miércoles, 4 de mayo de 2016

Montejurra 1976, los hechos y su contexto

MONTEJURRA 1976, LOS HECHOS Y SU CONTEXTO.

Existe una obsesión casi enfermiza de algunos sectores por los sucesos de Montejurra 1976 y sus desgraciadas y lamentables víctimas, que todos lamentamos. Pero los hechos tienen que ser sometidos a la verdad en un análisis de contexto y no convertirse en una bandera partidista.

El carlismo, el de siempre, ha tenido cientos de muertos en enfrentamientos con las izquierdas, con los  lerrouxistas, con los nacionalistas etc. a lo largo de toda su historia fuera de los conflictos bélicos clásicos, y eso no impidió a la escisión ideológica huguista acercarse a esos sectores, llegar a pactos e incluso invitarlos oficialmente a sus Montejurras desnaturalizados. Lo que esconde en realidad esa obsesión por Montejurra 76, es enmascarar el fracaso total de esa escisión ideológica que en realidad no fue hacia el socialismo (en un sentido clásico y estricto se podría decir que el carlismo tuvo elementos de socialismo blanco antimarxista) sino hacia un progresismo izquierdista con tintes nacionalistas. Esa deriva ideológica le llevó a pedir la libertad de los criminales etarras y a mostrarse partidario del divorcio y del aborto[1].

Montejurra 1976 no supuso el declive del carlismo, ni siquiera del partido de Carlos Hugo. El único responsable de este declive es el propio Carlos Hugo y su política enloquecida; la prueba empírica de ello es que hasta el fracaso de 1979 esa obsesión por los sucesos de 1976 no estaban presentes con tal magnitud en sus filas.

En un llamado Informe para militantes del partido carlista, de uso interno de 1976, los huguistas reconocen su impresión de que los sucesos de Montejurra 1976 han sido positivos para su imagen y su estrategia, se decía textualmente:

"Desde el comienzo de la apertura de la prensa hasta hoy, la imagen del partido en la opinión pública ha sufrido una transformación extraordinaria. De la ignorancia total y absoluta en la prensa general, salvo excepciones, a una valoración positiva. Han sido dos los sucesos fundamentales de este salto de aparición pública del partido, el intento de retorno de Don Carlos en marzo de 1976 y los sangrientos sucesos de Montejurra. Estos dos sucesos y la actividad política del partido han sido el pasaporte para entrar a ser considerados como partido socialista, con una realidad. A partir de esto la presencia del partido en la opinión pública ha sido importante, pero no suficiente"

De hecho en 1977, el EKA utilizó la marca Montejurra para presentarse a las elecciones en Navarra, pensando que los sucesos de 1976 les daría un rédito electoral, publicidad y credibilidad democrática. Sin embargo la formación Montejurra-Federalismo-Autogestión que promovieron los seguidores de Carlos Hugo fue la opción menos votada en Navarra, con un 3,2% de los votos. En cambio la opción que mayoritariamente apoyaron los carlistas[2], Alianza Foral Navarra, quedó en cuarto lugar de un total de nueve formaciones con 22.349 votos, un 8,47% de los votos. Todos los informes internos del partido de Carlos Hugo tras los fracasos electorales de 1977 y 1979, fracasos estrepitosos y totales, no hacen referencia como causa a Montejurra 76, como el Informe sobre las elecciones legislativas del 15/6/1977 del partido carlista elaborado por Miguel Alvarez Bonald responsable de la Comisión Federal electoral. En este texto se dice textualmente:

“Es preciso resaltar que un descalabro electoral no es consecuencia directa o exclusiva de una campaña electoral o de la existencia de serios condicionamientos provenientes del exterior, sino que sus causas arrancan de atrás. Las elecciones sólo hacen que emerjan todas las contradicciones que el partido lleva implícitas en su organización. No querer aceptarlo así, es muestra de una soberbia o miopía de tal magnitud y trascendencia, que sofocarían inexorablemente a la extinción del partido, allí donde existieran.”

Luego de detallar causas externas, se centra en las causas internas y más importantes donde cita explícitamente el desconcierto del pueblo carlista por las alianzas con los comunistas y maoístas en estas elecciones. Continua el informe.

"Ha habido regiones en las que hemos acudido en alianzas dentro de candidaturas independientes con la O.I.C, L.C.R y O.P.I (después P.C.T), mientras en otras el termino "comunista" despierta en nuestra gente auténtica animadversión. Ha habido pueblos donde se nos ha preguntado qué quedaba de nuestro tradicional cuatrilema (...) se manifiestan también en el seno de los propios militantes tendencias encontradas. Desde los que proclaman que nuestra linea debe de estar en la más pura ortodoxia marxista, y que el partido es el único que en España puede llevar a cabo lo que Mao realizó en China, hasta los que -sin haber entendido casi nada- siguen por una devoción ciega"

Lo cierto es que el pueblo carlista había abandonado en masa la estructura política de Carlos Hugo.  El causante directo y real era la escisión ideológica de Carlos Hugo, con su traición a los principios tradicionalistas y carlistas. Luego vendría la aceptación de la constitución de 1978 y otras  derivas y bandazos similares, para terminar con la huida del propio Carlos Hugo de su engendro político en 1980, que remataría su liquidación.

El propio Julio Redondo, seguidor pucelano de Carlos Hugo reconoce en carta de 1976, lo siguiente:

“Si ahora resulta que nosotros monárquicos, me decían esos amigos: hemos estado haciendo el idiota toda la vida, y por supuesto tenían razón los del MOT, del GAC y los del FOS. Estos fueron los videntes. Los que decían que de monarquía nada y lo curioso es, que después de expulsar a unos y a otros por dimes y diretes, resulta que decimos, los altos dirigentes,  que tenían razón anticipada y lo decimos cuando se han marchado todos y no nos quedan obreros ni estudiantes y estamos en manos de un grupo de señoritos. (…) ¿Qué se pretende? Crear algo nuevo o ampararse en algún grupo que acepte a Don Carlos; creo sinceramente y así lo dicen todos, que para ser republicano-socialista, hay campo suficiente y un obrero está mejor en UGT que en el fallecido FOS (…) la verdad es que esto hace perder la confianza en la seriedad mental de los que manejan el cotarro”.

Ejemplos contundentes de la locura en que se había convertido ese partido de Carlos Hugo, abandonado de todos y en manos de facciones de lo más variopinto.

La obsesión por Montejurra 1976 esconde el intento de negación  del fracaso total del proyecto de Carlos Hugo, de trasvestir al carlismo y utilizarlo para sus fines personales. Hoy. esa obsesión, es el monotema recurrente de la residual escisión ideológica roja a la que los medios de comunicación del sistema demoliberal dan carta de legitimidad, una válvula de escape de la realidad y de justificación. Y esta, si que quiere servir al intento, por parte del sistema, de impedir la reorganización del verdadero carlismo tradicional desde la Comunión Tradicionalista.
Cuando Montejurra era Montejurra, y las banderas españolas poblaban el monte

Se intenta convencer que fue un intento de masacre general. Cualquiera que conozca Montejurra sabe que si alguien pretende una masacre, disparando directamente a una masa que sube apretada por la ladera, con niebla, y con armas automáticas, no produciría una o dos víctimas, sino cientos. Los hechos están por aclarar, porque la versión del partido huguista hace aguas por todos lados. Si desde la cima se ordena disparar a una masa que sube por el monte, puedo asegurar que las víctimas mortales se cuentan por centenares. En un enfrentamiento como hubo muchos otros, en la historia política, con lanzamiento de piedras y agresiones con palos,y heridos por ambas partes, pueden producirse victimas desgraciadas, máxime cuando se llevan armas para la propia protección, pero es ridículo afirmar que ese fue un plan determinado. Lo que sí está claro es el asesinato, planeado y luego justificado y este si con alevosía y predeterminación de al menos ocho personas por ETA por su presencia en Montejurra 76 con los tradicionalistas. ETA anteriormente ya había asesinado al menos a dos carlistas, Carlos Arguimberri Elorriaga y Víctor Legorburu Ibarreche, y al margen de los justificados por Montejurra 76 asesinaría posteriormente a decenas de carlistas más. El carlismo es la fuerza política que más asesinados tiene por el terrorismo separatista, pese a ello el partido de Carlos Hugo invitaba a ETA a sus actos.

El primero de esos atentados mortales “justificado” por Montejurra 76 tuvo lugar muy poco tiempo después, el 4 de octubre de 1976 y acabó con la vida de Juan María Araluce Villar y cuatro personas más. Araluce fue miembro de la juventud jaimista de Vizcaya durante la II República, Requeté durante la guerra de 1936-1939 licenciado con el grado de Teniente piloto, era miembro de la Hermandad de Antiguos Combatientes Requetés. Jurista de enorme prestigio fue fiel al principio católico y monárquico, pese a que en plena crisis del carlismo cambió sus lealtades dinásticas, e incansable defensor de la foralidad y la identidad de Guipúzcoa desde sus puestos de responsabilidad política[3]. Presidía la Diputación de Guipúzcoa desde 1966 y era consejero de la Unión de Asociaciones Familiares desde 1966, Presidente de la Asociación Local de Cabezas de Familia. Marcelino Oreja lo define como “un carlista nada falangista” [4]. Y pese a ocupar cargos públicos incide en que “nunca levantó el brazo ni se puso la camisa azul”. El diario El País, de tendencia izquierdista, se refería al asesinado como “regionalista y moderado”[5]. Casado con Teresa Letamendía tuvo nueve hijos, a los que inculcó el amor a la religión y a la Patria.
Gabriel Zubiaga, Koko Abeberry, Carlos Hugo, Mariano Zufía y Julen Madariaga. 23 de diciembre de 1977, encierro en la Iglesia de Sokoa (Lapurdi) en apoyo a los presos etarras.

Juan María de Araluce fue asesinado el 4 de octubre de 1976, cuando ocupaba la presidencia de la Diputación de Guipúzcoa, territorio histórico en que venía desarrollando su profesión de notario desde 1947, primero en Tolosa y posteriormente en Rentería. Asesinado a balazos en la puerta de su casa, prácticamente delante de su familia, en el atentado fallecieron también su chófer, José María Elícegui Díaz y tres policías de escolta: Agente Alfredo García González, Inspector Luis Francisco Sanz Flores y Subinspector Antonio Palomo Pérez.

José María Elícegui Díaz, conductor del vehículo oficial del presidente de la Diputación de Guipúzcoa, tenía 25 años. El día que lo asesinaron, era su último día de trabajo como chófer, puesto en el que llevaba un año como interino sustituyendo al anterior conductor cuando éste se jubiló. Sobrevivió unas horas al atentado, falleciendo a las once y veinte de la noche del mismo 4 de octubre tras ser sometido a varias transfusiones de sangre. Tenía pensado casarse en los próximos meses. Su funeral se celebró el 6 de octubre en Pasajes, localidad próxima a San Sebastián. “Muchas vecinas me dijeron que como la muerte había sido así, es decir, un atentado terrorista, tenían miedo y no podían ir al funeral (...) Después del atentado la gente cambió de actitud y comportamiento con la familia, no reaccionaban con normalidad”, contó Clementina Díaz, madre de José María (Cristina Cuesta, Contra el olvido, Temas de Hoy, 2000).

Alfredo García González, policía nacional, era el conductor del coche de escolta de Juan María Araluce. Natural de Lago de Babia (León), tenía 29 años y estaba soltero. Tras el funeral en León, más de cuatro mil personas se manifestaron en silencio por la ciudad.
Antonio Palomo Pérez, subinspector de Policía, era miembro de la escolta de Juan María Araluce. Natural de Osuna (Sevilla), tenía 24 años y estaba soltero. Fue enterrado en Madrid junto a su compañero, Luis Francisco Sanz Flores.
Luis Francisco Sanz Flores, policía nacional y escolta del presidente de la Diputación de Guipúzcoa, cumplía 25 años al día siguiente de ser asesinado. Natural de Madrid, se había casado con una donostiarra quince días antes del atentado que le costó la vida. Los responsables de este crimen se beneficiaron de la amnistía.
El segundo atentado mortal que ETA justificó por los sucesos de Montejurra 76 fue el del Comandante y jefe de la 65 Bandera Móvil de la Policía Armada Joaquín Imaz Martínez. De una ilustre familia de militares navarros[6] y carlistas. El Pensamiento Navarro del martes 29 de octubre de 1978 señala en su artículo de homenaje al Comandante Imaz “Por Dios, por Navarra, por España”, como su padre, Genaro Imaz Echeverri, fue uno de los fundadores de la Legión Española, muerto en la toma de Vargas (Toledo). Por vía materna “pertenecía a una familia que era la quintaesencia del patriotismo. Su abuelo materno José Martínez Morea era Procurador de los Tribunales. Era hombre de gran piedad y muy carlista. Cuando estalló la guerra cuatro de sus hijos, que habían cumplido los quince años, marcharon voluntarios. El mayor murió de requeté el 15 de agosto de 1936 en Robregordo. Otro estuvo en la VI Bandera como legionario, ascendió a sargento y murió en septiembre de 1938 en el Ebro. Otro estuvo de Requeté. Y otro más fue Requeté, luego alférez y terminó la guerra en la Legión. Luego hizo toda la campaña de Rusia en la División Española de Voluntarios. Pero aquellas bandas de comunistas armados que entraron en España en otoño de 1944 acabaron con su vida con un tiro en la cabeza”. Javier Nagore Yarnoz glosaba también en el artículo “El más firme querer” la figura del Comandante Imaz.

El 26 de noviembre de 1977 sobre las 22:15 miembros de la banda terrorista dispararon por la espalda nueve disparos al Comandante Imaz cuando se dirigía a recoger su coche aparcado cerca de la plaza de toros. Cuando yacía muerto en el suelo le remataron con un tiro en la sien. Dejaba viuda y huérfana a una niña de siete años. La banda terrorista ETA justificó su asesinato por lo que decían su responsabilidad en los incidentes de Montejurra 1976, una acusación demencial absolutamente fuera de la realidad, pero que otorga una idea clara de la manipulación que las fuerzas enemigas del carlismo venían haciendo del Vía Crucis. ETA se tomó la supuesta represión que pudo mandar el Comandante Imaz contra ella misma, lo que no puede mostrar más a las claras como la deriva huguista fue aprovechada, instrumentalizada y copada por fuerzas enemigas del carlismo.

El asesinato del militar navarro recibió una condena unánime de todos los partidos políticos, a excepción de los que hacían de brazo político de los terroristas. La primera nota de condena vino de la Comunión Tradicionalista, que pedía contundentemente contra la subversión separatista a las que se unieron, con tono más moderado, las de PNV, PSOE, UCD, ESEI, Alianza Foral Navarra, Partido Comunista de Euskadi, PSP y la maoísta ORT. La página ocho de El Pensamiento Navarro, 29 de noviembre 1979, recogía la condena de la Agrupación de Juventudes Tradicionalistas “El asesinato de don Joaquín Imaz es otra trágica manera de la suicida actitud de este Gobierno, único responsable que dispone a su libre albedrío de los servidores del orden público. Exigimos que se haga justicia y se afronten las consecuencias de la vergonzosa y criminal concesión de la amnistía y claudicación ante el marxismo”.
Jose María Arrizabalaga Arcocha, asesinado por ETA

El 27 de diciembre de 1978 ETA asesinaba al jefe de las Juventudes Tradicionalistas de Vizcaya, José María Arrizabalaga Arcocha. Miembro de una importante saga de tradicionalistas desde muy joven se implicó en el carlismo, en 1969 con sólo 18 años sufre su primera denuncia política por participar en una protesta contra la expulsión de la Familia Real en la Plaza de los Fueros de Estella[7]. La escisión ideológica de Carlos Hugo le hará poner su lealtad en S.A.R. Don Sixto, que en junio de 1975 levantó la bandera de la legitimidad. Desde hacía aproximadamente un año, José María estaba hospitalizado en un centro de rehabilitación en Archanda (Bilbao), debido a una lesión sufrida durante un salto en paracaídas que le ocasionó una fractura vertebral. José María se había visto así forzado a solicitar la baja laboral en la biblioteca de la Casa de Cultura de Ondárroa en la que trabajaba. Al acercarse la Navidad, el hospital le dio un permiso y así pudo pasar las fechas con su familia, por lo que el joven aprovechó para acercarse a la biblioteca e ir adelantando algo del trabajo que había ido acumulando desde su lesión. El día 27 de diciembre, en torno a las seis de la tarde, Arrizabalaga se encontraba en dicho lugar, en el primer piso de la Casa de la Cultura, en compañía únicamente de dos niños que estaban leyendo sendos libros. En ese momento dos individuos se acercaron hasta el mostrador tras el cual estaba sentado el joven y le obligaron a identificarse. Inmediatamente ambos sacaron una pistola y dispararon hasta vaciar sus cargadores. José María Arrizabalaga fue acribillado a balazos, recibiendo once disparos: cuatro en el pecho, cerca del corazón y el resto en la cara y las piernas. Un nuevo crimen cobarde con el agravante de encontrarse la víctima arrastrando una dura lesión que limitaba mucho sus movimientos. Los asesinos bajaron las escaleras y, una vez en la calle, se dieron a la fuga en el vehículo en el que habían llegado, en el que les esperaba al volante un tercer terrorista. Los dos niños, únicos testigos del crimen, salieron gritando de la biblioteca. Cuando los primeros adultos en llegar al lugar descubrieron el cuerpo de José María eran ya las siete y cuarto de la tarde. Anteriormente los carlistas del pueblo venían sufriendo el acoso y la presión de los terroristas, y tras el asesinato de José María y el asesinato frustrado de uno de sus correligionarios el clima de terror continuaría y muchas familias carlistas se vieron obligadas a abandonar la tierra de sus padres.
Presencia del partido carlohuguista en manifestaciones pro amnistía de los presos de ETA (1977)

El último asesinato que ETA justificó en relación a Montejurra 76 y por el que no se han practicado detenciones fue el de Alberto Toca Echeverría. De 54 años de edad, estaba casado y tenía siete hijos, con edades comprendidas entre los 11 y los 29 años. Natural de Estella, llevaba veinte años residiendo en Pamplona. Era delegado de Asepeyo desde 1962 y fue uno de los impulsores de ANFAS, Asociación Navarra en favor de las personas con discapacidad intelectual, de la que llegó a ser presidente. Su hija mayor, discapacitada intelectual, recibía atención y realizaba terapia ocupacional en el centro San José de ANFAS en Burlada. Llevaba años apartado de toda actividad política.

Alberto Toca se encontraba el viernes 8 de octubre de 1982 en su despacho de la delegación de Asepeyo de la capital navarra, en la calle Castillo de Maya, acompañado por un médico de la mutua. Hacia las 13:00 horas, dos individuos entraron a cara descubierta en las oficinas y, dirigiéndose a una de las secretarias, preguntaron por Alberto. Tras indicarle cuál era el despacho, los terroristas se encaminaron hacia él y abrieron la puerta. Desde el umbral, preguntaron: “¿tú eres Alberto Toca?”, a lo que la víctima contestó que sí. Sin mediar palabra, los pistoleros efectuaron cuatro disparos contra Toca, que cayó sobre la mesa y después al suelo. Allí los terroristas lo remataron con un quinto disparo.

A estos ocho atentados mortales hay que unir también las amenazas sufridas por el hermano de Alberto, Ignacio Toca. Capitán de requetés del Tercio de Montejurra y siempre destacado militante carlista. Fue junto a Ignacio Ipiña y Pedro Echevarría el encargado de recoger a Carlos Hugo en Irún el 24 de noviembre de 1956, en su primera visita a España. Acompañó al ex príncipe en su periplo, resolviendo importantes problemas logísticos, participando en la elaboración de sus primeros documentos (muchos de los cuales se discutían en su propia oficina) y realizó importantes sacrificios económicos para la promoción de Carlos Hugo[8]. A principios de los sesenta es nombrado presidente de la Hermandad Penitencial del Vía Crucis de Montejurra, encargada de organizar el tradicional acto, que se convirtió en el más señero del carlismo y plataforma de lanzamiento de Carlos Hugo, con el que siguió colaborando estrechísimamente, con gran sacrificio personal (siguió proporcionándole apoyo económico y logístico y recibiendo multas del gobernador civil), hasta que este impuso su escisión ideológica. Pero lejos de ser presa del hastío siguió en la reorganización del carlismo.

Formó parte de la Junta (órgano ejecutivo) de la Comunión Tradicionalista tras la asamblea de reconstitución de 22 de febrero de 1977 junto a Juan Saenz-Díez, Ignacio Laviada, Juan Antonio de Olazábal, Raimundo de Miguel, Angel Onrubia, José Arturo Márquez de Prado, Domingo Fal Macias, Antonio Garzón, José Antonio Cabrero, Guillermo Padura, Cruz María Baleztena, Federico Ferrando, Salvador Ferrando Cabedo y José Abascal.

Por su inquebrantable y pública postura tradicionalista el entorno terrorista lo amenazó varias veces. En un determinado momento la policía se dirigió a su domicilio para indicarle que debía abandonar Bilbao, donde residía al estar casado con una vecina de Guernica. Se habían encontrado documentos de la banda terrorista donde controlaban muy de cerca sus movimientos y había sido seleccionado como objetivo. La perplejidad de Ignacio Toca fue total, reclamando a la policía que lo debía hacer era adoptar las medidas adecuadas para garantizar su seguridad sin verse obligado a abandonar su domicilio. La policía señalaba que no podía asegurarle medios de protección y que cumplía órdenes del gobernador civil. Con esa desconsoladora información le dejó. Así estaban las cosas en Vascongadas y Navarra para los carlistas. Sin tiempo de encomendarse a nadie abandonó su hogar. A los pocos días desde Alicante, donde había conseguido instalarse provisionalmente llamó a algunos amigos y correligionarios. Informó entre otros al doctor Alberto Ruiz de Galarreta, que  notó a Ignacio muy alterado y afectado. Quedó en arbitrar algunos medios para hacer su estancia lejos de su hogar menos dolorosa. Sugirió además que viniese a Madrid a pasar unos días tranquilo, rodeado de amigos y correligionarios. A los pocos días quiso Alberto ir a Alicante, sus conocimientos médicos permitirían ayudarle en la inevitable situación de shock nervioso en que se encontraba. Pero en ese breve periodo de pocos días Ignacio Toca moría de un ataque al corazón[9].
Montejurra 1976, sirvió para que el carlismo se enfrentara a la subversión y al intento del izquierdismo de instrumentalizar el Monte Sagrado. El conflicto que se planteaba en Montejurra era más amplio que el restringido entre el carlismo y sus escisiones hacia el progresismo, era un enfrentamiento entre la Tradición y la Revolución. Don Sixto y el carlismo tenían todo el derecho y el deber de no permitir la utilización del Monte donde se rendía homenaje a los mártires del carlismo por los enemigos seculares de lo que ha significado siempre el carlismo. Si su presencia ayudó a frenar ese intento de utilizar el prestigio del carlismo para la causa de la revolución, es de agradecer esa heroica acción de los carlistas. Don Sixto Enrique contó, en todo momento, con el respaldo de los Reyes Don Javier y doña Magdalena, para salvar al carlismo del pozo donde Carlos Hugo lo había llevado. De ello hay suficientes pruebas documentales.

El tradicional acto de Montejurra pertenecía, en todo derecho, al tradicionalismo.

"Porque, ¿a quién pertenece Montejurra? Sin duda a aquellos que yacen en sus trincheras o se conmemoran en sus cruces. Por ellos se va a aquel sitio, y ellos no mantuvieron, ciertamente, posturas confusas, traidoras ni vacilantes" (Rafael Gambra Ciudad. El Pensamiento Navarro 02/05/1971)

Recuerda don Ramón Mª Rodón Guinjoan en su tesis doctoral, Invierno, primavera y otoño del Carlismo (1939-1976), la opinión del carlista catalán Joaquim Roger Amat a los pocos días de los sucesos:

“Pese a todo Don Sixto, al recoger la bandera abandonada por su hermano, ha obrado congruentemente y esto, algún  día, se le reconocerá, Don Carlos Hugo había convertido una catedral (Montejurra) en un cabaret y esto no podía consentirse. Lo ocurrido, de una u otra forma tenía que suceder”

Otro aspecto fue la manipulación del Montejurra 76, por los intereses del Estado y sus cloacas, en un contexto político muy violento, pero el carlismo tradicional no participó de ninguna manera en esa operación. Aquel día las fuerzas de orden público actuaron pasivamente y no evitaron el enfrentamiento violento que se produjo. El Estado, ciertamente, se defendía de posibles adversarios políticos y en diversas operaciones fomentó, por ejemplo, el surgimiento del maoísmo para debilitar al PCE, o la estrategia de la tensión utilizando tanto a la extrema derecha como a la extrema izquierda. La propia génesis del partido de Carlos Hugo no es ajena a ese mundo y a una estrategia de impedir que el tradicionalismo pudiera ser una fuerza de oposición al nuevo régimen de Juan Carlos, de hecho para eso sirvió el llamado partido carlista, como reconoce Carlos Carnicero, su secretario de organización en aquellas fechas, en un artículo, a raíz de la muerte de Carlos Hugo.

"colaboró en la consolidación de la Constitución de 1.978 y se abstuvo de plantear en todo momento un pleito dinástico con el Rey Juan Carlos para facilitar una democracia parlamentaria sólida (...) un ejemplo de valentía intelectual para una transformación política tan arriesgada y profunda y una acción audaz que impidió que se consolidara en España una ultraderecha tradicionalista que hubiera sido un factor añadido de desestabilización de nuestra joven democracia"

La verdadera "operación contra el carlismo" fue la campaña orquestada posteriormente a los hechos, desde la prensa y los medios de comunicación, jaleada por toda la ultraizquierda del país, para intentar criminalizar a la Comunión Tradicionalista y desprestigiar al Infante Don Sixto Enrique, con el objetivo de evitar la reorganización del carlismo tras el fraude de Carlos Hugo.

El auténtico responsable de aquel fatídico día de Montejurra 1976, tiene un nombre propio: Carlos Hugo de Borbón Parma.

“Para concluir sólo una recomendación: sin carlosocialismo nunca hubiésemos hablado del Montejurra 76. Que nadie ignore la virtualidad del viejo adagio castellano: la causa de la causa es la causa del mal causado” (número 99 del Boletín "Reino de Valencia" de los círculos carlistas valencianos)

Da pena y asco ver como algunos quieran vivir de sacar provecho de la desgracia de aquel día. Y de como el sistema acepta esa versión. Pero sobre todo causa desolación la ignorancia de quienes deberían continuar manteniendo enhiesta la bandera de la Tradición y están enfeudados en esta misma versión de aquellos tristes hechos.


[1] http://elpais.com/diario/1978/10/31/sociedad/278636409_850215.html
[2] Algunos carlistas ilustres como José Ángel Zubiaur o Auxilio Goñi se decantaban por formar el Frente Navarro Independiente, que quedó por debajo de Alianza Foral Navarra pero muy por encima de los huguistas.
[3]  En una larga entrevista concedida a La Voz de España, pág. 22 (8/2/1976) manifestaba por ejemplo como: “(…) hay una tradición histórica dentro de nuestras provincias, que guste o no guste, está clara. Evidentemente, tenemos un claro concepto y una innegable vivencia de lo regional en lo cultural, lo lingüístico y hasta lo étnico. Pero su institucionalización o su definición política se ha confiado al buen oficio de relación entre las provincias, manteniendo alguna de éstas celosamente su propia autonomía: Navarra ha sido un reino, Vizcaya un señorío, Guipúzcoa, la provincia por antonomasia”.
[4] María Antonia Iglesias Memoria de Euskadi, pág. 157.
[5] http://elpais.com/diario/1976/10/05/espana/213318002_850215.html
[6] La saga se remontaba a su abuelo, coronel de Inválidos en la guerra de Cuba, y continuaba con sus cuatro hijos varones. Todos ellos lucharon en la guerra de África: el más pequeño murió. A él y a Gerardo, el padre de Joaquín, está dedicada la calle Hermanos Imaz, perpendicular a la Avenida del Ejército, en Pamplona.
[7] Nota del Archivo General de la Administración, 8-5-1969, citada por Francisco Javier Capistegui Gorasurreta en El naufragio de las ortodoxías. El carlismo 1962-1977, pág. 333.
[8] Manuel Martorell Carlos Hugo frente a Juan Carlos, pág. 78.
[9] Manuel de Santa Cruz. Los otros Mártires. Cartas al director. Revista Ahora información nº 27, pág. 24.

martes, 26 de abril de 2016

Miguel de Cervantes, hombre concreto de la Tradición

CERVANTES, HOMBRE CONCRETO DE LA TRADICIÓN

Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas, que habían sido de sus bisabuelos...

Don Quijote de la Mancha. I, cap. I.

Pareciera como si sobre Miguel de Cervantes los españoles –incluso últimamente los que hacen directamente del odio a España y a lo español su razón de ser- tuviésemos una suerte de singular y paradójica anuencia común. Aunque en tiempos de banderías políticas al uso demoliberal lo que en verdad late es el interés por arrimarse su figura y obra.

La Comunión Tradicionalista cuando gozaba de una influencia política y cultural mayor, hace un siglo, no dejó pasar desapercibido su tercer centenario, y las referencias a Cervantes y su obra siempre han sido abundantes en los escritos carlistas. Sin embargo fue el liberalismo quien absurdamente intentó, bajo la nefasta influencia orteguiana, apropiárselo. Los últimos coletazos de esa indebida usurpación fueron en la inmediata posguerra esas aberrantes consignas de aquella Falange de advenedizos que usaban la coartada del “idioma cervantino” (¡cómo si Don Miguel hubiera inventado una lengua de laboratorio!) contra las lenguas españolas distintas del castellano. Y es que pese al valor literario de su obra seguramente no fue el mejor escritor en lengua castellana de su tiempo ni de la historia, ni tampoco aspiraba a serlo; así como tampoco querría verse usado en querellas sobre oficialidades lingüísticos que nada tenían que ver con las Españas clásicas, él que lanzó los más grandes laudes a otras lenguas españolas como la valenciana o la portuguesa. Pasado el furor de los primeros años no tardó en reducirse la obra de Cervantes, ya en los primeros sesenta, a una visión harto deficiente y con tufo progre del Quijote como “libro de parodia de la literatura de caballería”. Y hasta nuestros días en que con repugnante oportunismo se pretenden colocar la etiqueta de cervantinos los analfabetos de los políticos cuando se aproxima un centenario penosamente conmemorado, en el que no tardan en proliferar los que quieren ver desde imposibles heterodoxias a lenguajes crípticos o en el colmo de la petulancia orígenes hebraicos e incluso a través de la nova historia hacerlo pasar por un irredento más.
El 23 de abril de 2016, en el IV centenario de la muerte de Don Miguel de Cervantes Saavedra el Círculo Carlista Marqués de Villores de Albacete desarrolló una jornada cervantina manchega, en su honor. Por la mañana en el Museo Municipal de Cuchillería algunos socios asistieron al taller de esgrima antigua convocado con motivo de la efeméride.
Por la tarde en el Parque de los Mártires (actualmente de Abelardo Sánchez) se rindió un homenaje ante la estatua que Albacete le erigió. La bandera de la Cruz de Borgoña, la de los Tercios en que sirvió, y el cuadro del Quijote carlista obra de Augusto Ferrer Dalmau se pusieron ante la misma y se realizó una ofrenda floral, leyéndose un fragmento del Quijote y elevando una oración por el eterno descanso de Cervantes. En la cercana cafetería de El Pinar se realizó una animada tertulia sobre Cervantes y su obra más manchega, el Quijote. Las diversas aportaciones coincidieron en apuntar que pese al carácter de arquetipo universal del Quijote la misma no es comprensible fuera del universo vital y conceptual de las Españas áureas, a las que Cervantes sirvió como tantos otros con la pluma y la espada

Miguel de Cervantes fue hombre de un tiempo histórico en que el hombre era sujeto de derechos concretos, un tiempo que se hizo Tradición porque acuñó principios imperecederos y al que como Soldado de los Tercios sirvió con la espada y con la pluma. Este hombre concreto que fue Cervantes trascendió con su obra a determinados arquetipos que han terminado por ser universales, porque universal era la vocación hispánica de los siglos áureos. Lejos de elevar los tiempos históricos a categorías, tentación determinista latente en los pseudotradicionalismos, es en el ámbito concreto de la cultura hispánica de su tiempo y la devoción con la que sirvió a los grandes dogmas religiosos y políticos donde se ha de entender su obra. Así en el teatro, a empezar por la más destacada que fue La Tragedia de Numancia, exaltación de un patriotismo instintito y primigenio que prefiere entregar la vida a ser sometido al invasor y que con profusión fue representado durante la guerra contra la invasión napoleónica de España para animar la resistencia frente a los que querían estrangular la libertad y la independencia de Dios, la Patria y el Rey. En El trato de Argel, de evidentes trazos autobiográficos, planteó el drama de la cautividad de los cristianos por los moros, con personajes del más diverso pelaje moral, pero con la condena de toda traición a la familia, los amigos o la patria. El gallardo español vuelve a repetir el ámbito espacial con el fondo de la resistencia de Orán y Mazalquivir frente al poder mahometano. No alcanzó su obra escrita la agudeza moral de, pongamos por ejemplo, Calderón; pero toda ella se desarrolla en la lealtad a un universo conceptual y espiritual gobernado por la Verdad.
No son las obras de nuestro siglo de Oro meras apologéticas, ni propaganda al uso moderno. En las mismas están presentes todas las debilidades, contradicciones y miserias de la naturaleza humana. Se presentan crudamente, sin idealismos, expresadas con una absoluta libertad y por ello representan la aproximación más cabal a la realidad de una naturaleza universal que trasciende del entorno espaciotemporal concreto en que se desarrolla su trama. Así fue la Monarquía Hispánica, donde todos los respetabilísimos condicionamientos de índole positiva (razas, lenguas, accidentes geográficos, etc.) quedaban en cierto modo subordinadas a la extensión y defensa de unos principios que eran universales. De ese modo la obra de Cervantes está llena de paradojas y socarronería, presentadas de forma cáustica y punzante que sirven a un interés recreativo, pero en el que lo sacro encuentra perfectamente su jerarquía:

Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas y poner en riesgo sus personas, vidas y haciendas:

La primera por defender la fe católica; la segunda por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, al servicio de su rey en guerra justa y si le quisiéramos añadir una quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa de su patria.

Don Quijote de la Mancha. II, cap XXVII
Quijote carlista obra de Augusto Ferrer Dalmau 

Resulta interesante comparar estos arquetipos con los de las literaturas posteriores, donde al amparo de la libertad de imprenta se comienza a presentar personajes absolutamente desnaturalizados, que llegan al extremo en las literaturas vacías de la posmodernidad. El hastío de esos temas ha vuelto a poner de moda los arquetipos del siglo de Oro, aunque en su pobre visión, alatristeniana, donde se presenta una suerte de nihilismo heroico vacío, fruto del deficiente conocimiento de lo que fue nuestra realidad histórica.

Don Marcelino Menéndez Pelayo, el gran cultivador y pensador de la tradición cultural española, sostuvo con firmeza que Cervantes no escribió El Quijote como una obra de antítesis a la caballería y sus valores, sino de purificación y complemento; no vino a matar un ideal, sino a transfigurarlo y enaltecerlo: cuanto había de poético, noble y humano en la caballería, se incorporó en la obra nueva con más alto sentido. De este modo el Quijote es el último de los libros de caballerías, el definitivo y perfecto: el ideal del sacrificio, del servicio como el más alto culmen de perfección humana, de la búsqueda de la justicia y el bien común. Menéndez Pidal profundiza en la misma línea de defensa, contra sus detractores y críticos, el más célebre, el liberal y romántico Lord Byron, que escribió la lindeza de que Cervantes «destrozó con una sonrisa» no solo los libros de caballería, sino la caballería en general.
Desde la cultura y el pensamiento crítico a la modernidad y a sus valores burgueses, hedonistas y materialistas, las referencias al Quijote como arquetipo portador de principios pre-modernos y eternos son constantes. Gilbert Keith Chesterton escribió en 1926, El regreso de don Quijote, aparecida por entregas en la revista GK’s Weekly, es la última novela de Chesterton y uno de los más hermosos homenajes que jamás se hayan rendido al Quijote y a Cervantes. Michael Herne, un bibliotecario experto en la cultura hitita y ajeno al mundo moderno, tras interpretar el papel de un rey medieval en una obra de teatro, decide no abandonar sus ropas medievales y pretende instaurar en Inglaterra el antiguo orden de la caballería. En El regreso de Don Quijote se dan cita buena parte de los temas políticos que preocupaban al autor por aquellas fechas, a la vez que se procura dar un correcto entendimiento del mito quijotesco. Deciden encabezar, en la vida real, un golpe de Estado bufonesco contra la industria, el capitalismo y la sociedad moderna, en baselos principios cristianos que fundamentan la razón.
Con sabiduría y prudencia el P. Leonardo Castellani, imprescindible pluma del tradicionalismo, glosó en El nuevo gobierno de Sancho las grandes fórmulas políticas incoadas en la obra cervantina, que eran las de la tradición hispánica, por las cuales suspiró en su aplicación transoceánica en la Ínsula Agatháurica. Su decepción por la imperfecta implementación de las mismas tiene su secuencia de esperanza en Su Majestad Dulcinea. En los tiempos hodiernos donde se ha extraviado por completo el sentido común resulta muy oportuno recuperar las enseñanzas imperecederas de la obra cervantina, conocerla y afrontarla en su contexto e integridad y huir de visiones anecdóticas y parciales de la misma. 
Que el Soldado de los Tercios don Miguel de Cervantes Saavedra nos ilumine en esta gesta y sepamos ver molinos en lo que nos pretenden hacer creer que son gigantes.

Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?

Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.

Apostaré que el ánima del muerto
por qozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.

Esto oyó un valentón, y dijo: “Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente.”

Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

Miguel de Cervantes, Sevilla 1598

domingo, 17 de abril de 2016

S.A.R Don Sixto Enrique de Borbón, Abanderado de la Tradición, en el Reino de Valencia

Los leales carlistas valencianos han recibido con entusiasmo desbordante la presencia del Infante Don Sixto Enrique, hijo de SMC  Don Javier I, difunto Rey de las Españas. Domingo 17 de abril, en Chiva (Reino de Valencia)
Presencia Real en el Reino de Valencia
Don Sixto Enrique recibido por don Jesús Ferrando Valls 
El Regente saluda a doña Encarnación Romero
Santa Misa según el inmemorial Rito Romano tradicional
España, Valencia y el Carlismo a los pies de Cristo Rey
Imposición de boinas por parte de Don Sixto Enrique
El pueblo carlista con la dinastía legítima
S.A.R Don Sixto Enrique de Borbón, esperanza de las Españas
El Príncipe hablando con la margarita valenciana María del Carmen Feliu  Aguilella
Don Jesús Ferrando saluda al Regente al iniciar su intervención en nombre del carlismo valenciano
Intervención de don Miguel Ayuso Torres, Presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, frente cultural de la Comunión Tradicionalista
Intervención de don José Miguel Gambra, Jefe Delegado de la Comunión Tradicionalista
El Príncipe Sixto Enrique se dirige a los carlistas
El Abanderado de la Tradición junto a don José Luis Ruano y su esposa Gema, llegados desde las comarcas alicantinas 
El eximio historiador y publicista carlista don Manuel de Santa Cruz, con el antiguo Jefe de las Juventudes Tradicionalistas, don Victor Javier Ibañez
Cercanía del Príncipe a su pueblo
 Encarna Romero, autora del magnífico cuadro de Don Sixto Enrique y su augusto padre SMC Don Javier. Caudillos de la Tradición
SAR Don Sixto Enrique de Borbón finalizó su estancia en el Reino de Valencia, con una visita privada a Villareal de los Infantes y a la ciudad de Valencia, acompañado por dirigentes de la Comunión Tradicionalista, el padre don José Ramón Garcia Gallardo y un grupo de jóvenes carlistas valencianos
Don Sixto Enrique en el sepulcro de San Pascual Baylón en Villareal de los Infantes (Castellón)
El Príncipe firmando en el libro de honor de la Basílica
La Realeza legítima de rodillas ante la Realeza de Cristo
Capilla del Santo Cáliz de la Catedral de Valencia