viernes, 18 de noviembre de 2016

Sanjurjo: La legitimidad del Alzamiento contra la tiranía

SANJURJO: LA LEGITIMIDAD DEL ALZAMIENTO CONTRA LA TIRANÍA

En una anterior entrada glosábamos cómo con la profanación de los restos de los que descansaban en la cripta del Monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada esconde el acto más ideológicamente totalitario: la obligación de asentir ante cualquier imposición de los poderes constituidos, los cuales no respetan ni a los muertos. Frente a esa pretensión siempre se alzó el concienzudo pensamiento moral de nuestros juristas teólogos. Por el contrario los charlatanes de la libertad abstracta acaban imponiendo las meras potestades de turno, con el único criterio del uso de la fuerza pública como medida de moralidad. Se llenan la boca con la libertad religiosa pero profanan tumbas, destruyen templos y prohíben cultos.
Cripta con los restos del General Sanjurjo

La profanación de los restos del Teniente José General Sanjurjo Sacanell es además una afrenta execrable a la Historia de Navarra. José Sanjurjo Sacanell, nacido en Pamplona en 1872 era descendiente de una ilustre saga de militares carlistas navarros.   

Su madre, Carlota Sacanell Desojo, era hermana de dos oficiales del ejército carlista, Enrique y Joaquín, que habían servido en el Batallón de Guías del Rey. Su abuelo materno, Joaquín de Sacanell, agraciado por Su Santidad con la orden de la Espuela de Oro, preciada dignidad de la Santa Sede que llevaba asociada el título de Conde Palatino, había participado en la Guerra de la Independencia, siendo oficial de la Guardia Real de Infantería durante el reinado de Fernando VII. Posteriormente se distinguió mucho por su bravura y pericia en el campo carlista, en el que llegó a mandar, con el empleo de Coronel, el Batallón 4º de la División de Navarra durante la Primera Guerra Carlista, obteniendo dos cruces de San Fernando. Él y su hermano José Antonio de Sacanell, tío abuelo de Sanjurjo, habían empuñado muy jóvenes las armas para hacer frente a los franceses. En 1820 formaban parte de las fuerzas expedicionarias que se preparaban para acabar con la insurrección de las provincias americanas cuando tuvo lugar la sublevación de Riego, pero tras una azarosa fuga consiguen unirse a los jefes fieles a Fernando VII participando en la defensa de Cádiz. Condenados a muerte por el régimen liberal permanecieron presos en las cuatro torres de la Carraca, sufriendo torturas continuas por los liberales hasta el día de su liberación, con la entrada del ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis. Poco tiempo después pasarían a servir como oficiales de la Guardia Real de Infantería. José Antonio será nombrado ayuda de cámara de Don Carlos. Detenido el 26 de diciembre de 1832 bajo la acusación de ser el autor de una carta donde se proclamaba a favor de los derechos del entonces Infante, al año siguiente su nombre volvió a salir otra vez a la palestra en una causa seguida contra un grupo de oficiales que conspiraban a favor de los derechos del hermano del Rey. Condenado de nuevo a muerte, consiguió fugarse a Portugal al lado del reclamante Don Carlos, al que acompañaría en todas las vicisitudes de su vida, tanto en los frentes de guerra como en los consejos políticos, hasta darle sepultura en Trieste.
Su padre era el Coronel Justo Sanjurjo, héroe del Ejército carlista de la Tercera Guerra, vencedor de la batalla de Udave contra la columna del liberal Castañón, en el valle de Basaburua, en Navarra, que afianzó el alzamiento carlista, aunque murió en la batalla. Tenía entonces José dos años.

Empezó José Sanjurjo su carrera militar en la guerra de Cuba, siendo varias veces condecorado y gravemente herido. El abandono de las Españas de Ultramar fue un durísimo golpe para Sanjurjo, que a lo largo de su vida pesará en su ánimo, redoblando su patriotismo y desconfiando de la diplomacia y de la clase política liberal.[1] Con el empleo de comandante de regulares fue premiado por su acción en el combate de Beni Zaiem (Tetuán) el 1 de febrero de 1914. En la reconquista del territorio perdido en Melilla después del desastre de Annual alcanzó el grado de General de División. En 1922, estando al frente de la comandancia militar de Larache, investigó los casos de corrupción en la Intendencia e Intervención militar, acabando tajantemente con ellos. Nombrado jefe de operaciones del desembarco de Alhucemas, el ejército expedicionario bajo su mando consigue una importante victoria en la que es estudiada y alabada en las más importantes academias militares del mundo como la primera operación anfibia de la historia. Antes de acabar el año es nombrado alto comisario de España en Marruecos, convirtiéndose así en la máxima autoridad del Marruecos español. Después los duros años de combates en el África española, donde Sanjurjo se gana el sobrenombre de El León del Rif,  fue nombrado Director General de la Guardia Civil en 1928.

La sociedad navarra sigue con muchísima atención todos los acontecimientos de la guerra de África. Hermilio de Olóriz, que con cierta exageración cantaba las glorias de Navarra y representaba un fuerismo acérrimo (hay quien lo llama “independentista navarro”) junto a Fructuoso Munárriz llenan la prensa local de ardorosas soflamas belicosas y patrióticas. Muchos mozos navarros marchan a aquella guerra, con ciertos tintes de lucha civilización contra el islam. Tuvo destacado protagonismo por ejemplo el pamplonés Genaro Imaz Echeverri, uno de los fundadores de la Legión, padre del Comandante Joaquín Imaz Martínez, asesinado por la banda terrorista ETA el 26 de noviembre de 1977. Para celebrar la pacificación de Marruecos y el África española se lanza la idea de erigir un monumento a Sanjurjo por una asociación creada ad hoc que abre una suscripción popular. Rápidamente se obtienen los fondos para el mismo, siendo inaugurado el 13 de julio de 1929, acto al que no pudo asistir el homenajeado a causa de una enfermedad, acudiendo su hijo en representación del General y una enorme multitud de vecinos. Durante el franquismo el monumento acrecentaría su carácter simbólico, pues la figura de Sanjurjo era para los carlistas, especialmente para los navarros, la del verdadero organizador del Alzamiento, mientras que el franquismo imponía su narración de aquellos acontecimientos históricos limitándose a nombrar a Franco como Caudillo y a engrandecer la figura de José Antonio como el Ausente. El conjunto monumental estaba compuesto por un monolito de piedra en el que se inscriben los relieves alegóricos en mármol de un hombre y una mujer que ofrecen su homenaje al General Sanjurjo, cuyo busto en bronce, actualmente retirado, culminaba la estructura. Su autor, el roncalés Fructuoso Orduna daba buena muestra en él del clasicismo realista que caracteriza la mayor parte de sus retratos y bustos, predominando la sobriedad y contención clásicas, a las que añade sus conocimientos de anatomía y el estudio concienzudo de los modelos.

El 26 de junio de 1972 se celebraba en Pamplona una importante cita cultural, Los Encuentros. Bajo el mecenazgo de la familia Huarte (que sería perseguida y extorsionada por ETA en los años posteriores). Se dieron cita en Pamplona los principales autores españoles e internacionales de las vanguardias artísticas. Los Encuentros fueron inaugurados por el alcalde de Pamplona Javier Rouzaut, que cedió los locales públicos para su desarrollo. También hubo una muestra específica y monográfica de Arte Vasco. Un artefacto explotó la noche de la inauguración de los Encuentros en el monumento a Sanjurjo y otra bomba estalló en el transcurso de los mismos frente al Gobierno Civil. Al día siguiente del estallido de la bomba, en medio de una enorme crispación los carlistas intentaron llevar margaritas y rosas rojas y gualdas hacia el monumento, pero la Policía Armada, que acordonaba la zona lo impidió, viviéndose momentos de tensión entre los agentes y los carlistas que improvisaron marchas de protesta ante la Diputación y Ayuntamiento. Las autoridades intentaron apaciguar los ánimos. 
Revista carlista QUINTILLO, 5 de abril de 1964

El día 10 de agosto de 1932 el General Sanjurjo intenta un primer alzamiento armado contra el régimen republicano. Para Fal Conde significó lo siguiente: «Era necesario un primer intento de sublevación contra el poder constituido y necesitaban también los espíritus templarse en la tribulación. Sin 10 de agosto de 1932 no hubiera habido el Alzamiento del 18 de julio de 1936, ni victoria de 1939. […] Si el 10 de agosto fue la preparación del 18 de julio, la presencia del Carlismo al lado de los perseguidos le había atraído medios de poder concebir sin quimera una sublevación carlista». Durante este alzamiento murieron los estudiantes carlistas Justo San Miguel y José María Triana cuando intentaban tomar el Ministerio de Guerra y el Palacio de Comunicaciones. Fracasada la conspiración, fue condenado a muerte, en medio de una gran movilización a su favor (llegó a interceder ante el gobierno la madre del Capitán Fermín Galán). Su sentencia fue conmutada por la pena de prisión en el Penal del Dueso y luego en el Castillo de Santa Catalina de Cádiz. Finalmente fue desterrado a Portugal..Numerosos carlistas fueron encarcelados: Manuel Fal Conde, Enrique Barrau, Bravo Dunipe, López Hierro, José García, Díaz Domínguez, Eugenio Garrido, Eduardo Benjumea, Antonio Maestre, Jesús Evaristo Casariego, Rincón y Ruiz de Castro. La lealtad de los carlistas fecundó la profunda relación entre Sanjurjo y la Comunión Tradicionalista. Pronto, la amistad entre Fal Conde y Sanjurjo fue más que un hecho: el General Sanjurjo enviaba, en mayo de 1936 por mediación del Infante Don Javier (más tarde Rey Javier I), el testimonio de su devoción y su homenaje al Rey Alfonso Carlos y el 18 de julio España se levantaba contra la República. Sanjurjo fue el jefe indiscutible del Alzamiento Nacional del 18 de julio, preparándolo desde el primer momento frente a la duda de muchos militares; acertó a unir al Ejército y al Requeté para ir juntos a la contienda. Él mismo intercedió personalmente con Manuel Fal Conde y Don Javier de Borbón para el cumplimiento de los mínimos exigidos por la Comunión Tradicionalista (única organización política que participó en los preparativos de la Cruzada) para el Alzamiento, a saber: restauración de la bandera de España, roja y gualda; confesionalidad católica y proscripción del parlamentarismo frente a las tendencias democráticas, laicas y republicanas de muchos militares.

El 20 de julio de 1936, cuando Sanjurjo despegaba desde Estoril para ponerse al frente de la sublevación para la liberación de España de la amenaza comunista la avioneta en sufrió un accidente en el despegue y falleció. Desde el 17 de julio de 1961 sus restos descansaban en el Monumento de Navarra a sus Muertos en la Cruzada, inaugurado nuevamente en medio de un gran entusiasmo popular. Don Marcelino Olaechea se encontraba entre los primeros promotores de dicho conjunto para honrar la memoria de los navarros que ofrecieron su vida en todos los frentes de España por la libertad de la Iglesia. En entonces Arzobispo, Don Enrique Delgado Gómez, insistía sobre el carácter fundacional. Desde el principio el monumento mostraba sus singularidades frente a la institucionalización del culto “a los caídos” de inspiración falangista que había acogido el franquismo. Lo que costó no pocos enfrentamientos con los gobernadores civiles de turno. Pero finalmente se hicieron valer unos estatutos canónicos que impidieron toda intromisión del poder político de turno… hasta la actualidad, en que un arzobispo que, para mayor vergüenza fue castrense, se ha rendido a las pretensiones de un alcalducho proetarra. Y es que ETA desde muy pronto lanzó su intención asesina y criminal contra dicho Monumento y ya en 1963 puso dos bombas contra el mismo.
La figura del Teniente General Sanjurjo, junto a sus glorias militares, representa la personificación de un deber moral de resistencia frente a los poderes ilegítimos y el sacrificio personal por la libertad de la Iglesia y de la Patria. Sin su decisión, y tras mucho derramamiento de sangre, la Iglesia no fue exterminada en España y sobre nuestra Patria no se instaló una dictadura soviética. Su prematura muerte determinó que el alzamiento derivase puntualmente por otros derroteros distintos a su espíritu inicial. Pero en eso no tuvo responsabilidad alguna la egregia figura del Teniente General José Sanjurjo Sacanell, que siempre será gloria y honor de la historia de Navarra.



[1] S.M.C. Carlos VII escribiría a su ayudante el General Sacanell (tío abuelo de Sanjurjo) a propósito del hundimiento de la flota en Cavite unas palabras que reflejaban muy bien la opinión del propio Sanjurjo: “Las llamas que consumían nuestros barcos, irrisoriamente protegidos en aquella bahía indefensa que tan a poca costa podía haberse hecho inexpugnable, han iluminado con siniestros resplandores la criminal imprevisión de los Gobiernos de la regencia, enseñando al mundo entero la ineptitud de los que explotan a España más que la gobiernan. ¡Qué cadena de crímenes de leso patriotismo es la cuestión colonial!”.

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