martes, 26 de abril de 2016

Miguel de Cervantes, hombre concreto de la Tradición

CERVANTES, HOMBRE CONCRETO DE LA TRADICIÓN

Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas, que habían sido de sus bisabuelos...

Don Quijote de la Mancha. I, cap. I.

Pareciera como si sobre Miguel de Cervantes los españoles –incluso últimamente los que hacen directamente del odio a España y a lo español su razón de ser- tuviésemos una suerte de singular y paradójica anuencia común. Aunque en tiempos de banderías políticas al uso demoliberal lo que en verdad late es el interés por arrimarse su figura y obra.

La Comunión Tradicionalista cuando gozaba de una influencia política y cultural mayor, hace un siglo, no dejó pasar desapercibido su tercer centenario, y las referencias a Cervantes y su obra siempre han sido abundantes en los escritos carlistas. Sin embargo fue el liberalismo quien absurdamente intentó, bajo la nefasta influencia orteguiana, apropiárselo. Los últimos coletazos de esa indebida usurpación fueron en la inmediata posguerra esas aberrantes consignas de aquella Falange de advenedizos que usaban la coartada del “idioma cervantino” (¡cómo si Don Miguel hubiera inventado una lengua de laboratorio!) contra las lenguas españolas distintas del castellano. Y es que pese al valor literario de su obra seguramente no fue el mejor escritor en lengua castellana de su tiempo ni de la historia, ni tampoco aspiraba a serlo; así como tampoco querría verse usado en querellas sobre oficialidades lingüísticos que nada tenían que ver con las Españas clásicas, él que lanzó los más grandes laudes a otras lenguas españolas como la valenciana o la portuguesa. Pasado el furor de los primeros años no tardó en reducirse la obra de Cervantes, ya en los primeros sesenta, a una visión harto deficiente y con tufo progre del Quijote como “libro de parodia de la literatura de caballería”. Y hasta nuestros días en que con repugnante oportunismo se pretenden colocar la etiqueta de cervantinos los analfabetos de los políticos cuando se aproxima un centenario penosamente conmemorado, en el que no tardan en proliferar los que quieren ver desde imposibles heterodoxias a lenguajes crípticos o en el colmo de la petulancia orígenes hebraicos e incluso a través de la nova historia hacerlo pasar por un irredento más.
El 23 de abril de 2016, en el IV centenario de la muerte de Don Miguel de Cervantes Saavedra el Círculo Carlista Marqués de Villores de Albacete desarrolló una jornada cervantina manchega, en su honor. Por la mañana en el Museo Municipal de Cuchillería algunos socios asistieron al taller de esgrima antigua convocado con motivo de la efeméride.
Por la tarde en el Parque de los Mártires (actualmente de Abelardo Sánchez) se rindió un homenaje ante la estatua que Albacete le erigió. La bandera de la Cruz de Borgoña, la de los Tercios en que sirvió, y el cuadro del Quijote carlista obra de Augusto Ferrer Dalmau se pusieron ante la misma y se realizó una ofrenda floral, leyéndose un fragmento del Quijote y elevando una oración por el eterno descanso de Cervantes. En la cercana cafetería de El Pinar se realizó una animada tertulia sobre Cervantes y su obra más manchega, el Quijote. Las diversas aportaciones coincidieron en apuntar que pese al carácter de arquetipo universal del Quijote la misma no es comprensible fuera del universo vital y conceptual de las Españas áureas, a las que Cervantes sirvió como tantos otros con la pluma y la espada

Miguel de Cervantes fue hombre de un tiempo histórico en que el hombre era sujeto de derechos concretos, un tiempo que se hizo Tradición porque acuñó principios imperecederos y al que como Soldado de los Tercios sirvió con la espada y con la pluma. Este hombre concreto que fue Cervantes trascendió con su obra a determinados arquetipos que han terminado por ser universales, porque universal era la vocación hispánica de los siglos áureos. Lejos de elevar los tiempos históricos a categorías, tentación determinista latente en los pseudotradicionalismos, es en el ámbito concreto de la cultura hispánica de su tiempo y la devoción con la que sirvió a los grandes dogmas religiosos y políticos donde se ha de entender su obra. Así en el teatro, a empezar por la más destacada que fue La Tragedia de Numancia, exaltación de un patriotismo instintito y primigenio que prefiere entregar la vida a ser sometido al invasor y que con profusión fue representado durante la guerra contra la invasión napoleónica de España para animar la resistencia frente a los que querían estrangular la libertad y la independencia de Dios, la Patria y el Rey. En El trato de Argel, de evidentes trazos autobiográficos, planteó el drama de la cautividad de los cristianos por los moros, con personajes del más diverso pelaje moral, pero con la condena de toda traición a la familia, los amigos o la patria. El gallardo español vuelve a repetir el ámbito espacial con el fondo de la resistencia de Orán y Mazalquivir frente al poder mahometano. No alcanzó su obra escrita la agudeza moral de, pongamos por ejemplo, Calderón; pero toda ella se desarrolla en la lealtad a un universo conceptual y espiritual gobernado por la Verdad.
No son las obras de nuestro siglo de Oro meras apologéticas, ni propaganda al uso moderno. En las mismas están presentes todas las debilidades, contradicciones y miserias de la naturaleza humana. Se presentan crudamente, sin idealismos, expresadas con una absoluta libertad y por ello representan la aproximación más cabal a la realidad de una naturaleza universal que trasciende del entorno espaciotemporal concreto en que se desarrolla su trama. Así fue la Monarquía Hispánica, donde todos los respetabilísimos condicionamientos de índole positiva (razas, lenguas, accidentes geográficos, etc.) quedaban en cierto modo subordinadas a la extensión y defensa de unos principios que eran universales. De ese modo la obra de Cervantes está llena de paradojas y socarronería, presentadas de forma cáustica y punzante que sirven a un interés recreativo, pero en el que lo sacro encuentra perfectamente su jerarquía:

Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas y poner en riesgo sus personas, vidas y haciendas:

La primera por defender la fe católica; la segunda por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, al servicio de su rey en guerra justa y si le quisiéramos añadir una quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa de su patria.

Don Quijote de la Mancha. II, cap XXVII
Quijote carlista obra de Augusto Ferrer Dalmau 

Resulta interesante comparar estos arquetipos con los de las literaturas posteriores, donde al amparo de la libertad de imprenta se comienza a presentar personajes absolutamente desnaturalizados, que llegan al extremo en las literaturas vacías de la posmodernidad. El hastío de esos temas ha vuelto a poner de moda los arquetipos del siglo de Oro, aunque en su pobre visión, alatristeniana, donde se presenta una suerte de nihilismo heroico vacío, fruto del deficiente conocimiento de lo que fue nuestra realidad histórica.

Don Marcelino Menéndez Pelayo, el gran cultivador y pensador de la tradición cultural española, sostuvo con firmeza que Cervantes no escribió El Quijote como una obra de antítesis a la caballería y sus valores, sino de purificación y complemento; no vino a matar un ideal, sino a transfigurarlo y enaltecerlo: cuanto había de poético, noble y humano en la caballería, se incorporó en la obra nueva con más alto sentido. De este modo el Quijote es el último de los libros de caballerías, el definitivo y perfecto: el ideal del sacrificio, del servicio como el más alto culmen de perfección humana, de la búsqueda de la justicia y el bien común. Menéndez Pidal profundiza en la misma línea de defensa, contra sus detractores y críticos, el más célebre, el liberal y romántico Lord Byron, que escribió la lindeza de que Cervantes «destrozó con una sonrisa» no solo los libros de caballería, sino la caballería en general.
Desde la cultura y el pensamiento crítico a la modernidad y a sus valores burgueses, hedonistas y materialistas, las referencias al Quijote como arquetipo portador de principios pre-modernos y eternos son constantes. Gilbert Keith Chesterton escribió en 1926, El regreso de don Quijote, aparecida por entregas en la revista GK’s Weekly, es la última novela de Chesterton y uno de los más hermosos homenajes que jamás se hayan rendido al Quijote y a Cervantes. Michael Herne, un bibliotecario experto en la cultura hitita y ajeno al mundo moderno, tras interpretar el papel de un rey medieval en una obra de teatro, decide no abandonar sus ropas medievales y pretende instaurar en Inglaterra el antiguo orden de la caballería. En El regreso de Don Quijote se dan cita buena parte de los temas políticos que preocupaban al autor por aquellas fechas, a la vez que se procura dar un correcto entendimiento del mito quijotesco. Deciden encabezar, en la vida real, un golpe de Estado bufonesco contra la industria, el capitalismo y la sociedad moderna, en baselos principios cristianos que fundamentan la razón.
Con sabiduría y prudencia el P. Leonardo Castellani, imprescindible pluma del tradicionalismo, glosó en El nuevo gobierno de Sancho las grandes fórmulas políticas incoadas en la obra cervantina, que eran las de la tradición hispánica, por las cuales suspiró en su aplicación transoceánica en la Ínsula Agatháurica. Su decepción por la imperfecta implementación de las mismas tiene su secuencia de esperanza en Su Majestad Dulcinea. En los tiempos hodiernos donde se ha extraviado por completo el sentido común resulta muy oportuno recuperar las enseñanzas imperecederas de la obra cervantina, conocerla y afrontarla en su contexto e integridad y huir de visiones anecdóticas y parciales de la misma. 
Que el Soldado de los Tercios don Miguel de Cervantes Saavedra nos ilumine en esta gesta y sepamos ver molinos en lo que nos pretenden hacer creer que son gigantes.

Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?

Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.

Apostaré que el ánima del muerto
por qozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.

Esto oyó un valentón, y dijo: “Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente.”

Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

Miguel de Cervantes, Sevilla 1598

domingo, 17 de abril de 2016

S.A.R Don Sixto Enrique de Borbón, Abanderado de la Tradición, en el Reino de Valencia

Los leales carlistas valencianos han recibido con entusiasmo desbordante la presencia del Infante Don Sixto Enrique, hijo de SMC  Don Javier I, difunto Rey de las Españas. Domingo 17 de abril, en Chiva (Reino de Valencia)
Presencia Real en el Reino de Valencia
Don Sixto Enrique recibido por don Jesús Ferrando Valls 
El Regente saluda a doña Encarnación Romero
Santa Misa según el inmemorial Rito Romano tradicional
España, Valencia y el Carlismo a los pies de Cristo Rey
Imposición de boinas por parte de Don Sixto Enrique
El pueblo carlista con la dinastía legítima
S.A.R Don Sixto Enrique de Borbón, esperanza de las Españas
El Príncipe hablando con la margarita valenciana María del Carmen Feliu  Aguilella
Don Jesús Ferrando saluda al Regente al iniciar su intervención en nombre del carlismo valenciano
Intervención de don Miguel Ayuso Torres, Presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, frente cultural de la Comunión Tradicionalista
Intervención de don José Miguel Gambra, Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista
El Príncipe Sixto Enrique se dirige a los carlistas
El Abanderado de la Tradición junto a don José Luis Ruano y su esposa Gema, llegados desde las comarcas alicantinas 
El eximio historiador y publicista carlista don Manuel de Santa Cruz, con el antiguo Jefe de las Juventudes Tradicionalistas, don Victor Javier Ibañez
Cercanía del Príncipe a su pueblo
 Encarna Romero, autora del magnífico cuadro de Don Sixto Enrique y su augusto padre SMC Don Javier. Caudillos de la Tradición
SAR Don Sixto Enrique de Borbón finalizó su estancia en el Reino de Valencia, con una visita privada a Villareal de los Infantes y a la ciudad de Valencia, acompañado por dirigentes de la Comunión Tradicionalista, el padre don José Ramón Garcia Gallardo y un grupo de jóvenes carlistas valencianos
Don Sixto Enrique en el sepulcro de San Pascual Baylón en Villareal de los Infantes (Castellón)
El Príncipe firmando en el libro de honor de la Basílica
La Realeza legítima de rodillas ante la Realeza de Cristo
Capilla del Santo Cáliz de la Catedral de Valencia