lunes, 31 de agosto de 2009

Los límites a la barbarie y la ficción de catolicismo

“La concepción romana de contemplar en el poder una fuerza que va siendo limitada por el derecho a la medida en que éste la pone al servicio de los ideales de justicia que caracterizan a lo jurídico, es doctrina valedera en todos los tiempos y lugares. Es que la humanidad entera ha reducido su entera historia a la apasionante tarea de domesticar la fuerza bruta del poder con los instrumentos del derecho. No hay época, ni pueblo, ni civilización que escape a tal empeño, el mas noble y el más tenaz emprendido por los hombres. Más todavía: la nota que sirve para distinguir a las sociedades humanas de las sociedades animales, la que impide a las sociedades humanas caer en la tristeza socialista del enjambre o del hormiguero, es atenazar a la fuerza con la ley; es que la moral, que nos llega en la ley natural merced a la razón que es exclusiva del ser humano, domeñe las brutalidades del instinto…Es que el poder, fenómeno político anterior al derecho, se justifica cuando sirve al derecho”.

(Francisco Elías de Tejada)

Este es el signo de toda la historia del occidente cristiano: la pugna del poder político y del poder económico por librarse de la tutela del poder espiritual, encarnado por la Iglesia. Y a la vez el esfuerzo de esta por limitar los excesos de uno y otro. Esta pugna es la clave de las vicisitudes de la cristiandad.

El poder espiritual, custodio de la ley natural, en armonía con el poder político engendró una civilización, síntesis magistral de fe y razón. Era el occidente cristiano.

Este equilibrio siempre inestable por las pretensiones de zafarse de los límites de la razón y la fe por las fuerzas puramente naturales, quiebra definitivamente con la reforma protestante. El luteranismo escinde naturaleza y gracia, dejando sueltas las fuerzas instintivas políticas y económicas. El luteranismo muestra su rostro disolvente al destruir todos los diques y frenos al poder político y económico ,mostrándose profundamente revolucionario como agente secularizador del occidente cristiano.

Será precisamente en la naciente Europa protestante donde se gesten las monarquías absolutas (poder político no limitado) y los gérmenes del capitalismo, hijo directo del calvinismo (fuerza económica sin límites). Y será precisamente en esa Europa secularizada por el protestantismo, donde se verá nacer las ideologías modernas.

Dice el P. Leonardo Castellani que la frase de Rousseau que es el núcleo de toda la doctrina liberal es. “!Déjeme en paz!”…y continua “Esa obsesión de la libertad propia de un loco vino a servir maravillosamente a las fuerzas económicas que en aquel tiempo se desataron; y al poder del Dinero y de la Usura, que también andaban con la obsesión de que los dejasen en paz. Los dejaron en paz: triunfaron sobre el alma y la sangre, la técnica y la mercadería; y se inauguró en todo el mundo una época en que nunca se ha hablado tanto de libertad y nunca el hombre ha sido en realidad menos libre”.

Poder político y fuerzas económicas, siempre con la pretensión de que se “les deje en paz”, esa es la esencia del liberalismo, consagrada por la fractura teológica de la escisión entre naturaleza y gracia del luteranismo.

El mismo P. Castellani escribe: “El protestantismo fue arrojado de Austria, Italia, España y Francia en el siglo XVI gracias a los esfuerzos del Imperio Romano Germánico de Carlos V. Pero entró en esos países en el siglo XVIII y XIX disfrazado con el bello nombre de liberalismo…El liberalismo, con los falsos dogmas de sus falsas libertades, es un protestantismo larvado y un catolicismo adulterado. Eso es lo que ha debilitado política y socialmente a las naciones católicas de Europa: la ficción del catolicismo”

La ficción del catolicismo, es decir un catolicismo liberal, burgués que ha renunciado a su doctrina social, repetidamente enseñada por los Pontífices. Un catolicismo hueco, totalmente desnaturalizado y ajeno a su secular tradición. Un maridaje antinatural de catolicismo y liberalismo en el que muchos están empeñados, en su intento (condenado por los Papas) de reconciliar a la Iglesia con el mundo moderno.

El último episodio de este lamentable proceso es el llamado”modernismo católico”, que hoy infecta por todas partes a la Iglesia y a su teología. Intento de reducir al catolicismo a la esfera de lo privado, de la conciencia individual. Resultado final de la máxima liberal-católica “de una Iglesia libre en una sociedad libre”.

Una Iglesia, en suma, sin “lugar temporal” (como bien ha señalado Benedicto XVI en Spe Salvi ) renunciando a su secular misión de fecundar las sociedades, de limitar las fuerzas instintivas humanas, de crear civilización y de frenar la barbarie. Renunciando, en una palabra, a ser “poder espiritual”, para ser el mero “modulador del sentimiento religioso”.

Triste camino de esta “ficción de catolicismo”. De esta “herejía moderna” en palabras de Hilaire Belloc.

No estará de más recordar la doctrina tradicional católica sobre los límites morales a las fuerzas económicas, para poder evidenciar el patente contraste con ese catolicismo-liberal tan en boga en ciertos ambientes “sanamente conservadores” de aduladores y sostenedores de una derecha liberal-burguesa de “inspiración cristiana”:

En 1745 dice Benedicto XIV en su Encíclica Vix pervenit:

«El pecado llamado usura se comete cuando se hace un préstamo de dinero y con la sola base del préstamo el prestamista demanda del prestatario más de lo que le ha prestado. En la naturaleza de este caso la obligación de un hombre es devolver sólo lo que le fue prestado».

El Catecismo Romano del Concilio de Trento lo había expresado aún más sencillamente:

«Prestar con usura es vender dos veces la misma cosa, o más exactamente vender lo que no existe»

2 comentarios:

  1. Es precisamente esa "ficción de catolicismo" lo que han rechazado las masas populares, y ha generado la gran apostasía que padecemos hoy en día.
    Es urgente recuperar el rostro integro del catolicismo, y eso pasa por el redescubrimiento de su doctrina social y de todo el magisterio pontificio del S. XIX de signo anti-liberal, hoy del todo olvidado, cuando no escondido.

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  2. La Iglesia y el mundo son irreconciliables... Ese es el gran pecado del modernismo...

    La Iglesia es Santa, y por esta razón su mirada está puesta en las cosas celestiales; mientras que el mundo tiene puestos sus ojos en las cosas de la tierra.

    La Iglesia y el mundo son irreconciliables, pues el mundo caluminiará a la Iglesia, y la Iglesia padecerá por Cristo y para alcanzar la Gloria, las atrocidades que le tiene preparado el mundo...

    El mundo sigue ciego y con el corazón negro...

    La Iglesia y el mundo son irreconciliables

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