martes, 30 de agosto de 2011
Don Sixto Enrique de Borbón y Montejurra 1976
jueves, 25 de agosto de 2011
La tradición social cristiana frente al liberalismo
Stephen Long ha publicado siete libros. El más celebrado desarrolla una profunda crítica del capitalismo bajo el título de Divina economía: La teología y el mercado. Aparecido en la colección Radical Orthodoxy, profundiza especialmente en ciertos análisis de John Milbank.
Contra Novak
Junto con los demás nuevos teólogos políticos, Stephen Long rechaza toda acomodación al liberalismo y al capitalismo. Se esfuerza principalmente en desmontar las tesis de Michael Novak. Este católico liberal acepta el liberalismo con sus leyes específicas, pero reconoce la necesidad de normas morales que tiene este sistema económico para poder prosperar. Como el capitalismo no produce valores por sí mismo, hay que encontrar en otro lugar la fuente de los valores necesarios para su funcionamiento. Las religiones son necesarias para esto, en particular el catolicismo. Ahora bien, el catolicismo, deplora Novak, ha sido demasiado a menudo hostil al liberalismo, por no comprender suficientemente los mecanismos de la economía moderna. Es importante, por tanto, reformarlo, renovarlo, abrirlo a esta realidad.
Novak se adhiere sin pestañear al principio básico del liberalismo económico: la “mano invisible” de Adam Smith mediante la cual la búsqueda individual de beneficios produce la riqueza óptima. Desde su punto de vista, ese ejercicio mecánico de una libertad negativa es independiente de la moral: sería incluso peligroso contrariar el juego de los egoísmos. Al mismo tiempo, Novak, en tanto que cristiano, defiende la libertad positiva de la persona que busca lo bello, lo verdadero e incluso el bien común. Long denuncia esta incoherencia.
La concepción de la libertad negativa propia de los liberales (libertad de no ser obstaculizado para actuar) conduce a defender los mercados y las empresas aun cuando tengan efectos moralmente nocivos. Ahora bien, para un cristiano, deberían estar subordinados a fines morales. Novak sólo retiene de la Doctrina Social de la Iglesia lo que pueda compensar las desastrosas consecuencias de un sistema cuyos principios son radicalmente ajenos a ella. La llamada a la religión y a la ética sigue siendo puramente extrínseca en un sistema cuyo resorte es la utilidad. Mientras que un gran pensador como Joseph Schumpeter habría comprendido la potencia moralmente corruptora y corrosiva del capitalismo (que engendra a su vez la reacción socialista), Novak se manifiesta incapaz de reconocer la lógica utilitarista, individualista y, por tanto, inmoral del sistema.
El error de los economistas modernos
Más allá de Novak, estima Long, la tarea del teólogo cristiano es desconstruir los fundamentos mismos del economismo moderno. Comenzando por la distinción entre los hechos y los valores, como si se pudieran analizar los primeros sin los segundos. Para la mayoría de los economistas modernos, los hechos son objetivos (las “leyes económicas” se imponen) mientras que los valores son subjetivos (ya se trate de la moral o de la religión). Pero Stephen Long rechaza esta concesión a la “ciencia” económica neoclásica o marginalista.
En lo que no es más que una ideología, los cálculos comparativos de costes de oportunidad se presentan como el fundamento de los análisis verdaderamente racionales de las opciones posibles. En su recensión del libro de Long, Pierre de Lauzun resume así la crítica del autor:
Puede parecer inocente decir: “La señora Harris habría podido ganar 50 dólares fuera de casa, en lugar de haber preparado la comida familiar: ése es el coste de oportunidad de su decisión de hacer la comida”. Todas las posibilidades se colocan aparentemente ante el individuo como opciones a priori equivalentes y medidas por una alternativa calculable. Pero la realidad es diferente: el papel y la significación de la comida familiar son tales que, por naturaleza, no son comparables con el dinero que se gana en una actividad cualquiera; porque la comunidad que es la familia no es sólo un hecho económico. El uso de cifras es, por tanto, engañoso. La base del razonamiento en costes de oportunidad es, dice, presentar nuestro mundo como dominado por la escasez (medible en cifras) y no por la plenitud (incluido el amor entre las personas). Además, los hechos no están aislados ni son separables; cobran su sentido en un todo vivido. Vayamos más lejos, dice él. Se podría pretender que, si en lugar de hacer el amor con su mujer, el señor Harris hubiera pagado a una prostituta 25 dólares, habría permitido a su mujer ganar 50 dólares trabajando fuera y habría aumentado la productividad general. Razonamiento que elimina completamente el significado del acto que habría realizado. La distinción hecho/valor es visiblemente absurda en este caso: el hecho del adulterio es mucho más significativo y, por lo tanto, más determinante de la decisión que cualquier cálculo de oportunidad medido por precios. Nota el autor además que la familia es el ámbito donde (afortunadamente) los razonamientos utilitaristas no se llevan a sus últimas consecuencias: ¿quién tiene hijos y los educa razonando en términos de la rentabilidad marginal de sus esfuerzos?
martes, 23 de agosto de 2011
El humanismo moderno anclado en el relativismo
(Ramiro de Maeztu en Defensa de la Hispanidad)
Sólo la persona puede ser sujeto de derechos y deberes, no la naturaleza. Por tanto, no puede hablarse de derechos humanos universales, sino de derechos concretos de cada persona. El derecho natural lo que hace es crear un orden relativo a la naturaleza humana que se impone como un conjunto de deberes a las personas; por eso, los Mandamientos de la Ley de Dios se formulan como deberes y no como derechos: deberes de la persona respecto a la naturaleza. Lo que la Declaración de los Derechos Humanos pretende hacer es atribuir derechos a la naturaleza como reflejo de aquellos deberes, confundiendo la naturaleza individual con la persona, y fundando aquellos pretendidos derechos en una inexistente dignidad natural.
(Álvaro D´ors)
martes, 16 de agosto de 2011
Sobre la actualidad del carlismo
Es impropio que nadie se titule tradicionalista fuera de nuestra gloriosa Comunión que es la única con derecho a llevar ese nombre, expresión de su bandera secular; como incomprensible es que pueda haber quienes se digan tradicionalistas y no quieran llamarse carlistas, o que usen el calificativo de carlistas estando fuera de nuestra disciplina.
Los nuestros pueden llamarse carlistas, jaimistas o tradicionalistas, pero siendo leales a mi persona y disciplinados a las autoridades de la Comunión.
Esta nuestra Comunión se llama oficialmente Tradicionalista; pero mucho me alegraré que nuestros Círculos, Juntas, requetés, margaritas y periódicos añadan al nombre de tradicionalistas el de carlistas, como reprobación de los que indebidamente usan el calificativo de tradicionalistas o el de carlistas estando fuera de la Comunión. [1]
El Carlismo nunca se comportó como partido y se rechaza siempre este concepto. Un ejemplo perfecto es Fal Conde, al que se le pidió más de una vez su presentación a las elecciones, con acta de diputado asegurada ―en una época en que la Comunión tenía grupo parlamentario propio― y rechazó la oferta, siendo él Jefe Delegado, por su total desconfianza hacia el parlamentarismo. Sólo en el falso «Partido Carlista» se le consideró así: El primer partido político desde 1833. El objetivo de un partido político es la llegada al poder a través del juego democrático. ¿Alguien se puede imaginar al partido carlista alternándose en el gobierno cual régimen bipartidista y parlamentario al modo liberal?
Y ya que no conviene jugar con las palabras y sus ambigüedades, se erigió el Carlismo en Comunión que en manos de Fal era la lealtad a la dinastía de un lado, y la fidelidad a los principios de otro, crean y mantienen un género de afección y de comunidad, que con ningún nombre mejor se ha denominado que con el de Comunión.
Por otro lado la naturaleza del Carlismo es, en esencia, el tradicionalismo. Sin embargo, y hecho doloroso es, hoy en día a la Comunión Tradicionalista, o Comunión Tradicionalista Carlista, le hace la competencia otra autodenominada «Comunión Tradicionalista Carlista». Olvidando que sin la obediencia al poder legítimo el Carlismo pierde toda efectividad:
Los carlistas leales, seremos carlistas mientras haya Carlismo y Carlismo habrá mientras haya Rey Carlista. Porque el Rey es el primer principio en el orden práctico de todo nuestro sistema ideológico. Los otros principios, aunque de mayor superioridad teórica, no se concibe que puedan propugnarse, faltando a la integridad de Causa que los caracteriza, sin llevar por delante en la acción la sustentación de los derechos legítimos del Rey, institución básica y piedra angular de nuestro credo.
Del Rey abajo, en el Carlismo los hombres no cuentan, no contamos.[2]
La situación actual sería muy parecida a los años anteriores a la II República, con un movimiento tradicionalista fragmentado. Esperemos por tanto que al igual que pasó durante la República se experimente un crecimiento y el retorno a la Comunión. La sedicente CTC tendría que renegar de los sentimientos que provocan su rechazo al Regente. Esta situación lo único que ha traído es confusión y tiempo perdido. Ya es hora que algunos se traguen su orgullo y dejen de apelar a motivos que hieden, como la discusión por la denominación de Comunión Tradicionalista Carlista, sobre la cual aducen que por el registro oficial de partidos políticos, que ellos consiguieron poner a su nombre, sólo tienen derecho a tal denominación ellos en solitario. Es cuando menos triste que aludiendo a un registro hecho ante un poder ilegítimo, se intente negar el uso de ella a la autoridad legítima. (A la misma Autoridad, por cierto, que dio instrucciones para ese mismo registro, a efectos de uso legal, en 1977). O un clericalismo, en algunos momentos exacerbado, que siguiendo la línea de actuación presente del clero y del episcopado, y evitando cualquier crítica hacia la misma, lleva a disparates en el tradicionalismo.
Dejémonos de «valores no negociables»; despleguemos la bandera de Cristo íntegra, completa, sin ninguna clase de atenuaciones. Al presentar un programa mínimo, puede decirse que ya en principio se reconoce la dificultad del triunfo de la verdad completa y la posibilidad del fracaso.[3]
Ya no queda duda de quién está con quién. Lo que no es Tradición es Revolución, y la experiencia nos ha mostrado que el único modelo político de acuerdo a la doctrina social de la Iglesia es el defendido por el tradicionalismo. La Patria ultrajada y agonizante, la sociedad degenerada y la Iglesia destrozada desde dentro y afuera nos invitan a reaccionar.
Al igual que dijo Senante: Yo llamo a que todos vengan con nosotros, aún a aquellos antiguos carlistas que se apartaron de nuestra Comunión. Si en mis palabras ha habido ofensa para alguien le pido perdón Y quiero terminar pidiendo a todos que nos unamos en lo grande, aunque hayamos de pisotear lo personal.[4]
[1] Manuel J. Fal Conde. Puesta la fe en Dios y mirando a la Patria. Carta de Don Alfonso Carlos a Fal Conde sobre la denominación de la Comunión Tradicionalista (19 julio 1935) Pp. 74-75.
[2] Idem. Carta de Fal Conde a Melchor Ferrer sobre su cese en la Jefatura Delegada de la Comunión.(16 agosto 1955) Pp. 109-110.
[3] Verdadera doctrina sobre acatamiento, obediencia y adhesión a los poderes constituidos, y sobre la licitud de la resistencia a los poderes ilegítimos y de hecho. Manuel Senante. Pp. 12-13
[4] Idem, Pp. 48-49.
miércoles, 10 de agosto de 2011
G.K Chesterton y la Verdad
Una interesante cita de Chesterton, a propósito del ecumenismo.
G. K. Chesterton, “La historia de las religiones”, 10 de octubre de 1908. En “Cien años después”, Ed. Vórtice, 2008.
lunes, 8 de agosto de 2011
Colección De Regno: EL ESTADO EN SU LABERINTO
El índice sigue así:
- Capítulo 1. La identidad nacional y sus equívocos
- Capítulo 2. Constitución y nación
- Capítulo 3. Política y "valores"
- Capítulo 4. Del Estado al club (pasando por la sociedad civil)
- Capítulo 5. La "gobernanza", entre el gobierno y el Estado
- Capítulo 6. Democracia, consenso y comunidad política
- Índice onomástico
EDICIONES SCIRE
Colección De Regno
Colección De Regno: Así pensamos (Un ideario para la Comunión Tradicionalista)
«La Comunión Tradicionalista, con ciento cincuenta años a sus espaldas, salía de la no por singular menos severa oposición al régimen de Franco, apenas fallecido dos años antes, y se lanzaba a una nueva y no menos difícil vida política. Los destrozos causados por la resaca del II Concilio Vaticano, junto con el desconcierto dinástico (atajado decididamente por Don Sixto bajo el rubro, clarísimo en su ejemplaridad para quien tuviere oídos para entender y ojos para ver, de Abanderado), habían dejado debilitada a la organización tanto como a la comunión a la que sirve. José Arturo Márquez de Prado [...] quería disponer de una breve presentación del ideario de la Comunión Tradicionalista que poder distribuir masivamente. [...] acudió a su íntimo amigo, el profesor estadounidense profundamente hispanizado, para consumarlo». [...] «Tiene el texto el mérito de combinar hondura y simplicidad, reflexión y entusiasmo. Aunque en algunos pasajes se note demasiado la gravitación de la coyuntura, el paso del tiempo no le ha ocasionado excesivos estragos. En algunos juicios se advierte la opinión personal, aunque en general se presenta la doctrina más pura destilada».
Wilhelmsen, Frederick D. Así pensamos. (Un ideario para la Comunión Tradicionalista). Colección De Regno, 7. Ediciones Scire, S.L., Barcelona 2011. Rústica, 20 x 13 cm. 96 páginas. ISBN 978-84-935085-5-5. Depósito Legal SE-4914-2011
Colección De Regno
miércoles, 3 de agosto de 2011
La Libertad en el orden Tradicional
Cada uno se consideraba protegido, y al mismo tiempo sujeto, por las -reglas de su Estado- reglas nacidas de la costumbre, que es la forma más libre y más clara del consentimiento. Por otra parte, todos se movían en libertad dentro del cuerpo social al que pertenecían, sin entremezclarse confusamente en la sociedad, como si hubiesen caído de la luna y sólo el azar los reuniese. Los cuerpos sociales, a su vez, actuaban autonómicamente dentro de su órbita, cada uno según sus cánones, pero sintiéndose tan libres como el individuo, en el cumplimiento de sus destinos. Esta era la formación del cuerpo social, donde la libertad se entendía, más bien, como clave del normal juego de sus funciones, que como facultad de producir el desorden y fomentar la anarquía.
El marqués de La Tour du Pin