Sin embargo, aunque los
separatismos españoles constituyen una aberración recusable, pueden ser
comprendidos psicológicamente si nos ponemos en la posición de quienes
comienzan el patriotismo por el amor a la casa paterna y comprenden la
significación profundamente antipatriótica del estatismo moderno. El Estado
centralizador, al ejercer un poder absoluto e impersonal, ajeno -o más bien
opuesto-, a los elementos vivos y entrañables de la sociabilidad y del
patriotismo, se convierten en seguida en algo esencialmente odioso para el
ciudadano medio, que sólo puede verlo bajo la especie contributiva o policial.
Si a esto se añade que ese mismo Estado ha representado la muerte de todas las
tradiciones políticas, jurídicas, administrativas, y aun culturales de las
colectividades históricas que constituyeron las Españas, puede comprenderse la
aversión y la absoluta falta de respeto interior que hacia el Estado es ya
habitual entre nosotros, de un siglo a esta parte.
De aquí no se deriva, en buena
lógica, más que la aversión al Estado moderno como instrumento uniformista y
antitradicional. Pero el Estado se adueña del nombre de la Patria -España-, lo
utiliza como propio, y procura identificar su causa y su significación con la
de él mismo. Y la distinción entre Estado y nación, y lo abusivo de esa
apropiación, que son cosas obvias en el orden teórico y en el histórico, no lo
son para quienes no viven en estos ordenes, es decir, para el pueblo. El hábito
y el tiempo va, además, consumando en las mentes de las nuevas generaciones esa
identidad que comenzó por ser un simple abuso de nomenglatura. El nombre de
España y el título de español pasan así insensiblemente, para muchos grupos
humanos, de ser algo cordial y espontáneamente sentidos a través del propio
lenguaje y de la propia tierra, a tener la misma significación hostíl que el
Estado que se los apropia. Algo semejante a lo que acontece con el escudo nacional,
que convertido en símbolo exclusivo del poder público, acaba por asociarse
psicológicamente a las notificaciones fiscales y a los uniformes de la policía.
Cuando estos hechos psicológicos
se producen, y perdura en la nación el recuerdo de motivos patrios más cercanos
al calor de lo propio, los separatismos
se producen fatalmente. Por eso ha dicho alguien que el centralismo fue el
primero de los separatismos españoles y el origen de los demás. En la primera
manifestación de esos movimientos secesionistas tuvieron mucha parte pasiones
personales, posturas de extremosidad histórica, miras caciquiles, el orgullo
colectivo de determinadas regiones, el infantil deseo de "jugar a
naciones"; es decir, factores superficiales, más bien teóricos y de reacción
momentánea, que, al cabo, se superaban en cada individuo con la reflexión y los
años. La segunda fase de estos movimientos -tanto menos violenta cuanto mas
peligrosa- estriba precisamente en la lenta extensión de ese sentimiento de
extrañeza o de molesta aversión, que la sociedad española ha sentido siempre
hacia el Estado, al nombre y la significación misma de España, que deja así de
inspirar un sentimiento profundo y cordial. Este ambiente es el terreno
propicio para un nuevo separatismo que prescinde de las fantasmales razones
históricas o étnicas en que se apoyaba el otro, para ajustarse a un
secesionismo meramente industrial o práctico.
Según Mella, los liberales y
revolucionarios no tienen derecho a hablar de unidad nacional, porque ellos han
destruido los vínculos íntimos estables de esa unidad, y los han sustituido por
ataduras y uniformismo legal, que hacen odioso hasta ese nexo externo de
unidad.
"El Estado monstruo que han
fabricado -dice- es la enorme cuña que ha partido el territorio nacional y ha
escindido la unidad nacional que antes imperaba, más por el amor que por la
fuerza, en las regiones congregadas por la obra de los siglos en torno a un
mismo hogar. Y mientras no se arranque esa cuña no habrá unidad nacional ni
patria española, sino un rebaño dirigido por el látigo estatal".
El federalismo es expresión de la formación de las sociedades políticas, construidas de abajo a arriba y no planificadas artificialmente por el Estado. Lo opuesto al Estado totalitario es la comunidad popular y la sociedad construidas federalmente. El federalismo implica el principio de subsidiariedad: reconocimiento de la actividad supletoria del Estado frente a la sociedad. El regionalismo popular es central en la superación del Estado nacional burgués y de las estructuras europeístas actuales que imponen la misma lógica centralizadora y administrativa que destruye la representatividad No es el Estado Federal, que repite la misma dinámica centralizadora al desconocer la autarquía de los cuerpos intermedios, sino el federalismo, en cuanto principio de formación social y de descentralización política de los pueblos y su verdadera libertad.
ResponderEliminarLa monarquía tradicional es la única garante de un proceso federativo orgánico.
Este fenómeno no sólo ha afectado, efectivamente, a las zonas donde ha emergido el separatismo, sino a todas las regiones de España donde se ha perdido todo sano y auténtico patriotismo fuera de un vago sentimentalismo folclórico. La confusión entre Estado y Nación ha acarreado como efectos: la extensión del separatismo en algunas zonas, la falta de patriotismo en todas y como tercer efecto la emergencia de ese repugnante "nacionalismo español" de tinte jacobino y burgués, que hoy muchos enarbolan o ese vomitivo "patriotismo constitucional". Todo ello contribuye a hacer más odioso ese Estado español que ha sustituido a Las Españas ante el pueblo.
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