domingo, 30 de agosto de 2015

El Estado como sujeto inmoral


Intervención de don Miguel Ayuso Torres, Presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, frente cultural de la Comunión Tradicionalista, en el curso "Del buen gobierno y el liderazgo", del Instituto de Filosofía Práctica de Buenos Aires, sobre "El Estado como sujeto inmoral". Examinó el origen del Estado (moderno) como artefacto éticamente neutro, su evolución hacia el ·"Estado ético" rousseauniano (que no es el Estado sometido a la Ëtica sino el que pretende crearla), su debilitación en Estado "modular" (puesto al servicio de los caprichos de los individuos) y su conversión reciente en "Estado moralizador" pero inmoral.

Muy recomendable, por su calidad y profundidad teórica e intelectual. 

sábado, 29 de agosto de 2015

El "problema social" y la "lucha de clases", según el tradicionalismo clásico

Es un hecho real, fácilmente comprobable por todo aquel que con deseo de buscar solución se asoma a ese abismo que se llama “la lucha de clases” que en el fondo, allá en los orígenes de toda revolución existe una injusticia social contra la cual reaccionan las clases que de ella son víctimas.

¿De dónde proviene esta injusticia? De una organización social artificial sin duda… A riesgo de decir unas cuantas vulgaridades que sin duda conocerá el lector, no tengo más remedio que remontarme a los orígenes de la enfermedad si he de proponer después el remedio. Porque todo médico, antes de recetar diagnostica y previamente estudia los síntomas y busca las causas.

En el siglo pasado nuestros abuelos románticos, soñadores idealistas dieron un viva a la libertad y creyeron que nos legaban el mejor de los mundos… Y en efecto, la libertad triunfó. Y en el campo económico produjo la libre contratación que convirtió al obrero en máquina y al trabajo en mercancía. Nació el individualismo que permitió la libre explotación, el abuso del débil por el fuerte.

Y como una reacción frente al individualismo, aparecieron, de un lado, los trusts y las sociedades anónimas, los patronos y los obreros, en las que se adormece la conciencia y se cobra el cupón sin preocuparse de la suerte de aquellos hombres que trabajan al servicio de la empresa y que entre los factores de la producción: Capital-naturaleza y trabajo…, o sea hombre quedan colocados en último lugar por este orden precisamente. Y de otro lado apareció el marxismo que recogiendo la legítima necesidad de defensa de aquellas clases expuestas siempre a una posible explotación. Y al oído de los obreros una voz fue diciendo: “Trabajadores del mundo entero, uníos… Uníos para defender vuestros comunes intereses, formad cajas de resistencia, id a la huelga general…”

Y los hombres se polarizaron en dos bandos: a un lado aquellos que, no echan más que sus brazos para el trabajo, lo que llaman “el proletariado”, a otro los que tienen en su poder todos o casi todos los medios de producción lo que llaman “la burguesía”… Y la natural ambición de los que no tienen nada chocó con la humana ambición de los que lo tienen todo. Y la lucha de intereses encontrados, la lucha entre el capital y el trabajo desencadenó una guerra entre los hombres: eso que llaman “la lucha de clases”.

Ahora bien; si el mal es éste, su curación no puede encontrarse más que en la extirpación de sus causas. Armar a la sociedad para esa lucha, continuar predicando a los bandos contendientes “defendeos” es echar leña al fuego de odio, cuyas primeras brasas nacieron al calor de injusticias sociales. Todo al contrario, hay que llegar a la total desaparición de esa lucha y para ello, hay que prescindir de la existencia de esos dos bandos, de esas clases sociales que nacieron única y exclusivamente como reacción frente a la libre contratación, posible engendro de explotación y abuso.

El sentido vertical de la sociedad, de superposición de clases no es, ni natural ni cristiano. No hay ninguna razón de justicia que abone los privilegios de casta o privilegios de clase por los cuales un hombre sin otros méritos personales esté situado encima de los demás. No hay, no debe haber otras razones de superioridad que aquellas que otorga la bondad, el talento y el trabajo. Y el fruto de estos tres factores convertido en nobleza de estirpe o en legítima riqueza, puede y debe ser transmitido a condición de que quien lo recibe corresponda a esa heredada nobleza con sus propias virtudes y a esa heredada riqueza con su propio trabajo para convertir ambas no en lagunas estériles o sólo para sí mismo provechosas sino en abundantes manantiales que generosos, se desborden y fecundicen toda la sociedad.

Quiero decir que ese sentido vertical de clases que actualmente coloca debajo a todos aquellos hombres que sólo poseen sus brazos o su talento para el trabajo, en medio, como una aristocracia espiritual, los que viniendo a menos desde arriba o a más desde abajo, y encima los poseedores de la riqueza, es absurdo, injusto y contrario a la naturaleza. Como igualmente lo sería la vuelta a la tortilla para colocar el proletariado encima y a la burguesía debajo. No; mientras exista superposición de clases, mientras haya hombres encima y hombres debajo, había clases opresoras y oprimidas, habrá injusticia y frente a ella reacción, habrá lucha y la paz social será un imposible…

Prescindamos de este sistema “democrático” de organización social y busquemos uno más humano, más natural, más racional y más justo.

… en el campo (…) divisamos muchos hombres que (…) trabajan la tierra y extraen de ella los primeros productos que utilizará después la industria…

Y, estos hombres, que dirigen o trabajan en el cultivo del suelo (…) y que se hallan unidos por un interés común -el interés de la tierra- son una clase social, una dignísima clase social, la de los agricultores o agrarios…

… en los grandes centros fabriles (…) dirigentes y dirigidos, obreros manuales y obreros de la inteligencia, distribuidos en gremios según su profesión, forman otra dignísima clase social, vienen a engrosar un importantísimo sector de la vida nacional, son el gran bloque que llamamos la industria. Y, en ella, el obrero, el ingeniero, el propietario director, todo aquel que preste aportación de algún género, están unidos por un interés común, la producción del taller y de la fábrica, los beneficios que de ella resultan, que, en un sentido de justicia, deben ser repartidos proporcionalmente entre todos aquellos elementos que contribuyeron a producirlos.

… vemos puertos, factorías, mercados… (…) Llamamos a esta especial actividad el comercio y los hombres que a su servicio ponen la agilidad de su talento o de sus brazos, también forman otra digna poderosa clase social…

Y aquí tienes -lector- las verdaderas clases sociales, clases que no están superpuestas, clases que brotan libre naturalmente de un plano horizontal: el trabajo. Clases que no son enemigas, porque no teniendo intereses encontrados, sino complementarios, no tendrán ambiciones que choquen. Clases que no lucharán, y siendo así, desaparece la “lucha de clases”, producto -como probamos en el primer artículo- de la injusta y artificiosa organización social imprimida por el liberalismo.

¿Cómo resuelve el programa tradicionalista el problema social?
María Rosa Urraca Pastor. Págs. 47-52