viernes, 23 de noviembre de 2012

El Carlismo ante las próximas elecciones catalanas y el proceso de desintegración nacional


Barcelona / Madrid, 22 noviembre 2012, festividad de Santa Cecilia, virgen y mártir. La Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón ha hecho público el siguiente comunicado de la Jefatura Delegada de la Comunión Tradicionalista:


Los principios del régimen liberal y democrático, al asentar la legitimidad del gobierno sobre el barro movedizo de las pasiones y tendencias individuales, implican la destrucción de la armonía que permite la convivencia de los hombres en sociedad. Una vez despreciada la religión verdadera como fundamento de la vida en común; una vez que en su lugar se ha colocado la llamada voluntad popular, con aplauso incluso de mucho eclesiástico, los vaivenes de la tornadiza ambición política conducen bien al estatismo avasallador que destruye las peculiaridades y costumbres regionales, bien a todo tipo de sedición e incluso a la secesión.

El texto constitucional, que pretende sustituir la estructura natural de nuestra sociedad y en el cual muchos ponen ingenuas esperanzas para la estabilidad de la patria, fue hecho a base de recortes y concesiones incoherentes, cuya eficacia real quedaba a expensas de las interpretaciones que los partidos gobernantes quisieran darle. Más concretamente, lo que dice sobre las comunidades autónomas y los municipios dentro de la nación tiene tal ambigüedad que sólo se explica por el designio de dar carta blanca a los políticos en su aplicación. De hecho, los partidos mayoritarios lo han usado como moneda de cambio para negociar el apoyo de los grupos regionales, concediéndoles, poco a poco, tan exorbitantes transferencias de poder que han hecho de las comunidades autónomas verdaderos estados dentro del estado. De ello ha resultado una organización social intrínsecamente imposible, porque sabido es que, para formar una unidad orgánica, las partes no pueden ser de la misma naturaleza que el todo.

El carlismo siempre ha propugnado la estructura foral, o, si se quiere, federativa, de nuestra patria, en la cual las diversas regiones y sociedades intermedias se unifican bajo la institución monárquica y bajo el principio fundamental de la unidad católica. Por eso, porque ninguna de esas cosas es mantenida por la democracia liberal, se ha opuesto constantemente a ella con todos sus medios. Cuando ha podido, se ha enfrentado a ella por las armas y, cuando no, lo ha hecho, aunque con cierta repugnancia, formando partidos desde los cuales ha tratado de de defender unos u otros de sus principios, dependiendo de las contingencias siempre cambiantes de los regímenes democráticos.

En tres guerras defendieron los carlistas la libertad de las regiones frente al centralismo liberal; en 1907 Vázquez de Mella decía "yo brindo por las libertades regionales, una de las bases y de los fundamentos esenciales de nuestro programa (de la Comunión Tradicionalista); y brindo, como su coronamiento natural, por la unidad española y por la unidad del Estado, que sobre esa unidad ha de fundar la suya. Y brindo por esas dos unidades apoyadas en los principios históricos y tradicionales". Y, aunque en la guerra del 36 hubieron de oponerse a los nacionalistas vascos y catalanes, que absurdamente optaron por la República, eso no les impidió defender la foralidad de esas regiones y municipios frente al verticalismo del régimen posterior.

Tras la muerte de Franco, el verdadero carlismo se opuso a la implantación del régimen constitucional, entre otras cosas porque veía que, más pronto o más tarde, volvería a propiciar la tensión artificial entre las regiones y la unidad de la patria. Pero como la situación religiosa nacida del Concilio Vaticano II, junto a la defección de Carlos Hugo, mermó mucho sus fuerzas, hubo de mantenerse fuera del juego de partidos y, por regla general, tuvo que propiciar la abstención como manifestación de su repulsa al régimen. Lo cual no es óbice para que hoy, como en otras ocasiones, matice transitoriamente su política de oposición radical al sistema, para defender un bien común, aunque parcial, en virtud de las gravísimas circunstancias actuales.

Por ello, ante la pujante amenaza del separatismo, la Comunión Tradicionalista se conforma con recordar, junto a Santo Tomás, que apoyar la secesión y la sedición es siempre pecado mortal, porque se oponen a la unidad y la paz del Reino (S. T. 2.2. a. 42), y con concluir que no es lícito en modo alguno secundar la separación de Cataluña. Al mismo tiempo, a título de mera opinión orientativa y sin que medie compromiso alguno por su parte, la Comunión Tradicionalista destaca que, entre los partidos no nacionalistas, Plataforma por Cataluña mantiene una postura potencialmente próxima a la suya. Primero, porque parece declararse confesionalmente católica; segundo, porque se ha enfrentado a la solapada invasión musulmana, que constituye una de las mayores amenazas para el futuro de esa región y, tercero, porque, aun haciéndolo con mucha oscuridad, parece sostener las libertades catalanas, sin abjurar de la unidad de España.

Bien sabe la Comunión que cualquier participación en la democracia actual sólo puede posponer los conflictos inherentes a la naturaleza destructiva del sistema. Pero siempre es preferible retrasar cuanto se pueda una contienda, tan probable como carente de sentido, a la espera de que la Divina Providencia propicie circunstancias más favorables para el restablecimiento del régimen cristiano y legítimo.

miércoles, 31 de octubre de 2012

José Zorrilla y el carlismo

José Zorrilla, poeta y dramaturgo español del siglo XIX, representación plena del teatro romántico, es sobradamente conocido. Pero pocos saben de la relación de don José con el carlismo. Su padre, José Zorrilla, fue un hombre de inalterables principios, relator de la Real Chancillería y con posterioridad superintendente de policía fue un decidido partidario de la legitimidad española encarnada por SMC Carlos V de Borbón. Por su lealtad fue removido ilegal e injustamente de su cargo y confinado a Lerma (Burgos). Su madre, Nicomedes Moral, fue una piadosa mujer que sufrió abnegadamente la persecución a la familia por sus ideales carlistas.

Tras la derrota de las tropas carlistas en la tercera guerra, los soldados entraron en Francia donde se les distribuyó. Así, internados en los trenes, a mitad de camino entre Orthez y Mont de Marsán se paró el tren para que tomase agua la máquina. Los soldados aprovecharon para descansar las piernas cuando un hombre, bajo de estatura, con bigote y perilla, entre rubio y blanco, acompañado de una señora se puso a gritar: ¡Viva España! ¡Vivan los valientes! Agitando el sombrero, y dando calurosos apretones de manos.

-¿No me conoce ninguno de ustedes?- tornó a preguntarnos.
Contestaron con un signo negativo, y él continuó:

-Soy Pepe Zorilla, autor de Don Juan Tenorio. Bien saben ustedes que no soy carlista, aunque profeso el mayor respeto hacía la dinastía de ustedes. En Vergara, durante la primera guerra carlista, tuve el honor de ser discípulo del señor Conde de Montemolín, que me honró hasta el final de su vida con muchas pruebas de su distinción y afecto. Pero, si no soy carlista, soy el más español de los españoles, y me inspiran tanta admiración como entusiasmo los hijos de mi tierra, que, como ustedes, todo lo sacrifican al ideal.

Es tradición que aún perdura el representar el Don Juan Tenorio de Zorrilla en muchos teatros españoles durante la festividad de Todos los Santos el día 1 de noviembre. Perpetuemos esta tradición, rechazando modas extranjeras y paganas y rezando por los fieles difuntos.

miércoles, 24 de octubre de 2012

Cuando la injusticia se convierte en ley, la rebelión se convierte en deber: la Boina Roja, símbolo de resistencia

El día 12 de diciembre de 1838 el alcalde de Huesca dictó un bando en el que, reproduciendo el oficio que un día antes le había remitido el jefe político de la provincia, hace saber a los vecinos lo siguiente: 

"He observado la fatal moda que con escándalo se va introduciendo del uso de unas gorras que se denominan boinas y que es el distintivo aprobado por el traidor don Carlos y por el sanguinario Cabrera para los rebeldes que siguen su fatal estandarte; y queriendo que ningún ciudadano de los que comprende la provincia use las divisas con que se marcan los traidores, he acordado la prohibición de expresadas gorras boinas y de cualesquiera otras prendas que los rebeldes dan a sus soldados para distinguirlos de los que militan en las banderas de la patria, bajo el concepto que los que usaren de las referidas boinas serán tratados como facciosos y se procederá a su arresto, formándoseles la correspondiente causa, y la boina será quemada en la plaza de la Constitución" 

(Reproducido de "Las Guerras carlistas en el Alto Aragón", deRamón Guirao Larrañaga, págs. 120/121) 

Acordes prohibidos con gaitas prohibidas ; los tiranos y los opresores siempre actúan igual, pulsa sobre el enlace.

domingo, 14 de octubre de 2012

La Nobleza como servicio, como honor, como vocación

--¿Qué es un noble?--dijo Sancho.

-- Difícil de definir, señor. Eso se siente y no se dice.

-- Es un hombre de corazón --saltaron en el grupo voces por todos lados. Es un hombre que tiene alma para sí y para otros. Son los capaces de castigarse y castigar. Son los que en su conducta han puesto estilo. Son los que no piden libertad sino jerarquía. Son los que se ponen leyes y las cumplen. Son los capaces de obedecer, de refrenarse y de ver. Son los que odian la pringue rebañega. Son los que sienten el honor como la vida. Los que por poseerse pueden darse. Son los que saben cada instante las cosas por las cuales se debe morir. Los capaces de dar cosas que nadie obliga y abstenerse de cosas que nadie prohíbe.

Padre Leonardo Castellani. El Nuevo Gobierno de Sancho

sábado, 13 de octubre de 2012

Cataluña católica, hispánica y foral

Presencia de las Juventudes Tradicionalistas en la concentración frente a la traición separatista

miércoles, 10 de octubre de 2012

Simplemente: España

"El nombre de España, que hoy abusivamente aplicamos al reino unido de Castilla, Aragón y Navarra, es un nombre de región, un nombre geográfico, y Portugal es y será tierra española, aunque permanezca independiente por edades infinitas; es más, aunque Dios la desgaje del territorio peninsular, y la haga andar errante, como a Délos, en medio de las olas. No es posible romper los lazos de la historia y de la raza, no vuelven atrás los hechos ni se altera el curso de la civilización por divisiones políticas (siquiera eternamente), ni por voluntades humanas.

Todavía en este siglo ha dicho Almeida-Garret, el poeta portugués por excelencia. "Españoles somos y de españoles nos debemos preciar cuantos habitamos la península ibérica". España y Portugal es tan absurdo como si dijéramos España y Cataluña. A tal extremo nos han traído los que llaman lengua española al castellano e incurren en otras aberraciones por el estilo."

Marcelino Menéndez Pelayo

jueves, 4 de octubre de 2012

El legitimismo en la esencia del carlismo: Aviso a navegantes

"Bajo el título de tradicionalismo hay mucho turbio y equívoco, hasta el extremo de cobijar los que, si en su día fueron secuaces de la buena Causa, hoy andan perdidos por laberintos de liberalismo.

Sobre todo por haber olvidado que la legitimidad es la garantía del contenido ideal, algo así como el tapón precintado del vino de marca. Ya se sabe: salta el tapón y no hay quien responda del vino. Lo más natural  es que se corrompa. Carlismo, pues, de pura legitimidad, pues sin ella las ideas se corrompen. Por algo el posibilismo, que cierra los ojos a las exigencias de la legitimidad, suele ser el peor enemigo de la Causa"

(Álvaro d' Ors. Revista Montejurra nº22)

“La monarquía, como una esperanza remota, porque antes hará falta un gobierno fuerte, provisional, que reconstruya el país y que establezca una constitución para que pueda venir el rey”. Es decir, que la monarquía no es salvación, sino náufrago al que se ha de salvar. Los salvadores son ellos, un gobierno cualquiera, los más acreditados del demos, una república, el mando de muchos para restablecer la vida pública. Luego, esperanza remota…, cuando ya todo está construido, se pone como remate el adorno de un rey. ¡No sirve para otra cosa! Ese es el rey del régimen democrático constitucional y los que así piensan son revolucionarios hasta la médula aunque no lo sepan"

(Luis Hernando de Larramendi  ‘Cristiandad, Tradición, Realeza’)

"El carlismo tuvo arraigo popular gracias a su legitimismo dinástico, de tal modo que sin este hecho difícilmente hubiera aparecido en la historia española un movimiento político semejante, aunque su principal y más profunda motivación fuera religiosa. Podríamos encontrar semejanzas con otros movimientos antirrevolucionarios como la Vendée, los tiroleses de Austria o los cristeros de México. Pero estos casos, después de haber fracasado su levantamiento militar desaparecen como movimientos políticos. El carlismo, por el contrario, reaparece en la vida política española tras varias derrotas militares y largos períodos de paz en que se afirma que ha perdido toda su virtualidad. Se explica esta diferencia por el hecho de que la defensa de los principios político y religioso está íntimamente unida con la causa dinástica. Por ello Cuadrado puede afirmar que si ésta desapareciera su presencia se refugiaría “en las regiones inofensivas del pensamiento”.

Si se tratara de encontrar el medio para que desapareciera definitivamente el carlismo de la escena política española, habría que seguir aquella política que se propone desde El Conciliador. Hacer que desaparezcan las motivaciones dinásticas y de este modo se habrá conseguido que el carlismo no represente un permanente peligro de desestabilización política”.

(José Mª Alsina Roca. El Tradicionalismo Filosófico en España)



"Tal fue el caso de la tradicional monarquía española, por más que se haya querido ver en su historia una evolución constante y uniforme hacia la desaparición de las libertades y autonomías locales y sociales. Como dijimos, en poco o nada había variado de hecho nuestra organización municipal y gremial desde los primeros Austrias hasta Carlos IV, al paso que, desde la instauración del régimen constitucional, varía el panorama en pocos años hasta resultar hoy casi desconocida para el español medio la antigua autonomía foral y municipal.

La monarquía viene a ser así la condición necesaria de esa restauración social y política. Si todas las sociedades e instituciones que integraban el cuerpo social eran hijas del tiempo y de la tradición, en el tiempo y en la tradición deberán resurgir. Su restauración debe ser, necesariamente, un largo proceso. Para que se realice, se necesita de un poder condicionante que se lo permita y que las encauce y armonice en un orden jurídico. La Monarquía es la única de las instituciones patrias que puede restaurarse por un hecho político, inmediato; y ella es, precisamente, ese poder acondicionador y previo. En frase de Mella,

la primera de las instituciones, que se nutre de la tradición, y el canal por donde corren las demás, que parecen verse en ella coronada"

(Rafael Gambra. La monarquía social y representativa en el pensamiento tradicional)

“Si esto es así, las exigencias de la restauración recorrerían un proceso inverso al que impuso la historia, y esta inversión del proceso parece imponerse en vista de la necesidad de romper, en primer lugar, las estructuras político-financieras de los poderes que dirigen la revolución y que hacen prácticamente imposible la restauración desde abajo. El poder estatal creado por la revolución es tan exclusivo, tan absoluto, que no se puede soñar con restaurar el orden social si no se comienza por poner los resortes de ese poder en las manos encargadas de la misión restauradora”.

(Rubén Calderón Bouchet)

lunes, 1 de octubre de 2012

El capitalismo y el socialismo contra la propiedad. Rafael Gambra y las bases antropológicas de la propiedad humana

La propiedad capitalista comenzó con el liberalismo económico, con el código napoleónico y la división forzosa de patrimonios, con las leyes desvinculadoras, antigremiales y desamortizadoras. Hoy está escrito en las almas, en las costumbres y en las leyes.

Los males y abusos del capitalismo no se eliminan con la socialización de los bienes. Eliminar la propiedad privada es cortar definitivamente las bases económicas de la familia y también de otras muchas instituciones que sirven de contrapoderes al Estado y hacen posible la libertad política. En frase de Hilaire Belloc "tal solución sería como, pretender cortar los horrores de una religión falsa con el ateísmo, o los males de un matrimonio desdichado con el divorcio, o las tristezas de la vida con el suicidio (La Iglesia y la propiedad privada). Entregar toda la riqueza posible a un solo administrador universal supone el definitivo desarraigo del hombre, reduciéndolo a su condición, meramente individual. Supone también romper todo vínculo espiritual con las cosas, que dejarán así de ser horizonte o entorno humano para convertirse sólo en fuente indiferenciada de subsistencia. Paradójicamente el colectivismo potencia hasta su máximo el individualismo, y, a través de un proceso minucioso de masificación, elimina del corazón humano toda relación con el mundo circundante que no sea la codicia, la disconformidad y la envidia.

Era una sentencia corriente entre los liberales del siglo pasado que "los males de la libertad con más libertad se curan". Yo he pensado siempre que son "los males de la propiedad los que con más propiedad se curan". Es decir, restituyendo al ejercicio de la propiedad toda su profundidad y sus implicaciones, el marco de significación y de vinculaciones de que fue privada. Cuando la sociedad no era gobernada por ideólogos y políticos de profesión —antes de la revolución política e industrial—, tanto nuestra civilización como toda otra tendieron a dotar a la propiedad de un cierto carácter sacral y patrimonial que hacían posible esa correlación de deberes y derechos en que consiste la justicia. Cuando a mayores derechos corresponden mayores deberes (y a la inversa), las diferencias inevitables de fortuna o posición social se hacen tolerables y aun respetables, precisamente porque no son puramente diferencias económicas sino estatus, que asocian al disfrute de los bienes implicaciones espirituales de lealtades y de deberes.

Como por sarcasmo, fue en nombre de la libertad como se realizó esa limitación de la propiedad a su aspecto más material y menos humano, es decir, como se la transformó en ese capitalismo contra el que más tarde se rebelaría el socialismo. Se trataba de desvincular al hombre de los lazos históricos que lo ligaban a su pasado, de los mitos y supersticiones ancestrales que condicionaban su comportamiento, de buscar la libre expansión del individuo y la libre expresión de su voluntad. La casa y los campos "que por ningún precio se venderían", las tierras amortizadas por la piadosa donación, los bosques comunales inajenables por considerarse propiedad de generaciones pasadas, presentes y futuras, era cuanto tenía que ser desvinculado o desamortizado para la mejor explotación y para "la riqueza de las naciones".

Este designio de la revolución económica radica en un tremendo error sobre la naturaleza del hombre y de la condición humana. Estriba en concebir al hombre —a cada hombre— como una especie de encapsulamiento que encierra al verdadero individuó, a modo de un núcleo —bueno, racional y feliz por naturaleza— al que hay que liberar de esa cápsula, hecha de tabús y de opresión que lo deforman y esclavizan. Esta idea está escrita a fuego en el espíritu de la Modernidad. Destruir los prejuicios, desenmascarar los tabús, ha sido el imperativo de casi dos siglos de pedagogía y de política.

El primitivo buscó cuevas donde guarecerse: el hombre moderno se empleó en demoler las mansiones que durante milenios albergaron a su civilización sin pensar que en el término del proceso hallaría la intemperie: aquello precisamente que impulsó a sus antepasados a buscar el refugio, con su angosta entrada, con sus paredes y su bóveda, es decir, un ámbito protector habitable, defendible, decorable (...)

El hombre —cada hombre-—no es un núcleo escondido que haya de "liberarse" o ser despertado rompiendo el cerco de maleza que lo rodea, como a la hermosa durmiente del bosque. Si alcanzáramos a aniquilar cuanto un hombre ha creído y ha amado y realizado a lo largo de su vida daríamos, no con el primitivo sano y feliz o con el hombre al fin liberado y "él mismo", sino con el yermo desertizado o con la inmensa ausencia de una decepción sin límites, tal vez con el desaliento de una incapacidad ya de rehacer.

Porque el hombre —cada hombre— consiste en esa serie de lazos que él mismo —-en buena parte-— ha ido creando con las cosas: todo aquello que considera como suyo, sin lo cual su vicia carecería para él mismo de sentido y aparecería a sus ojos como impensable. El hombre no es su pura naturaleza potencial, ni sus disposiciones natales o heredadas, aunque sea también esto. En tanto que hombre individualizado, actual, irrepetible, se forja en una misteriosa relación de sí mismo con cuanto le rodea, dentro de la cual ejerce su capacidad de entrega (o donación) y de apropiación, edificando así su mundo diferenciado y, con él, su personalidad íntima. Hacer libre a un hombre no consiste en desasirle de su propia labor —de su trabajo— sino conseguir que trabaje en lo que ama o que pueda amar aquello que realiza. Hombres libres no son aquellos que flotan indiferentes o desasidos de cuanto les rodea, sino los que alcanzan a vivir un mundo suyo, aunque no trascienda de su vida interior, aunque haya sido logrado en la ascesis y el esfuerzo.

Es de Saint-Exupéry la frase: "no amo al hombre” amo la sed que lo devora". El hombre más dueño de sí y de su mundo, y con mayor personalidad, suele ser también el más ligado y entrañado en ese mundo propio, porque las raíces son en él las más firmes y exigentes; diríamos, en términos hoy habituales, el menos libre. Al paso que el hombre más libre en este último sentido es el más disponible al viento de la vida y de sus propias pasiones; es  decir, el menos capaz de vida interior y de creación, el menos libre en la realidad.

Basta, por lo tanto, con conocer al hombre mismo y a su relación con el mundo circundante para incluir la propiedad privada entre sus más radicales derechos; es decir, para reconocerla como el ámbito de su vivir auto constitutivo. Sin la posibilidad de extender el Yo —y el Super-yo— a las cosas, sin poder hacerlas nuestras y dotarles de un sentido, nunca adquirirá la vida humana su dimensión profunda, ni madurará en sus frutos* ni existirá un motivo para vivirla por muchos medios que se arbitren para facilitarla.

La técnica del "nivel de vida", convertida en soberana y erigida en fin último "social" e individual de una "sociedad de masas", ha dotado al hombre de medios de subsistencia y confort desconocidos por los más afortunados de otras épocas. Pero a la vez, y a un ritmo visiblemente acelerado, le privan de los lazos de compromiso y de apropiación (incorporación a sí mismo) que engendraban para él un mundo propio, diferenciado, y ello hasta desarraigarlo de todo ambiente personalizado y estable, vaciando su vida de sentido humano, de objetivos y de esperanza. M derecho a poseer algo y a serle fiel no figura entre esos "Derechos Humanos" que abren camino al universo socialista.

En rigor, es la Ciudad creada por el fervor a sus símbolos y a sus dioses lo que sostiene al hombre que vive en su seno, y lo preserva del hastío y de la corrupción; porque entre hombre y Ciudad se establece una misteriosa tensión por cuya virtud la corrupción, cuando sobreviene, no está tanto en los individuos como en el imperio que los alberga. Cuando viven en la lealtad y el fervor, hasta sus mismas pasiones los engrandecen; cuando, en cambio, viven juntos para sólo servirse a sí mismos, sus propias virtudes aprovechan a la pereza y al odio mutuo.

Porque la Ciudad sostenida por el fervor engendra para el hombre dos elementos necesarios a su sano vivir: de una parte, el sentido de las cosas, que libra al hombre de caer en la incoherencia de un mundo sin límites ni estructuras; de otra, la maduración del vivir, por cuya virtud la obra que el hombre realiza paga por la vida que le ha quitado, y el mismo conjunto de la vida, por ser constructivo, paga ante su eternidad. Ello libra al hombre del hastío de un correr infecundo de sus años y le concilia con su propio morir.

Como ha escrito Salvador Minguijón, "el localismo cultural, impregnado de tradición y fundado sobre la difusión de la pequeña propiedad, sostiene una permanencia vigorosa frente a la anarquía mental que dispersa a las almas. Los hombres pegados al terruño, aunque no sepan leer, disponen de una cultura que es como una condensación del buen sentido elaborada por siglos, cultura muy superior a la semicultura que destruye él instinto sin sustituirlo por una conciencia (...). La estabilidad de las vidas humanas crea el arraigo, que engendrará nobles y dulces sentimientos y sanas costumbres. Estas cristalizan en saludables instituciones que, a su vez, conservan y afianzan las buenas costumbres. No es otra la esencia doctrinal del tradicionalismo".

Rafael Gambra. La propiedad bases antropológicas (revista Verbo), Pulsa para leer el texto completo

miércoles, 19 de septiembre de 2012

René de La Tour du Pin: Usura, capital y trabajo en la modernidad

Comprobar las consecuencias del desorden capitalista no podía bastar a La Tour du Pin. Quería aprehender las causas del sistema para acabar con éste. Y ¿qué encontró en la raíz del capitalismo? La usura.

En el lenguaje corriente, usura significa "cobro de un interés excesivo a razón del préstamo de un capital". Pero ésta es la definición del legalista o del moralista. El sociólogo tiene que considerar el fenómeno en sí. Dice La Tour du Pin: "Se alquila un objeto que se deteriora por el uso durante el tiempo de locación, tal como un caballo o una casa, porque se enajena realmente una parte de su valía que el locador no recuperará  cuando tome otra vez posesión de él: se prestan estos mismos objetos si es para un tiempo tan breve que su deterioración por uso sea imposible...El lenguaje ha conservado, por consiguiente, a la palabra "préstamo" su significado de servicio gratuito". Pero, si se alquila un objeto que será devuelto en su estado primitivo, hay usura.

Los moralistas bien pueden observar que el interés usurario se justifica dentro de ciertos límites cuando presenta el carácter de una indemnización de riesgo o no-empleo. Eso no cambia nada a la esencia de la operación: prestar a interés consiste en vender el tiempo, y el tiempo no es una mercancía. El capitalismo, régimen económico que funda su estructura en el préstamo a interés, cambia por tiempo una fracción del producto fabricado, vale decir del producto del trabajo. Cuando un capitalista "presta" cien mil pesos a un industrial para recibir un año más tarde ciento diez mil, consume el diez por ciento del trabajo de los productores sin dar nada en contrapartida, ya que el capital (no hablamos de los periodos anormales de inflacción) no se ha deteriorado.Ese interés es exactamente lo que Marx llama plusvalía: una parte del producto del trabajo que sirve para hacer vivir sin trabajar al capitalista. Así los productores mantienen una clase de inútiles improductivos, inútiles e improductivos por lo menos en el orden económico.

Ante tal comprobación los liberales suelen contestar que el capital es uno de los dos factores indispensables de la producción y es, además “trabajo acumulado”. Es inexacto, dice La Tour du Pin: “No es el arado el que trabaja, sino el labrador…No hay sino un agente de la producción, el trabajo, que produce con la ayuda de los agentes naturales que encuentra y los agentes artificiales que él mismo ha creado. Dicho de otro modo, el producto es trabajo multiplicado por trabajo…El capital es el producto de un trabajo anterior al que se considera en forma de mano de obra, nada más. No es “trabajo acumulado”. No es fuerza viva sino materia inerte”. De esto dinama que no se puede con derecho hablar del “salario del capital”. Este supuesto salario no es sino usura.

La situación es idéntica si se trata ya no de un préstamo en dinero sino de una asociación del capital y el trabajo bajo la forma de un préstamo de máquinas. El único "salario" legítimo de la máquina es su amortización, es decir la parte deducida del beneficio de la producción para mantener la máquina en buen estado y reemplazarla cuando esté desgastada; pero, en la realidad del sistema capitalista, no es el trabajador el que mantiene la máquina, sino la máquina la que mantiene al trabajador. Su dueño se apropia del producto del trabajo, paga al obrero un salario que ni siquiera, por lo general, le basta para mantenerse en buen estado y proveer a su propio reemplazo alimentando a sus hijos. La situación es, por consiguiente, al revés de lo normal. Es el trabajador quien se ha vuelto instrumento y es la máquina la que cobra el fruto de la producción. No hay asociación verdadera del capital y del trabajo, sino asociación de capitales que utilizan gratuitamente el trabajo de los obreros: gratuitamente, ya que, en el mejor de los casos, no se reconoce al proletario sino el mínimo vital que sólo le permite conservar su fuerza de producción.

Jaime María de Mahieu. Maurras y Sorel

sábado, 15 de septiembre de 2012

La Europa que suplantó a la Cristiandad

Los iconoclastas de la codicia se unieron a los iconoclastas de la ceguera y el furor

“Digo pues, que hicieron su aparición contra la Iglesia los integrantes de un grupo de ricos inmorales que esperaban sacar ventaja de una ruptura general en la organización popular de la sociedad… Una clase poco numerosa, extremadamente rica, contaminada del ateísmo que se oculta siempre en la segura riqueza disfrutada durante largo tiempo, comenzaba a apropiarse en demasía de la tierra inglesa… es verdad que el monopolio absoluto del suelo y la opresión del pueblo por parte de los terratenientes es un procedimiento puramente protestante. Nada análogo sucedió ni podía haberse concebido en la Inglaterra de la pre-reforma… (esta oligarquía) comenzaba a inmiscuirse en la administración judicial, a reemplazar al pueblo en la legislación local y a suplantar apreciablemente al rey en la legislación central…. rebelarse contra la Fe, que siempre ha mirado con reservas y ha restringido y reformado la tiranía de la riqueza”.

Hilaire Belloc. “Europa y la Fe” 

jueves, 30 de agosto de 2012

La Monarquía social; única solución frente a la crisis "sistémica" actual

 (Don Sixto Enrique de Borbón con su pueblo. Pasto-Nueva Granada-Las Españas)

"España fue una federación de repúblicas democráticas en los municipios y aristocrática, con aristocracia social, en las regiones; levantada sobre la monarquía natural de la familia y dirigida por la monarquía política del Estado"

(Juan Vázquez de Mella)

"Y aquí como en tantos momentos surge la diferencia esencial entre la Monarquía tradicional y todos los demás regímenes de sello revolucionario, que son de opinión o de partido. La Monarquía, precisamente por estar vinculada al tiempo y a las generaciones, por situarse sobre los grupos e intereses y no deberles nada, procura apoyarse en las más viejas y estables instituciones y en las más nobles autonomías que, como ella misma, hunden su prestigio en la Historia. Sólo la Monarquía no entra en rivalidad con la sociedad, porque es, cabalmente, el único régimen social en el puro y profundo sentido de la palabra"

domingo, 12 de agosto de 2012

La usura, en el corazón de la modernidad

Pero la raíz de toda la falacia capitalista está en el principio de que el dinero está destinado a reproducirse: la usura. Con toda consecuencia, Aristóteles condena toda usura (obolostatiké) como contraria a la naturaleza de las cosas, concretamente, a la del mismo dinero. Porque el dinero tiene como fin el servir para el intercambio de bienes y no el de reproducirse, como parto (Jtókos) de sí mismo; los intereses del dinero son, pues, "hijos del dinero"(nómisma nomísmatos). Son, por lo tanto, el modo de adquisición más contrario a la naturaleza, y, por ello, justamente odiado.

A esta misma conclusión debe llegar la teoría jurídica no perturbada por la influencia crematística. Porque, siendo el dinero una cosa consumible, cuyo fin es su consumición jurídica, el "gastarse", y no siendo posible que las cosas destinadas al consumo se reproduzcan en forma de frutos, se concluye que el dinero no puede producir más dinero, a modo de fruto civil, es decir, de "renta".

No se trata aquí de poner un límite al préstamo de interés, como ha hecho la doctrina tradicional, sino de negar que el interés sea fruto del dinero prestado; la consecuencia principal de esto está en negar que el inversionista aporte a la sociedad un bien productivo que le pueda justificar como "socio"; siendo así que sólo es un prestamista, un acreedor que queda fuera de la sociedad empresarial.

Si el préstamo va acompañado de una obligación de intereses, tenemos una promesa que aumenta la cantidad prestada en razón del aplazamiento de su devolución, casi como una pena, aunque convencional, por el retraso; es la misma razón que justifica los intereses moratorios que puede fijar un juez, o el aumento del precio de una compraventa por el convenio de su pago "a plazos", porque también el precio aplazado es dinero acreditado, es decir, prestado.

Lo que aquí importa dejar aclarado es que el dinero, por su misma naturaleza de bien consumible, no puede, en buena medida, rentar intereses.

El fraude doctrinal a esta evidencia jurídica puede atribuirse a la Ética calvinista y, concretamente, a Demoulin, que llegó a negar el carácter consumible del dinero por la engañosa razón de que las monedas no se consumen físicamente por su uso, sin distinguir que la consumibilidad puede ser, no sólo física, sino también jurídica. Pero su doctrina ha sido fundamental para toda la Ética económica de la modernidad.

La palabra latina reddere significa "dar algo en propiedad a alguien". La lengua española deriva de ella dos verbos distintos: "rendir" y "rentar". El objeto propio de "rendir" son los "servicios"; el de "rentar", el "dinero". Tenemos en esta distinción la misma que debe hacerse entre los "servicios" de la Economía y las "rentas" de la Crematística, e, indirectamente, entre la felicidad y el placer: un gran reto para el hombre de nuestro tiempo.

El Capitalismo, partiendo de que el dinero ha de rentar, no sólo ha erigido al dinero —un dinero ya abstracto, no corporal— en patrón y medida del valor de todas las cosas, sino en estímulo y fin de toda la actividad humana. De este modo, el hombre ha dejado de ser considerado por sus "virtudes", para serlo por la rentabilidad de sus "valores". Consecuentemente, la "filosofía de los valores" debe ser entendida como la propia del Capitalismo. Cuando hoy se habla tanto de "valores", no conviene olvidar la genealogía y la malicia de este concepto, incluso, para seguir la expresión de Carl Schmitt, su "tiranía".

Álvaro D´Ors. La Crematística,(revista Verbo). Para leer todo el texto PULSA AQUÍ

jueves, 9 de agosto de 2012

El genocidio de la Vendée en película: la verdad contra las mentiras del mundo moderno



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"La obra política de la Revolución francesa consistió principalmente en destruir toda aquella serie de organismos intermedios- patrimonios familiares, gremios, universidades autónomas, municipios con bienes propios, administraciones regionales, el mismo patrimonio de la Iglesia-que como corporaciones protectoras se extendían entre el inividuo y el Estado (...) si hay un poder que asume toda la soberanía...¿que cosa es esto, variando los nombres, más que un bárbaro absolutismo".

Juan Vázquez de Mella

viernes, 3 de agosto de 2012

Juan Vázquez de Mella: El Verbo de la tradición (II)

Patria
Sin el sentimiento común en el presente y en el pasado que junte en una unidad corazones y conciencias, no hay Patria. Unidad de creencias y autoridad inmutable que las custodien; sólo eso constituye naciones y enciende patriotismos. 

Patriotismo
Aquella España gloriosísima realizó empresas tales, que ellas solas, bastarían  para hacer la gloria de muchos pueblos...¡Ah! Si nos fijáramos en todos aquellos hombres, reyes, guerreros, descubridores, sabios, artistas..., parece que forman selvas, para abarcarlos es necesario mirarlos desde el cielo.
Ningún pueblo se ha levantado de su postración maldiciendo los días lejanos y grandes de su historia.

Tradición y progreso
El primer invento ha sido el primer progreso y el primer progreso, al trasmitirse a los demás, ha sido la primera tradición que empezaba.
El progreso individual no llega a ser social si la tradición no le recoge en sus brazos. Es la antorcha que se apaga tristemente al lanzar el primer resplandor, si la tradición no la recoge y la levanta para que pase de generación en generación, renovando en nuevos ambientes el resplandor de la llama.

Revolución
La historia del Pontificado no es, políticamente, otra cosa que un porfiado combate contra el cesarismo y una continua cruzada en favor de la libertad.
La Revolución hace astillas los tronos que tratan de salvarse, ofreciéndole, a cambio de su benevolencia, fragmentos de altar.

Cesarismo
Si es estable acaba siempre en feminismo y éste en una laguna de fango, primero, y en una laguna de sangre después.

La batalla
La verdad es que desde el Calvario acá, a pesar de todos los nombres, una sola batalla se riñe en el mundo: la que libran incesantemente el naturalismo pagano, de una parte, y el sobrenaturalismo cristiano de otra.
La tendencia que resume todos los esfuerzos de la ciencia atea de hoy puede formularse así: rebajar el hombre al nivel de la bestia y elevar la bestia al nivel del hombre.

Monarquía liberal
Las Monarquías parlamentarias son un puente para la República, y como sabemos que este género de Gobierno no evita la Revolución fiera; por que ellas comienzan por ser la personificación de la Revolución mansa, lo único que a lo más consiguen es aplazarla.

Partidos liberales
Los partidos doctrinarios y radicales de la Revolución no han tenido más que un programa: demoler, desde los cimientos a las bóvedas, todo el edificio que con sublimes y seculares esfuerzos habían ido levantando generaciones católicas y monárquicas sobre un suelo amasado con su sangre; oponer a cada empresa histórica una catástrofe, a cada gloria una ignominia, a cada derecho una licencia, a cada virtud cívica una corrupción, y, finalmente, a la comunidad de creencias, de sentimientos, de instituciones fundamentales, de tradiciones, de recuerdos y de aspiraciones comunes que constituían el espíritu nacional, un solo principio: el de negar ese espíritu, y una sola libertad: la de romper esas unidades y de disolver la Patria.
Eliminar los partidos parlamentarios no es cercenar el ser de la Patria; es aliviarla de un peso que la oprime, es remediar a un cautivo y levantar del suelo a una reina desfallecida y humillada.

Parlamento
Los Parlamentos no sirven para gobernar. Los Parlamentos no sirven para legislar. Los Parlamentos no sirven para evitar despilfarros. Los Parlamentos son impotentes para evitar las revoluciones. ¿Para que sirven, pues los Parlamentos?. Para nada. Y cuando una institución no presta utilidad alguna, suprimirla es, sencillamente, responder a las preposiciones más rudimentarias del sentido común.

Liberalismo
No esperéis solución positiva de los problemas vitales que aquejan a nuestra sociedad; el liberalismo no las tiene; no tiene más que un programa negativo: el de vejar y perseguir a la Iglesia. Hay una fortaleza: la Iglesia; hay otra que ha nacido  debajo de ella, y a su sombra, la España tradicional. El liberalismo niega a la Iglesia, niega la España tradicional, punto por punto, y ése es  su programa; no tiene ni ha tenido nunca otro.

¿Que hacer?
Cuando no se puede gobernar desde el Estado con el deber, se gobierna desde fuera, desde la sociedad con el derecho. ¿Y cuando no se puede gobernar con el derecho solo porque el Poder no le reconoce? Se apela a la fuerza para mantener el derecho y para imponerlo. ¿Y cuando no existe la fuerza? Nunca falta en las naciones que no han abandonado a Cristo y menos en España; pero si llegara a faltar por la desorganización, ¿qué se hace? ¿Transigir y ceder? No, no. Entonces  se va a recibirla a las Catacumbas y al Circo, pero no se cae de rodillas, porque estén los ídolos en el Capitolio.

Juan Vázquez de Mella. Tomado de  Vázquez de Mella y la educación nacional

miércoles, 25 de julio de 2012

Juan Vázquez de Mella : El Verbo de la tradición

Tradición
Jurídicamente la tradición es el vínculo establecido por el derecho a la inmortalidad de los antepasados y el deber de respetarla de los descendientes, que a su vez tienen el derecho al respeto de sus sucesores. Pero esta relación jurídica se funda, como todas, sobre la ley moral; y por eso toda tradición no subordinada a ella no puede ser respetada, porque las relaciones con Dios y la naturaleza humana que ordenan son las más antiguas y respetables de todas las tradiciones.

La tradición ridiculamente desdeñada por los que ni siquiera han penetrado su concepto, no sólo es elemento necesario del progreso, sino una ley social importantísima, la que expresa la continuidad histórica de un pueblo, aunque no se hayan parado a pensar sobre ello ciertos sociólogos que, por detenerse demasiado a admirar la naturaleza animal, no han tenido tiempo de estudiar la humana en que radica. La tradición es como el mayorazgo espiritual de un pueblo, y los fundadores quieren que se trasmita a las generaciones venideras. No hay derecho a malversar ese patrimonio, pero sí a acrecentarlo, sí a aumentarlo. ¿Por qué? Porque los venideros tienen derecho a esa obra, y no es lícito que entre ellos y los antepasados se interpongan algunos para privarlos de la herencia y abrir en la Historia una sima para el progreso, que no puede muchas veces salvarla.

Nación
Una nación es una unidad histórica que sólo puede ser destruída o cambiada por otra unidad histórica opuesta, y ésta supone, además de las opiniones y actos libres, factores naturales  que no se pueden  fabricar con pactos, ni convenciones.

Región
La región es una sociedad pública o una nación incipiente que, sorprendida en un momento de su desarrollo por una necesidad poderosa que ella no puede satisfacer, se asocia con otra u otras naciones completas o incipientes como ella y les comunica algo de su vida y se hace participe de la suya, pero sin confundirlas, antes bien, marcando las lineas de su personalidad y manteniendo íntegros, dentro de su unidad, todos los atributos que la constituyen.

Irreligión
En el fondo de toda civilización moderna late la barbarie, porque es barbarie todo lo que sea sublevación contra los principios morales y religiosos.

Liberalismo
El liberalismo no es más que una anarquía moderada, que se detiene, por medio de la inconsecuencia, en la mitad del camino.
El vulgo no lo entiende así, pero las cosas no dependen del entendimiento del vulgo; él es el que depende, como todas las inteligencias, plebeyas o distinguidas, de la realidad.

Escepticismo
El escepticismo es una interrogación que pone una pregunta sobre todas las cosas y la respuesta sobre ninguna.

Absolutismo (totalitarismo)
El absolutismo consiste en la ilimitación jurídica del Poder, y consiste en la invasión de la soberanía superior política en la soberanía social; y aun se puede dar en los órganos de ésta si penetran los principales en los subalternos.

Tiranía
Es una planta que sólo arraiga en el estiercol de la corrupción. Es una ley histórica que no ha tropezado  con una excepción. En un pueblo moral, la atmósfera de virtud seca esa planta al brotar. Ningún pueblo moral ha tenido tiranos y ninguno corrompido ha dejado de tenerlos.

Decálogo
El Decálogo es el código de la libertad. No se le puede derogar, ni siquiera en parte, ni en un solo individuo, sin que surja un tirano, armado con una pasión o alimentado con un vicio.

Juan Vázquez de Mella. Tomado de  Vázquez de Mella y la educación nacional

martes, 24 de julio de 2012

La antropofagia moderna: Vivir para trabajar, en el Estado Servil

"La antropofagia aparece a las mentes superficiales como un carácter peculiar de algunas hordas tan lejanas como salvajes, y que decrece cada día más. ¡Qué ceguera! La antropofagia no decrece ni desaparece sino que se trasforma. Ya no comemos carne humana, comemos trabajo humano"

(Charles Maurras. Mes Idées Politiques)

jueves, 12 de julio de 2012

Ante la crisis del capitalismo liberal: Rey legítimo y sentido común

“Hay en la actualidad, mi querido Alfonso, en nuestra España una cuestión temerosísima: la cuestión de Hacienda. Espanta considerar el déficit de la española; no bastan a cubrirlo las fuerzas productoras del país; la bancarrota es inminente… Yo no sé, hermano mío, si puede salvarse España de esa catástrofe; pero, si es posible, sólo su Rey legítimo la puede salvar. Una inquebrantable voluntad obra maravillas. Si el país está pobre, vivan pobremente hasta los ministros, hasta el mismo Rey, que debe acordarse de don Enrique el Doliente. 

Si el Rey es el primero en dar el gran ejemplo, todo será llano; suprimir Ministerios, y reducir Provincias, y disminuir empleos, y moralizar la Administración, al propio tiempo que se fomente la agricultura, proteja la industria y aliente al comercio. Salvar la Hacienda y el crédito de España es empresa titánica, a que todos deben contribuir, Gobiernos y Pueblos.

Menester es que, mientras se hagan milagros de economía, seamos todos muy españoles, estimando en mucho las cosas del país, apeteciendo sólo las útiles del extranjero… En una Nación hoy poderosísima, languideció en tiempos pasados la industria, su principal fuente de riqueza, y estaba la Hacienda mal parada y el Reino pobre. Del Alcázar Real salió y derramóse por los pueblos una moda: la de vestir sólo las telas del país. Con esto la industria, reanimada, dio origen dichoso a la salvación de la Hacienda y a la prosperidad del Reino”.

Carta que en 1869 S.M. Carlos VII de España envió a su hermano Alfonso futuro S.M. Alfonso Carlos I

miércoles, 11 de julio de 2012

El municipalismo foral esencia de los pueblos libres

Por tanto es en el municipio donde reside la fuerza de los pueblos libres. Las instituciones municipales son a la libertad lo que las escuelas primarias a las ciencias; ellas son las que la ponen al alcance del pueblo; le hacen gustar de su uso pacifico y lo habitúan a servirse de ella. Sin instituciones municipales, una nación puede darse un gobierno libre, pero carecerá del espíritu de la libertad.

Pasiones fugaces, intereses del momento o del azar de las circunstancias pueden darle formas aparentes de independencia; pero el despotismo, arrinconado en el fondo del cuerpo social, tarde o temprano reaparece en la superficie (…) Ahora bien, despojad al municipio de fuerza e independencia, y no encontraréis en él más que administrados, pero no ciudadanos”.

Alexis de Tocqueville

jueves, 5 de julio de 2012

Separación y armonía entre la soberanía social y la política

Toda persona tiene como atributo jurídico lo que se llama autarquía; es decir, tiene el derecho de realizar su fin, y para realizarlo tiene que emplear su actividad, y por lo tanto, tiene derecho a que otra persona no se interponga con su acción entre el sujeto de ese derecho y el fin que ha de alcanzar y realizar. Eso sucede en toda persona. Y como para cumplir ese fin, que se va extendiendo y dilatando,  no basta la órbita de la familia, porque es demasiado restringida, y el deber de perfección que el hombre tiene le induce a extender en nuevas sociedades lo que no cabe en la familia, y por sus necesidades individuales y familiares y para satisfacerlas, viene una más amplia esfera y surge el Municipio como Senado de las familias. Y como en los Municipios existe esa misma necesidad de perfección y protección y es demasiado restringida su órbita para que toda la grandeza y perfección humana estén contenidas en ella surge una esfera más grande, se va dilatando por las comarcas y las clases hasta constituir la región. De este modo, desde la familia, cimiento y base de la sociedad, nace una serie ascendente de personas colectivas que constituye lo que yo he llamado la soberanía social, a la que varias veces me he referido y cuya relación fundamental voy a señalar esta tarde.

Así, desde el cimiento de la familia, fundada en ella como en un pilar, nace una doble jerarquía de sociedades complementarias, como el Municipio, como la comarca, como la región; de sociedades derivativas, como la escuela, como la Universidad, como la Corporación. Estas dos escalas ascendentes, esta jerarquía de poderes surge de la familia y termina en las regiones, que tienen cierta igualdad entre sí, aunque interiormente se diferencian por sus atributos y propiedades. Los intereses y las necesidades comunes a esta variedad, en que termina la jerarquía, exigen dos cosas: las CLASES que la atraviesan paralelamente distribuyendo las funciones sociales y una necesidad de orden y una necesidad de dirección. Puesto que ni las regiones ni las clases no pueden dirimir sus contiendas y sus conflictos, necesitan un Poder neutral  que los pueda dirimir y que pueda llenar ese vacío que ellas por sí mismas no pueden llenar. Y como tienen entre sí vínculos y necesidades comunes que expresan las clases, necesitan un alto Poder directivo y por eso existe el Estado, o sea la soberanía política propiamente dicha, como un Poder, como una unidad que corona a esa variedad, y que va a satisfacer dos momentos del orden: el de proteger, el de amparar, que es lo que pudiéramos llamar el momento estático, y el de la dirección, que pudiéramos llamar el momento dinámico.

Las dos exigencias de la soberanía social, son las que hacen que exista, y no tiene otra razón de ser la soberanía política y esas exigencias producen estos dos deberes correspondientes para satisfacerlas, los únicos deberes del Estado: el de protección y el de cooperación. De la ecuación, de la conformidad entre esa soberanía social y esa soberanía política, nace entonces el orden, el progreso, que no es más que el orden marchando, y su ruptura es el desorden y el retroceso. Entre esas dos soberanías había que colocar la cuestión de los límites del Poder, y no entre las partes de uno, como lo hizo el constitucionalismo.

Y cosa notable, señores; durante todo el siglo XIX una antinomia irreductible ha pasado por todos los entendimientos liberales, sin que apenas se advirtiese la contradicción entre el derecho político y la economía individualista. La economía individualista era optimista; suponía que la libertad se bastaba a sí misma; que dejados libremente todos los intereses, iban a volar por el horizonte como las palomas y se iban a confundir en un arrullo de amor; pero el derecho político informado por Montesquieu, era pesimista, suponía que el Poder propende siempre al abuso y que había que contrarrestarle con otro Poder, y como no alcanzó la profunda y necesaria distinción entre la soberanía social y la política, unificó la soberanía; creyó que no había más que una sola, la política, y le dio un solo sujeto, aunque por delegación y representación parezca que existen varios, y vino a dividirla en fragmentos para oponerlos unos a otros, y buscó así dentro el límite que debiera buscar fuera.

Tenía razón al decir que el Poder tiende al abuso, y que es necesario, por lo tanto, que otro Poder le contrarreste; pero para eso no era necesario dividir la soberanía política en fragmentos y oponerlos unos a otros; para eso era necesario, y esa es su primera función: reconocer la soberanía social, que es la que debe limitar la soberanía política.

La soberanía social es la que debe servir de contrarresto; y cuando esa armonía se rompe entre las dos, cuando no cumple sus deberes la soberanía política e invade la soberanía social y cuando la soberanía social invade la política, entonces nacen las enfermedades y las grandes perturbaciones del Estado.

En un momento de verdadero equilibrio, cumplen todos sus deberes, y a las exigencias de la soberanía social corresponden los deberes de la soberanía política; pero cuando la soberanía política invade la soberanía social, entonces nace el absolutismo, y desde la arbitrariedad y el despotismo, el poder se desborda hasta la más terrible tiranía.

[Discurso de Vázquez de Mella en la sesión del parlamento, 18 de junio de 1907]