jueves, 25 de noviembre de 2010

Eleccions autonòmiques: abstenció o vot antiislamització

Otger Cataló, mite fundacional de Catalunya, venç al invasor mahometà.

El Carlisme davant les pròximes eleccions autonòmiques a Catalunya

El diumenge 28 de novembre es celebren eleccions a l'anomenat "Parlament de Catalunya". No es presenten candidatures carlines. El procés electoral en curs --de per sí il·legítim-- està, a més, viciat per la normativa electoral vigent, exemple de totalitarisme, incongruència i corrupció generalitzada. Sigui qui sigui qui afirmi el contrari, no existeix obligació alguna de participar en el mateix: l'abstenció no és solament una opció legítima, sinó segurament la més legítima de totes.

No obstant això, en atenció a les particulars circumstàncies del moment, especialment a l'amenaça que la creixent presència mahometana suposa per a la Fe, per a la tradició catalana i hispànica i per a la convivència civilitzada, la Comunió Tradicionalista considera acceptable que aquells que així ho desitgin exerceixin el seu vot en favor de les candidatures de "Plataforma per Catalunya" (PxC). Encara que aquesta formació presenta alguns plantejaments que els carlins no poden subscriure, la seva decidida oposició a l'expansió mahometana poden fer-la mereixedora dels vots dels tradicionalistes i, en general, dels catòlics conscients.

Novembre 2010

Secretariat Polític de S.A.R. Sixte Enric de Borbó

martes, 23 de noviembre de 2010

Cataluña contra el Islam: Cruzados catalanes contra el turco.

En los Anales de Narciso Feliu de la Peña encontramos el recuerdo de aquellos hechos...el propio historiador completa la referencia a los héroes catalanes de aquellas guerras que de 1683 a 1686 liberarían definitivamente Austria y Hungria del peligro y de la dominación turca, con las siguientes palabras, que creo deber citar extensamente por referirse a acontecimientos que han sido después en nuestro tiempo sepultados en el más completo olvido:

"A 10 de marzo de 1686 se público el jubileo plenísimo concedido por su Santidad a los que asistiesen a la guerra de Hungría con sus personas o limosnas. Acudieron fieles el celo y piedad catalana en lo general como pudieron con los donativos, y más de ciento cincuenta con sus personas, sólo llegando allí algunos ochenta: de éstos, sesenta se hallaron en las guerras y asedio de Buda, y en otras ocasiones, manifestando su valor, en crédito de la Nación, siendo los primeros en los avances, y sacrificando los más gloriosamente su vida en defensa y testimonio de la constancia de la Fe Catalana. Pondérese este valor heroico, aún en hombres poco conocidos de nuestra Nación, en el tomo tercero de la Historia del Señor Emperador Leopoldo, folio 304 con las palabras siguientes:

(Con el título al margen que dice "Elogio de los catalanes"): Ni menos se nos hace sensible el deber de pasar en silencio el nombre de cincuenta a sesenta catalanes voluntarios, la mayor parte gente humilde, siendo de diferentes oficios mecánicos, pero generosos en la intención , y fervorosos en los intereses de nuestra Sagrada Religión : dignos a la verdad de la más justificada alabanza , pues que, saliendo del rumbo ordinario de su profesión, vinieron de tan remoto clima a ofrecer sus vidas por la fe: estos, pues, estimulados de su devoción, partieron en diferentes cuadrillas , unos por tierra, algunos por mar , y todos atropellando un monte de dificultades, que suelen ser inseparables de la pobreza en un viaje tan grande, y sin el conocimiento de la lengua , llegaron a la imperial ciudad de Viena...Quede, pues, memoria en esta admirable narración esta acción , que aunque la individualidad no singularice el nombre de estos devotos y valerosos españoles, no por eso deja de vocear sus hechos la fama, teniendo el digno asunto de aplaudirlos en los Anales, que conserva su permanente Templo, ya que hicieron la peregrina azaña de venir de tan lejos, y ejecutar lo que era tan distante de su profesión"

(Narciso Feliu de la Peña: Anales de Cataluña, vol III, pp. 387-388); tomado de "La Tradición Catalana en el siglo XVIII ante el absolutismo y la ilustración, de Francisco Canals Vidal"

sábado, 20 de noviembre de 2010

Fueros y patriotismo (III)

Pero, y ese amor a los fueros y a las regiones, a lo vario, ¿no es perjudicial al amor y al sacrificio por lo uno, por la Patria: España? "Decidles, respondía Nocedal, que al amor y en la variedad de los fueros se formaban aquellas legiones de héroes que llevaron triunfantes y ensancharon por el Rosellón y el Franco Condado, y los Países Bajos y Milán, y las dos Sicilias, y Africa, y Asia, y Oceanía y por toda la extensión de América la unidad católica, la unidad de la Patria española y la gloria y la fama de nuestras libertades tradicionales, y que cuando el cesarismo regalista y galicano del siglo XVIII nos hubo hundido en las ignominias de Godoy, los Llorente y los González Arnao, padres y maestros del liberalismo en España, y Carlos IV y Fernando VII nos entregaron miserablemente a Napoleón , la Fe católica y la tradición foral, resucitada en las Juntas y en la defensa de las provincias, salvaron la unidad y la independencia de la Patria. Decidles que nuestros padres amaban a España y peleaban por su gloriosa bandera con doble amor y doblado entusiasmo: con el amor a la unidad de la Patria que tan grande les hizo en toda la redondez de la tierra, y con el amor a los fueros y libertades que tan dichosos los hacía en la región nativa, a la sombra cariñosa de su iglesia, al abrigo del privilegiado municipio, en el retiro de su hogar cristiano y libre".

(“El Tradicionalismo político español y la Ciencia hispana” de Marcial Solana. 1951)

En defensa de los Fueros (I)
En defensa de los Fueros (II)

lunes, 15 de noviembre de 2010

¡Ah! si yo hubiera estado allí

Cuentan que Clodoveo, tras conocer la pasión de Nuestro Señor, exclamó “¡Ah! si yo hubiera estado allí con mis francos!” Todos hemos tenido en nuestros años infantiles y mozos esta misma reacción, tan ingenua como natural, ante la pasividad de quienes asisten a injusticias o crueldades flagrantes, sin mover un dedo. ¿Quién de nosotros no ha pensado “¡ah! si yo hubiera estado allí” al oír hablar de la quema de conventos, del linchamiento de religiosos o de las profanaciones públicas de lugares sagrados?

Lo mismo nos pasa, en cierta medida, con las generaciones que han precedido a los grandes desastres de nuestra historia: ¿Cómo pudieron los habitantes de la España visigoda permitir la invasión musulmana, sin apenas resistencia? ¿Acaso no nos sublevamos también ante la inacción de quienes permitieron la segunda república o consintieron con la “transición” hace tan pocos años? “¡ah! si yo hubiera estado allí”.

Pues, no te quepa la menor duda: hoy estás allí. Allí donde puedes demostrar tu capacidad de entrega y sacrificio. Basta con mirar alrededor, hoy que en nuestra patria, los poderes liberales y socialistas destruyen cuanto queda de sanas costumbres, se aprestan a fragmentar nuestra patria y emplean todos sus medios para desarraigar los últimos restos de catolicismo. Basta con ver, en calles y barrios, cómo crece la marea islámica, dispuesta a dominar nuestra sociedad con su ley cruel y primitiva, haciendo valer hipócritamente los supuestos derechos humanos, que ellos mismos desprecian. Basta ver cómo tantos eclesiásticos, que empiezan a sentir consternación por todo ello, en vez de animar a los católicos, no se les ocurre sino “ir al encuentro de la laicidad” y promover un multiculturalismo no fundamentalista. Palabrería vana que sólo sirve para acrecentar la perplejidad de los fieles y regocijar a socialistas, separatistas e islamistas.

Frente a estos peligros inminentes -y no son los únicos- sólo cabe volver a la doctrina sintetizada en el lema de Dios, Patria Fueros y Rey. Doctrina que reúne la sabiduría clásica de occidente con la Revelación Cristiana, y bajo cuya inspiración han podido los españoles mantener la fe, la unidad y la independencia de su patria, tanto contra las tendencias disgregadoras y totalitarias, como contra el siempre amenazador poder musulmán. Melchor Ferrer decía que las épocas de debilitación del carlismo siempre han coincidido con los mayores avances de la revolución y han precedido a los grandes desastres españoles en los últimos siglos. Y, presentados los ejemplos de la revolución de 1854, de 1868 y de la segunda república, concluye: “mayor es el período de crisis del carlismo y mayor es el estrago revolucionario. Esto es lo que enseña la historia”. Si es verdad lo que dice el egregio historiador, los males que nos acechan deben de ser gravísimos, porque el carlismo arrastra una larguísima crisis, que la Comunión Tradicionalista se ha propuesto superar. Para ello tiene el carlismo que fortalecerse y propagarse, pues las nuevas generaciones lo desconocen por completo. En vuestras manos está hacerlo, porque la falta de esfuerzo en los carlistas y la ausencia de medios son las causas de tanta limitación.

Volvamos a la ingenuidad juvenil que deseaba “estar allí”; depurémosla de todo afán de notoriedad y entreguemos esfuerzo, trabajo y bienes, conforme a nuestras posibilidades. Porque, sea cual fuere el resultado, no hallará el alma mejor bálsamo en las futuras tribulaciones que decir: “cuanto pude hice; a nada más se me podía obligar”.

Escrito difundido por el Círculo Carlista Antonio Molle Lazo de Madrid, Castilla.

Alístate a la Comunión Tradicionalista, organiza la lucha carlista en tu barrio, en tu clase o centro de trabajo, en tu ciudad.

sábado, 13 de noviembre de 2010

En defensa de los Fueros para todos los pueblos de las Españas (II).

Otra objeción frecuentísima contra los fueros es decir que se oponen a la unidad nacional: "Os dirán que esto es ir contra la unidad nacional; os dirán que sin unidad nacional no hay gobierno posible, que la unidad es el progreso más notable y que la mayor conquista de los tiempos modernos, que la unidad es más necesaria que nunca ahora, cuando todas las naciones, ejemplos Italia y Alemania, tienden a las grandes concentraciones y a las grandes unidades".

Despues de haber expuesto así la objeción, el mismo Nocedal contesta ampliamente a ella: "¡Burla sangrienta! ¡Horrible sarcasmo! Eso dicen los que han destruído la unidad católica, la unidad moral, la unidad intelectual, la unidad política, la unidad social y económica...Destruyen todos los elementos, ciegan todas las fuentes de verdadera unidad social grande y fecunda, que no excluye la variedad secular e ingénita de varios organismos, despedazan y disuelven las sociedades, y quieren poner remedio al daño que hacen agarrotando, como fardos o líos, a los pueblos.

Cuando os digan y encarezcan las excelencias de la unidad, respondedles que la unidad no consiste en que todos tengamos la misma fisonomía, el mismo carácter, hábitos idénticos, un solo uniforme e igual manera de proceder y vivir; que si eso fuera unidad, y semajante unidad fuera necesaria, no habría sociedad política más perfecta, deseable y necesaria que el falansterio de Fourrier. Respondedles que una cosa es la unidad y otra la uniformidad, que el universo es uno y vario, que no hay en todo él dos cosas que la naturaleza haya hecho con la misma horma ni en el mismo molde; que no se concibe , sin embargo, más grande y maravillosa unidad; y que la unidad social y política de que tratamos es algo que está más alto, es algo más noble y poderoso de lo que ellos se imaginan. Decidles que con esa unidad contrahecha que ellos pregonan y procuran...se quebrantan , se rebajan y se rompen los verdaderos vínculos sociales, y los pueblos modernos visiblemente están dividiéndose, deshaciéndose y caminan y están próximos a la completa disolución. Decidles que, al contrario, nuestros antiguos reinos y condados...diseminados y diversos...a pesar de todos los motivos que mantenían y de todas las pasiones que fomentaban y ahondaban la desunión..., fueron venciendo todos los obstáculos, rectificando todos los yerros y caminando hacia la unión..., hasta que todos unidos entraron en Granada, a coronar con la expulsión de los moros la unidad de la Fe, la unidad de la Patria, con un altar, un cetro y una bandera, y la expléndida variedad de sus fueros y libertades"

(“El Tradicionalismo político español y la Ciencia hispana” de Marcial Solana. 1951)

En defensa de los Fueros para todos los pueblos de las Españas (I).

jueves, 11 de noviembre de 2010

Las Juventudes Tradicionalistas en campaña por las Españas (II)

(Real Monasterio de San Cugat del Vallés)
(Jóvenes carlistas en San Quirze del Vallés)

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Campaña de propaganda de las Juventudes Tradicionalistas por todas las Españas (I)


(Fondo la trasera del ahora profanado Monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada. en la zona centro de Pamplona)

Libros que hay que leer

Madrid, 9 noviembre 2010, festividad de Ntra. Sra. de la Almudena. "Pocos esfuerzos --escribe José Francisco Serrano Oceja en su reseña de este libro-- hay tan evidentes por un orden de ideas en el ámbito de la filosofía del Derecho tan importantes como el que está llevando a cabo el profesor Miguel Ayuso". Se refiere en este caso al volumen Estado, ley y conciencia, aparecido hace escasos meses (Marcial Pons, Madrid 2010), cuya edición ha estado al cuidado del citado profesor Miguel Ayuso Torres, en su calidad de presidente de la Unión Internacional de Juristas Católicos, que reúne los textos del Congreso internacional "Estado y conciencia", que la UIJC --como en su momento informó FARO-- celebró en Madrid en noviembre de 2009, junto con algunos del congreso "Estado, ley y conciencia" de la Asociación Colombiana de Juristas Católicos, que tuvo lugar en Santafé de Bogotá en febrero último.

Denso volumen de 224 páginas, pero bien organizado (con dos espléndidos índices, sumario y onomástico) y de lectura indispensable para nuestros días, se publica en la colección Prudentia iuris (número 20, serie media), con el patrocinio de la Fundación Francisco Elías de Tejada y del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II; ha contado también con el sostén de la Fundación Speiro.

Ayuso, Miguel (ed.), Estado, ley y conciencia. Marcial Pons Ediciones Jurídicas y Sociales S.A., Madrid 2010. Cartoné, 22 x 16 cm. 224 páginas. ISBN 978-84-9768-805-5. Depósito Legal M-35862-2010. PVP 24,00

Albacete, octubre 2010, mes del Santo Rosario. Desde hace unos meses está disponible en las librerías de Albacete, Murcia y Alicante el trabajo La verdadera historia (si es que alguna historia es verdadera) de Ramón García Montes, Roche. De coronel carlista a bandido forzado, en tierras de Alicante, Albacete y Murcia, de la catedrática de Lengua y Literatura castellana María Jesús Ortiz López, natural de Fuente Álamo (Albacete). La autora es una prolífica investigadora de temas etnológicos e históricos, sobre todo de la zona de las comarcas de La Mancha de Montearagón, el Corredor Ibérico (zonas del antiguo Marquesado de Villena) y los Reinos de Valencia y Murcia.

Ramón García Montes, Roche, responde a un arquetipo relativamente común en el mundo hispano convulsionado por el asentamiento de las estructuras institucionales liberales y revolucionarias, lo que hace que muchos combatientes tradicionalistas, ante la lejanía de la frontera, opten por mantenerse en el interior de España pero al margen de las autoridades de la usurpación revolucionaria. Allí esperarán el momento adecuado para volver nuevamente al alzamiento general. Con el único ánimo de subsistir practicaron excepcionalmente algún acto de pillaje, pero jamás hicieron de ello su modus vivendi. Lo que contrastaba con otros bandidos que han pasado a la posteridad por sus actividades puramente criminales, no pocas de ellas a sueldo de los liberales, como el caso del Chato de Enguera. Ese arquetipo, desfigurado en cierto modo por la confusión que el romanticismo emanó por su idealización del bandolerismo, es el encarnado por Roche en las sierras de La Mancha de Montearagón (en la actual provincia de Albacete), como fue encarnado también por Tomás Peñarrocha, El Groc, en el Maestrazgo o Gregorión en La Montaña. Y que fue novelado magníficamente por Marià Vayreda en La Punyalada. Sus nombres han pasado a la Historia y a la intrahistoria con la etiqueta de "bandidos", lanzada por sus enemigos, al igual que en el Reino de Nápoles así se llamó a los que defendían la Tradición frente a la unificación garibaldina. Adjetivación esta que no les hace justicia.

Con este libro se pone al personaje en su verdadera dimensión. En contra de lo que podría deducirse del título del libro nos encontramos ante la verdadera historia de Roche, con el estudio más detallado y riguroso que hasta la fecha se ha hecho de su figura. Y así lo pone de manifiesto en el prólogo don Victoriano Polo García, catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Murcia y biznieto de Roche: "El resultado de la investigación es admirable, objetivo y bien centrado. El protagonista perfila su figura poco a poco, apoyado en los datos de la documentación abundante y bien discernida, proyectado su primer plano en el fondo ambiental de la época y la zona que conoció sus aventuras y andanzas. [...] Los familiares del coronel carlista D. Ramón García Montes recibimos con agradable sorpresa el fruto intelectual y erudito, del minucioso y brillante trabajo de la profesora Ortiz".

El libro menciona entre sus fuentes documentales el artículo del carlista albaceteño Javier Verdejo publicado en el desaparecido cuaderno de bitácora Albacete Carlista, del Círculo Marqués de Villores, "Ramón Roche, carlista irreductible de la sierra de Liétor", así como otras fuentes manejadas en el citado artículo. Además es destacable la labor de recopilación de la riquísima tradición oral (debidamente separado el mito de la realidad) emanada de los pueblos en que actuó Roche, la documentación de los expedientes civiles (de cómo las autoridades liberales se empeñaban en indagar sobre las ideas de las gentes, pese a consagrar teóricamente la libertad de pensamiento) y militares de Roche. Estos últimos tienen una gran importancia, pues los propios enemigos reconocen el enorme valor y las virtudes militares de Roche. Por último es igualmente reseñable el destacable archivo gráfico de fotografías familiares y lugares. La introducción que se hace sobre la historia del Carlismo es además bastante aceptable, con abundante documentación gráfica sobre los Reyes carlistas.

Se puede solicitar el libro a través de la web http://lopezmegias.com/

Ortiz López, Mª Jesús, La verdadera historia (si es que alguna historia es verdadera) de Ramón García Montes, Roche. De coronel carlista a bandido forzado, en tierras de Alicante, Albacete y Murcia. Prólogo de Victorino Polo García. Imprime: Diego Moreno. La Alberca (Murcia), 2010. ISBN 978-84-613-6751-1. Depósito Legal MU-246-2010. PVP 12,00 â¬

martes, 2 de noviembre de 2010

Jaime Balmes y el Carlismo.


Por penosa inconsecuencia, Balmes no será uno de los representantes del carlismo. En política incurre en lo que se ha llamado la "tragedia de Balmes": convencido de los errores del liberalismo, testigo de cómo las revoluciones inspiradas por esta ideología han descompuesto la vida española de la primera mitad del siglo XIX, se lanza a predicar la unión dinástica y de los partidos para "conservar, en lo posible, lo antiguo, sin desdeñar demasiado lo bueno". Simple, y quizá por eso fracasada de antemano, fórmula para terminar aquella lucha planteada entre la España tradicional y los liberales.

Centenario de Balmes. Vida y tiempo histórico. Don Ángel David Martín Rubio.

A partir de 1844 Jaime Balmes dirigió la revista política El pensamiento de la nación, en la que desarrolló todo su ideario: monarquía con verdadero poder político, reunir a todos los españoles en un programa que colocara los intereses nacionales por encima de los de partido y que representara verdaderamente los intereses de los españoles y restablecer las relaciones con la Santa Sede después de reparar, en lo posible, las consecuencias de las leyes de desamortización. De todas las campañas que dirigió desde la revista, la mas famosa fue la de intentar que se celebrase un matrimonio entre Isabel llamada II y Carlos VI, Conde de Montemolín, el plan más ambicioso de su carrera política, y también su mayor fracaso.


El Partido Carlista
Barcelona 8 de octubre

(Publicado en El Pensamiento de la Nación. Número 141, páginas 646-646. Madrid, miércoles 14 de octubre de 1846).

(...)
EL PENSAMIENTO DE LA NACIÓN está muy interesado en la resolución de la duda, porque si se pudiese probar que el partido carlista está muerto, como durante tan largo tiempo hemos estado predicando la conveniencia y necesidad de la unión con dicho partido, resultaríamos culpables de haber querido unir un vivo con un difunto, lo que es un suplicio horrible que no se usa en nuestros días. Así es muy natural que nos ocupemos de una cuestión, que si para otros puede serlo de mera curiosidad, para nosotros es de la mayor importancia, supuesto que en ello se interesa el fundamento de nuestro sistema político. Si el partido carlista fuese un partido muerto, inútil habría sido arrostrar dificultades para el enlace de la Reina con el conde de Montemolin.

Además, que tampoco creemos que la cuestión en sí misma carezca de importancia. El príncipe proscrito acaba de declarar en su proclama o manifiesto, que piensa llevar al campo de batalla sus pretensiones al trono: buscar, pues, si el partido carlista está muerto o vivo, es buscar si el citado documento es un papel insignificante, o si es digno de llamar la atención de los que se interesan por la tranquilidad de la España.

Tratándose de la vida o de la muerte, de la juventud o de la vejez, de la fuerza o de la debilidad de los partidos, se pueden entablar disputas interminables; pero estas se cortan pronto, si se lleva la cuestión al verdadero terreno: los hechos.

¿Cuál era la vida del partido carlista durante la guerra? Esto se puede calcular teniendo presentes los elementos a que resistía. Estos eran los siguientes:

Un gobierno establecido, dueño de todas las capitales, de todas las plazas fuertes y que disponía de los recursos de toda la nación.

La cuádruple alianza, que por más que se diga no fue estéril para la causa de la Reina, sino muy importante, y una de las principales causas de su triunfo.

Véanse sus efectos.

—Una legión inglesa.

—Una legión francesa.

—Una legión portuguesa.

—Los almacenes de Francia y de Inglaterra abiertos para cuanto se necesitase.

—Las escuadras inglesas vigilando las costas, impidiendo desembarcos de armas y pertrechos para los carlistas, y auxiliando materialmente al ejército de la Reina en las costas de Bilbao y San Sebastián.

—La policía francesa impidiendo largas temporadas (según el humor) la introducción de armas, caballos y demás efectos de guerra; internando, y muy frecuentemente encarcelando a los carlistas.

A propósito de encarcelamientos, no podemos pasar por alto una observación nos ha ocurrido repetidas veces. Se han oído muchas quejas contra el gobierno francés por su poco celo en el cumplimiento de la cuádruple alianza: estas quejas son muy injustas. El gobierno francés se ha resignado a un sacrificio, si no mas costoso materialmente, al menos más sensible para los corazones generosos: el de perseguir a los desgraciados que reclamaban un asilo en nombre de la hospitalidad. Se comprende que un gobierno aliado no consienta que los emigrados se organicen y reúnan aprestos de guerra para invadir el país vecino; pero no se comprende cómo hay un gobierno que quiera encargarse de hacer la policía por otro, aun en las fronteras más distantes, y que niegue a unos los pasaportes, y encarcele [643] a otros, y ponga grillos a estos, y se apodere de los papeles de aquellos, y registre equipajes, y rompa cerrojos, y haga en fin todo lo que podría hacerse si se tratase de una conspiración contra la seguridad propia. Repetimos que esto no se comprende; que esto lo haría muy difícilmente cualquier otro gobierno de Europa; que la generosidad del pueblo francés ha de verlo con mucho desagrado, y que son muy injustos los que se han quejado y se quejan aún del poco celo del gabinete de las Tullerías. Esto no se prueba, se siente; porque hay cosas que el corazón rechaza instintivamente, sin necesidad de raciocinio.

Hablad de la guerra pasada, y no hallaréis un carlista que no se lamente de la falta de recursos. Cabrera aun en los días de su mayor pujanza, tenía mucha gente que no podía llevar al combate, por carecer de armas. En la expedición de Gómez; de Zaratiegui, en la de Don Carlos, y en todas, lo que faltaba no eran hombres, sino armas. Si la Inglaterra y la Francia se las hubiesen proporcionado, o les hubiesen permitido proporcionárselas, ¿qué habría sucedido?

La superioridad de los ejércitos de la Reina, cuando la tenía, dimanaba casi siempre de la mayor abundancia de recursos. Hacía más de un año que los carlistas de Cataluña campeaban libremente por el principado, y hasta habían obtenido ventajas de mucha consideración, y todavía estaban faltos de artillería, sin tener más cañones que alguno de madera. La misma expedición de Don Carlos se estrelló en el pueblo de Sampedor, por no tener una miserable batería para derribar tapias. El general Córdova, y cuantos militares han hablado de la materia, han estado acordes en la conveniencia y necesidad de basar las operaciones sobre esta diferencia de medios, de atraer a los carlistas a un terreno, donde esta falta no pudiese suplirse ni con el número, ni con el valor personal, ni con las simpatías del país.

En cuanto al apoyo que la causa de Don Carlos encontraba en muchos puntos de la monarquía, he aquí algunos hechos que la justifican de una manera palpable. Las tropas de Don Carlos podían maniobrar escogiendo la unidad que bien les pareciese: un ejército, una división, un batallón, una compañía, hasta un individuo; pues que un carlista solo recorría con su fusil una grande extensión de país, sin riesgo ninguno; cuando los generales de la Reina debían siempre andar con la mayor circunspección en sus marchas, si no querían exponer sus columnas sueltas a descalabros que no siempre pudieran evitar. ¿Y qué diremos de los víveres? Las tropas de la Reina debían llevar consigo sus provisiones, sopena de morirse de hambre; y los carlistas vivían en todas partes sin más recursos que los del país. Se dirá que los unos vejaban y que los otros no; pero este es un vano efugio: los que sabían de vez en cuando incendiar los pueblos y las mieses, bien habrían sabido tomarse los víveres: los escrúpulos de conciencia no llegaban a tanto. Las razones de esta diferencia deben buscarse en la diferencia de relaciones que con el país tenían los ejércitos beligerantes: hablen todos los generales que hicieron la guerra; y hable sobre todo la memoria del malogrado general Córdova, que con tanta claridad y exactitud fijó el verdadero carácter de esta guerra, y cuya previsión justificaron tan plenamente los sucesos posteriores.

Un partido que resiste durante siete años a un gobierno establecido, y poderosamente [644] auxiliado por tres potencias; un partido cuyos soldados brotan del país, viven en el país, y no son nunca rechazados por el país; un partido que a pesar de tantas contrariedades no puede ser vencido, después de tan encarnizada lucha, como se ha confesado recientemente, y que además no necesita de confesión de nadie porque es más claro que la luz del día; este partido debía tener grandes elementos de vida.

Ha muerto después, se dirá; ¿y dónde? ¿no recordáis el significativo artículo publicado hace pocos días por un periódico progresista, La Opinión? ¿Por qué ha muerto? ¿Cuáles son las causas que le han reducido a tamaña nulidad? Decía que el príncipe en su manifiesto ha abjurado los principios del partido carlista, y que esto mata al partido; ¡qué contradicción! Hasta ahora se había dicho que los partidos reaccionarios, morían porque no aprendían ni olvidaban, y ahora se dice que el partido carlista muere porque aprende y olvida...

Un medio había para matar al partido carlista; el más sencillo: gobernar bien, hacer sentir a los pueblos las ventajas de los sistemas innovadores. ¿Se ha hecho?

Para todos los hombres juiciosos bastan y sobran los hechos y las reflexiones que acabamos de consignar, por lo que vamos a dar otro giro al discurso; entrando en consideraciones de un orden diverso. Llamamos sobre ellos la atención de los que se interesan por la tranquilidad del país.

Claro es que los amigos del actual orden de cosas están interesados en atenuar la gravedad e inminencia de los peligros, y así es muy natural que aparenten dar poca importancia a lo que ellos apellidan las impotentes maquinaciones de los partidos extremos. Bueno será, sin embargo, que no lleven las cosas hasta la exageración, teniendo presente la sabia máxima: ne quid nimis. A fuerza de sostener que la revolución ha muerto, y el carlismo también, podrían llegar a persuadir a ciertos dependientes menguados, que es lícito cebarse en la persecución de los partidos extremos, como se ceban los buitres en los cadáveres. Esto es peligroso: es una máxima militar y política, el que nunca se debe reducir al enemigo a la desesperación. No diremos hasta qué punto podrán encontrar eco los partidos, ni las excitaciones revolucionarias, ni los llamamientos del conde de Montemolin; pero estamos seguros, muy seguros de una cosa, que enseñan de común acuerdo la razón, la historia y la experiencia, y es que podrá muy bien suceder que los mejores auxiliares de la revolución y del conde de Montemolin, sean algunos imprudentes servidores del gobierno de la Reina. Tal miserable que recibirá su salario para vigilar la conducta de ciudadanos pacíficos; algún jefe de una partidita que estará encargado de ahogar las insurrecciones en su cuna; algún comisario demasiado celoso y activo, que importunará sin necesidad a hombres pundonorosos; estos y otros servidores semejantes, podrán sembrar la alarma entre los conocidos por opiniones progresistas o carlistas; podrán hacerles creer que no están seguros, aunque no conspiren, y cuando esta creencia se difundiese, ¿qué podría suceder?

Todavía no se ha podido olvidar lo que sucedió en la última guerra civil. ¡Qué bandos tan terribles! la palabra de muerte se hallaba escrita en todos los artículos. ¡Qué fusilamientos en todas partes! ¡Qué prisiones! ¡Qué confinamientos! ¡Qué destierros! Y sin embargo, ¿qué se adelantó con esto? nada, absolutamente nada. Lo que se hizo fue perder mucho terreno; y disponer de [645] tal suerte las cosas, que si D. Carlos hubiese tenido consejeros más atinados y previsores, su causa habría triunfado por los mismos errores de sus enemigos.

Recuérdese lo que sucedió en Cataluña. Todo estaba perdido; y la política del barón de Meer sostuvo la causa de la Reina. ¿Y cómo? con la severa disciplina en el ejército; con órdenes terminantes para que no se insultase a nadie; con un cuidado extremo para que los pueblos no fuesen molestados; con poner centinelas en las casas de campo, para evitar hasta los pequeños desmanes de los soldados durante el tránsito de una columna; con tratar humanamente a los prisioneros; con restañar la sangre en las ciudades, ya que por desgracia estaba corriendo en los campos. Testigos fueron del resultado cuantos se hallaron a la sazón en Cataluña.

La exasperación de los ánimos se calmó de una manera notabilísima. Los hombres más influyentes del partido carlista conocieron que les hacía mas guerra el barón de Meer con su proceder suave, que con su pericia militar. Sea cual fuere la opinión que tenga el partido progresista de la conducta que con respeto a él observó este general, es indudable que en el campo y en las poblaciones subalternas, los efectos de su comportamiento fueron altamente favorables a la causa de la Reina.

Bien sabemos lo que se dice en tales casos: que es necesario atajar el mal en sus principios; que conviene cortar los hilos de la conspiración cuando comienza a urdirse; que al fin, el mayor daño que puede resultar a los que sean inocentes, es el estar encerrados en un calabozo por algún tiempo, por vía de precaución. Pero este lenguaje, sobre ser el idioma de la tiranía, es el de la imprevisión, el de la ceguera. Cuando se han encarcelado o deportado cuatrocientas o quinientas personas, no se ha llegado a más que a una pequeñísima porción de un partido. Los partidos, en tiempos agitados y revueltos, son demasiado grandes para que puedan caber en una cárcel por vía de precaución. Lo que se hace con esta conducta es alarmar, agriar, exasperar; cada individuo tiene su familia, sus parientes y amigos; y cada cual piensa que le puede suceder mañana a él mismo lo que ve que está sucediendo a otros; y tal ciudadano que viviría pacífico en su casa, podrá convertirse en un soldado tanto más temible, cuando a mas de pelear en defensa de sus principios, buscará en el combate la venganza de sus agravios.

Cuando el gobierno superior lanza desde su altura órdenes fulminantes, y que pueden dar origen a la arbitrariedad, no comprende por lo común, lo que serán sus providencias, cuando se llegue a los pormenores de la ejecución. El gobierno escribirá las palabras de sospechosos o desafectos, sin considerar que estas palabras van a despertar en el último rincón de la península todas las malas pasiones, venganzas personales, rivalidades mezquinas, miras codiciosas, instintos brutales; todo se resuelve y se pone en movimiento, y presenta un espectáculo deplorable. Tal escribiente de una oficina de policía mira con insultante desdén a una persona respetable, y le maltrata de palabras, y le amenaza. Tal comandante de armas, un capitán por ejemplo, u otro cualquiera, que salido de la oscuridad se asombra de verse revestido de facultades extraordinarias, ejerce las funciones de su pequeño bajalato, y se creería poco activo y demasiado condescendiente, si no expidiera todos los días algún pasaporte de confinamiento, o no metiese en la cárcel, a ciudadanos [646] pacíficos, remitiéndolos luego a disposición de la superioridad ; y quizá tal hombre infame, hambriento de oro, acecha la ocasión de arrojarse sobre una víctima para obligarle a redimir la vejación, y arrebatarle cruelmente el fruto de los sudores de toda la vida, la esperanza de su familia. No, no comprenden bastante los gobiernos lo que significa el entregar a los pueblos a disposición de la arbitrariedad; no comprenden bastante en qué se convierten sus providencias cuando llegan a ser ejecutadas; y por esto se hallan a menudo con resultados diametralmente opuestos a los que se habían prometido; por esto ven que las insurrecciones en vez de atajarse progresan, y que las pequeñas chispas se dilatan, y llegan a ser grandes incendios.