miércoles, 29 de septiembre de 2010

En defensa de los Fueros Universitarios. Agrupación de Estudiantes Tradicionalistas


Banderín de los estudiantes carlistas del Reino de Valencia en los años 70.

La AET de Salamanca en la Feria de Bienvenida 2010.

El art. 27.10 de la Constitución de 1978 reconoce pomposamente "la autonomía universitaria". Sin embargo resulta evidente que desde la instauración de dicha constitución las universidades españoles han sido auténticas presas del poder político de turno y que las mismas no han gozado del mínimo atisbo de autonomía. En primer lugar por la hipertrofia legislativa, emanada no de las propias universidades o del consejo de las mismas sino desde instituciones políticas (desde la Unión Europea a las Comunidades Autónomas, pasando por el Estado). En segundo lugar porque las universidades siguen siendo esclavas de la financiación pública --y política-- siendo, sobre todo las más dependientes de las Comunidades Autónomas, meras correas de transmisión y colocación de los caciques autonómicos de turno.

La verdadera Universidad por su propia naturaleza es libre y autogestionaria. Pero no en el sentido ideológico imperante, reducido a un penoso axioma moderno que apela a una inhumana desvinculación del hombre de todo referente moral, trascendente o autoridad. Entendida según la recta razón la libertad y autogestión universitaria representaba, al igual que lo hacían los diversos cuerpos que constituían la sociedad tradicional en el régimen de Cristiandad, la autarquía y las libertades concretas sin mediatizaciones políticas ni económicas; mucho más presentes hoy en día que en ningún otro periodo autocrático de nuestra Historia. Las libertades tradicionales de las Españas eran libertades concretas, que no sólo eran de carácter territorial, sino que poseían ante todo una dimensión social y corporativa. Hoy en día cuando algunos apelan a los "derechos históricos" para defender sus caciquismos regionales actúan del modo más opuesto a dichos derechos históricos, pues lo único que hacen es reproducir la intromisión estatalista en la vida de las sociedades y los cuerpos intermedios. Entre ellos la Universidad, en la que han visto un instrumento ideologizante de primer orden.

En defensa del único modelo de Universidad posible, de la Universidad tradicional e hispánica, de los conocimientos y saberes auténticos y la gratuidad de los mismos, de la verdadera libertad universitaria, de los Fueros Universitarios ha estado siempre el Carlismo. Recientemente la AET ha vuelto a organizarse, destacando la labor desarrollado en la Universidad de Salamanca. ¿A qué esperas para implicarte en la defensa de los Fueros también en la Universidad o en los Colegios e Institutos? Organiza la AET en tu lugar de estudio para mejorar la enseñanza y acabar con la ideologización de la educación.

Manifiesto de la AET contra el proceso de Bolonia
Delenda est universitas
Librémonos de Europa

martes, 28 de septiembre de 2010

El Carlismo y el Federalismo (II)

(Adhesivo de la última campaña federalista del carlismo catalán, con el Real Monasterio de Sant Cugat de magnífico fondo)

(...) No se trata de que el Gobierno Central haga una siembra por todo el país de estructuras semejantes a la suya, sino de restaurar la Constitución federal interna del país. Puede decirse que el regionalismo es un método de reforma política visto desde el poder centralizado, al paso que el federalismo representa una posición restauradora vista desde la preexistencia y los derechos históricos de los Reinos integradores. Así como el regionalismo releva de ciertas funciones al poder del Estado para conferírselas a la región o al municipio, el federalismo, a la inversa, conserva a los Municipios y antiguos Reinos todas sus funciones y atribuciones, excepto las exclusivas del Estado –militares, diplomáticas y judiciales–, que otorga a éste. De lo cual se deduce que la única posición verdaderamente socialista, en el sentido de Mella, es la federalista, hasta poder decirse que el federalismo se identifica con el propio sociedalismo (de que habla Mella), destacando en él su aspecto dinámico-histórico.

«Nuestro regionalismo –dice Mella– afirma la personalidad propia de todas las regiones, de ningún modo un principio de unificación para moldearlas a semejanza de una sola. Yo no quiero la Constitución de Castilla para Cataluña o Navarra... Creo que cada región tiene derecho a su Constitución específica, histórica, diferenciada de las demás».

Así puede darse también entre nosotros un regionalismo que, aun no siendo mera descentralización, no sea tampoco federalista ni represente, por tanto, una posición sociedalista o institucionalista social, distinta del racionalismo político. Tal es el caso, por ejemplo, de los modernos regionalismos separatistas o semiseparatistas que representaron los Estatutos catalán y vasco, en los que no se trataba de reivindicar la Constitución histórica de esos países –cuya historia les llevó a federarse con los demás Pueblos españoles–, sino de establecer en ellos una organización estatal autónoma, pero semejante a la que se ejerce desde el poder central. La formulación más formal e inteligente de estos autonomismos –que ninguna razón histórica cuentan en su abono– viene a identificarse con lo que se ha llamado un regionalismo industrial o práctico, es decir, basado en el estado económico más avanzado de esas regiones (...)

Tanto los regionalismos de tipo industrial como este tipo de «atribuciones otorgadas» son por completo ajenos a un verdadero federalismo y, aún más, al foralismo español. Mella expresa esta idea con toda claridad. «No quiero yo establecer, como en algunas partes se intenta, un regionalismo empírico, industrial y materialista; el regionalismo, como un gran sistema, necesita tener una base histórica y sentimental...». Un mero regionalismo –añade en otro lugar– «puede ser independiente del problema de la jerarquía social que hay que oponer a la jerarquía delegada del Estado. Si se diera un descuajamiento del Estado español actual, al dividirse en tres o cuatro naciones, el primer problema se plantearía después en cada una de ellas. Imaginad una Vasconia independiente o una Cataluña separada. El problema quedaría en pie. El Estado separado con relación al que existía, ¿afirmaría y establecería una jerarquía social, el Municipio autárquico, las Comarcas libres? Podéis asegurar que una Cataluña formando Estado sólo se habría descentralizado con relación al Estado del que se había separado. Dentro del nuevo Estado surgiría una centralización nueva que aplastaría dentro de sí al principio regionalista». «Lo he dicho en el Parlamento: nunca merced o división otorgada por el Poder; sólo el reconocimiento de la Constitución interna de cada Pueblo formado en la historia. Así defiendo yo los Fueros y las libertades de todas las regiones históricas de España» (...)

[VI] Foralismo español (220)

El federalismo o regionalismo autonomista no es para nuestra Patria una posibilidad de gobierno entre otras que puedan escogerse o preferirse en orden a su utilidad, sino algo radicado en su mismo ser histórico, en su existencia presente, en su problemática futura. Este federalismo forjado en la historia, impregnado de tradición y creador de instituciones, recibió entre nosotros el nombre de foralismo o sistema foral. La variedad geográfica, social, ambiental, lingüística y aun, en parte, histórica, es un hecho insuperable entre los Pueblos y habitantes de la península española. «Ni por la naturaleza del suelo –decía Menéndez Pelayo–, ni por la raza, ni por el carácter parecíamos destinados a formar una gran nación...». Sin embargo, llegó a ser tal la unidad interna, profunda, de nuestra Patria, que no cabiendo en sus límites se extendió a todo el mundo nuevo que fue asimilado a ese espíritu común y civilizado en él. Y obsérvese bien que el régimen foral no fue, como muchos creen, un tránsito obligado y siempre declinante hacia una más efectiva unidad: si así fuese, se habría prescindido de él en la organización política de los Pueblos americanos como un mal con el que hay que transigir sólo allá donde existe; pero, antes al contrario, a América se llevó el régimen de Cabildos (Municipio español) y Congresos (Cortes) como una prolongación del peninsular (...)

El foralismo –o federalismo histórico– crea un ambiente cálido y humano de responsabilidad en los gobernantes o administradores y de cordial adhesión en los gobernados, condiciones ambas de la verdadera y única libertad política. Son instituciones libres aquellas que hacen salir a los ciudadanos de sí mismos y participar voluntariamente en los asuntos públicos; las que no les divorcian de ese interés comunitario ni les hacen caer en la apatía abstencionista propia del individuo. Según Tocqueville, sólo en las instituciones forales y municipales reside la fuerza de los pueblos libres. «Estas instituciones –dice– son a la libertad lo que las escuelas primarias a la ciencia: la ponen al alcance del pueblo, le hacen gustar su uso normal y pacífico y le habitúan a servirse de ella. Sin estas instituciones, una nación puede alcanzar un gobierno libre, pero no tiene el espíritu de la libertad. Pasiones pasajeras, intereses de un momento, el azar, pueden darle la forma exterior de la independencia, pero el despotismo, latente en el interior del cuerpo social, reaparece tarde o temprano en la superficie».

La originalidad y la autonomía de las instituciones políticas aforadas engendra un ambiente de libertad e interés –de amor a lo propio y de colaboración– que hace además posible, por mantener en sus límites naturales a la organización estatal, la difusión y vitalidad de las asociaciones puramente sociales. Ambas realidades –pequeñas democracias políticas e instituciones libres– dan a la sociedad un aspecto esencialmente distinto del que presenta en los países unificados y centralizados estatalmente. Lo que en éstos es una proliferación artificial de organismos oficiales es allá una libre creación de empresas colectivas; lo que aquí es un estéril y ruinoso tirar del presupuesto nacional, es en aquel medio la movilización de las energías del país; lo que aquí es una estructura divorciada de la realidad social es allá la sociedad misma obrando política, económica, culturalmente (...)

(Rafael Gambra Ciudad, en Tradición o mimetismo)

jueves, 23 de septiembre de 2010

Jornada carlista en Castellón y Villarreal de los Infantes.

La "Peña España", antiguo casino carlista de Villarreal de los Infantes


Con la plaza de toros de Castellón al fondo.

El pasado 16 de septiembre tuvo lugar una incursión de la partida "El Matiner" por tierras castellonenses del Reino de Valencia, junto a correligionarios de allí oriundos. La jornada comenzó con el rezo del Santo Rosario y la oración ante el Santísimo en el Santuario de San Pascual Baylón. Tras una pormenoriza visita a dicho Santuario (del que siempre fue muy devota la Monarquía Hispánica, con Reales peregrinaciones desde Felipe III a Javier I) los correligionarios castellonenses invitaron a la degustación de un sabroso menú de carne de caza a la brasa regada con buen vino de la tierra para disfrutar después de una animada sobremesa fumando pipa y bebiendo pacharán en la "Peña España" (nombre que fue muy típico de los círculos carlistas; así fueron llamados los de Vitoria, Burgos, Vigo, Zaragoza, etc.), el antiguo casino carlista de Villarreal de los Infantes. Pese a que lamentablemente hoy en día no se encuentre en manos carlistas conserva aún toda su magnífica planta junto a un relevante patrimonio artístico carlista, así como el propio municipio de Villarreal de los Infantes conserva en sus callejero los nombres de Zumalacárregui y Vázquez de Mella, como vestigios imperecederos de la dilatada historia carlista del mismo.

A media tarde comenzó una intensa campaña propagandística de la última campaña de adhesivos de la Comunión Tradicionalista y de reparto de propaganda por las calles de Castellón, Villarreal de los Infantes y Nules. El pueblo español acogía con interés y simpatía las propuestas carlistas, encontrándonos en nuestro reparto con más de un viejo carlista, así como con jóvenes dispuestos a implicarse en las actividades de la Comunión. La única nota negativa fue el incordio de la llamada "policía local" (de ayuntamientos en manos del PP) que pretendía impedirnos la pegada de adhesivos (pese a hacerlo en zonas no prohibidas) e incautarse de los mismos. Ante el razonamiento de lo ilegal que seria dicha incautación desistieron de la misma. Esperemos que muestren tanto celo ante la más que probable acción de piquetes violentos de los sindicatos de sistema en la jornada de pantomima antiobrera que organizarán el próximo 29 de septiembre. Esos sindicatos del sistema, que con su acción e inacción han contribuido a la ruina nacional en la que estamos sumidos, en su propaganda ensucian las ciudades sin ningún miramiento y lejos de sufrir las oportunas sanciones viven del dinero que nos roban a todos los trabajadores españoles.

Por la noche la partida "El Matiner" regresó al Principado de Cataluña tras el rezo de una oración en acción de gracias con la satisfacción por la celebración de una fructífera jornada de lucha y camaradería.
Contra la propaganda separatista y proterrorista que ensucia Castellón.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Patria y Regiones.

Podemos ver que la patria y la región son realidades que no solamente se unen sino que encuentran sus vidas nutridas la una por la otra. Una región es como un órgano de un cuerpo con vida. Cuando el cuerpo entero vive, el órgano vive y cuando el cuerpo como tal cuerpo florece, sus órganos florecen. Al revés, cuando el cuerpo goza de salud, esto indica que sus órganos están sanos. La analogía es pálida porque el órgano de un cuerpo no tiene conocimiento y por lo tanto no tiene libertad, mientras que las regiones hacen que la patria sea patria porque tienen libertad y conocimiento formando núcleos de espiritualidad encarnada en un suelo concreto. Pero la analogía vale por lo menos en tal sentido de que toda la vitalidad de las regiones y todo lo que cae dentro de ellas nutren la patria. Una patria sin regiones y demás infraestructuras sería como un cuerpo sin órganos y dejaría de ser patria a fin de convertirse en una red de burocracias que gobernarían una masa inerte y sin vitalidad alguna. La táctica comunista es evidente: manejar a los separatismos para destrozar la Patria nuestra; luego el régimen comunista acabaría con los mismos separatismos en aras de gobernar un conglomerado sin faz y carente de personalidad propia. Ninguna región, como tal región, que se ha formado históricamente dentro de una patria, es capaz de conservar su identidad fuera de dicha patria tal y como la sangre que corre por las venas del cuerpo no puede aguantar la esclerosis. La separación de las regiones de la patria es la esclerosis política, ya que la sangre de la patria no es nada sin las venas de las regiones, y éstas dejan de “ser” sin la nutrición que se forma de la sangre de la patria.

Si hemos utilizado el lenguaje de la metáfora es porque no hay ninguna manera de demostrar estas proposiciones apriorísticamente. La Patria Hispánica, formada en y por sus regiones sin identificarse con ellas —la Patria no es un conglomerado sino una unidad— no es un artefacto lógico o una máquina prefabricada sino un resultado histórico. Esta historia no ha sido ciega o hecha al azar. Desde que Europa se convirtiera al cristianismo, el pulso del desarrollo político y social de aquel enjambre y polvo de tribus y de “naciones” germánicas y célticas que se habían apoderado de lo que era el Imperio Romano, se dirigía hacia la creación de una comunidad netamente cristiana. La Cristiandad medieval en su esencia consistía en una comunidad internacional, gozando de una variedad de autonomías y de libertades tan vastas y variadas que hasta ahora ha sido imposible archivarlas por la ciencia y técnica moderna de la historiografía. Pero esta red de patrias se convirtió en una unidad gracias a una sola finalidad, a saber, hacer palpar en la tierra la Encarnación del Hijo de Dios Padre. Algo más allá de la comunidad, su sentido espiritual, otorgaba a ella su carácter definitivo. Todo esto se acabó con la Revolución.

El papel de lo que se llamaba en aquel entonces “Las Españas” se identificaba con un acto, prolongado a través de mil quinientos años, para formar una Patria merced a un esfuerzo común de defender la Fe. La Reconquista —aquella batalla que duró ocho siglos— no habría existido si los españoles no se hubieran unido en una tarea guerrillera y religiosa que por fin hizo que España llegase a ser una espada y un escudo en aras de aquella Cristiandad que reposaba en su retaguardia. España encontró su ser como Patria por ser la vanguardia de la civilización católica. Las peculiaridades y libertades de los antiguos Reinos, Condados y Principados ibéricos, se conservaban precisamente porque la unidad nacional, la Patria, no se consiguió a fin de centralizar, masificar, y así destrozar las autonomías de aquéllos. Algo parecido ocurrió al otro lado de los Pirineos, donde Francia encontró su unidad al costo de la pérdida de las libertades locales y regionales. Pero el caso de España fue enormemente diferente. Ningún Reino dentro de las Españas se unió con la Corona de Castilla en aras de autodestrozar sus derechos y constituciones propios, sino por defender mejor lo que era peculiarmente suyo frente a un enemigo primeramente al sur, más tarde al norte, que negaba la religión y por lo tanto el derecho público cristiano de toda la Cristiandad.

Como la Plaza de los Fueros en Pamplona recuerda en palabras esculpidas en piedra:

La incorporación de Navarra a la Corona de Castilla fue por vía la Unión Principal, reteniendo cada Reino su naturaleza antigua, así en leyes como en territorio y gobierno. De la Ley 62 de las Cortes de Olite, año 1645”.

Nuestra Patria no es lo que es por haber aniquilado lo que la precedía en el tiempo, sino por lograr que aquéllo resultara aún con más brillantez. España es Una por ser Múltiple y ha sido capaz de quedarse Múltiple solamente por haber sido Una. Sin la unidad nacional, España hoy día sería un desierto musulmán: una extensión de África en Europa; una tierra abandonada, reducida a cenizas y cubierta con la arena del Sahara: el Islam no sabe construir, sólo destruir. O España sería una dependencia de una Europa protestantizada y dominada por la herejía, puritanizada, y desposeída de personalidad propia. España salvó a Europa del Islam en la batalla de Lepanto con la espada de Don Juan de Austria. Y España paró la marcha de la herejía dentro del Continente gracias a la victoria de Mühlberg, conseguida principalmente por las armas de los Tercios de Castilla, cuyo caudillo era el Rey Emperador Carlos I y V quien desplegó las banderas de España y de Austria, y también la Cruz de Borgoña de la Orden del Toisón de Oro, el símbolo seglar más ilustre de la unidad católica de la Cristiandad. Así, el protestantismo se encontró parado y limitado a las periferias del antiguo Imperio Romano. Con el mismo gesto caballeresco de ser el paladín de Europa, a veces en contra de la voluntad de la propia Europa, España consiguió por fin su unidad nacional y así salvó el carácter peculiar de sus antiguos Reinos y su existencia misma.

Nosotros, los carlistas, amamos la Patria y por lo tanto la colocamos en nuestra jerarquía de bienes en un lugar que no es inferior a nada sino a Dios. Nos atrevemos a decir que la Providencia Divina nos ha dado la Patria como un regalo de oro. Nosotros, los carlistas, fieles a la más sublime tradición hispánica, y siguiendo el ejemplo de Carlos I y de Felipe II, la hemos devuelto a Él. ¡Todo por la Patria y la Patria por Dios!

Aún en los momentos más decadentes de nuestra historia, por ejemplo, durante la guerra de Cuba con los Estados Unidos a finales del siglo pasado, aquel siglo que marcó la época más nefasta en la historia de la nación, los españoles sabían luchar y morir por España. Empujada por una prensa liberal y sensacionalista que pregonaba y preveía una victoria imposible, la flota de España navegaba hacia América sabiendo de antemano que todos o casi todos aquellos hombres morirían: y efectivamente murieron, heroica y quijotescamente por el honor de España. Como años antes dijo el almirante Méndez Núñez en la batalla del Callao: “Vale más honra sin barcos, que barcos sin honra”.

En aquel entonces, nuestro rey carlista en el destierro, Don Carlos VII, ofrecía sus requetés como voluntarios al servicio de España, a pesar de que un usurpador se sentaba en el trono y un régimen liberal, que ya había debilitado las entrañas de la Patria, gobernaba masónicamente desde Madrid.

Al ofrecer tan generosamente sus voluntarios a un gobierno que le había robado sus derechos al trono, Don Carlos demostró que la Corona de España, y con ella el mismo Estado, no estaba ni está por encima de la Patria, sino que estaban o deben estar a su servicio.

Fuente: COMUNIÓN TRADICIONALISTA, Así pensamos (18 de julio de 1977), pp. 42-47

sábado, 18 de septiembre de 2010

El Beato John Henry Newman y la política.

(El Cardenal John Henry Newman, beatificado el Domingo 19 de septiembre, por el Santo Padre Benedicto XVI)

"Hablando estrictamente, la Iglesia cristiana, como sociedad visible, es necesariamente una fuerza política o un partido. Podrá ser un partido victorioso o un partido perseguido, pero siempre será un partido, anterior en existencia a las instituciones civiles de las que está rodeado, formidable e influyente a causa de su divinidad latente hasta el final de los tiempos. La garantía de permanencia se concedió desde el principio no meramente a la doctrina del Evangelio, sino a la Sociedad misma construida sobre la base de la doctrina, prediciendo no sólo la indestructibilidad del cristianismo, sino también del medio a través del cual había de manifestarse ante el mundo. Así el Cuerpo de la Iglesia es un medio señalado por Dios hacia la realización de las grandes bendiciones evangélicas. Los cristianos se apartan de su deber, o se vuelven políticos en un sentido ofensivo no cuando actúan como miembros de una comunidad, sino cuando lo hacen por fines temporales o de manera ilegal; no cuando adoptan la actitud de un partido, sino cuando se disgregan en muchos. Si los creyentes de la Iglesia primitiva no interfirieron en los actos del gobierno civil, fue simplemente porque no disponían de derechos civiles que les permitiesen legalmente hacerlo. Pero donde tienen derechos la situación es distinta, y la existencia de un espíritu mundano debe descubrirse no en que se usen estos derechos, sino en que se usen para fines distintos para los que fueron concebidos. Sin duda pueden existir justamente diferencias de opinión al juzgar el modo de ejercerlos en un caso particular, pero el principio mismo, el deber de usar sus derechos civiles en servicio de la religión, es evidente. Y puesto que hay una idea popular falsa, según la cual los cristianos, en cuanto tales, y especialmente el clero, no les conciernen los asuntos temporales, es conveniente aprovechar cualquier oportunidad para desmentir formalmente esa posición y para reclamar su demostración. En realidad, la iglesia fue instituida con el propósito expreso de intervenir o (como diría un hombre irreligioso) entrometerse en el mundo. Es un deber evidente de sus miembros no sólo asociarse internamente, sino también desarrollar esa unión interna en una guerra externa contra el espíritu del mal, ya sea en las cortes de los reyes o entre la multitud mezclada. Y, si no pueden hacer otra cosa, al menos pueden padecer por la verdad, y recordárselo a los hombres, infligiéndoles la tarea de perseguirles."

(Cardenal John Henry Newman. Los arrianos del siglo IV. En Persuadido por la Verdad. Ed Encuentro)

Libro recomendado: La política, oficio del alma Miguel Ayuso, Ed Nueva Hispanidad

jueves, 9 de septiembre de 2010

El Carlismo y el Federalismo.

El federalismo y el separatismo son distintos y el estudio de uno purifica y a la vez se complementa con el otro. Ahora que se habla tanto de separatismo se menciona poco el federalismo o se manipula (caso de Maragall) y, sin embargo, tienen puntos claros de fricción y de identificación. Los federalistas veneran los símbolos de la federación: la bandera, el himno nacional, la Jefatura del Estado, las apelaciones y recursos a instancias nacionales, el Ejército, la cultura e historia común y en una palabra, todo lo que corresponda a la federación, como, por ejemplo, la política exterior; incluso ponen un especial énfasis en aclamarlo. Los separatistas se identifican precisamente por lo contrario en los mismos puntos: queman la bandera nacional, silban al himno y al Jefe de Estado, perpretan y aclaman los atentados contra el Ejército, manipulan y odian la cultura e historia común, y quieren tener su propia política exterior. Las diferencias sencillamente apreciables, son, pues, claras, importantes e insalvables, y en la situación política actual seria muy bueno divulgarlas, explicarlas y exaltarlas. El concepto de Patria y el amor a ella son también fosos irrellenables entre las dos teorías.
Asimismo existe otra esencial diferencia de filosofía política. Los separatistas no desean otra cosa que repetir los abusos liberales y centralistas en nuevas organizaciones políticas, nuevas "naciones", llegando a ellos a través de la traición a la Patria. En cambio, el federalismo supone el cumplimiento del mandato de derecho público cristiano del principio de subsidiaridad a través del legítimo respeto de las libertades concretas de las regiones y los reinos, del todo distintas de las pseudolibertades abstractas del liberalismo (...)
Los conceptos descentralización, regionalismo y federalismo podrían alinearse por este orden formando una jerarquía en que cada uno incluye y supone a los anteriores, pero añade algo que no estaba en ellos.

La descentralización exige solamente descongestionar ese único y gran centro de poder central a favor de una mayor actividad política de los organismos no centrales de la nación. Pero, en definitiva, todo queda en manos de funcionarios, o centrales o periféricos.

El regionalismo exige algo mas; no se trata solo de dar una mayores atribuciones resolutivas a los delegados provinciales del poder público, sino de que se reavive en las distintas regiones una vida política relativamente autónoma , dotada de dinamismp propio. En esto, el poder, o una parte del mismo, pasa de los funcionarios a los ciudadanos. El regionalismo no se agota en la descentralización, aunque la suponga, sino que exige algo más y distinto: la vida política y autónoma de las regiones en lo que sólo a ellas concierne. Sería un peligro para el regionalismo que el poder central presentase como tal a lo que no pasa de ser una mera descentralización de oficinas.

El federalismo exige no únicamente que se dote a las regiones naturales de un gobierno propio en lo que a sus asuntos se refiere, sino que se restaure en ellas el gobierno que preexistió a la centralización, no como concesión de división de subgobiernos al estilo del central, sino con las características históricas que constituyen a esas regiones en antiguos reinos federados. En el federalismo la corriente de la dinámica del poder se invierte y en vez de ir del centro a la periferia como en la descentralización y en parte en el regionalismo, va de la periferia al centro, con lo cual resulta más natural y menos artificial y racionalista.
Nuestros antiguos Reyes se titulaban no Reyes de España, sino "de las Españas", y adoptaban el título de Rey, Conde o Señor de sus distintos territorios. El mismo Escudo de España esta formado por los de sus regiones (...)

Vayamos, pues, al federalismo pero lentamente, muy lentamente y con circunspección. Nadie como el Carlismo ha exaltado tanto el amor a la Patria y ha servido a España con más generosidad. Es un contrapunto que hay que mantener siempre enhiesto. Vayamos al federalismo con muchas banderas de España, mucho himno nacional, muchos desfiles militares, mucho turismo interior, una solidaridad efectiva entre los antiguos reinos pero que no sea igualitarismo, un Rey federante capaz y grandes proyectos comunes de expansión nacional.

(Manuel de Santa Cruz. extracto de El Carlismo y el Federalismo; "La Santa Causa" nº7 nov-dic 2003)

miércoles, 8 de septiembre de 2010

La futura "reina" de España...un futurible políticamente correcto.

"El monarca conserva los honores, las apariencias y oficialmente el rango social de la antigua realeza; pero, en realidad, no es más que el remate heráldico de la nueva oligarquía. De modo que, sintetizando, podría decirse que el poder constituído en España es, no una monarquía, sino una poliarquía oligárquica y alternativa, exornada con las apariencias heráldicas de la realeza antigua".

“los hombres han de ser leales al Príncipe si el Príncipe es leal a los principios que encarna y si no, no"; “una Monarquía que sólo quiere tener derechos y ninguna responsabilidad, es una Monarquía parásita"
Acaba de publicarse un libro titulado "Letizia Ortíz: una republicana en la corte de Juan Carlos I", escrito por Isidre Cunill, un periodista catalán especializado en periodismo de investigación. Se relata en el libro un presunto pasado republicano y agnóstico de Letizia Ortíz, escándalos donde se incluyen presuntas detenciones por cuestiones de drogas, polémicas de tono sexual y un presunto aborto cometido en 1996.

El Matiner, no entra a valorar el contenido de este libro, ni su veracidad. Aprovechamos sin embargo la ocasión para recordar un antiguo texto del profesor Rafael Gambra, que narra simplemente un futurible..."políticamente correcto".

LA FUTURA "REINA" DE ESPAÑA...

Aquí tratamos el tema de la futura Reina de España sólo en hipótesis o posibilidad –futuribles que dicen los filósofos–, pero siempre dentro del marco constitucional vigente.

Esto sentado, pensamos que la futura Reina de España puede ser un negro homosexual, compañero sentimental o pareja de hecho del Rey, de religión musulmana o sin religión.

¿Por qué no? Se pensaría espontáneamente que debe ser una mujer. Pero esto sería con mentalidad preconstitucional y antidemocrática. La Constitución se basa en la igualdad y la no discriminación. Si las mujeres pueden ser militares o guardias civiles, ¿por qué un hombre no podrá ser reina o consorte o pareja del rey? Esta discriminación sexual está políticamente abolida.

¿Y por qué ha de ser heterosexual? Eso dependerá de la libre orientación sexual del monarca. Otra discriminación del pasado.
¿Y por qué de raza blanca? Discriminar razas es la más odiosa discriminación para una mente democrática. Racismo puro.
¿Y por qué católica? Esta discriminación sería hoy odiosa hasta para el Vaticano progresista.

Así pues, una Reina varón, negro, homosexual y musulmán sería una opción políticamente correcta. Y objetar algo, fascismo puro.

jueves, 2 de septiembre de 2010

RINOCERITIS: la enfermedad crónica del conservadurismo y la derecha liberal.

"El conservadurismo demuestra ser el peor enemigo de la Tradición" (Don Sixto Enrique de Borbón)

Rhinoceros, la pieza de Ionesco, constituye, por su parte, la más profunda y aguda sátira del conformismo ambiental en nuestra época y de los mecanismos psicológicos de adaptación incondicional a cualquier género de situación o de cambio de mentalidad. Sátira también del proceso de masificación y de trivialización que se opera en las almas por efecto de la tecnocracia y de las grandes concentraciones urbanas. Imagen, en fin, de ese estado de ánimo colectivo que se revela capaz de aceptarlo todo rápidamente, con resignation préalable (resignación previa) por una voluntaria pérdida del sentido de los límites y de la consistencia de las cosas.

En el primer cuadro, Juan, hombre de "de su tiempo", con sus puntos de vista "eficaces" y filisteos, dialoga con Berenger, espíritu sencillo de abatida sinceridad. Sus frases sonoras y la vacuidad de sus actitudes siempre circunstanciales están como reclamando la exteriorización de un intenso proceso de rinoceritis, es decir, de insensibilización humana. Es entonces cuando irrumpe impetuoso el primer rinoceronte por las calles de la población. Y desde ese mismo momento entra en juego para aquel ambiente humano un mecanismo psicológico encaminado a la elusión subconciente del hecho, a la conformidad embozada con el mismo, movido siempre por actitudes previas de pereza mental, de cobardía interior y de abandonismo profundamente arraigado. Así, a los pocos momentos de la extraordinaria sorpresa, ya nadie habla de lo inconcebible de la aparición, sino del número de cuernos o de las razas de rinocerontes.

Enseguida comienza la absurda transformación de los hombres en rinocerontes, esos paquidermos extraños e insensibles, que parecen nativos del planeta más alejado de éste en que habita la raza humana.

El mecanismo mental por el cual los hombres "se situan" ante la rinoceritis, y la actitud que los rinoceriza seguidamente, es siempre la misma: aceptación del hecho como algo irremediable, como una evolución necesaria (es "el viento de la Historia"); ensayo de universalización del fenómeno buscándole antecedente similares en otros países o en otra época; puesta en discusión de los principios teóricos o morales en virtud de los cuales el fenómeno resulta inaceptable (en este caso, la superioridad de la humanidad sobre la animalidad, los límites de la cordura y de la demencia, etcétera); en fin, exaltación de los aspectos en que pueda sobresalir el hecho o realidad de que se trate (en este caso, de la fuerza, salud y poderío del rinoceronte).

Ante el hecho consumado, la epidemia de rinoceritisCursiva se extiende incontenible, el mecanismo mental se pone en movimiento para el hombre masificado, previamente dispuesto para cualquier género de adaptación dirigida: "siempre hubo cosas así", "salgamos al encuentro de lo que nace y seamos sus pioneros", "en otros sitios están peor", "tiene esto cierta grandeza"...

Parece indudable que el autor rumano ha conocido algunos de los diversos "hechos rinocéricos" que ha sufrido las diversas naciones, con la consecuente degradación de la personalidad de sus miembros: la irrupción en tantos países de un ejercito de ocupación extranjero con la creación de absurdos gobiernos Quisling; la aparición en este otro de un barbudo demencial que impone su ley; la entrega de aquel otro a bandas rivales de negros antropófagos; la erección más allá de la arbitrariedad como modo permanente de gobierno...En el horizonte final, la universal rinoceritis letárgica que, en nombre de la Democracia y de la Humanidad, anula la personalidad de los humanos frente al "viento de la Historia".

Lo más profundo de Rhinoceros quizá sea la elección del tipo humano que resiste a la adaptación rinocérica y se salva, él solo, entre los demás hombres. No se trata de ningún puritano u hombre de claros y declarados principios; antes lo contrario, son los hombres de esta clase los que se muestran más dóciles y vulnerables a la epidemia, los que con mayor facilidad encuentran argumentos de transición para adaptarse. Berenger, el protagonista, es un hombre humilde, sencillo y un tanto bohemio. Un hombre respetuoso ante los sabios y eficaces que le rodean, que no afirma nada con énfasis ni contraría la opinión de los demás. Berenger sabe, sin embargo, que la humanidad es superior a la animalidad, que entre la cordura y la locura hay un límite, y que convertirse en rinoceronte es absurdo. Y sabe todo esto "intuitivamente", aunque no sepa definir la intuición más que como un saber "por las buenas".

Pienso que en nuestra sociedad masificada y estatista, donde la rinoceritis alcanza hoy los más altos niveles, esta pieza de Ionesco debe producir la misma impresión que si a los tripulantes de una vieja y carcomida embarcación se les mostrara al vivo cómo empieza a hacer agua y a hundirse una vieja y carcomida embarcación.

(Rafael Gambra Ciudad. El silencio de Dios)