a
ejemplo del tirano o cuerpo de tiranos, atienda a la rapiña despreciando todos
los preceptos divinos y todas las leyes huamanas”.[vii]
No es, pues, en vano que nos ocupemos en la actualidad del
origen divino del Poder y el problema que supone para las actuales estirpes y
sociedades la marginación del legítimo poseedor de la legitimidad que
encarnaría el origen divino del Poder teniendo como sólidas bases la doctrina
tradicional de la Iglesia con dos mil años de vigencia y tradición así como el
corpus doctrinal que a partir de la catolicidad desarrolla el tradicionalismo
hispánico y, en concreto el carlismo, siempre emanando del iusnaturalismo
clásico y tomista. De esta forma la encarnación del origen divino del Poder en
el legítimo poseedor de la legitimidad viene a significar no el poder del
pueblo más sí el bien común del pueblo, pues ¿qué provecho recibe el pueblo
otorgando a unos gobernantes oligárquicos el poder de gobernarles si el
gobierno que estos ejercen, tras haber sido elegidos, es despótico y tiránico?
Pues bien, “para el liberalismo auténtico, la única limitación de la soberanía
popular es la de no poder dicho pueblo renunciar a su soberanía. Y el pueblo
gobernado con arreglo a los principios liberales expresa soberanamente su voluntad con los intervalos señalados por la ley,
mediante el sufragio universal, directo y secreto[viii].
Para un liberal, pues, la legitimidad estará en el pueblo, en las urnas, pero
será reverenciada, pero será reverenciada, e incluso en pueblos en que el
liberalismo domina, como Francia, se acusará a la Monarquía legítima caída de
haber usurpado los poderes que sólo al pueblo pertenecen”[ix],
dando lugar a un desorganizado sistema de intereses que en su concentración
oligárquica se encargará de favorecer a los muchos que gobiernan puesto que
como ya nos advirtiera Santo Tomás de Aquino: “el poder cuando es de muchos
tiende a ser más tiránico que cuando es de uno”.
Por consiguiente, el sistema moderno que codena al
ostracismo el derecho natural y el origen divino del Poder con su representante
en la legitimidad de origen reforzada por la de ejercicio viene a poner de
manifiesto que se pone en plural el pecado original, pues con Jean Madiran[x]
aquello de que la ley es la expresión de
la voluntad general “constituye una fecha clave en la historia del mundo,
la fecha en que los hombres decidieron que en lo sucesivo la ley sería “la
expresión de la voluntad general”, es decir, la expresión de la voluntad de los
hombres; la fecha en que los hombres decidieron darse a sí mismos la ley; la
fecha en que pusieron en plural el pecado original… Pecado fundamental,
revuelta esencial por la que el hombre quiere darse a sí mismo la ley,
apartando la que había recibido de Dios. En 1789 esta apostasía fue un acto
colectivo. Después se ha convertido en fundamento del Derecho Político. La
democracia moderna es la democracia clásica en estado de pecado mortal.”
Ahora bien, cuando los Estados apóstatas han olvidado
conscientemente la ley y orden natural con el ulterior origen divino del Poder
centrándose y sustituyéndolo por el poder de las mayorías en aquél orden donde
impera la propiedad de tal forma que el hombre olvidado de lo trascendental se
considera a sí dueño de sí mismo y, por ende, no debe responder ante ley natural alguna, la Salvaguarda de la
Revelación debe dar respuesta ante el problema jurídico que se plantea con un
importante trasfondo espiritual , afirma Bernard Dumont[xi],
el efecto que genera la aplicación política y jurídica del corpus conciliar
(padre del modernismo eclesial[xii])
es una contradicción insalvable entre la lógica democrática en vigor y la
concepción tradicional de la filosofía del derecho, basada en el concepto
universal de bien, y que implica que la ley positiva se someta al imperio de la
ley natural.
La esperanza es ese “cambio de paradigma” para que se
reconozca el imperio de la ley natural sobre el resto quedando éstas
subordinadas al derecho natural que Francisco Elías de Tejada llamaría “base de
la civilización”.
[i] Al
respecto se desarrolla la “institucionalización del pecado original” en Miguel
Ayuso, La constitución cristiana de los Estados, Ed. Scire, Barcelona.
[ii] Se ha
escrito recientemente una obra que por parte por parte de Danilo Castellano,
Miguel Ayuso, Bernard Dumont, José Miguel Gambra, bajo el título Cambiar de
paradigma. En tal obra se desarrolla y considera por parte de dichos autores el
progresivo desarrollo del II Concilio Vaticano y sus afectos en la
secularización de los Estados o, en puridad, la apostasía de los Estados que
otrora formasen la Cristiandad. Busca dicha obra dar una visión distinta para
cambiar el rumbo que se tomó en su momento por parte de la jerarquía de la
Iglesia teniendo en cuenta las nefastas consecuencias a las que ha llevado.
Recientemente la revista VERBO ha dedicado un cuaderno a los asuntos de aquél
libro con el nombre de IGLESIA Y POLÍTICA. CAMBIAR DE PARADIGMA. Mismo nombre
que lleva la obra. En tal párrafo hago referencia sucinta al capítulo de
Bernard Dumont Hitos para salir de una crisis, págs. 473-496, VERBO nº 515-516.
[iii] Sobre
el americanismo, sus bases y condena católica es imprescindible la encíclica de
S.S. León XIII Testem Benevolentiae Nostrae.
[iv] Cabe en
este caso recordar el testimonio permanente y siempre vigente del eximio
español D. Juan Donoso Cortés, quien repetiría que su Fe estaba afianzada por
la gracia inmerecida y el estudio de las revoluciones. Es, pues, carácter
genuinamente revolucionario el odio y rechazo del orden natural y, por
consiguiente, el asunto que aquí nos centra: el origen divino del poder.
[v]
Maquillado siempre en aras de la libertad, como más arriba señalé.
[vi] Aunque
no compartiremos numerosas afirmaciones del autor, la ley de hierro de la
oligarquía que Robert Michell describiera en su obra Los partidos políticos
puede servir de referencia para considerar la tendencia oligárquica de todos
los poderes de partidos políticos en los hodiernos Estados al servicio, a la
postre, de la plutocracia.
[vii]
Fernando Polo, ¿Quién es el Rey? La actual
sucesión dinástica la Monarquía Española, Editorial Tradicionalista, Madrid
1969. D. Fernando Polo, quien moriría a temprana edad, se desvivió por la Causa
hasta el último de sus días dejándonos un breve libro escrito con excelente
calidad de datos, intención y escritura. Representa una solución al problema de
la sucesión dinástica tras la muerte de S.M.C. Don Alfonso Carlos I recayendo
la legitimidad de origen en quien más tarde sería Rey Don Javier I de Borbón
Parma, de excelente memoria y padre del actual Regente S.A.R. Don Sixto Enrique
de Borbón y Borbón Busset.
[viii]
Teniendo, por ende, igualdad al elegir tanto el más vicioso como el más
virtuoso; el más desarrollado intelectualmente como el más lego en
conocimientos; el más inteligente como el más demencial. Al respecto recomiendo
Eugenio Vegas Latapie, Consideraciones sobre la democracia, Real Academia de
Ciencias Morales y Políticas, Madrid, 1965.
[ix]
Fernando Polo, Ibid. Pág. 18.
[x] Jean
Madiran, On ne se moque pas de Dieu, París, Nouvelles Editions Latines, 1957.
En tal obra afirmaría Madiran que “la democracia moderna es religiosa;
reemplaza a las religiones por la religión del hombre”. Se encuentra recogido
por D. Eugenio Vegas Latapie en Consideraciones sobre la democracia, Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid, 1965.
[xi] Bernard
Dumont, Hitos para salir de una crisis, Una incidencia jurídica, pág. 480-481.
VERBO nº 515-516.
[xii] Al que
Michele Federico Sciacca haría referencia como “clericalización” de la sociedad
en tanto en cuento se acepta el orden del mundo en la sociedad como lo
aceptaría la burguesía eclesial.
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