Según Gil Robles (Tratado de Derecho Político. Salamanca, 1899; páginas 327 y sigs.), «el remedio más completo y eficaz para curar los males económicos y sociales de los tiempos modernos consiste en la restauración y constitución de los gremios», ya que «la sociedad tenía un poderoso instrumento de orden económico, social y político también en el gremio, y el Estado no necesitaba sino prestarle las soberanas condiciones de derecho que a las demás instituciones, cuya autarquía debe reconocer y amparar»; de acuerdo con León XIII quiere que se respete la iniciativa y razonable autonomía de las corporaciones libres que deben constituirse para todos los fines humanos y sociales, desde el religioso al político, sin olvidar que «todas estas sociedades tienen personalidad propia y natural no creada por el Estado». Define el gremio como la asociación permanente de los populares para todos los fines, necesidades e intereses legítimos de clase en corporaciones formadas por los industriales de un mismo o análogo oficio, y añade: «sin gremio no hay pueblo porque no hay organismos, sino átomos, polvo que huellan las plantas de los poderosos, cuando no lo levantan en furiosos y destructores remolinos el huracán de las revoluciones».
Reconoce las ventajas del gremio en una sociedad orgánica con valores, a se, en que las corporaciones son como Fueros sociales, como libertades concretas, pero nunca como órganos e instrumentos del Estado a estilo de los Estados totalitarios. Recapacitemos sobre esta doctrina llena de claridad y solidez: «Después de la familia es el gremio la sociedad más íntima y tutelar; una ampliación para todos los fines y necesidades del hombre y, por tanto, el vínculo más natural y espontáneo de cohesión y relación entre la sociedad doméstica y la sociedad política; un órgano intermedio entre la familia y el pueblo en toda la extensión y acepciones de la palabra; son los gremios los inmediatos elementos componentes del Consejo...»
Vio el catedrático de Salamanca que el gremio surge naturalmente, pero precisa un ambiente apropiado, el de la sociedad cristiana, y es incompatible con democracias anárquicas, liberalismos destructores, y totalitarismos absorbentes; por eso, dondequiera que la injusta arbitrariedad armada de la violencia o el torpe individualismo egoísta convertido ya en vicio hereditario y congénito no sofoca, destruye y arranca hasta los gérmenes y brotes del corporativismo gremial, éste es posible.
Y así, fue la Revolución, el liberalismo y la democracia inorgánica los que destruyeron en la Cristiandad el corporativismo: «El liberalismo, al proclamar la absoluta e igual independencia de todo hombre, y la Revolución, disolviendo con airado y feroz despotismo la vida corporativa, hirieron de muerte a la democracia, porque la desarticularon y dejaron sin hogar, plantel y baluarte». Es de advertir que cuando Gil Robles defiende la democracia se refiere a la de más allá de 1789, a la orgánica, la jerárquica, la del hombre concreto, la que parte de una concepción teocéntrica del universo: la cristiana, y de ninguna manera a la que nace con la revolución antifrancesa, la inorgánica, la igualitaria, la del hombre abstracto, la que deifica al hombre prescindiendo de Dios, la anticristiana. Para él «la democracia moderna es el sarcasmo cruel con que se disfraza y autoriza el tiránico monopolio del poder soberano efectivo que, de hecho, ejercen otras clases con irresponsabilidad absoluta y anónima».
Vuelve a repetir las nefastas consecuencias del Estado liberal: «Los poderes absolutos y tiránicos han hecho cuanto han podido para, destruir la democracia, demoliendo las corporaciones, y entre los primeros el gremio, y fomentando directa o indirectamente el capitalismo y la plutocracia, mueble e inmueble con toda clase de medidas»,
En estas breves líneas condensa el movimiento y desarrollo de los gremios hasta su decadencia: «Surgió en la Edad Media a impulso de una libertad previsora, de un individualismo recto, orientados y regidos por el principio e inspiración de la caridad cristiana. Se convirtió el gremio desde hermandad religiosa, en plena sociedad de cooperación económica, en potencia defensiva de los populares, en factor de vida política, en órgano representativo, en instrumento de educación política y de gobierno. El gremio no sólo fue aceptado por los poderes públicos, sino defendido y aún impuesto como corporación obligatoria. Con él procedió el Estado como con otras sociedades que tampoco crea, por ejemplo, la familia, y con otros círculos sociales intermedios entre ella y la nación. El gremio decayó y murió antes de que se fundase sobre él un sistema de representación política que virtualmente estaba contenido en la esencia de la institución» (ENRIQUE GIL ROBLES: El absolutismo y la democracia, págs. 133 y siguientes).
[...] Maeztu nos enseñó que «querer ser otro es lo mismo que querer dejar de ser»: lo que no es perfecto institucionalmente, no es; una Monarquía constitucional y parlamentaria no es Monarquía: unas Cortes sin representación no son Cortes; un Gremio o Corporación sin vida propia, sin libertad, no son tal, sino simples órganos del Estado...
Conclusión de El Matiner:
A día de hoy, solo una verdadera Monarquía popular y social, que convoque y escuche unas Cortes verdaderamente representativas, y que sostenga y ayude a los diversos Gremios o Corporaciones, es el único remedio cabal, eficaz y eficiente, contra la plutocracia conservadora, suplantadora de la iniciativa y la responsabilidad de las personas y de las corporaciones intermedias.
Fuente del cuerpo de texto:
MIGUEL FAGOAGA G.-SOLANA, Democracia, totalitarismo y corporativismo (Revista de Política Social – número 19, Julio/Septiembre 1953).