Breve y magistral intervención de Miguel Ayuso Presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, frente cultural de la Comunión Tradicionalista.
martes, 29 de enero de 2013
martes, 22 de enero de 2013
El carlismo y los escritores ortodoxos (I). Francisco Navarro Villoslada, mucho más que el Walter Scott español
Se suele asociar a Navarro
Villoslada, en un visión harto parcial y reducida, con la novela histórica o
limitada a temas folcloristas o regionalistas. Hay incluso quien desearía que
su más conocida obra Amaya o los vascos en el siglo VIII fuese una suerte de
novela protonacionalista. Nada más lejos de la realidad.
Fue Navarro Villoslada un
brillante apologeta de la más auténtica filosofía y del orden social
tradicional, tras un intenso periodo de depuración doctrinal que le llevó del
liberalismo conservador (anticarlista) a la defensa de la legitimidad española
(carlista). Nacido en Viana de Navarra el 9 de octubre de 1818 estudió
Filosofía y Teología en la Universidad de Santiago y leyes en Madrid. Tomó
partido por el minúsculo bando liberal navarro en la primera guerra carlista,
formando parte de la liberal “milicia nacional” y enfrentándose a los carlistas
en asedio a su pueblo natal. Políticamente se situó en un liberalismo
caudillista, llegando a ser admirador de Espartero. En 1840 cuando,
influenciado como muchos de los jóvenes de su época por la poesía romántica,
publicó para glorificar a Espartero el ensayo épico (y anticarlista) titulado
Luchana. No había de tardar mucho tiempo en pasar a atacar las ideas que antes
profesó, tal como lo hizo desde las columnas de El Padre Cobos contra la revolución
y el bienio progresista de Espartero, y cuando más tarde, asumió
apasionadamente los postulados carlistas.
Redactor de La Gaceta en 1840 fue
secretario del Gobierno Civil (isabelino) de Álava, más tarde oficial del
ministerio de la Gobernación (obviamente también bajo la dirección de liberales
isabelinos). Sin embargo poco durará en aquellos importantes puestos
administrativos, persuadido del carácter disolvente del liberalismo, por muy
conservador que fuese.
Esta evolución es notable en su
fecunda carrera periodística: El Correo Nacional 1838-39, El Español 1845-47,
Semanario Pintoresco (que dirigió en 1846), El Siglo Pintoresco 1845-47, La
España 1848, El Parlamento, La Fe, La Ilustración Católica, El Padre Cobos
1854-55…
Al calor de los acontecimientos
revolucionarios de febrero en Francia fundó en abril de 1848 junto con su amigo
Egaña el diario La España con el fin de «agrupar a todos los españoles de
convicciones católicas» en una línea claramente balmesiana.
Durante el bienio progresista
colaboró en El Padre Cobos dirigido por Nocedal, que utilizó la sátira y la
ironía contra el gobierno de Espartero y defendió los derechos e intereses de
la Iglesia. Fundó en 1860 El Pensamiento Español, importante baluarte del
tradicionalismo católico. Sin embargo dicho periódico se movía en la
indefinición dinástica, siguiendo en cierto modo las senda incongruente de
Jaime Balmes en El Pensamiento de la Nación desde posiciones neocatólicas,
tildadas por los carlistas despectivamente de “mestizas“. Por un artículo en el
que se enfrentó a Ruiz Zorrilla, quien había ordenado el inventario de las
alhajas de las iglesias, pasó varios meses en la cárcel del Saladero. Sin
embargo a partir de 1868 El Pensamiento Español reconocerá la legitimidad de
Don Carlos VII, y se pondrá incondicionalmente a sus órdenes, convirtiéndose en el gran diario del carlismo
hasta 1872 (en abril inició el carlismo la lucha armada y en septiembre fue
suprimido, como el resto de la prensa carlista). Navarro
Villoslada fue secretario de Cámara de Don Carlos VII desde 1871 así como
diputado a Cortés y Senador por las listas carlistas.
Desde sus páginas combatió las
«herejías modernas»: el krausismo y el positivismo y las «libertades
liberalescas», sobre todo la de imprenta: «¡no es posible gobernar con ese
diluvio de periódicos revolucionarios que nos ha caído encima!»; denunció el
parlamentarismo y el sistema de partidos: «¡llamadles castigos!, son el azote
de Dios»; defendió el poder temporal del Papa y las enseñanzas del Syllabus,
«rayo de luz del sol del Pontificado», y decía estar «enamorado de la Iglesia»
y dispuesto a trabajar incansablemente por la unión de los católicos. Cantó las
excelencias de la Edad Media, «la verdadera civilización» cuando «nunca el
catolicismo ha tenido más imperio entre los hombres»; testimonió su admiración
por el filósofo Rancio, «que merece ser llamado el Maistre de España» y anunció
la catástrofe que se avecinaba que «si no es precursora del fin del mundo bien
puede ser el principio de la paz de la Iglesia, esto es: de la paz universal».
Por eso la caída de Isabel le pareció providencial: «desconocidos son los
caminos del Señor. .. la época de los reyes constitucionales toca a su
término».
El 11 de diciembre de 1868 en
forma de editorial anónimo apareció su artículo El hombre que se necesita:
«cuando ruge el socialismo en Andalucía y gruñe en el resto de la península...
¿no ha de haber un hombre que nos saque de la anarquía?… que nos traiga el
orden... que sea un padre antes que rey ... que gobierne con la moral del
Evangelio ... que de libertad a la Iglesia y proteja su independencia... Que de
libertad y protección al comercio, a la industria y a la propiedad ... y a los
pobres el pan del orden, de las economías y del trabajo, que es su verdadera
libertad. Un rey que reine y gobierne, un pacificador, un libertador, un
príncipe cristiano? Tal es el hombre que se necesita». En este viaje político
desde el liberalismo al carlismo pasando por el neocatolicismo Navarro
Villoslada no estuvo sólo. Los Clarós, Nocedal. Tejado, Canga Argüelles y un
largo etcétera le acompañaron. Todos ellos hicieron suya la actualización del
tradicionalismo realizada por Donoso, renunciaron al liberalismo y vieron en la
religión el mejor antídoto contra la revolución. Si en un primer momento
tuvieron la esperanza de poder gobernar «en católico» con Isabel llamada II, a
partir del reconocimiento del reino de Italia, algunos, y del destronamiento de
la Isabel llamada II, los más, pusieron sus esperanzas en Don Carlos. Navarro
Villoslada que había sido diputado en 1851 y en 1857 por Estella como moderado
y en 1865 y 1867 también por Navarra como neocatólico, no consiguió su acta por
Madrid en 1869. A pesar de que puso reparos a la alianza con los republicanos
en 1871 y sugirió se consultase a una junta de teólogos, representó a Barcelona
en el Senado. En las elecciones de 1872 no aceptó ser candidato; su
enfrentamiento con Nocedal parece que fue la causa y lo que a la postre le hizo
caer en desgracia de Don Carlos. Aquel mismo año tuvo que abandonar la
dirección de El Pensamiento Español y hasta que a raíz de la escisión
integrista en 1888 le volvió a llamar el pretendiente de nuevo por breve
tiempo, se retiró de toda actividad política.
Cultivó la novela histórica: en
1847 publicó Doña Blanca de Navarra, crónica del siglo XV, y dos años más tarde
Doña Urraca de Castilla. En 1879 comenzó a publicar en La Ciencia Cristiana,
revista carlista, la novela por la que sin duda es más recordado: Amaya o los
vascos en el siglo VIII, en la que se ensalza el protagonismo de los vascos en
la lucha contra el islam: deshecha la monarquía visigoda los vascos se funden
dentro de la religión cristiana para oponerse al musulmán, repoblando Castilla.
Basado en sus ideas religiosas y
patrióticas, estrenó para el teatro más de media docena de obras que fueron
varias veces representadas. Ensayó el género lírico con la zarzuela La dama del
rey estrenada con éxito en 1856 con música de su amigo y paisano, Emilio
Arrieta. Sin embargo, no fue en las tablas donde el genio artístico de Navarro
Villoslada encontró terreno abonado, sino en la narrativa.
La obra fracasó. El argumento
desarrolla una historia amorosa de Fernando el Católico, que tiene un niño con
una dama vizcaína; el niño crece en el caserío de Arizmendi, confiado a una
bella aldeana, Lucinda, cuyo novio es Martín de Munguía: de éste vive enamorada
la condesa de Larrea, que para atraerse a Martín echa a rodar el bulo de que el
niño es hijo de Lucinda; ésta, a su vez declara que la madre es la Larrea, que
fue quien se lo entregó; al fin se demuestra que la madre verdadera es hermana
gemela de la condesa, llevan al niño a palacio, los novios se casan y las
gemelas también alcanzan buenas nupcias. En el libreto hay alusiones a Navarra
y la partitura ofrece algunos números de sabor vasco, como el zortziko final y
un coro de vendedores en Begoña.
Fue famosa la serie de artículos
titulada Textos vivos que publicó en El Pensamiento Español, contra la
heterodoxia universitaria (en la que incluía tanto el materialismo de Pedro
Mata como el espiritualismo de Julián Sanz del Río). Gumersindo Laverde se la
recomendaba en 1877 a su joven pupilo Menéndez Pelayo: «Navarro Villoslada. Los
textos vivos, série de artículos en El pensamiento español, inapreciable para
conocer las corrientes heterodoxas que circulaban por la Universidad Central de
1856 á 1868» (el 6 de enero de 1878 le informa que «Navarro Villoslada va a
publicar en colección sus artículos, entre ellos Los textos vivos y la defensa
de la Inquisición») quien la tuvo presente: «Los periodistas católicos de
Madrid se inclinaron con preferencia a Donoso y al tradicionalismo. Así Gabino
Tejado, su mayor amigo, apologista y editor; así Navarro Villoslada, conocido
antes y después como egregio novelista walter-scottiano, aun más que como autor
de la famosa serie de los Textos Vivos...».
Navarro Villoslada ha pasado a la
posteridad por la citada novela Amaya. En un principio fue recibida muy
fríamente por crítica y público. Una primera razón es obvia. Para el año en que
se publica Amaya, había triunfado en España otra corriente literaria más
moderna y más a tono con los nuevos tiempos: el realismo en la narración. Pérez
Galdós, Varela, Alarcón, Pereda, habían publicado ya varias de sus importantes
novelas. Efectivamente, Amaya llegaba tarde. Pero había otros motivos
extraliterarios corrientes en la época. Las agudas divergencias políticas
hacían que los partidarios de una ideología determinada no estuvieran
dispuestos a aceptar más que las obras de su misma línea. La reacción frente a
esta obra del ultracatólico y carlista Navarro Villoslada por parte de sus
oponentes políticos no se hizo esperar: se le hizo el vacío. La crítica
especializada no le hizo ningún eco, excepto la voz de Arturo Campión, que, en
1880, realizó una recensión exhaustiva y emocionada en la "Revista
Euskara". En reconocimiento de sus méritos se nombró a su autor socio de
honor de la Asociación Euskara de Navarra. Miguel de Unamuno, de trece años en
esa época, quedó conmocionado por su lectura, y dejó escrito cómo afectó a los
jóvenes de su generación.
Su nivel de popularidad queda
marcado por la película basada en la novela, estrenada en 1952 y la ópera del
mismo título del año 1920, con música del maestro Guridi.
El escenario donde se desarrolla
es Navarra, en la época de la invasión mahometana de España. Amaya, la
protagonista, es una princesa legendaria, hija del visigodo Ranimiro y de su
esposa, descendiente directa de Aitor. Amaya da forma y ambientación al mito de
Aitor, patriarca de los vascos, de quien es el equivalente femenino.
Personajes secundarios son de
origen judío son representados como conspiradores.
Al final, el secreto de Aitor se
revela: recomendar la conversión al cristianismo a los vascos paganos. Amaya se
casa con el líder de la resistencia vasca, García y junto a los visigodos hacen
frente a mahometanos y judíos en defensa de la Cristiandad y de la Hispania
sometida.
Los nacionalistas vascos
ignorantes de los orígenes e ideario de Navarro Villoslada tienen a esta novela
histórica como el comienzo de la “era vasquista” o fundación de lo que
pretenden un “estado vasco”. Sin embargo como se puede comprobar Amaya es una
evocación (ahistórica) de la profunda hispanidad de los vascos.
Nada más lejos de la realidad ya
que Francisco Navarro Villoslada, muy alejado del nacionalismo vasco y
apasionado en su españolismo, escribió Amaya sin ninguna base sólida histórica
con una finalidad muy distinta a la que los nacionalistas posteriores en la
ignorancia de la historia y del pensamiento de su autor quieren atribuir.
Así los nombres que Navarro pone
en su obra inventados por él, como Amaya, Asier, Amagoya y tantos otros, son el
comienzo de una nomenclatura de nombres propios que los nacionalistas
ignorantes de la existencia de “Amaya” atribuyen a la “mitología vasca”.
No es meramente casual que
Navarro Villoslada concibiese la idea de escribir su Amaya en plena actividad
pública, porque en ella va a plasmar de forma novelada sus ideales políticos.
Incorpora a la acción situada en la Euscalerria del siglo VIII, los problemas
ideológicos de su siglo y de la Navarra de entonces; desarrolla y resuelve la
narración desde su óptica de tradicionalista y católico. La tesis del novelista
es sencilla: Los postulados cristianos están por encima de los objetivos de
este mundo, la religión triunfará sobre el patriótico aislamiento de los vascos
y les hará participar definitiva y responsablemente en los problemas y destino
final de la nacionalidad hispánica. Y en el fondo subyace una analogía entre
los contendientes de aquel entonces y las guerras carlistas. Visigodos y vascos
cristianizados serían los carlistas, frente a mahometanos y judíos que encarnan
el bando liberal.
domingo, 13 de enero de 2013
La Hispanidad, en Lágrimas en la Lluvia
Interesante programa de Lágrimas en la Lluvia analizando el concepto de la HISPANIDAD.
Con presencia del profesor Miguel Ayuso Torres Presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, frente cultural de la Comunión Tradicionalista.
miércoles, 9 de enero de 2013
Alba de Tormes tradicional, por Don Sixto Enrique
Alba de Tormes es un municipio tradicional e histórico. Contiene la villa del mismo nombre, que conforma el Ducado de Alba de Tormes, antiguo condado y señorío. Además en la villa se encuentra el sepulcro de Santa Teresa de Jesús, donde se conserva su cuerpo incorrupto.
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martes, 8 de enero de 2013
La Eterna Guardia de las Españas
Hoy como ayer
el requeté
monta la guardia eterna de España
Mientras todos cambian de camisas y colores, el Requeté monta la guardia sin jactancias y sin repliegues, alrededor del lema sacrosanto e inmutable: Dios, Patria, Fueros y Rey.
Pasaron las dinastías liberales, con sus chabacanerías y sus robos, con sus reinas volubles y sus generalitos guapos, con el despojo de los conventos para crear una burguesía adicta y con la tristeza lúgubre de vender los restos del Imperio que crearon los abuelos mayores de la Tradición.
Pasaron las republiquitas alegres con sus catorces de abril olientes a hembra barata y a vino de taberna, con sus afrentas al ejercito y a la religión, con su befa innoble de las gestas viejas.
Pasaron los filosofitos baratos que querían germanizarnos, los Orteguitas pedantuelos de la germanización antiespañola, los krausistas de la religión laica del extranjerismo.
Pasaron los dictadores ebrios del azar amigo, los que soñaron shakespirianamente con la imposible majestad de matar las libertades y corromper las conciencias.
Pasaron todos en esta película triste de la España de los últimos ciento cincuenta años...
Sólo sigue en pie el Requeté
que no es la joven guardia comunista
que no es la vieja guardia fascista
¡porque es la Eterna Guardia de las Españas!
(Francisco Elías de Tejada)
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