miércoles, 31 de enero de 2018

Tradición o Revolución

"No hay que engañarse: en el mundo actual no hay más que dos partidos. El uno, que se puede llamar la Revolución, tiende con fuerza gigantesca a la destrucción de todo el orden antiguo y heredado, para alzar sobre sus ruinas un nuevo mundo paradisíaco y una torre que llegue al cielo; y por cierto que no carece para esa construcción futura de fórmulas, arbitrios y esquemas mágicos; tiene todos los planos, que son de lo más delicioso del mundo. El otro, que se puede llamar la Tradición, tendiendo a seguir el consejo del Apokalipsis: “conserva todas las cosas que has recibido, aunque sean cosas humanas y perecederas”.

Una religión y una moral de repuesto.CRISTO ¿vuelve o no vuelve?. Padre Leonardo Castellani

sábado, 27 de enero de 2018

¿Qué hacer? (I): La situación actual

Bases para una salida de la crisis

La actual coyuntura reúne todos los elementos de un cambio de época, conjunto de hechos en que culminan acontecimientos muy anteriores y factores, a su vez, de profundos trastornos. Sin ser exhaustivo, se pueden mencionar los importantes fenómenos demográficos y migratorios, la expansión mundial del Islam, los efectos de políticas educativas suicidas que llevan a la ruptura de las herencias culturales, el desmantelamiento brutal del Estado de bienestar en beneficio de una desregularización liberal y del mercado universal (globalización) con sus graves consecuencias sociales, el desmembramiento de los Estados nacionales y la aparición de organizaciones complejas de poder, la lucha abierta mundialmente organizada contra la moral natural, el anticristianismo y el ateísmo militante.

En cuanto a la situación interna de la Iglesia, no escapa a nadie que presenta muchos contrastes y, humanamente hablando, muchas debilidades. En tales condiciones, no es posible seguir razonando como si el mundo no hubiera zozobrado en una crisis importante, y menos aún como si el optimismo  conciliar no hubiese sido juzgado por la historia como un error de previsión cargado de consecuencias. Se nos llama ahora, pues, a un nuevo razonamiento, un profundo cambio de perspectiva intelectual y espiritual.

Este enfoque, incluso si se ha evitado durante mucho tiempo, es impensable descartarlo indefinidamente, o reducirlo a la búsqueda de contemporizaciones, ya que los plazos presionan de manera cada vez más evidente.

Por ello, al final de un status quaestionis que nos hemos esforzado en limitar a lo esencial, proponemos un preámbulo intelectual y moral, y luego el examen de algunas hipótesis prácticas. Debe entenderse que se trata de la elaboración de una base alrededor de la cual se debería poder emprender después de una reflexión colectiva, reflexión que, por nuestra parte- este libro lo demuestra- hemos tratado de iniciar desde hace varios años.

Iglesia y política. Cambiar de paradigma. Dirigido por Bernard Dumont, Miguel Ayuso y Danilo Castellano

miércoles, 24 de enero de 2018

La España vacía, el carlismo y sus confusiones

La España vacía, el carlismo y sus confusiones

En abril de 2016 vio la luz la primera edición de La España vacía, del periodista Sergio del Molino, que este 2018 ha conocido su undécima edición llegando a más de 50.000 lectores, cifra nada desdeñable en el actual panorama cultural.

Con narrativa ágil y buen dominio de la geografía y la historia el autor va enhebrando artículos con pretensión ensayística, la cual se ve truncada en ocasiones por un exceso de carga autobiográfica, anecdótica y retórica. Sin embargo ha sabido poner la atención sobre un tema capital: la actual desolación de amplias zonas rurales de España, su muerte social y demográfica. Su gran éxito comercial es sin duda fruto de un hecho que el autor ha sabido sagazmente identificar y que repite a lo largo del libro: “la España vacía vive en la España llena”. Es decir, muchos españoles han visto en sus artículos un eco de sus orígenes o remotos recuerdos de una geografía sentimental que dejaron atrás. Muchas ideas sobre este abandono están bien apuntadas, como en lo tocante al nefasto impacto de la desamortización, aunque en otros casos se abusa de demasiados lugares comunes, sin redondear las tesis. Se propone un precario equilibrio dialéctico sobre la tradición de aquellos lugares, concediendo por igual sabiduría como ignorancia, felicidad como tragedia a la vida rural.

La aceleración del abandono y destrucción del campo español tiene uno de sus orígenes en la política de los gobiernos liberales del siglo XIX, cuando se implantó el centralismo burocrático de la burguesía plutocrática; la política de comunicaciones con las vías radiales, las desamortizaciones de los bienes comunales (el procomún), y el sistema tributario, con una mentalidad poco encubierta de aislar y asfixiar las comunidades rurales que entendían en su prejuicio ideológico eran custodio de atavismos seculares que  se oponían al nuevo mito moderno del progreso. Proceso de masificación, proletarización, individualización y ruptura de los lazos naturales, vínculos, arraigos a la tierra, a la propiedad real, a las tradiciones y al sentido comunitario y popular.

Nos interesa particularmente lo escrito en el capítulo VII, Manos blancas no ofenden. En el mismo se esbozo un acercamiento tipológico y costumbrista a Navarra, lo que le sirve para glosar una visión del Carlismo contextualizado en la temática general del libro.

El carlismo fue montaraz en un sentido no figurado. Fue la argamasa y el podio que dio autoestima a una España que se sentía morir por unas ciudades babilónicas y bárbaras, fue la venganza de una España que empezaba a vaciarse contra una España que empezaba a llenarse, y me parece significativo que una de las personas que pusieron a calentar el horno carlista fuera un fugitivo del arado[1], alguien resentido y que probablemente deseaba la muerte de aquellos presuntuosos burgueses y condes que se burlaban de su acento y sus manos ásperas.[2]

El desarrollo de esta tesis incurre no obstante en un cierto determinismo de sentido contrario al que el mismo autor advierte al referirse a las presuntas leyes de la Historia que enunciara Hegel. Dándole la vuelta al argumento hegeliano de que las fuerzas de la historia son tan poderosas que se manifiestan al margen de las personas que accidentalmente las sufren y viven el autor pretende que esos mismos hechos históricos no hubiesen sido posible sin el concurso del mundo rural. Lo que sin dejar de ser cierto es un enfoque parcial y reduccionista. Fueron las clases campesinas las más damnificadas por los golpes de Estado del liberalismo, sin duda. Pero seguramente en el momento germinal del movimiento carlista, que es donde sitúa la narración aludida, no fueron las más determinantes a la hora de los alzamientos carlistas, pues hasta años después los liberales no tuvieron la fuerza suficiente para imponer sus cambios revolucionarios: el pago de tributos en moneda en lugar de en especie y sobre todo la criminal desamortización. Hechos que los analistas más doctos podían intuir, pero que no servían para justificar un movimiento armado determinado en una exclusiva clase social o territorio. Una visión parcial que alimenta cierto mito romántico y que en virtud de su falta de consistencia puede determinar una lectura muy superficial del carlismo que llegue hasta alimentar la fantasía del carlismo como antecedente del nacionalismo, tesis a la que el propio autor del libro se apunta en alguna entrevista.
El carlismo es el movimiento interclasista por excelencia, seguramente de toda la historia política reciente. Fruto de la concepción armónica (que no ideal ni perfecta) y orgánica de las jerarquías tradicionales en el Antiguo Régimen. Pese a sus disfuncionalidades mostró ser un modelo mucho más integrado que el del liberalismo. Por eso no se puede realizar una lectura simple y lineal del carlismo como “ricos contra pobres” o “campo contra ciudad”. Particularmente en los albores de la Primera Guerra Carlista. Desde el funcionario de Correos que da el primer grito de “¡Viva Carlos V!” hasta el sostenimiento de la Causa por importantes militares de carrera, ejemplo paradigmático el General Zumalacárregui, el carlismo se extiende tanto entre gentes instruidas como a trabajadores manuales y pequeños artesanos, en el proceso álgido de la industrialización, el carlismo era multitudinario entre núcleos obreros como entre la propia patronal, todos hacían armas en defensa de una concepción trascendental y sacral de la comunidad política, en una realidad vivida que constituía una auténtica civilización frente a las pretensiones revolucionarias, que no dejaban de sentirse también en la España rural. Y si esas pretensiones eran minoritarias en el campo igualmente lo eran en la ciudad. En última instancia el enfrentamiento a un ejército regular de forzados con el concurso de otros cuatro ejércitos extranjeros y quizás el exceso de piedad de Don Carlos al no querer entrar a sangre y fuego en Madrid es lo que explica el triunfo de las armas liberales, más que los determinismos de orden rural o territorial.

Pese a ello no deja de ser sugestivo una aproximación al carlismo desde el enfoque campesino, siempre que se haga de forma ponderada y sin perder la magnitud del todo. En este sentido el propio autor reconoce que el carlismo no era ni mucho menos un mundo iletrado e incluso, para desmentir la visión excesivamente rural del mismo alude al Marqués de Cerralbo, uno de los aristócratas más finos de Madrid, De este escollo pasamos a una aproximación al carlismo en su vertiente romántica, con el ejemplo de Ciro Bayo, a cuyo espíritu aventurero achaca su alistamiento con los carlistas porque eran valientes, insobornables, nobles y viriles. Dicha arquetipificación la combina con el elemento de melancolía colectiva y con una cierta moral de derrota que hace que el carlismo pase a la posteridad con un halo de purismo ante la degeneración del mundo moderno, y particularmente de la ciudad. Ese diagnóstico incluso ha generado un cierto conformismo autorreferencial en ocasiones en el interior del propio carlismo, pero representa una nueva confusión reduccionista de un fenómeno de perfiles mucho más extensos.

En definitiva el aludido contexto de la obra no puede evitar demasiadas simplificaciones, con lo que el carlismo casi quedaría reducido a un mero recurso retórico, pese a la, en general, aceptable documentación que el autor maneja en torno a fechas, personajes y espacios. Quizás eso sea lo más destacable, que no se cometan errores de bulto en una obra generalista cuando se habla de carlismo, por más que las conclusiones y aproximaciones del autor resulten parciales.



[1] Se refiere a Calomarde.
[2] Sergio del Molino, La España vacía, Pág. 201, 10ª Edición.

sábado, 20 de enero de 2018

Modernidad y postmodernidad contra la Tradición

No es de extrañar que todo este recorrido del pensamiento europeo a lo largo de la “Modernidad”, ya desde el siglo XIV haya acabado culminando en una explosión que ha oscilado entre la rebelión más absoluta y la desesperación, entre las aspiraciones más radicales de una libertad sin límites y el sentimiento de angustia ante la realidad de la libertad, entre la voluntad de crear un nuevo orden (la imaginación al poder) y la sensación de la nada. Llegados a este punto, los hijos de la “Modernidad”, del pensamiento que ha venido conformando la “Modernidad”, han terminado proclamando el fin de esta y la inauguración de la “Postmodernidad”, en realidad con bastantes pocas expectativas de verdad esperanzadoras para el hombre. El alejamiento de Dios y la ruptura con las raíces culturales y espirituales de la Europa han llevado inevitablemente al fracaso y la frustración, y por ende a la negación del auténtico ser de Europa.

El profesor Eudaldo Forment ha señalado siete características de la “Modernidad”: confianza ilimitada en la razón, conciencia histórica (en cuanto llegada a la madurez de un progresivo proceso universal), utopía del progreso, principio de inmanencia (la concepción del hombre dentro de los límites de la naturaleza y de la sociedad), reivindicación de la libertad, ateísmo (ya al final del proceso de la “Modernidad”, llegando a un antiteísmo) y fin de la Metafísica.

En contraposición, caracteriza la “Postmodernidad” por las siguientes peculiaridades: irracionalismo (primacía de las apetencias y sentidos sobre la razón), fin de la Historia (no existe la Historia como tal, sino que simplemente debe vivirse el presente como un acto inmediato en su totalidad), politeísmo de valores (el único valor es el ser nuevo y hay un progreso sin finalidad definida, de lo que se sigue un modelo de heteromorfismo, disenso, localismo e inestabilidad, que implica la legitimación de un pluralismo de valores), primacía de lo estético (consumación del nihilismo, del sinsentido absoluto de la realidad, de la carencia de validez de los valores supremos, y por eso la preocupación central ya no es el hombre, sino la estética, orientado a lo difuso y la ruptura con la belleza), el fin de la libertad (la única libertad posible es la de la disgregación, de la diferenciación y de la desaparición), indiferentismo religioso y postmetafísica ( y se arriba así al “pensamiento débil”, el único posible en esta era postmetafísica). Por lo tanto, “estos siete rasgos de la postmodernidad representan una pérdida de confianza en la razón, en la realidad, en el hombre y en Dios, y muestran que en el fondo de la postmodernidad se encuentra una posición de inseguridad” (Lecciones de Metafísica. Madrid Rialp 1992).

En esta “Postmodernidad” es en la que se halla inmersa la Europa actual que viene a convertirse así de lleno en la negación de la verdadera Europa.

Tomado de: La Crisis de Occidente. Orígenes, Actualidad y Futuro, de Santiago Cantera Montenegro

jueves, 11 de enero de 2018

El fraude de la "democracia": Tiranía y oligarquía

"De lo cual se deduce que lo que hoy se llama oligarquía, con término de exactitud muy cuestionable, es una tiranía habitual cometida no por pocos, bien que por los menos, en daño de la inmensa mayoría nacional. En el diagnóstico (la propiedad del nombre de la enfermedad importa menos) estamos conformes todos los hombres de buena voluntad, sin diferencias de escuelas ni partidos.

¿Y quién es, quiénes componen esa minoría tiránica, bien que no de pocos, aunque lo sean en comparación de los explotados y oprimidos? La oligarquía presente es una burguesocracia en que todas las capas de la clase media se han constituido en empresa mercantil e industrial para la explotación de una mina, el pueblo, el país; es una tiranía y un despotismo de clase en contra y en perjuicio, no de las otras, porque ya no las hay, sino de la masa inorgánica, desagregada y atomística que aún sigue llamándose nación.(...)

Yo no conozco tiranía más solapadamente disfrazada y encubierta de filantropía, de humanidad, de libertad, de soberanía, de regeneración, menos que eruditos a la violeta, que inventaron la sofística urdimbre del programa revolucionario y realizaron la Revolución de crueldad felina para engañar y desmoralizar, oprimir y usufructuar al pueblo. ¿Se concibe nada más diabólicamente habilidoso que trasladar la soberanía, digo, el sufragio, que es cosa muy distinta, a la masa infeliz y absolutamente incapaz, para secuestrarle luego el voto con el engaño a una inteligencia inculta y crédula, con la tentación a concupiscencias no domadas y salvajes, con la dádiva a una necesidad continua, múltiple, absoluta y apremiante, con la coacción a una dependencia total y completa, a una miseria más congojosa y aflictiva que la servidumbre medieval? Pues esto fue, es y será la burguesía oligárquica: un tirano colectivo, anónimo e irresponsable que, para libertarse de los furores y asechanzas de las víctimas, hace creer a los oprimidos y esquilmados que son dueños de sí mismos y mandan en los demás, mientras él, oculto y tapado, maneja los resortes del retablo y mueve los muñecos soberanos, y detrás de la cortina se harta alevosamente del patrimonio de libertad, de autarquía, de legítimas utilidades y derechos hurtados con tal infamia al pobre pueblo (...)

En España, el oligárquico imperio burgués presenta formas más repugnantes y caracteres más graves, porque no hay quien le vaya a la mano ni resistencia popular organizada que la haga entrar, si no en vías de justicia, al menos en temperamentos de prudencia como en otras partes. La porción extraviada del pueblo aún conserva cierto buen sentido común y moral que la retrae de entregarse del todo a la organización y reglamentación socialistas; y la mayoría popular, honrada y sana, tiene una aversión instintiva a esas bochornosas farsas parlamentarias que han envilecido y arruinado a la nación, y no comprende cómo puede ser instrumento de salud y de restauración salvadora el que lo ha sido de desdichas y vilezas, de iniquidad, de corrupción, de pobreza, de deshonor y, si Dios no lo remedia, de nuevas mutilaciones, y al fin, de ignominiosa muerte."

Oligarquía y caciquismo (Texto completo AQUÍ). Don Enrique Gil Robles. Salamanca, 28 de mayo de 1901

Enrique Gil Robles: la crítica al parlamentarismo como núcleo del pseudoorden burgués