La Monarquía Hispánica, más allá
de un “Imperio”
Publicado en octubre de 2016 su
primera edición el libro Imperiofobia y leyenda negra de María Elvira Roca
Barea, por la editorial Siruela, llega en 2018 a las dieciocho ediciones,
alcanzado la consideración de fenómeno editorial. El libro comentado consta de 481 páginas y su tema es la Leyenda Negra anti-española, término
usado por primera en España como carácter de denuncia, por la escritora
carlista Emilia Pardo Bazán, tal como recoge el libro. El libro contiene dos
tesis fundamentales.
Una primera es la afirmación de
que la Leyenda Negra fue un invento propagandístico de los enemigos del Imperio español, mera obra de propaganda
de guerra. Una monumental mentira histórica, falsa en todo su contenido. Así de
clara y contundente se manifiesta la académica malagueña. Repasa las guerras de
religión, la inquisición, la conquista de América... aportando los suficientes
datos para demostrar, fuera de toda duda, su afirmación. La Leyenda Negra
existió, lo demuestra, es una falsedad, lo demuestra, y sigue operativa, lo
demuestra. No es producto de una manía conspiratoria de cierta derecha que
imagina contubernios y conjuras anti-españolas.
En segundo lugar se presenta una aproximación
al concepto de Imperiofobia como
fenómeno de envidia ligado a los grandes Imperios, y que habría generado las
Leyendas Negras de estos. Estudiando los casos de Roma, Rusia y Estados Unidos,
pretende analizar con más profundidad y mejor perspectiva el Imperio Español. Es aquí donde
encontramos ciertos desenfoques y equívocos, que es conveniente señalar.
Empezaremos por matizar que la
denominación Imperio Español es un puro convencionalismo, pues jamás existió el
título legal de Imperio en las Españas americanas, por más que las analogías con la Roma imperial y el confusionismo
histórico al coincidir en Carlos I de Castilla y Aragón el título de Emperador
hayan extendido esta convención. En puridad España fue una Monarquía misionera
en la forma y en el fondo fue absolutamente distinta de las iniciativas
imperialistas de índole netamente mercantil alumbradas fuera del catolicismo,
en el mundo pagano y especialmente por el protestantismo y el liberalismo. Así
no es dable trazar una secuencia entre la obra de España en América con los
ejemplos propuestos, a excepción, en parte, de la Roma imperial, como
civilizadora y sublimadora de pueblos.
La autora establece la tesis de
que las causas que dan lugar a este fenómeno son en el fondo comunes; un odio y
una envidia de naciones dominadas, básicamente oligarquías locales, sometidas a
un poder nacional extranjero centro del Imperio. La raíz sería, por tanto,
preferentemente de tipo nacionalista, una especie de racismo hacia arriba,
hacia el dominante. Las causas del odio a España serían comunes a los odios a
otros imperios, especialmente a Estados Unidos. La tesis no hace los necesarios
distingos entre críticas verdaderas o falsas, y las necesarias precisiones
sobre los principios rectores de cada imperio y su verdadera significación.
Simplemente se limita a trazar un mínimo común denominador en torno a una
discutible categoría de Imperio. Ciertamente que la Leyenda Negra creó una
verdadera hispanofobia que se convirtió en el eje central del nacionalismo
luterano y de otras tendencias centrífugas que se manifestaron en los Países
Bajos e Inglaterra. Odio a lo español, traducido en propaganda
y mentira. Pero, tenemos que añadir que no fue únicamente odio nacional, sino que conlleva un fuerte
componente específico de odio ideológico.
La Leyenda Negra es asumida
íntegramente por el liberalismo español del siglo XIX y posteriormente por parte de la izquierda (ejemplos de honestidad
intelectual fueron Claudio Sánchez Albornoz e incluso desde la Historia del
Derecho Gregorio Peces-Barba, conceptuando las Leyes de Indias como “el primer
código de derechos fundamentales”) y por todo el progresismo, siendo una de las
causas de la generación del artificial
“problema de España”. En los ilustrados españoles es la aversión de lo
católico lo que hace problemático lo español, al carecer de causas explicativas
de envidia y odio nacional hacia el dominador extranjero. Más que de
hispanofobia, tendríamos que hablar, por tanto, de catolicofobia, aunque ambos
conceptos se mezclen y hasta puedan confundirse. Ese odio ideológico demuestra
cuánto hay de anti-catolicismo en la Leyenda Negra, más allá del componente
puramente nacional.
María Elvira Roca Barea
Se puede comprender en cierto
modo la perspectiva de la autora, a la que aludimos, por un fragmento de la
Introducción del libro. María Elvira Roca reconoce no conocer bien el
catolicismo (incluso sus claras discrepancias), lo que por un lado explica su
acento en la hispanofobia y no en la catolicofobia en la tesis del libro,
además de resultar paradójico porque el Imperio español defendido en el mismo,
era movido precisamente por esa moral católica que la autora critica. Limitación
de enfoque en la autora, que afecta la conceptualización profunda del caso
español y los odios que generó, muy distintos a los de otros Imperios:
“El primero tiene que ver con el
tema de este libro, que está irremediablemente vinculado a creencias e
ideologías. Y sé que la primera tentación de muchos lectores será saber desde
qué punto de vista ideológico está escrito, para así determinar si le merece
confianza o si vale la pena leerlo. No veo inconveniente en facilitar este
escrutinio. No tengo vínculo de ninguna clase con la Iglesia católica.
Pertenezco a una familia de masones y republicanos y no he recibido una
educación religiosa formal. Auscultándome para ofrecer al lector una
radiografía lo más precisa posible, me he dado cuenta de que la persona de
religión con quien más trato he tenido ha sido el reverendo Cummins de la
parroquia baptista de Harvard St. (Cambridge, MA), un hombre bueno y un
cristiano ejemplar. No comparto con el catolicismo muchos principios morales.
Las Bienaventuranzas me parecen un programa ético más bien lamentable y poner
la otra mejilla es pura y simplemente inmoral, porque nada excita más la maldad
que una víctima que se deja victimizar. Defenderse es más que un derecho: es un
deber. Dos principios católico-romanos me resultan admirables y los comparto
sin titubeo, a saber: que todos los seres humanos son hijos de Dios, si lo
hubiera, y que están dotados de libre albedrío. Es extraordinario que la
Iglesia católica jamás haya coqueteado con esa idea aberrante, madre de tantos
demonios, entre ellos el racismo científico, que es la predestinación”.
Es necesario puntualizar las
afirmaciones contenidas en este fragmento, porque afectan al hilo conductor
argumental de la tesis del libro. La base de la moral católica está en el
Decálogo que revela positivamente la propia Ley Natural. El Decálogo es
profundizado en el cristianismo en el Espíritu de la Ley, que se manifiesta por Jesucristo en las Bienaventuranzas. Camino de perfección espiritual. Son además
una promesa de Dios, escatológica, que manifiesta la certeza de una aspiración
del ser humano, el anhelo de Justicia. El reclamo de los inocentes y los justos
de todos los tiempos, a los que Dios da la seguridad del cumplimiento perfecto
de la Justicia en el Reino de Dios. En la recopilación de todas las cosas en
Cristo que cumple ese anhelo del hombre, de que el Bien, la Verdad, y la
Justicia tendrán la última palabra en la vida humana, más allá de las
contingencias y avatares temporales. La promesa de Dios, contenida en las
Bienaventuranzas, es igualmente el reverso de todas las utopías justicieras que
se manifiestan en las ideologías revolucionarias, que como religiones
sustitutorias secularizadas intentan inmanentizar ese anhelo humano a la
justicia, trayendo el reino de Dios a la Tierra, vieja herejía de signo
joaquinista, revivida por los milenarismos ideológicos modernos de origen
protestante, que sólo han traído violencia y caos. Que las Bienaventuranzas no
son fuente de resignación y pasividad ante la realidad del mundo lo demuestra
que fue el catolicismo quien engendró y vivifico la obra civilizadora de la
Monarquía Hispánica, que no era sino una Cristiandad menor, una vez fracturada
la mayor por el protestantismo, realizando en lo posible dentro de la realidad
limitada y contingente del hombre y de su naturaleza caída, una obra magna al
servicio de la Justicia. Obra de la moral católica imperante en el orbe
español. Los propios hechos narrados en el libro, bastarían para desmontar esa
crítica a lo “lamentable” de la moral católica.
A renglón seguido la autora hace
referencia a la sentencia escriturística de la “otra mejilla”. Tampoco aquí
parece comprender el principio católico. El catolicismo enseña siguiendo a
Santo Tomás, que la “Gracia no destruye la naturaleza”, es más, la presupone.
Este axioma es básico en toda la filosofía católica, por dicha razón y una vez
más el catolicismo asume el Derecho natural, que incluye lógicamente el derecho
a la legítima defensa, y el combate contra el mal. La frase debe ser interpretada
como la necesidad en el hombre de la virtud de la templanza y la mesura. El
hombre debe ser pacífico, ni vengativo, ni violento. Otra dialéctica aparece,
sin embargo cuando lo ofendido no es uno mismo, sino realidades que están por
encima del hombre: el hogar, la familia, la patria, la religión; allí aparece
Jesucristo echando violentamente a los mercaderes del templo con un látigo. La
realidad de Las Españas aúreas, movidas por la moral católica, en defensa
férrea de la Verdad, el Bien y la Justicia, vuelven a desmentir la afirmación
de la autora, que más parece fijarse en una enseñanza de un cristianismo modernista
filo-protestante, que en la auténtica Tradición Católica de siglos.
Termina María Elvira Roca
afirmando que hay dos principios católicos que si admira. Y ciertamente la
Iglesia salvó la libertad humana y su dignidad en las aulas de Trento frente a la
predestinación luterana, como recuerda Ramiro de Maeztu en su Defensa de la
Hispanidad, y la España católica defendió esas verdades con sus Tercios en los
campos de Flandes, defendiendo no a un Imperio español, mera unidad política,
sino a una Monarquía Misionera Católica, portadora de la Verdad y la Justicia. Defensa
con la mano derecha, con la mano de la pluma y la espada.
En este sentido nos vuelve a
parecer reduccionista conceptualizar la revuelta luterana por su significación
nacionalista, sin incluir sus consecuencias económicas y políticas (capitalismo
y liberalismo) derivadas de su error religioso. Fue el error religioso
(herejía) el que llevó a un error político (liberalismo) y a un error económico
(capitalismo), en fatal y lógica correlación. La autora no entra en la
complejidad del tema, careciendo de una mirada, ya no teológica, sino
filosófica sobre los hechos históricos. Al final pareciera que el Imperio de
Carlos V fuera un anticipo de la actual Unión Europea, y que todo se redujera a
un enfrentamiento entre una concepción unitaria política liderada por España y
el nacionalismo.
La carga ideológica de la autora
(sus alabanzas a EEUU, y a la Unión Europea nos dan bastantes pistas
interpretativas) pesa mucho en la tesis del libro, que será del gusto de los
“patriotas seculares” del nacionalismo español que se extasían con las pobre
visión épica alatristeniana, donde se presenta una suerte de nihilismo heroico
vacío del patriotismo español, fruto del deficiente conocimiento de lo que fue
nuestra realidad histórica, donde lo católico no es un mero adjetivo sino el
verdadero sustantivo.
Pese a esas confusiones nos
parece un material interesante. Celebramos que desde los más diversos orígenes
se abra paso la denuncia de la oscura leyenda antiespañola, que tuvo entre sus
mejores develadores del siglo XX al protestante estadounidense Philip Powell,
fundamentalmente a través de su libro The Tree of Hate: Propaganda and
Prejudices Affecting Relations with the Hispanic World y al francés Jean
Dumont, cuya obra fue publicada en español gracias en gran parte a la difusión
por el carlismo y al mecenazgo de la Fundación Elías de Tejada. Precisamente
los materiales propuestos en el notable libro al que hacemos referencia merecen
ser acotados con la ya clásica definición de Elías de Tejada para entender la
Historia de la Monarquía Hispánica de forma cabal:
“(…) las Españas fueron una
Monarquía federativa y misionera, varia y católica, formada por un manojo de
pueblos dotados de peculiaridades de toda especie, raciales, lingüísticas,
políticas, jurídicas y culturales, pero, eso sí, todos unidos por dos lazos
indestructibles: la fe en el mismo Dios y la fidelidad al mismo Rey. Tan cierto
es esto que dos hechos aparecen con luminosidad cegadora a cualquier estudioso
de nuestros años magnos: primero, la monarquía era tan varia que hasta en los
títulos variaba, pues que no había Rey de España, sino rey de Castilla o de
Nápoles, duque de Milán o del Brabante, señor de Vizcaya o de Kandi, marqués
del Finale o de Oristán, conde de Barcelona o del Franco-Condado; segundo, cada
una de estas arquitecturas políticas de las Españas supusieron la autonomía institucional
y la libertad, autonomía y libertad perdidas por dichos pueblos desde Cerdeña
al Artois o desde Flandes a Sicilia, cuando la fuerza de las armas --y quede
claro que jamás la voluntad de los pueblos españolísimos siempre-- las hicieron
salir de la confederación de las Españas”.
Francisco Elías de Tejada. El
Franco-Condado Hispánico. Ediciones Jurra, Sevilla 1975. Capítulo I Puntos de
Partida. 1. Presupuestos doctrinales.
"La Hispanidad está compuesta de hombres de las razas blanca, negra, india y malaya, y sus combinaciones, y sería absurdo buscar sus características por los métodos de la etnografía"
ResponderEliminarRamiro de Maetzu. Defensa de la Hispanidad
La Revolución, y la modernidad odian a la Tradición. Ese es la principal causa de la hispanofobia. Se odia lo que España significó y representa en el mundo: la cosmovisión católica de la vida y de la comunidad política. La defensa de la cristiandad. El componente de odio nacionalista, explicado por ser la nación poderosa y dominante, odio por tanto del todo semejante a los que pueda haber en otros casos, se nos antojan del todo reduccionista y de muy menor peso.
ResponderEliminarLas guerras de religión, fueron verdaderos choques de cosmovisiones (antropológicas, y filosóficas derivadas de la teológicas) y sus consecuencias políticas, sociales y económicas. Verdaderas guerras ideológicas. Por tanto es un error el reducirlas a guerras de tipo nacional, exagerando un componente, el nacionalista que además se va creando en ellas, por lo que no podría ser su causa. Es el protestantismo la causa del nacionalismo moderno, no al contrario, aunque el luteranismo fuera vehículo de rebeldía de algunos príncipes alemanes contra el Imperio.
ResponderEliminarA la autora le falta filosofía, especialmente metafísica, su análisis es muy positivista. Se le ha criticado que da una visión final de extrema-derecha pero es que eso en esencia no deja de ser un liberal-conservadurismo. Su opinión sobre los EEUU es muy significativa.
ResponderEliminarLas equiparaciones entre grandes "Imperios" sin tener en cuenta su cosmovisión, a lo que sirven es un reduccionismo fatal. El enfrentamiento Tradición-Revolución es decisiva en todo análisis más allá de un marco positivista.
Toda la Europa actual vive y se alimenta de ese mito de hispanofobia y odio a lo católico (anti-catolicismo), porque está en su carta fundacional, en su ADN. Es el choque frontal de dos cosmovisiones radicalmente antitéticas. La católica hispánica y la anglo-sajona protestante. Y por eso mismo no son equiparables esos fenómenos "Imperiales".
ResponderEliminarHabría que tratar otros casos como el "Imperio islámico". Lo importante es la sustancia de los mismos. A quien sirven y que consecuencias conllevan, más allá de que todo "Imperio" genera de por sí, una crítica, una Leyenda Negra por parte de sus enemigos.