MONTEJURRA 1976, LOS
HECHOS Y SU CONTEXTO.
Existe una obsesión casi enfermiza de algunos sectores por los sucesos de
Montejurra 1976 y sus desgraciadas y lamentables víctimas, que todos lamentamos.
Pero los hechos tienen que ser sometidos a la verdad en un análisis de contexto
y no convertirse en una bandera partidista.
El carlismo, el de siempre, ha tenido cientos de muertos en enfrentamientos
con las izquierdas, con los lerrouxistas, con los nacionalistas etc. a lo
largo de toda su historia fuera de los conflictos bélicos clásicos, y eso no impidió
a la escisión ideológica huguista acercarse a esos sectores, llegar a pactos e
incluso invitarlos oficialmente a sus Montejurras desnaturalizados. Lo que
esconde en realidad esa obsesión por Montejurra 76, es enmascarar el fracaso
total de esa escisión ideológica que en realidad no fue hacia el socialismo (en
un sentido clásico y estricto se podría decir que el carlismo tuvo elementos de
socialismo blanco antimarxista) sino hacia un progresismo izquierdista con
tintes nacionalistas. Esa deriva ideológica le llevó a pedir la libertad de los
criminales etarras y a mostrarse partidario del divorcio y del aborto[1].
Montejurra 1976 no supuso el declive del carlismo, ni siquiera del partido
de Carlos Hugo. El único responsable de este declive es el propio Carlos Hugo y
su política enloquecida; la prueba empírica de ello es que hasta el fracaso de 1979 esa
obsesión por los sucesos de 1976 no estaban presentes con tal magnitud en sus
filas.
De hecho en 1977, el EKA utilizó la marca Montejurra para presentarse a las elecciones en Navarra, pensando que los sucesos de 1976 les daría un rédito electoral, publicidad y credibilidad democrática. Sin embargo la formación Montejurra-Federalismo-Autogestión que promovieron los seguidores de Carlos Hugo fue la opción menos votada en Navarra, con un 3,2% de los votos. En cambio la opción que mayoritariamente apoyaron los carlistas[2], Alianza Foral Navarra, quedó en cuarto lugar de un total de nueve formaciones con 22.349 votos, un 8,47% de los votos. Todos los informes internos del partido de Carlos Hugo tras los fracasos electorales de 1977 y 1979, fracasos estrepitosos y totales, no hacen referencia como causa a Montejurra 76, como el Informe sobre las elecciones legislativas del 15/6/1977 del partido carlista elaborado por Miguel Alvarez Bonald responsable de la Comisión Federal electoral. En este texto se dice textualmente:
En un llamado Informe para
militantes del partido carlista, de uso interno de 1976, los huguistas
reconocen su impresión de que los sucesos de Montejurra 1976 han sido positivos
para su imagen y su estrategia, se decía textualmente:
"Desde el comienzo de la apertura
de la prensa hasta hoy, la imagen del partido en la opinión pública ha sufrido
una transformación extraordinaria. De la ignorancia total y absoluta en la
prensa general, salvo excepciones, a una valoración positiva. Han sido dos los
sucesos fundamentales de este salto de aparición pública del partido, el
intento de retorno de Don Carlos en marzo de 1976 y los sangrientos sucesos de
Montejurra. Estos dos sucesos y la actividad política del partido han sido el
pasaporte para entrar a ser considerados como partido socialista, con una
realidad. A partir de esto la presencia del partido en la opinión pública ha
sido importante, pero no suficiente"
De hecho en 1977, el EKA utilizó la marca Montejurra para presentarse a las elecciones en Navarra, pensando que los sucesos de 1976 les daría un rédito electoral, publicidad y credibilidad democrática. Sin embargo la formación Montejurra-Federalismo-Autogestión que promovieron los seguidores de Carlos Hugo fue la opción menos votada en Navarra, con un 3,2% de los votos. En cambio la opción que mayoritariamente apoyaron los carlistas[2], Alianza Foral Navarra, quedó en cuarto lugar de un total de nueve formaciones con 22.349 votos, un 8,47% de los votos. Todos los informes internos del partido de Carlos Hugo tras los fracasos electorales de 1977 y 1979, fracasos estrepitosos y totales, no hacen referencia como causa a Montejurra 76, como el Informe sobre las elecciones legislativas del 15/6/1977 del partido carlista elaborado por Miguel Alvarez Bonald responsable de la Comisión Federal electoral. En este texto se dice textualmente:
“Es preciso resaltar que un descalabro electoral no es consecuencia directa
o exclusiva de una campaña electoral o de la existencia de serios
condicionamientos provenientes del exterior, sino que sus causas arrancan de
atrás. Las elecciones sólo hacen que emerjan todas las contradicciones que el
partido lleva implícitas en su organización. No querer aceptarlo así, es
muestra de una soberbia o miopía de tal magnitud y trascendencia, que
sofocarían inexorablemente a la extinción del partido, allí donde existieran.”
Luego de detallar causas externas, se centra en las causas internas y más
importantes donde cita explícitamente el desconcierto del pueblo carlista por
las alianzas con los comunistas y maoístas en estas elecciones. Continua el informe.
"Ha habido regiones en las que hemos acudido en alianzas dentro de candidaturas independientes con la O.I.C, L.C.R y O.P.I (después P.C.T), mientras en otras el termino "comunista" despierta en nuestra gente auténtica animadversión. Ha habido pueblos donde se nos ha preguntado qué quedaba de nuestro tradicional cuatrilema (...) se manifiestan también en el seno de los propios militantes tendencias encontradas. Desde los que proclaman que nuestra linea debe de estar en la más pura ortodoxia marxista, y que el partido es el único que en España puede llevar a cabo lo que Mao realizó en China, hasta los que -sin haber entendido casi nada- siguen por una devoción ciega"
Lo cierto es que el pueblo carlista había abandonado en masa la estructura política de Carlos Hugo. El causante directo y real era la escisión ideológica de Carlos Hugo, con su traición a los principios tradicionalistas y carlistas. Luego vendría la aceptación de la constitución de 1978 y otras derivas y bandazos similares, para terminar con la huida del propio Carlos Hugo de su engendro político en 1980, que remataría su liquidación.
El propio Julio Redondo, seguidor pucelano de Carlos Hugo reconoce en carta de 1976, lo siguiente:
"Ha habido regiones en las que hemos acudido en alianzas dentro de candidaturas independientes con la O.I.C, L.C.R y O.P.I (después P.C.T), mientras en otras el termino "comunista" despierta en nuestra gente auténtica animadversión. Ha habido pueblos donde se nos ha preguntado qué quedaba de nuestro tradicional cuatrilema (...) se manifiestan también en el seno de los propios militantes tendencias encontradas. Desde los que proclaman que nuestra linea debe de estar en la más pura ortodoxia marxista, y que el partido es el único que en España puede llevar a cabo lo que Mao realizó en China, hasta los que -sin haber entendido casi nada- siguen por una devoción ciega"
Lo cierto es que el pueblo carlista había abandonado en masa la estructura política de Carlos Hugo. El causante directo y real era la escisión ideológica de Carlos Hugo, con su traición a los principios tradicionalistas y carlistas. Luego vendría la aceptación de la constitución de 1978 y otras derivas y bandazos similares, para terminar con la huida del propio Carlos Hugo de su engendro político en 1980, que remataría su liquidación.
El propio Julio Redondo, seguidor pucelano de Carlos Hugo reconoce en carta de 1976, lo siguiente:
“Si ahora resulta que nosotros monárquicos, me decían esos amigos: hemos estado haciendo el idiota toda la vida, y por
supuesto tenían razón los del MOT, del GAC y los del FOS. Estos fueron los
videntes. Los que decían que de monarquía nada y lo curioso es, que después de
expulsar a unos y a otros por dimes y diretes, resulta que decimos,
los altos dirigentes, que tenían razón anticipada y lo decimos cuando se
han marchado todos y no nos quedan obreros ni estudiantes y estamos en manos de
un grupo de señoritos. (…) ¿Qué se pretende? Crear algo nuevo o ampararse en
algún grupo que acepte a Don Carlos; creo sinceramente y así lo dicen todos,
que para ser republicano-socialista, hay campo suficiente y un obrero está
mejor en UGT que en el fallecido FOS (…) la verdad es que esto hace perder la
confianza en la seriedad mental de los que manejan el cotarro”.
Ejemplos contundentes de la locura en que se había convertido ese partido de
Carlos Hugo, abandonado de todos y en manos de facciones de lo más variopinto.
La obsesión por Montejurra 1976 esconde el intento de negación del fracaso total del proyecto de Carlos Hugo, de trasvestir al carlismo y utilizarlo para sus fines personales. Hoy. esa obsesión, es el monotema recurrente de la residual escisión ideológica roja a la que
los medios de comunicación del sistema demoliberal dan carta de legitimidad,
una válvula de escape de la realidad y de justificación. Y esta, si que quiere servir al intento, por parte del sistema, de impedir la reorganización del verdadero carlismo tradicional desde la Comunión Tradicionalista.
Cuando Montejurra era Montejurra, y las banderas españolas poblaban el monte
Se intenta convencer que fue un intento de masacre general. Cualquiera que
conozca Montejurra sabe que si alguien pretende una masacre, disparando
directamente a una masa que sube apretada por la ladera, con niebla, y con
armas automáticas, no produciría una o dos víctimas, sino cientos. Los hechos
están por aclarar, porque la versión del partido huguista hace aguas por todos
lados. Si desde la cima se ordena disparar a una masa que sube por el monte,
puedo asegurar que las víctimas mortales se cuentan por centenares. En un
enfrentamiento como hubo muchos otros, en la historia política, con lanzamiento de piedras y agresiones con palos,y heridos por ambas partes, pueden producirse
victimas desgraciadas, máxime cuando se llevan armas para la propia protección, pero es ridículo afirmar que ese fue un plan
determinado. Lo que sí está claro es el asesinato, planeado y luego justificado
y este si con alevosía y predeterminación de al menos ocho personas por ETA por
su presencia en Montejurra 76 con los tradicionalistas. ETA anteriormente ya
había asesinado al menos a dos carlistas, Carlos Arguimberri Elorriaga y Víctor
Legorburu Ibarreche, y al margen de los justificados por Montejurra 76
asesinaría posteriormente a decenas de carlistas más. El carlismo es la fuerza
política que más asesinados tiene por el terrorismo separatista, pese a ello el
partido de Carlos Hugo invitaba a ETA a sus actos.
El primero de esos atentados mortales “justificado” por Montejurra 76 tuvo
lugar muy poco tiempo después, el 4 de octubre de 1976 y acabó con la vida de
Juan María Araluce Villar y cuatro personas más. Araluce fue miembro de la juventud
jaimista de Vizcaya durante la II República, Requeté durante la guerra de
1936-1939 licenciado con el grado de Teniente piloto, era miembro de la Hermandad
de Antiguos Combatientes Requetés. Jurista de enorme prestigio fue fiel al
principio católico y monárquico, pese a que en plena crisis del carlismo cambió
sus lealtades dinásticas, e incansable defensor de la foralidad y la identidad
de Guipúzcoa desde sus puestos de responsabilidad política[3].
Presidía la Diputación de Guipúzcoa desde 1966 y era consejero de la Unión de Asociaciones
Familiares desde 1966, Presidente de la Asociación Local de Cabezas de Familia. Marcelino
Oreja lo define como “un carlista nada falangista” [4].
Y pese a ocupar cargos públicos incide en que “nunca levantó el brazo ni se
puso la camisa azul”. El diario El País, de tendencia izquierdista, se refería
al asesinado como “regionalista y moderado”[5].
Casado con Teresa Letamendía tuvo nueve hijos, a los que inculcó el amor a la
religión y a la Patria.
Gabriel Zubiaga, Koko Abeberry, Carlos Hugo, Mariano Zufía y Julen Madariaga. 23 de diciembre de 1977, encierro en la Iglesia de Sokoa (Lapurdi) en apoyo a los presos etarras.
Juan María de Araluce
fue asesinado el 4 de octubre de 1976, cuando ocupaba la presidencia de la
Diputación de Guipúzcoa, territorio histórico en que venía desarrollando su
profesión de notario desde 1947, primero en Tolosa y posteriormente en
Rentería. Asesinado
a balazos en la puerta de su casa, prácticamente delante de su familia, en el
atentado fallecieron también su chófer, José María Elícegui Díaz y tres
policías de escolta: Agente Alfredo García González, Inspector Luis Francisco
Sanz Flores y Subinspector Antonio Palomo Pérez.
José María Elícegui Díaz, conductor del vehículo oficial del presidente de la
Diputación de Guipúzcoa, tenía 25 años. El día que lo asesinaron, era su último
día de trabajo como chófer, puesto en el que llevaba un año como interino
sustituyendo al anterior conductor cuando éste se jubiló. Sobrevivió unas horas
al atentado, falleciendo a las once y veinte de la noche del mismo 4 de octubre
tras ser sometido a varias transfusiones de sangre. Tenía pensado casarse en
los próximos meses. Su funeral se celebró el 6 de octubre en Pasajes, localidad
próxima a San Sebastián. “Muchas vecinas me dijeron que como la muerte había sido así, es decir, un atentado terrorista, tenían
miedo y no podían ir al funeral (...) Después del atentado la gente
cambió de actitud y comportamiento con la familia, no reaccionaban con
normalidad”, contó Clementina Díaz, madre de José María (Cristina Cuesta, Contra el olvido,
Temas de Hoy, 2000).
Alfredo García González, policía nacional, era el conductor
del coche de escolta de Juan María Araluce. Natural de Lago de Babia (León),
tenía 29 años y estaba soltero. Tras el funeral en León, más de cuatro mil
personas se manifestaron en silencio por la ciudad.
Antonio Palomo Pérez, subinspector de Policía, era miembro
de la escolta de Juan María Araluce. Natural de Osuna (Sevilla), tenía 24 años
y estaba soltero. Fue enterrado en Madrid junto a su compañero, Luis Francisco
Sanz Flores.
Luis Francisco Sanz Flores,
policía nacional y escolta del presidente de la Diputación de Guipúzcoa,
cumplía 25 años al día siguiente de ser asesinado. Natural de Madrid, se había casado con una donostiarra quince días antes del
atentado que le costó la vida. Los responsables de
este crimen se beneficiaron de la amnistía.
El segundo atentado mortal que ETA justificó
por los sucesos de Montejurra 76 fue el del Comandante y jefe de la
65 Bandera Móvil de la Policía Armada Joaquín Imaz Martínez. De una ilustre
familia de militares navarros[6] y
carlistas. El Pensamiento Navarro del martes 29 de octubre de 1978 señala en su
artículo de homenaje al Comandante Imaz “Por Dios, por Navarra, por España”,
como su padre, Genaro Imaz Echeverri, fue uno de los fundadores de la Legión
Española, muerto en la toma de Vargas (Toledo). Por vía materna “pertenecía a
una familia que era la quintaesencia del patriotismo. Su abuelo materno José
Martínez Morea era Procurador de los Tribunales. Era hombre de gran piedad y
muy carlista. Cuando estalló la guerra cuatro de sus hijos, que habían cumplido
los quince años, marcharon voluntarios. El mayor murió de requeté el 15 de
agosto de 1936 en Robregordo. Otro estuvo en la VI Bandera como legionario, ascendió
a sargento y murió en septiembre de 1938 en el Ebro. Otro estuvo de Requeté. Y
otro más fue Requeté, luego alférez y terminó la guerra en la Legión. Luego
hizo toda la campaña de Rusia en la División Española de Voluntarios. Pero
aquellas bandas de comunistas armados que entraron en España en otoño de 1944
acabaron con su vida con un tiro en la cabeza”. Javier Nagore Yarnoz glosaba
también en el artículo “El más firme querer” la figura del Comandante Imaz.
El 26 de noviembre de
1977 sobre las 22:15 miembros de la banda terrorista dispararon por la espalda
nueve disparos al Comandante Imaz cuando se dirigía a recoger su coche aparcado
cerca de la plaza de toros. Cuando yacía muerto en el suelo le remataron con un
tiro en la sien. Dejaba viuda y huérfana a una niña de siete años. La banda
terrorista ETA justificó su asesinato por lo que decían su responsabilidad en
los incidentes de Montejurra 1976, una acusación demencial absolutamente fuera
de la realidad, pero que otorga una idea clara de la manipulación que las
fuerzas enemigas del carlismo venían haciendo del Vía Crucis. ETA se tomó la
supuesta represión que pudo mandar el Comandante Imaz contra ella misma, lo que
no puede mostrar más a las claras como la deriva huguista fue aprovechada,
instrumentalizada y copada por fuerzas enemigas del carlismo.
El
asesinato del militar navarro recibió una condena unánime de todos los partidos
políticos, a excepción de los que hacían de brazo político de los terroristas.
La primera nota de condena vino de la Comunión Tradicionalista, que pedía
contundentemente contra la subversión separatista a las que se unieron, con
tono más moderado, las de PNV,
PSOE, UCD, ESEI, Alianza Foral Navarra, Partido Comunista de Euskadi, PSP y la
maoísta ORT. La página ocho de El Pensamiento Navarro, 29 de noviembre 1979,
recogía la condena de la Agrupación de Juventudes Tradicionalistas “El
asesinato de don Joaquín Imaz es otra trágica manera de la suicida actitud de
este Gobierno, único responsable que dispone a su libre albedrío de los
servidores del orden público. Exigimos que se haga justicia y se afronten las
consecuencias de la vergonzosa y criminal concesión de la amnistía y
claudicación ante el marxismo”.
Jose María Arrizabalaga Arcocha, asesinado por ETA
El 27 de diciembre de 1978 ETA asesinaba al
jefe de las Juventudes Tradicionalistas de Vizcaya, José María Arrizabalaga
Arcocha. Miembro de una importante saga de tradicionalistas desde muy joven se
implicó en el carlismo, en 1969 con sólo 18 años sufre su primera denuncia
política por participar en una protesta contra la expulsión de la Familia Real
en la Plaza de los Fueros de Estella[7].
La escisión ideológica de Carlos Hugo le hará poner su lealtad en S.A.R. Don
Sixto, que en junio de 1975 levantó la bandera de la legitimidad. Desde hacía aproximadamente un año, José María estaba hospitalizado en
un centro de rehabilitación en Archanda (Bilbao), debido a una lesión sufrida
durante un salto en paracaídas que le ocasionó una fractura vertebral. José
María se había visto así forzado a solicitar la baja laboral en la biblioteca de
la Casa de Cultura de Ondárroa en la que trabajaba. Al acercarse la Navidad, el
hospital le dio un permiso y así pudo pasar las fechas con su familia, por lo
que el joven aprovechó para acercarse a la biblioteca e ir adelantando algo del
trabajo que había ido acumulando desde su lesión. El día 27 de diciembre, en
torno a las seis de la tarde, Arrizabalaga se encontraba en dicho lugar, en el
primer piso de la Casa de la Cultura, en compañía únicamente de dos niños que
estaban leyendo sendos libros. En ese momento dos individuos se acercaron hasta
el mostrador tras el cual estaba sentado el joven y le obligaron a
identificarse. Inmediatamente ambos sacaron una pistola y dispararon hasta
vaciar sus cargadores. José
María Arrizabalaga fue acribillado a balazos, recibiendo once disparos:
cuatro en el pecho, cerca del corazón y el resto en la cara y las piernas. Un
nuevo crimen cobarde con el agravante de encontrarse la víctima arrastrando una
dura lesión que limitaba mucho sus movimientos. Los asesinos bajaron las
escaleras y, una vez en la calle, se dieron a la fuga en el vehículo en el que
habían llegado, en el que les esperaba al volante un tercer terrorista. Los dos
niños, únicos testigos del crimen, salieron gritando de la biblioteca. Cuando
los primeros adultos en llegar al lugar descubrieron el cuerpo de José María
eran ya las siete y cuarto de la tarde. Anteriormente los carlistas del pueblo
venían sufriendo el acoso y la presión de los terroristas, y tras el asesinato
de José María y el asesinato frustrado de uno de sus correligionarios el clima
de terror continuaría y muchas familias carlistas se vieron obligadas a
abandonar la tierra de sus padres.
Presencia del partido carlohuguista en manifestaciones pro amnistía de los presos de ETA (1977)
El último asesinato que ETA
justificó en relación a Montejurra 76 y por el que no se han practicado
detenciones fue el de Alberto Toca Echeverría. De 54 años de edad, estaba casado y tenía siete hijos,
con edades comprendidas entre los 11 y los 29 años. Natural de Estella, llevaba
veinte años residiendo en Pamplona. Era delegado de Asepeyo desde 1962 y fue
uno de los impulsores de ANFAS, Asociación Navarra en favor de las personas con
discapacidad intelectual, de la que llegó a ser
presidente. Su hija mayor, discapacitada intelectual, recibía atención y
realizaba terapia ocupacional en el centro San José de ANFAS en Burlada.
Llevaba años apartado de toda actividad política.
Alberto Toca se
encontraba el viernes 8 de octubre de 1982 en su despacho de la delegación de
Asepeyo de la capital navarra, en la calle Castillo de Maya, acompañado por un
médico de la mutua. Hacia las 13:00 horas, dos individuos entraron a cara
descubierta en las oficinas y, dirigiéndose a una de las secretarias,
preguntaron por Alberto. Tras indicarle cuál era el despacho, los terroristas
se encaminaron hacia él y abrieron la puerta. Desde el umbral, preguntaron:
“¿tú eres Alberto Toca?”, a lo que la víctima contestó que sí. Sin mediar
palabra, los pistoleros efectuaron cuatro disparos contra Toca, que cayó sobre
la mesa y después al suelo. Allí los terroristas lo remataron con un quinto
disparo.
A estos ocho atentados
mortales hay que unir también las amenazas sufridas por el hermano de Alberto,
Ignacio Toca. Capitán de requetés del Tercio de Montejurra y siempre destacado
militante carlista. Fue junto a Ignacio Ipiña y Pedro Echevarría el encargado
de recoger a Carlos Hugo en Irún el 24 de noviembre de 1956, en su primera
visita a España. Acompañó al ex príncipe en su periplo, resolviendo importantes
problemas logísticos, participando en la elaboración de sus primeros documentos
(muchos de los cuales se discutían en su propia oficina) y realizó importantes
sacrificios económicos para la promoción de Carlos Hugo[8]. A
principios de los sesenta es nombrado presidente de la Hermandad Penitencial
del Vía Crucis de Montejurra, encargada de organizar el tradicional acto, que
se convirtió en el más señero del carlismo y plataforma de lanzamiento de
Carlos Hugo, con el que siguió colaborando estrechísimamente, con gran
sacrificio personal (siguió proporcionándole apoyo económico y logístico y
recibiendo multas del gobernador civil), hasta que este impuso su escisión
ideológica. Pero lejos de ser presa del hastío siguió en la reorganización del
carlismo.
Formó parte de la Junta
(órgano ejecutivo) de la Comunión Tradicionalista tras la asamblea de
reconstitución de 22 de febrero de 1977 junto a Juan Saenz-Díez,
Ignacio Laviada, Juan Antonio de Olazábal, Raimundo de Miguel, Angel Onrubia,
José Arturo Márquez de Prado, Domingo Fal Macias, Antonio Garzón, José Antonio
Cabrero, Guillermo Padura, Cruz María Baleztena, Federico Ferrando, Salvador Ferrando Cabedo y José
Abascal.
Por su inquebrantable y pública postura
tradicionalista el entorno terrorista lo amenazó varias veces. En un
determinado momento la policía se dirigió a su domicilio para indicarle que
debía abandonar Bilbao, donde residía al estar casado con una vecina de
Guernica. Se habían encontrado documentos de la banda terrorista donde
controlaban muy de cerca sus movimientos y había sido seleccionado como
objetivo. La perplejidad de Ignacio Toca fue total, reclamando a la policía que
lo debía hacer era adoptar las medidas adecuadas para garantizar su seguridad
sin verse obligado a abandonar su domicilio. La policía señalaba que no podía
asegurarle medios de protección y que cumplía órdenes del gobernador civil. Con
esa desconsoladora información le dejó. Así estaban las cosas en Vascongadas y
Navarra para los carlistas. Sin tiempo de encomendarse a nadie abandonó su
hogar. A los pocos días desde Alicante, donde había conseguido instalarse
provisionalmente llamó a algunos amigos y correligionarios. Informó entre otros
al doctor Alberto Ruiz de Galarreta, que
notó a Ignacio muy alterado y afectado. Quedó en arbitrar algunos medios
para hacer su estancia lejos de su hogar menos dolorosa. Sugirió además que
viniese a Madrid a pasar unos días tranquilo, rodeado de amigos y
correligionarios. A los pocos días quiso Alberto ir a Alicante, sus
conocimientos médicos permitirían ayudarle en la inevitable situación de shock
nervioso en que se encontraba. Pero en ese breve periodo de pocos días Ignacio
Toca moría de un ataque al corazón[9].
Montejurra 1976, sirvió para que el carlismo se enfrentara a la subversión
y al intento del izquierdismo de instrumentalizar el Monte Sagrado. El conflicto que se planteaba en Montejurra era más amplio que
el restringido entre el carlismo y sus escisiones hacia el progresismo, era un
enfrentamiento entre la Tradición y la Revolución. Don Sixto y el carlismo
tenían todo el derecho y el deber de no permitir la utilización del Monte donde se rendía
homenaje a los mártires del carlismo por los enemigos seculares de lo que ha
significado siempre el carlismo. Si su presencia ayudó a frenar ese
intento de utilizar el prestigio del carlismo para la causa de la revolución, es de agradecer esa heroica acción de los carlistas. Don Sixto Enrique contó, en todo momento, con el respaldo de los Reyes Don Javier y doña Magdalena, para salvar al carlismo del pozo donde Carlos Hugo lo había llevado. De ello hay suficientes pruebas documentales.
El tradicional acto de Montejurra pertenecía, en todo derecho, al tradicionalismo.
Recuerda don Ramón Mª Rodón Guinjoan en su tesis doctoral, Invierno, primavera y otoño del Carlismo (1939-1976), la opinión del carlista catalán Joaquim Roger Amat a los pocos días de los sucesos:
“Pese a todo Don Sixto, al recoger la bandera abandonada por su hermano, ha obrado congruentemente y esto, algún día, se le reconocerá, Don Carlos Hugo había convertido una catedral (Montejurra) en un cabaret y esto no podía consentirse. Lo ocurrido, de una u otra forma tenía que suceder”
Otro aspecto fue la manipulación del Montejurra 76, por los intereses del Estado y sus cloacas, en un contexto político muy violento, pero el carlismo tradicional no participó de ninguna manera en esa operación. Aquel día las fuerzas de orden público actuaron pasivamente y no evitaron el enfrentamiento violento que se produjo. El Estado, ciertamente, se defendía de posibles adversarios políticos y en diversas operaciones fomentó, por ejemplo, el surgimiento del maoísmo para debilitar al PCE, o la estrategia de la tensión utilizando tanto a la extrema derecha como a la extrema izquierda. La propia génesis del partido de Carlos Hugo no es ajena a ese mundo y a una estrategia de impedir que el tradicionalismo pudiera ser una fuerza de oposición al nuevo régimen de Juan Carlos, de hecho para eso sirvió el llamado partido carlista, como reconoce Carlos Carnicero, su secretario de organización en aquellas fechas, en un artículo, a raíz de la muerte de Carlos Hugo.
"colaboró en la consolidación de la Constitución de 1.978 y se abstuvo de plantear en todo momento un pleito dinástico con el Rey Juan Carlos para facilitar una democracia parlamentaria sólida (...) un ejemplo de valentía intelectual para una transformación política tan arriesgada y profunda y una acción audaz que impidió que se consolidara en España una ultraderecha tradicionalista que hubiera sido un factor añadido de desestabilización de nuestra joven democracia"
La verdadera "operación contra el carlismo" fue la campaña orquestada posteriormente a los hechos, desde la prensa y los medios de comunicación, jaleada por toda la ultraizquierda del país, para intentar criminalizar a la Comunión Tradicionalista y desprestigiar al Infante Don Sixto Enrique, con el objetivo de evitar la reorganización del carlismo tras el fraude de Carlos Hugo.
El auténtico responsable de aquel fatídico día de Montejurra 1976, tiene un nombre propio: Carlos Hugo de Borbón Parma.
El tradicional acto de Montejurra pertenecía, en todo derecho, al tradicionalismo.
"Porque, ¿a quién pertenece
Montejurra? Sin duda a aquellos que yacen en sus trincheras o se conmemoran en
sus cruces. Por ellos se va a aquel sitio, y ellos no mantuvieron, ciertamente,
posturas confusas, traidoras ni vacilantes" (Rafael Gambra Ciudad. El
Pensamiento Navarro 02/05/1971)
Recuerda don Ramón Mª Rodón Guinjoan en su tesis doctoral, Invierno, primavera y otoño del Carlismo (1939-1976), la opinión del carlista catalán Joaquim Roger Amat a los pocos días de los sucesos:
“Pese a todo Don Sixto, al recoger la bandera abandonada por su hermano, ha obrado congruentemente y esto, algún día, se le reconocerá, Don Carlos Hugo había convertido una catedral (Montejurra) en un cabaret y esto no podía consentirse. Lo ocurrido, de una u otra forma tenía que suceder”
Otro aspecto fue la manipulación del Montejurra 76, por los intereses del Estado y sus cloacas, en un contexto político muy violento, pero el carlismo tradicional no participó de ninguna manera en esa operación. Aquel día las fuerzas de orden público actuaron pasivamente y no evitaron el enfrentamiento violento que se produjo. El Estado, ciertamente, se defendía de posibles adversarios políticos y en diversas operaciones fomentó, por ejemplo, el surgimiento del maoísmo para debilitar al PCE, o la estrategia de la tensión utilizando tanto a la extrema derecha como a la extrema izquierda. La propia génesis del partido de Carlos Hugo no es ajena a ese mundo y a una estrategia de impedir que el tradicionalismo pudiera ser una fuerza de oposición al nuevo régimen de Juan Carlos, de hecho para eso sirvió el llamado partido carlista, como reconoce Carlos Carnicero, su secretario de organización en aquellas fechas, en un artículo, a raíz de la muerte de Carlos Hugo.
"colaboró en la consolidación de la Constitución de 1.978 y se abstuvo de plantear en todo momento un pleito dinástico con el Rey Juan Carlos para facilitar una democracia parlamentaria sólida (...) un ejemplo de valentía intelectual para una transformación política tan arriesgada y profunda y una acción audaz que impidió que se consolidara en España una ultraderecha tradicionalista que hubiera sido un factor añadido de desestabilización de nuestra joven democracia"
La verdadera "operación contra el carlismo" fue la campaña orquestada posteriormente a los hechos, desde la prensa y los medios de comunicación, jaleada por toda la ultraizquierda del país, para intentar criminalizar a la Comunión Tradicionalista y desprestigiar al Infante Don Sixto Enrique, con el objetivo de evitar la reorganización del carlismo tras el fraude de Carlos Hugo.
El auténtico responsable de aquel fatídico día de Montejurra 1976, tiene un nombre propio: Carlos Hugo de Borbón Parma.
“Para concluir sólo una
recomendación: sin carlosocialismo nunca hubiésemos hablado del Montejurra 76.
Que nadie ignore la virtualidad del viejo adagio castellano: la causa de la causa
es la causa del mal causado” (número 99 del Boletín "Reino de
Valencia" de los círculos carlistas valencianos)
Da pena y asco ver como algunos quieran vivir de sacar provecho de la
desgracia de aquel día. Y de como el sistema acepta esa versión. Pero sobre
todo causa desolación la ignorancia de quienes deberían continuar manteniendo
enhiesta la bandera de la Tradición y están enfeudados en esta misma versión de
aquellos tristes hechos.
[1]
http://elpais.com/diario/1978/10/31/sociedad/278636409_850215.html
[2]
Algunos carlistas ilustres
como José Ángel Zubiaur o Auxilio Goñi se decantaban por formar el Frente
Navarro Independiente, que quedó por debajo de Alianza Foral Navarra pero muy
por encima de los huguistas.
[3] En una larga entrevista concedida a La Voz de
España, pág. 22 (8/2/1976) manifestaba por ejemplo como: “(…) hay una tradición
histórica dentro de nuestras provincias, que guste o no guste, está clara.
Evidentemente, tenemos un claro concepto y una innegable vivencia de lo
regional en lo cultural, lo lingüístico y hasta lo étnico. Pero su
institucionalización o su definición política se ha confiado al buen oficio de
relación entre las provincias, manteniendo alguna de éstas celosamente su
propia autonomía: Navarra ha sido un reino, Vizcaya un señorío, Guipúzcoa, la
provincia por antonomasia”.
[5]
http://elpais.com/diario/1976/10/05/espana/213318002_850215.html
[6] La saga se remontaba a su
abuelo, coronel de Inválidos en la guerra de Cuba, y continuaba con sus cuatro
hijos varones. Todos ellos lucharon en la guerra de África: el más pequeño
murió. A él y a Gerardo, el padre de Joaquín, está dedicada la calle Hermanos Imaz,
perpendicular a la Avenida del Ejército, en Pamplona.
[7] Nota del Archivo General de la Administración,
8-5-1969, citada por Francisco Javier Capistegui Gorasurreta en El naufragio de las ortodoxías. El carlismo
1962-1977, pág. 333.
[9]
Manuel de Santa Cruz. Los otros Mártires. Cartas al director.
Revista Ahora información nº 27, pág. 24.