Aviñón 21 abril 2018. Homenaje a
Charles Maurras (1868-1952). Bajo la presidencia de S.A.R. Don Sixto Enrique de
Borbón. Organiza: Amitié et Action Française
Charles Maurras se opuso
con firmeza al "monstruo de las tres cabezas", de las tres "R", que invadían Europa: Reforma,
Romanticismo y Revolución, provenientes de las brumas norteñas del germanismo. Subjetivismo y sentimentalismo, en suma, provenientes de la Prusia bárbara, oponiendo con fuerza la afirmación latina: católica, clásica y monárquica; orden, claridad, racionalidad, de estirpe greco-romana. Su recio combate desde la Acción Francesa contra la disolvente República y sus principios
laicistas y secularizadores, con la afirmación de que "la única base para la
latinidad lo constituye el catolicismo" y su afán por la restauración monárquica en Francia. Lo
sitúan, sin duda, como un oponente lúcido al curso político decadente nacido desde la Revolución
francesa.
Su enfrentamiento teórico y práctico contra el sistema parlamentario liberal, del que denunció sus mitos y sofismas, y contra el centralismo jacobino, con su aferrada defensa de la lengua occitana y del regionalismo, son rasgos puntales de su trayectoria vital y política contra-revolucionaria.
El gran movimiento intelectual creado por su influencia es de gran interés para el tradicionalismo hispánico, con las salvedades contextuales de su origen en el positivismo y allende de los Pirineos, donde la devastación moderna había arrasado los rescoldos de la sana filosofía y la Tradición. Su postrera estigmatización personal, verdadera venganza política, tras la II Guerra Mundial, es una verdadera infamia, injusta a todas luces, impuesta por los poderes plutocráticos vencedores en la contienda y deseosos de acallar cualquier resistencia cultural al avance de la Revolución liberal y marxista. Un intento de criminalización intelectual de la disidencia al mundo moderno, que el gran pensador provenzal tuvo que sufrir.
Su enfrentamiento teórico y práctico contra el sistema parlamentario liberal, del que denunció sus mitos y sofismas, y contra el centralismo jacobino, con su aferrada defensa de la lengua occitana y del regionalismo, son rasgos puntales de su trayectoria vital y política contra-revolucionaria.
El gran movimiento intelectual creado por su influencia es de gran interés para el tradicionalismo hispánico, con las salvedades contextuales de su origen en el positivismo y allende de los Pirineos, donde la devastación moderna había arrasado los rescoldos de la sana filosofía y la Tradición. Su postrera estigmatización personal, verdadera venganza política, tras la II Guerra Mundial, es una verdadera infamia, injusta a todas luces, impuesta por los poderes plutocráticos vencedores en la contienda y deseosos de acallar cualquier resistencia cultural al avance de la Revolución liberal y marxista. Un intento de criminalización intelectual de la disidencia al mundo moderno, que el gran pensador provenzal tuvo que sufrir.
"Nuestra fase de
nacionalidades, abierta por la Reforma y la Revolución, es una decadencia. No
hay que ilusionarse, el género humano no ha progresado desde que está encerrado
en los marcos estrictamente nacionales. La humanidad civilizada tenía en otro
tiempo, por límite y garantía la Cristiandad Católica...Dicha garantía y dicha
frontera se han estrechado a la medida de las nacionalidades. Es una
pérdida".
Charles Maurras.
L´Ordre et le Désordre
Extracto de Una visión española de la Acción Francesa:
El agnosticismo personal, el
positivismo filosófico y el contexto francés, sin luda, alteran cuando no
invierten la perspectiva. No podría haber sido de otro modo. Así, resaltan las
convergencias tanto como las divergencias entre el planteamiento carlista y el
maurrasiano. Cuando los pensadores y los reyes carlistas insistían en que la “unidad
católica” constituía el fundamento del tradicionalismo y su defensa el primer
principio político, decían algo semejante sin duda a lo expresado por el gran escritor
provenzal, pero también algo sensiblemente distinto. Pues detrás de la postura
hispánica se encontraban el tomismo y el magisterio pontificio (indubitado en este
punto hasta el II Concilio Vaticano en la adhesión a la constitución cristiana
de los Estados) que, de consuno, concluyen: salus animarum suprema lex.
Mientras que desde el ángulo francés se combinaba el positivismo y el nacionalismo:
salus reipublicae suprema lex. No sé si se ha tenido suficientemente en cuenta
lo anterior a la hora de motejar de “nacional-catolicismo” la postura del
tradicionalismo hispano.
Un segundo ámbito en el que pueden seguir rastreándose
las diferencias es el de la articulación de las sociedades. Para Maurras la
génesis de la sociedad se realiza en dos tiempos o procesos independientes que
responden a dos causalidades diferentes: la formación propiamente tal de la
sociedad, de la familia hasta la nación, es un proceso natural y casi
biológico, desarrollado según leyes científicas; sobre el que la acción del
espíritu, regido por la libertad y la moralidad, tiende a elevar la vida
colectiva a un nivel más alto de espiritualidad y de cultura. Tesis que difiere
profundamente de la concepción aristotélica y clásica de la sociedad, en la que
no cabe esa disociación entre orden de la naturaleza y orden del espíritu,
entre sociedad y civilización. Si se parte de la unidad sustancial del hombre y
su sociabilidad natural la sociedad es un producto de la naturaleza humana
entera, de modo que en la más pequeña y primitiva célula social ha de reconocerse
ya el sello del espíritu y, con él, de la moralidad.
Lo anterior podría
llevarse hasta los ámbitos más diversos, de la concepción de la nación, del “fuero”
y de la propia monarquía.
El nacionalismo "integral" de Maurras no era
intencionalmente un nacionalismo revolucionario. Pero otra cosa es que quizá
a la larga lo haya podido reforzar, pues después de 1789, en Francia, lo que
quedaba del viejo patriotismo tradicional ha sido engullido por el nuevo
revolucionario, ideológico y humanitarista surgido de la Revolución francesa,
quid pro quo al que la escuela maurrasiana finalmente habría contribuido. Esa
distinción entre las “dos patrias” conserva también todo su valor en España.
Sin embargo, entre nosotros, a diferencia de lo acaecido ultrapirineos, el
pensamiento tradicional no ha contribuido a la mixtificación denunciada, ya que
desde siempre y hasta hoy ha separado la tierra de los padres y la “ideología”
nacional, con distingos terminológicos o conceptuales más o menos afortunados
pero siempre netos.
Pasemos al “fuero”. Maurras citó
en una ocasión la fórmula, que dice haber oído en castellano a un nacionalista
(francés), “un césar con fueros”, como expresiva del régimen ideal. Donde "césar" significa "una autoridad enérgica". Y “fueros”
“libertades municipales y provinciales”. Y añade: “Pero este
nacionalista hablaba español y latín. Hablando francés hubiera dicho, poco más
o menos, como el conde de París: "Estado libre, municipio libre"
[...]”. Aunque también es cierto que, en otra ocasión, a propósito de estudiar
la descentralización, marcó con claridad las insuficiencias de ésta de ésta en relación
con el federalismo, que —al menos en una de sus versiones— podría aproximarse
al “fuero”. Este, sin embargo, no sólo implica mucho más que las libertades
municipales, sino incluso que el federalismo. Pues pertenece a un contexto que
no es el del Estado moderno, sino el de la comunidad política del medioevo. Que
en el mundo hispánico se prolongó en la monarquía de la Casa de Austria,
mientras que en Francia desapareció precisamente por la centralización regia.
El pensador francés, pues, se aproxima una vez más al universo conceptual del
carlismo, pero también aquí quizá quede nuevamente distante de su comprensión
última.
Lo anterior alcanza también a los caracteres identificadores de la
monarquía, que para Maurras no eran otros que tradicional, hereditaria,
antiparlamentaria y descentralizada. Y que, de nuevo, tienen una menor densidad
teórica que los de tradicional, social, representativa y foral propios del
pensamiento carlista. Pues lo que en aquél se presenta en términos puramente negativos,
de oposición al parlamentarismo y a la centralización, en éste aparece
formulado positivamente. En efecto, hallamos el valor y sentido de la monarquía
hereditaria (aristocrática), de la representación corporativa (popular) y del
proceso de integración histórica (federativo o foral) en la formación de la
nacionalidad española. La imagen conductora de la monarquía, caracterizada como
social, tradicional y representativa, encaja pues en la gran tradición del
régimen mixto y del gobierno templado. La monarquía entraña, en primer lugar, y
como punto de partida, la idea de un gobierno personal -aunque cohonestado,
como acabamos de ver, en ciertos sectores con los principios aristocrático y
democrático—, y también la de un poder en alguna manera santo o sagrado, es
decir, elevado sobre el orden puramente natural de las convenciones o de la
técnica de los hombres, ideas que la hacen incompatible en el fondo con el
régimen parlamentario liberal nacido de la teoría de la soberanía popular. Finalmente
no ha de olvidarse que Maurras, en pro de fusionismo dinástico, también de
origen nacionalista, sostenía la restauración en los Orleáns. Lo que para los
carlistas resultaba doblemente odioso, pues al regicidio y a la usurpación
sumaban el desconocimiento de los derechos de los príncipes carlistas como sucesores
del Conde de Chambord.
Puede concluirse, pues, que el carlismo vive y explica
una tradición intelectual y política, que es la de la monarquía hispánica
heredera del régimen de Cristiandad de la Edad media, en lucha contra la
modernidad en cualquiera de las metamorfosis de ésta. Se trata de un tradicionalismo
integral y esencial al tiempo, deudor del tomismo, sobre el que se injerta el
legitimismo estricto. El universo conceptual de la Acción Francesa, por el
contrario, se mueve en las coordenadas de la pérdida de la tradición metafísica
de la filosofía escolástica, que tuvo lugar en Francia, y de la pura reacción contra
los desastres de la época de las revoluciones. Las múltiples contaminaciones
modernas que es dado encontrar, sin embargo, no quitan los numerosos elementos
de salud para una reconstrucción política. Pero nada de ello, muy apreciable en
Francia, había de sentirse como ejemplar en España, donde la tradición carlista
custodiaba con mayor ortodoxia y rigor un riquísimo patrimonio. Si acaso, en un
momento en que el carlismo se hallaba en horas bajas, intelectual y
políticamente hablando, hasta la reemergencia en tiempos de la II República,
podía verse con envidia el bullicioso mundo intelectual que la Acción Francesa
había logrado articular en su torno.
Sobre el pensamiento de Maurras y su perspectiva "positivista" el profesor Rafael Gambra, maestro del tradicionalismo hispánico contemporáneo ha dejado escrito en su obra "La monarquía social y representativa":
ResponderEliminar"La obra de Maurras es una visión "desde fuera", ajena al espíritu o principio interno que creó a la sociedad medieval, muy apta para penetrar en una extensa zona de la opinión con la fuerza apodíctica que en el mundo moderno tiene lo experimental y científico (...)pero incapaz de crear el impulso y los sentimientos que podrían engendrar una restauración"
Además hay que recordar y agradecer a Charles Maurras su decidido apoyo al Alzamiento Nacional del 18 de Julio de 1936, como un acto de salvación de la civilización; en el lado opuesto encontramos la postura miope del "gurú" del catolicismo liberal y la democracia-pretendidamentecristiana, Jacques Maritain, que se mostró en todo momento contrario, sin entender que se jugaba realmente en la contienda.
ResponderEliminarUna visión Española de la Acción Francesa por Miguel Ayuso.
ResponderEliminarhttps://carlismo.es/miguel-ayuso-una-vision-espanola-de-la-accion-francesa/
EN ESPAÑA:
ResponderEliminar"España fue una federación de repúblicas democráticas en los municipios y aristocráticas, con aristocracia social, en las regiones, levantadas sobre la monarquía natural de la familia y dirigidas por la monarquía política del Estado"
(Juan Vázquez de Mella)
EN FRANCIA:
"Las libertades abajo, la autoridad arriba; el Rey protector de las repúblicas francesas"
(Charles Maurras)
Charles Maurras odiaba el poder del Dinero, y a la civilización burguesa, por eso combatió a la plutocracia republicana y pretendió restaurar la única institución que puede vencer al poder anónimo del Oro: la monarquía.
ResponderEliminarEl parlamentarismo liberal era el reino de la demagogia y de los demagogos burgueses, la democracia, como tiranía del número, era la muerte de la civilización y de la cultura. El caos moderno de una decadencia. Así lo denunció con su pluma por lo que sufrió la venganza política de las inmisericordes democracias.
"Maurras preconizaba una alianza entre la inteligencia y la sangre: la dinastía, los elementos más antiguos de la nación, la tradición filosófica y religiosa combinadas. Quien reinará, en efecto, en los tiempos futuros? ¿La fuerza ciega del poder financiero? ¿El proletariado? ¿La técnica? ¿O bien "Otras fuerzas pero éstas personales, nominales y responsables"? ¿Y porque no el protector de las Letras, de las Armas y de las Leyes?. Abría que desarrollar aquí el pensamiento de Maurras sobre el dinero, en particular sobre el tipo de régimen, reflexión que tanto debe a Arístoteles como a La Fontaine y a la tradición católica. Aparte de sustentarse en la historia de Francia, su solución descansa sobre la hipótesis de una afinidad natural entre monarquía e inteligencia, cuyas propias dinámicas se oponen, a modo de frenos, a las fuerzas de la contestación y la destrucción."
ResponderEliminarStéphane Giocanti. Charles Maurras. El Caos y el orden
Que nos puede aportar Charles Maurras al día de hoy, pues quizás algunas orientaciones generales y que no tocan al nervio de lo doctrinal:
ResponderEliminarEn primer lugar su “Politique d’abord” primero la política, en el sentido cronológico. No se puede soñar con cambios morales o económicos, que no empiecen por poner el instrumento político en manos del poder restaurador. No se puede poner la carreta antes que los bueyes, aunque el valor supremo esté en la carreta. Esto frente al repliegue de tipo comunitarista.
En segundo lugar su afirmación de que en política la desesperación es una estupidez. Hay que tener perspectiva histórica. No hay estructuras irreversibles. Y es importante tener eso claro frente a los que “sacralizan” los paradigmas actuales y se empeñan como táctica en un “entrismo” en el sistema o de camuflaje doctrinal.
Y en tercer lugar y derivado del anterior, ser coherentes con una batalla fundamental, el anti-parlamentarismo. Se puede ir a elecciones como táctica (aunque A.F no lo hizo), en un momento dado, pero fundamentar la estrategia y el planteamiento político a la vía electoral y al parlamento, es simplemente ser engullido por el sistema y un fracaso histórico.