CERVANTES,
HOMBRE CONCRETO DE LA TRADICIÓN
Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas, que habían sido de sus bisabuelos...
Don Quijote de la Mancha. I, cap. I.
Don Quijote de la Mancha. I, cap. I.
Pareciera como si sobre
Miguel de Cervantes los españoles –incluso últimamente los que hacen
directamente del odio a España y a lo español su razón de ser- tuviésemos una
suerte de singular y paradójica anuencia común. Aunque en tiempos de banderías
políticas al uso demoliberal lo que en verdad late es el interés por arrimarse
su figura y obra.
La Comunión
Tradicionalista cuando gozaba de una influencia política y cultural mayor, hace
un siglo, no dejó pasar desapercibido su tercer centenario, y las referencias a
Cervantes y su obra siempre han sido abundantes en los escritos carlistas. Sin
embargo fue el liberalismo quien absurdamente intentó, bajo la nefasta
influencia orteguiana, apropiárselo. Los últimos coletazos de esa indebida
usurpación fueron en la inmediata posguerra esas aberrantes consignas de
aquella Falange de advenedizos que usaban la coartada del “idioma cervantino”
(¡cómo si Don Miguel hubiera inventado una lengua de laboratorio!) contra las
lenguas españolas distintas del castellano. Y es que pese al valor literario de
su obra seguramente no fue el mejor escritor en lengua castellana de su tiempo
ni de la historia, ni tampoco aspiraba a serlo; así como tampoco querría verse
usado en querellas sobre oficialidades lingüísticos que nada tenían que ver con
las Españas clásicas, él que lanzó los más grandes laudes a otras lenguas
españolas como la valenciana o la portuguesa. Pasado el furor de los primeros
años no tardó en reducirse la obra de Cervantes, ya en los primeros sesenta, a
una visión harto deficiente y con tufo progre del Quijote como “libro de
parodia de la literatura de caballería”. Y hasta nuestros días en que con
repugnante oportunismo se pretenden colocar la etiqueta de cervantinos los
analfabetos de los políticos cuando se aproxima un centenario penosamente
conmemorado, en el que no tardan en proliferar los que quieren ver desde
imposibles heterodoxias a lenguajes crípticos o en el colmo de la petulancia
orígenes hebraicos e incluso a través de la nova
historia hacerlo pasar por un irredento más.
El 23 de abril de 2016, en el IV
centenario de la muerte de Don Miguel de Cervantes Saavedra el Círculo Carlista
Marqués de Villores de Albacete desarrolló una jornada cervantina manchega, en
su honor. Por la mañana en el Museo
Municipal de Cuchillería algunos socios asistieron al taller de esgrima
antigua convocado con motivo de la efeméride.
Por la tarde en el Parque de los
Mártires (actualmente de Abelardo Sánchez) se rindió un homenaje ante la
estatua que Albacete le erigió. La bandera de la Cruz de Borgoña, la de los
Tercios en que sirvió, y el cuadro del Quijote carlista obra de Augusto Ferrer
Dalmau se pusieron ante la misma y se realizó una ofrenda floral,
leyéndose un fragmento del Quijote y elevando una oración
por el eterno descanso de Cervantes. En la cercana cafetería de El Pinar se realizó una animada tertulia sobre Cervantes y su obra más manchega, el
Quijote. Las diversas aportaciones coincidieron en apuntar que pese al
carácter de arquetipo universal del Quijote la misma no es comprensible fuera
del universo vital y conceptual de las Españas áureas, a las que Cervantes
sirvió como tantos otros con la pluma y la espada
Miguel de Cervantes fue
hombre de un tiempo histórico en que el hombre era sujeto de derechos
concretos, un tiempo que se hizo Tradición porque acuñó principios
imperecederos y al que como Soldado de los Tercios sirvió con la espada y con
la pluma. Este hombre concreto que fue Cervantes trascendió con su obra a
determinados arquetipos que han terminado por ser universales, porque universal
era la vocación hispánica de los siglos áureos. Lejos de elevar los tiempos
históricos a categorías, tentación determinista latente en los
pseudotradicionalismos, es en el ámbito concreto de la cultura hispánica de su
tiempo y la devoción con la que sirvió a los grandes dogmas religiosos y
políticos donde se ha de entender su obra. Así en el teatro, a empezar por la
más destacada que fue La Tragedia de
Numancia, exaltación de un patriotismo instintito y primigenio que prefiere
entregar la vida a ser sometido al invasor y que con profusión fue representado
durante la guerra contra la invasión napoleónica de España para animar la
resistencia frente a los que querían estrangular la libertad y la independencia
de Dios, la Patria y el Rey. En El trato
de Argel, de evidentes trazos autobiográficos, planteó el drama de la
cautividad de los cristianos por los moros, con personajes del más diverso
pelaje moral, pero con la condena de toda traición a la familia, los amigos o
la patria. El gallardo español vuelve
a repetir el ámbito espacial con el fondo de la resistencia de Orán y
Mazalquivir frente al poder mahometano. No alcanzó su obra escrita la agudeza
moral de, pongamos por ejemplo, Calderón; pero toda ella se desarrolla en la
lealtad a un universo conceptual y espiritual gobernado por la Verdad.
No son
las obras de nuestro siglo de Oro meras apologéticas, ni propaganda al uso
moderno. En las mismas están presentes todas las debilidades, contradicciones y
miserias de la naturaleza humana. Se presentan crudamente, sin idealismos,
expresadas con una absoluta libertad y por ello representan la aproximación más
cabal a la realidad de una naturaleza universal que trasciende del entorno
espaciotemporal concreto en que se desarrolla su trama. Así fue la Monarquía
Hispánica, donde todos los respetabilísimos condicionamientos de índole
positiva (razas, lenguas, accidentes geográficos, etc.) quedaban en cierto modo
subordinadas a la extensión y defensa de unos principios que eran universales. De
ese modo la obra de Cervantes está llena de paradojas y socarronería,
presentadas de forma cáustica y punzante que sirven a un interés recreativo,
pero en el que lo sacro encuentra perfectamente su jerarquía:
Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas
han de tomar las armas y desenvainar las espadas y poner en riesgo sus
personas, vidas y haciendas:
La primera por defender la fe católica; la segunda por defender su vida,
que es de ley natural y divina; la tercera en defensa de su honra, de su
familia y hacienda; la cuarta, al servicio de su rey en guerra justa y si le
quisiéramos añadir una quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa
de su patria.
Don Quijote de la Mancha. II, cap XXVII
Quijote carlista obra de Augusto Ferrer Dalmau
Resulta
interesante comparar estos arquetipos con los de las literaturas posteriores,
donde al amparo de la libertad de imprenta se comienza a presentar personajes
absolutamente desnaturalizados, que llegan al extremo en las literaturas vacías
de la posmodernidad. El hastío de esos temas ha vuelto a poner de moda los
arquetipos del siglo de Oro, aunque en su pobre visión, alatristeniana, donde se presenta una suerte de nihilismo heroico
vacío, fruto del deficiente conocimiento de lo que fue nuestra realidad
histórica.
Don Marcelino Menéndez Pelayo, el gran
cultivador y pensador de la tradición cultural española, sostuvo con firmeza
que Cervantes no escribió El Quijote como una obra de antítesis a la caballería
y sus valores, sino de purificación y complemento; no vino a matar un ideal,
sino a transfigurarlo y enaltecerlo: cuanto había de poético, noble y humano en
la caballería, se incorporó en la obra nueva con más alto sentido. De este modo
el Quijote es el último de los libros de caballerías, el definitivo y perfecto:
el ideal del sacrificio, del servicio como el más alto culmen de perfección
humana, de la búsqueda de la justicia y el bien común. Menéndez Pidal
profundiza en la misma línea de defensa, contra sus detractores y críticos, el
más célebre, el liberal y romántico Lord Byron, que escribió la lindeza de que Cervantes «destrozó con
una sonrisa» no solo los libros de caballería, sino la caballería en general.
Desde la cultura y el pensamiento crítico a la modernidad y a sus valores burgueses, hedonistas y materialistas, las referencias al Quijote como arquetipo portador de principios pre-modernos y eternos son constantes. Gilbert Keith Chesterton escribió
en 1926, El regreso de don Quijote, aparecida por entregas en la revista GK’s
Weekly, es la última novela de Chesterton y uno de los más hermosos homenajes
que jamás se hayan rendido al Quijote y a Cervantes. Michael Herne, un
bibliotecario experto en la cultura hitita y ajeno al mundo moderno, tras
interpretar el papel de un rey medieval en una obra de teatro, decide no abandonar sus ropas medievales y pretende instaurar en Inglaterra el antiguo
orden de la caballería. En El regreso de Don Quijote se dan cita buena parte
de los temas políticos que preocupaban al autor por aquellas fechas, a la vez
que se procura dar un correcto entendimiento del mito quijotesco. Deciden encabezar, en la vida real, un golpe de Estado bufonesco
contra la industria, el capitalismo y la sociedad moderna, en base a los principios cristianos que
fundamentan la razón.
Con
sabiduría y prudencia el P. Leonardo Castellani, imprescindible pluma del
tradicionalismo, glosó en El nuevo
gobierno de Sancho las grandes fórmulas políticas incoadas en la obra
cervantina, que eran las de la tradición hispánica, por las cuales suspiró en
su aplicación transoceánica en la Ínsula Agatháurica. Su decepción por la
imperfecta implementación de las mismas tiene su secuencia de esperanza en Su Majestad Dulcinea. En los tiempos hodiernos donde se ha extraviado por
completo el sentido común resulta muy oportuno recuperar las enseñanzas
imperecederas de la obra cervantina, conocerla y afrontarla en su contexto e
integridad y huir de visiones anecdóticas y parciales de la misma.
Que el
Soldado de los Tercios don Miguel de Cervantes Saavedra nos ilumine en esta
gesta y sepamos ver molinos en lo que nos pretenden hacer creer que son
gigantes.
Voto a Dios
que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.
Apostaré que el ánima del muerto
por qozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.
Esto oyó un valentón, y dijo: “Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente.”
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
y que diera un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.
Apostaré que el ánima del muerto
por qozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.
Esto oyó un valentón, y dijo: “Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente.”
Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
Miguel
de Cervantes, Sevilla 1598