domingo, 20 de agosto de 2023

Una o varias generaciones no pueden deshacer una Nación. Permanencia de futuro de la Nación.

Jesús Evaristo Casariego, teniente de Requetés. 
Cuadro de Mónica Caruncho.

Una generación es un vivo y precioso eslabón en la cadena humana de la Historia. No es la poseedora absoluta de la Patria en que nace, sino es algo así como la usufructuaria de la misma. Su acción jurídica sobre la Nación está limitada por las condiciones del legado que recibe y por la obligación que contrae de transmitírselo a sus continuadores que ella ha engendrado. Es algo semejante a lo que en las instituciones antiguas se llamaba un vínculo de mayorazgo, cuyos bienes no quedaban a la libre disposición del poseedor, sino que sólo los recibía en usufructo, con obligación de entregarlos a sus prolongadores legales para mantener la continuidad del linaje y la casa. En este caso, el linaje y la casa es la Nación.

De este modo, una generación carece del derecho a deshacer una Nación heredada, para entregarla rota y maltrecha a sus herederos. La Nación y la Patria, el soporte territorial, el conjunto de grandes valores que se reciben al nacer, no pueden ser destruidos por las modas políticas o por un momento de histerismo colectivo de la generación heredera. El suicidio no es aceptable en las personas físicas y menos en esas grandes personalidades histórico-jurídicas que son las Naciones.

Por ello, el poder tan discutible del sufragio, bien sea orgánico o inorgánico, incluso aunque sea unánime,   no puede llegar a eso: a que una Nación se suicide de un golpe. Frente al sufragio de una generación, en un instante de su vida, se opone lo que Vázquez de Mella llamaba "el sufragio universal  de los siglos". El sufragio que destruya una Nación, pierde toda presunta legitimidad y legalidad, y se convierte en un acto usurpador de pura tiranía, aunque se apoye en teorías y textos constitucionales que ella misma elabore e imponga.

Os pondré un ejemplo que aclare todo esto. Aunque "democráticamente" (palabreja tan de moda) todos los españoles, por sufragio unánime, decidieran que se vendiese los Archivos de Simancas, de Aragón y de Indias, y los museos  del Prado, el Ejército y la Armada, esos Archivos y esos museos no podrían ser vendidos lícitamente, porque la generación que dicidiera eso, carecería en absoluto de poder legal para la venta, ya que no es propietaria de los mismos, sino si usufructuaria, y los recibió con la obligación de transmitirlos únicamente a sus descendientes. Igual podría decirse de una decisión de liquidar la unidad de la Nación y constituirla en varias naciones y estados separados. Claro está, que algún día podría ocurrir eso, pues nada es absolutamente permanente en la Historia, pero ocurriría en virtud de un lento proceso histórico de decadencia y fraccionamientos y no por un acto decisorio momentáneo de una generación.

Pero si una generación insensata pretendiera hacer eso, como ocurriría -repito- en un acto de tiranía, de usurpación, tendrían contra ella toda la razón los que se opusieran, aunque fueran muy pocos. Recordemos que la doctrina de la licitud del enfrentamiento contra las decisiones de un tirano, sea personal o colectivo, fue siempre defendida por todos los grandes teólogos y juristas españoles, desde los concilios toledanos al P. Mariana, pasando por las páginas de las Partidas". Y naturalmente, está admitida por todos los juristas modernos.

Esta unidad y continuidad de la Nación, es decir, del conjunto de gentes que forman un pueblo y habitan un territorio que recibieron de sus antepasados, el cual forma la Patria, todo eso constituye un conjunto que no es sólo de los que viven y lo ocupan en un momento histórico dado, sino también de sus descendientes. Estos conceptos, que podrían parecer modernos, incluso "nacionalistas", es decir del siglo XIII para acá, están reconocidos por las antiguas doctrinas y leyes del derecho constitucional español. Así, en la Partida II, Título XV, Ley V, tras explicar que el Rey ha de jurar ser custodio de esos principios de unidad y continuidad, al referirse a la proclamación de cada Rey, preceptúa que ésta se hará en todos los pueblos de la Monarquía " Primeramente ayuntando todo el Consejo a pregón, e después dando omes señalados que lo fagan por todos los otros, también omes como mujeres, grandes e pequenos, ASSI POR LOS QUE ENTONCES SON BIVOS COMO POR LOS OTROS QUE HAN DE VENIR". Y a continuación dice que el que no lo hiciese así incurriría en la "mayor trayzion que pudieses ser fecha".

Es decir, que ya en la España del siglo XIII, la Nación no era sólo el conjunto de los presentes, sino también de los otros españoles "que han de venir".

Tal es el proceso histórico unitario o de reagrupación español, lentamente gestado a lo largo de más de setecientos años, hasta conseguir la realización de aquel ideal que un cronista asturiano del siglo IX había puesto en labios de Pelayo: la restauración total de España, tras haber peleado para ello en guerra constante , noche y día: die noctunque bella...

Fue entonces -Reyes Católicos- cuando alcanzó total realidad este hermoso párrafo que en 1492 escribió Antonio Nebrija, aquel que "domó la lengua para el Imperio", dirigido a la Reina Isabel: "Por la industria, trabajo y diligencia de vuestra Alteza, los miembros y pedazos de España se redujeron y ajustaron en un cuerpo y unidad de Reino, la forma y trabazón del cual así está ordenada que muchos siglos, injuria y tiempos no la podrán romper ni desatar'.

(...)

Esta ideología unitaria era una herencia recibida como anhelo de las mentes más ocultas y clarividentes desde la época gótica. Y ya se ha visto como fue mantenida por el Reino asturiano. El Liber, visigótico -hispano como Código general y la política de los concilios toledanos de los siglos VI y VII, que tanto influyó en su espíritu y redacción, tendía a ese fin: una Fe y una Patria común: una fides, unum regnum, bajo la cual, como pedía el cronista godo hispanizado Juan  Biclarense, fuese posible la unidad y la paz: ad unitatem etc pacem. Pero a ello se oponía el " morbo gótico" de los partidos, el que había de perder a España en Guadalete. El pluripartidismo -dicho sea una vez más - fue siempre el divisor, el enfrentador y la causa de los grandes males, igual en el periodo visigótico que en los siglos XIX y XX.

J.E Casariego en "La Unidad de España y los mitos del separatismo vasco" Madrid 1980

sábado, 5 de agosto de 2023

Valle-Inclán, carlista "de raza"


Ahora cabe preguntar y la pregunta la impone la lógica más rigurosa: ¿Cómo Valle-Inclán ha pasado de esa actitud puramente intelectualista, "espectacular", "desinteresada" a su actual actitud de combatiente por una idea, de propagandista de un dogma y de un credo político? 

El tránsito es muy lógico; no existe solución de continuidad ninguna entre el Valle Inclán de las Sonatas y el de La Guerra Carlista. Ese aristocratismo de Valle-Inclan de que he hablado más arriba implica un tradicionalismo, un hondo y profundo tradicionalismo. 

Valle-Inclan no podía ser en ningún momento demócrata; al no serlo, al abominar de la democracia, el autor de Cuento de abril tenía que percatarse de que su aristocratismo necesitaba una base sólida, fuerte, fecunda. Esa base no podía dársela sino la tradición, y una tradición particular, la española, lo mismo que una nación, un pueblo y una raza.  

Así al volver los ojos hacia esta base obligada e ineludible de su obra, Valle-Inclán ha ido derecho, con una lógica admirable e inflexible, a escoger el "momento" en que esa tradición, base de su obra, se ha puesto de relieve, en España, por modo más notorio, realista, vivo y tangible: nuestras guerras carlistas. Y Valle -Inclan ha tomado partido en estas luchas, no por los novadores, por los que batallaban en favor de una fórmula abstracta, "doctrinaria", igual aquí que en Francia, en Italia o en otro país sino por aquellos -los carlistas- que representaban, a su entender, más fiel y vigorosamente todas las esencias de una raza, de un pueblo y de una historia ¿Se comprende cómo todo está íntimamente ligado en la obra de Ramón del Valle-Inclán? ¿Se ve cómo toda su obra es perfectamente lógica y coherente? 


Azorín.  "Un embajador en América", La Vanguardia 10-8-1910 pág 4.


En el fondo, ¿quién sabe lo que piensa Valle acerca de nadie ni de nada? Le he oído sostener, siempre con brillantez y muchísima gracia, las opiniones más contradictorias. Realmente, Valle es por inclinación natural un tradicionalista. Su carlismo no fue una posición estética, como se ha dicho después. Cuando no está muy sobre si (casi siempre lo está), me divierte sorprender aquella inclinación 

Manuel Azaña. Diarios, 15 de junio de 1927

martes, 1 de agosto de 2023